Por cartas que lamentablemente no se conservan, ambos poetas
se hicieron amigos e intercambiaron textos que se encuentran en revistas de uno
y otro lado de la cordillera. A treinta años de la muerte de Neruda, recordamos
una amistad literaria olvidada.
Por Roberto Alifano
Si se los mira
bajo el espectro de la política, fueron, en apariencia, dos mundos opuestos,
inconciliables. Neruda era militante comunista y una de sus grandes
preocupaciones era la cuestión social; provenía de una familia humilde, hijo de
un ferroviario que conducía su tren por el lluvioso sur de Chile. Borges había
nacido en un hogar de aristócratas venidos a menos; de muchacho tuvo un fugaz paso
por la izquierda, del que luego se avergonzó. En España, hacia 1921, escribió
un libro que no llegó a publicar, Los salmos rojos, y un poema titulado
"Rusia", en el que celebra la revolución bolchevique; ya viejo,
curiosamente, se afilió al Partido Conservador, "por aburrimiento",
se justificaba. Era hijo de un abogado de ideas anarquistas spencerianas y
descendía de militares, héroes de la guerra de la independencia. Pero Neruda y
Borges eran esencialmente poetas, habían nacido poetas y desde jóvenes empezaron
a darse a conocer. Jóvenes también, a través de la poesía tuvieron noticias el
uno del otro y no tardaron en relacionarse.
Cartas que vienen y van
Atravesar el
Atlántico para llegar a Europa era hacia la década del veinte menos imposible
que el cruce de los Andes para llegar a Chile. La cordillera era un muro
difícil de superar y los viajes de chilenos y argentinos no eran frecuentes. El
hábito epistolar, que la mayoría de la gente cultivaba, era la forma ideal de
comunicarse. Por cartas, que lamentablemente no se conservan, ambos poetas se
hicieron amigos e intercambiaron textos que se encuentran en revistas de uno y
otro lado de la cordillera. "En la tertulia de Rafael Cansinos-Assens, que
se hacía en Madrid en el café Colonial, conocí a un muchacho chileno llamado
Salvador Reyes - me contó Borges. Cuando regresamos a nuestros países nos
seguimos escribiendo. Reyes me presentó por carta a Alberto Rojas Jiménez, que
fue mi gran amigo epistolar; luego él me presentó a Pablo Neruda, con el que
también nos carteamos durante un largo período". Las revistas Proa y
Claridad dan testimonio de esa, casi secreta, relación literaria.
El oro de los tigres
Entre los años
1970 y 1973, durante el gobierno de la Unidad Popular,
estuve radicado en Santiago de Chile como corresponsal de un diario argentino.
Hacia fines de 1971, ya declarada la enfermedad que lo llevaría a la muerte,
Pablo Neruda regresó de Francia, donde era embajador, para quedarse
definitivamente en su país. Durante esos últimos años lo frecuenté en su casa
de Isla Negra. En una de esas visitas le llevé un libro de Borges, que acababa
de recibir de Buenos Aires, El oro de los tigres. Neruda lo tomó con cierta
indiferencia y descalificó el título: "Las obsesiones de Borges... -
murmuró- . Raro título para un libro de poemas". Pero pocos días después,
en otra visita, me recibió entusiasmado para hablarme con admiración de ese
libro. "Hay que rescatarlo como poeta - me dijo- . Es un maestro de la
palabra; escucha este soneto conmovedor: ¿Dónde estará mi vida, la que pudo/
Haber sido y no fue, la venturosa/ O la de triste horror esa otra cosa/ Que
pudo ser la espada o el escudo". Se refería al soneto "Lo
perdido". Se detuvo después en el poema "El amenazado", y lo leyó
en voz alta, marcando el acierto del verso final: "Me duele una mujer en
todo el cuerpo". Señaló luego, casi como al pasar, las diferencias
políticas que los distanciaban. "Hace poco pasé por Buenos Aires y lo
quise saludar, pero él se negó; es una lástima que sea tan reaccionario",
se lamentó. Pero ese Neruda, menos ortodoxo que en otras épocas, creía en el
fondo, en curiosa coincidencia con Borges, que las opiniones políticas son
quizá lo menos importante en un escritor. "Fuimos amigos cuando éramos muchachos
agregó con nostalgia. Nos escribimos durante un largo tiempo y nos publicamos
nuestros poemas. Yo comenté su primer libro en la revista Claridad, que
hacíamos los estudiantes de la
Universidad de Chile. A principios de los años treinta,
cuando fui cónsul en Buenos Aires, nos conocimos en casa de Oliverio Girondo,
pero la relación no funcionó", concluyó Pablo, y agregó luego con ironía:
"Claro, cómo nos íbamos a entender: Borges era un anarquista de derecha y
yo un anarquista de izquierda".
En el número 2 de la segunda época de la
revista Proa, en 1924, Borges publica un comentario sobre los "Veinte
poemas de amor y una canción desesperada". "Entre la nueva generación
poética de Chile, Pablo Neruda es uno de los dos o tres valores que se han
definido ya y cuya obra ha de perdurar. Adolescente aún, viene del sur de la República y publica en
Santiago su primer libro de poemas: 'Crepusculario'. La aparición del libro lo
consagra sin réplicas. Muchos de los jóvenes le siguen e imitan (...). Si 'Crepusculario'
le valió un nombre destacado en la
República, los 'Veinte poemas' le colocará muy alto entre los
líricos modernos de lengua hispana. Y Pablo Neruda alcanza el vértice más
luminoso al cumplir los veinte años".
Más tarde, en
la revista Claridad, que la
Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile
publicó entre 1920 y 1926, Pablo Neruda, con el seudónimo de Sashka, comentó el
primer libro de Borges, "Fervor de Buenos Aires", calificándolo a su
autor como "una de las voces líricas más originales de la joven poesía de
nuestra Améria".
La revista
Proa, en su segunda época entre 1924 y 1926, dirigida por Jorge Luis Borges,
Ricardo Güiraldes, Pablo Rojas Paz y Alfredo Brandán Caraffa, alcanzó quince
números. En el número 14, de diciembre del año 1925, aparece una colaboración
de Pablo Neruda, "Poesía escrita de noche", que podemos considerar
como un anticipo aún desfocalizado de lo que pocos años después consolidará
en el libro "Residencia en la tierra". Ya ha quedado atrás el
insuperable romanticismo amatorio de los Veinte poemas..., y Neruda con un
espíritu experimental y bajo el influjo del surrealismo escribe una poesía
alucinada, menos intimista que pretendidamente vanguardista, con metáforas
audaces y sorprendentes. "Yo veo dirigirse el viento con propósito seguro/
como una flor que debe perfumar;/ abro el otoño taciturno, visito el lugar de
los naufragios/ en el fondo del cielo de súbito aparecen los pájaros como
letras". Ese Neruda, colaborador de Proa, alcanzará la cúspide de su
poesía no mucho tiempo después con esa concatenación de imágenes alegóricas,
vindicadas por Paul Eluard, donde símbolo y forma se conciben como inseparables
de la intuición artística, logrando su máxima expresión poética.
Borges, entre
tanto, por otro camino, alcanzará también en esa época de juventud, con sus
libros "Fervor de Buenos Aires" y "Luna de enfrente", una
intensidad poética celebrada por maestros de la palabra como Ramón Gómez de la Serna, Francisco Luis
Bernárdez y el ya reconocido joven poeta Pablo Neruda.
Evocaciones de Borges
De regreso en
Buenos Aires, en 1973, tuve el privilegio de colaborar con Borges durante un
largo tiempo, de ser amanuense del poeta ciego. Le conté una mañana aquella
conversación que tuvimos con Neruda, cuando le hice llegar su libro "El
oro de los tigres", y el entusiasmo que le despertó su poesía. "Yo
también lo respeto y lo admiro a Neruda; fue un gran poeta, sobre todo un gran
poeta del amor. Los veinte poemas es una de las obras mayores de todos los
tiempos de la poesía amatoria", me respondió Borges. Refirió después un
episodio que le ocurrió en París poco antes de obtener Neruda el Premio Nobel
de Literatura. Un periodista le preguntó si consideraba justo que se lo
otorgaran a él ese año. Borges respondió que teniendo la lengua castellana dos
poetas como Jorge Guillén y Pablo Neruda, lo correcto era que el Premio Nobel
se lo dieran a uno de ellos. "Neruda fue elegido y yo me puse muy
contento", concluyó Borges. Consideraba también que "era lícito"
que la política fuera uno de sus recursos poéticos. "Si la poesía
prevalece y el comunismo le sirve de estímulo e inspiración, sin convertirse en
algo panfletario, está muy bien." En otra oportunidad, con su humor tan
particular, lo oí responderle a un defensor del verso libre que "si uno no
toma la precaución de ser un Whitman o un Neruda, es preferible escribir
respetando las formas clásicas de la poesía."
Cosas en común
Las
coincidencias literarias entre Neruda y Borges no se limitaban a la entrega de
ambos a la poesía; una larga lista de cosas en común se entrecruzan en las
preferencias de estos dos creadores. En primer término están Shakespeare y
Whitman. Uno de los retratos que acompañó a Neruda durante toda su vida fue la
del vate norteamericano, que se destacaba en su lugar de trabajo. Borges
tradujo "Hojas de hierba" y, aunque poco aficionado a coleccionar
libros, atesoraba en su biblioteca una edición de Whitman, impresa en el siglo
diecinueve, heredada de su padre y que algunas veces mostraba con orgullo. Don
Francisco de Quevedo era considerado por ambos como el gran poeta de la lengua.
"Es el padre de los poetas", le oí decir a Neruda. Y Borges confesaba
que no concebía un solo día de la vida sin pensar en Quevedo. Ambos eran
devotos lectores de la literatura policial y consideraban a Edgar Allan Poe el
creador del género. Chesterton y Conan Doyle figuraban entre sus autores
predilectos. En la década del cincuenta Borges y Bioy Casares crearon la
colección "El séptimo círculo", donde editaron a los principales
autores del género policial. Neruda fue uno de los asiduos lectores de esa
serie. Pero las preferencias comunes no concluyen aquí, ambos frecuentaron
autores clásicos como Homero, Virgilio, Catulo, Dante y tantos otros grandes de
la literatura de todas las épocas.
Varias amigas
en común también los unían. Las hermanas Bombal, en primer término. En una
grabación que aún conservo, Pablo me contó su relación con ellas. María Luisa,
según él, era la más talentosa y extravagante. "Las conocí de muchacho en
Temuco. Solían venir en las vacaciones de verano, escandalizando al pueblo.
Pelo cortado a la garçonne y vestidas a la moda de París." Borges, alguna
vez recordó así su relación con las hermanas Bombal: "Fui muy amigo de
ellas. María Luisa tenía talento literario, era una gran escritora,
injustamente desconocida; "La amortajada" es una breve obra
maestra."
En los años
veinte, los hermanos Borges habían sido también amigos de las hermanas Del
Carril. Norah y Jorge Luis, las recordaban siempre con afecto y en especial
unas vacaciones que habían compartido en las sierras de la provincia de
Córdoba. "Fui más amigo de Adelina, la mujer de Ricardo Güiraldes, que de
Delia, que fue la mujer de Neruda - me dijo Borges- . Delia, antes estuvo
casada con un banquero, Adán Dihel, un personaje bastante extravagante, que
construyó un hotel en Formentor, en las Islas Baleares. Güiraldes viajó algunas
veces allí; yo fui invitado también. Delia quería hacer una comunidad de
artistas; pero después no sé en qué quedó todo eso. Ella se separó de Dihel y
la propiedad creo que se vendió".
Rojas Giménez
Las cartas,
como ya señalamos, no se han conservado. En Chile, Neruda, Rojas Giménez y
Salvador Reyes los interlocutores epistolares de Borges llevaban por esa
época un estilo de vida bohemio, casi sin domicilio fijo, lo que hizo que la
correspondencia se traspapelara o se perdiera definitivamente. "La vida
transcurría por aquellos años de pensión en pensión recordaba Neruda en sus
memorias. Llegado a Santiago tuve que buscar en pleno invierno, dando tumbos
por las calles, un sitio donde alojarme. Lo encontré en una lavandería. En esa
casa y en esa habitación pasé un tiempo; pero todo era transitorio y debí
seguir deambulando por otras pensiones." Borges, en Buenos Aires, jamás
conservó cartas. "Yo nunca tuve agenda ni archivo y mi epistolario fue muy
breve y disparejo y no lo conservo", me confesó una vez. Ese descuido lo
tuvo también con casi todos los originales de sus libros, que fueron olvidados
en los cajones de viejos muebles e irremediablemente se perdieron; los que se
conservan fueron salvados por editores o alguna amiga, alcanzando en nuestros
días una alta cotización en el mercado coleccionista (El manuscrito de El
Aleph, que conservó la escritora Estela Canto, una de sus novias, fue comprado
por la Biblioteca
Nacional de Madrid en casi veinticinco mil dólares, en los
años ochenta).
Pero el amigo
epistolar con el que Borges mantuvo una prolongada relación fue Alberto Rojas
Giménez. "Él fue mi gran amigo chileno. La última carta me llegó una
semana antes de su trágica muerte recordaba Borges. Durante más diez años nos
escribimos al menos una vez al mes. A través de él yo estaba al tanto de lo que
ocurría en la literatura chilena. Qué curioso, nunca llegamos a conocernos
personalmente; los viajes no eran fáciles por esos tiempos. Rojas Giménez
estuvo varias veces a punto de venir a Buenos Aires, y alguna vez yo le prometí
ir a Santiago, pero no era nada fácil cruzar la cordillera entonces."
Alberto Rojas
Giménez falleció en 1934 y sus colaboraciones en Prisma y Proa se remontan a
principios de los años veinte.
Borges siempre
tuvo en su recuerdo el nombre de Alberto Rojas Giménez. "Era un excelente
poeta me dijo en otra oportunidad. Yo publiqué en Proa algunos poemas de
Carta-Océano, antes de que apareciera el libro." Gran memorioso, Borges
recordaba muchos versos de Rojas Giménez: "Adolescencia acodada al marco
de las ventanas./ Comenzó por entonces la canción que hoy continúo./ Era la
vieja historia del arcoiris y la palabra amor"; y el comienzo de otro
poema: "Tu gesto era dulce y triste/ cuando hablabas de tu infancia."
"Mi memoria conserva muchos versos de Rojas Giménez. Cuando viajó a París
escribió unas crónicas muy lindas, que yo hice publicar en Buenos Aires, en la
revista Nosotros; Rojas Giménez era además un excelente prosista." Borges
recordaba los nombres de otros integrantes de la revista Claridad: Romeo Murga,
Armando Ulloa, Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva; con este último
también había mantenido correspondencia. No sabemos si se conservan algunas de
esas cartas.
Fuente : Revista Proa
28 de Septiembre de 2003
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