Carlos Yusti
Jorge Luis Borges, “El perro ciego”, como lo llama con
malignidad el fotógrafo Yuri Valecillo, trató mucho el asunto del doble.
Me interesaba el tema no como un malabarismo intelectual,
sino más bien como un ejercicio sobre lo maravilloso que puede ser la
literatura, sin mencionar que por alguna parte uno tiene su doble. Por ejemplo
muchos de mis amigos (y conocidos) coinciden al encontrarme un leve parecido
con José Ignacio Cabrujas. El escritor y dramaturgo a su vez parecía repetirse
en el actor de teatro, cine y telenovelas Alejo Felipe.
Como es natural estuve hurgando en el desván de mi memoria.
Buscaba algunos escritores entrampados también por el tema del doble. Al
primero que encontré fue a Edgar Allan Poe. Su cuento William Wilson abordaba
el tema de manera tensa y laboriosa. No podía faltar Julio Garmendia y su
relato “El difunto yo”, donde el humor desencuadernado y el absurdo se daban la
mano. Por supuesto fue inevitable no tropezarse con Julio Cortázar y sus
cuentos “Lejana” y “Botella de mar”. También estaba aquella singular anotación
de Nathaniel Hawthorne: “Hacer de la propia imagen en un espejo el tema para un
cuento” y por supuesto tampoco podía quedar al margen Stevenson y su soberbia
narración larga: “El extraño caso del doctor Jekill y Mister Hyde”.
El primer antecedente sobre el tema del doble en Borges se
encuentra en su ensayo “Historia de los ecos de un nombre”, analiza la
respuesta que ofreció Dios a Moisés con respecto a su nombre y que registra el
libro del Exodo. Dios le dice a Moisés: “Soy El que soy”. Borges despliega su
erudición y desgrana citas y algunos ejemplos sobre la peculiar respuesta. Así
en un aparte del texto refiere: “Moisés preguntó al Señor cuál era Su nombre;
no se trataba, lo hemos visto, de una curiosidad de orden filológico, sino de
averiguar quién era Dios, o más precisamente, qué era (En el siglo IX Erígena
escribiría que Dios no sabe quién es ni qué es, porque no es un que ni es un
quien)”.
Más adelante, hace mención de un personaje de Williams
Shakespesare que descubierto en su falsedad queda desnudo. Cita a Swift, quien
ante su degradación física (en sus últimos días estaba sordo, había perdido la
memoria y la locura le jugaba una mala pasada) repetía con vehemencia: “Soy lo
que soy, soy lo que soy”. Por último se saca de la manga de su sabiduría
libresca a Shopenhauer, quien ya al borde de la muerte confesaría a Eduard
Grisebach lo siguiente: “Si a veces me he creído desdichado, ello se debe a una
confusión, a un error. Me he tomado por otro, verbigracia, por un suplente que
no puede llegar a ser titular...”
Juan Nuño postula que no es casual que el tema de la
identidad asume en Borges forma de pesadilla especular. Además, el tratamiento de la identidad y del
doble es para Borges un medio para exorcizar una presencia que parece acosarlo.
Para Borges el tema del doble más que preocupación metafísica, o cierto juego
de espejos literarios, es una paradoja altamente seductora. ¿Cómo será eso de
toparse con su propio yo? ¿Cómo saber cuál exclamará soy el que soy? ¿Quién
escribe y quién sueña?. Luego retomará
el tema de la identidad y del doble desde un punto de vista narrativo y
poético.
Borges trata el tema en un extenso texto en prosa
(¿poética?) titulado “Borges y yo”. En dicho escrito el ciego bibliotecario y
escritor describe ya dos Borges. Cada uno posee características particulares y
bien diferenciadas o como lo escribe algunos de esos dos Borges: “Me gustan los
relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el
sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias,
pero de un modo vanidoso que las convierte en unos atributos de un actor”. El
texto termina de esa forma limpia y exacta que tiene la buena literatura: “Así
mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé
cuál escribe esta página”. Si uno nace con la enciclopedia Británica bajo el
brazo de seguro escribirá frases así, ¿no?.
En el cuento titulado “El otro”, publicado en el “Libro de
arena”, un Borges de más edad se encuentra con otro Borges más joven. Trata de
convencerlo con datos de que son dos Borges distintos, pero a la vez también
son uno. El otro Borges refuta la enumeración de hechos y particularidades
diciendo: “…Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural
que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano”. Ante esto el otro
Borges arguye: “Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos
tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no.
Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos
aceptado el universo…”. El relato prosigue con un diálogo sobre el porvenir del
otro Borges. Termina cuando se despiden y luego el narrador nos da la pista del
enigma: “El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue
así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta
el recuerdo”.
Borges vuelve a retomar el tema del otro en su cuento
titulado “Veinticinco de agosto, 1983”,
publicado en “La memoria de Shakespeare”. Este cuento parece una reescritura,
mejorada y más sutil, del cuento “El otro”, no obstante este cuento atrapa al
lector desde el inicio: “Fui caminando hasta el hotel. Sentí, como otras veces,
la resignación y el alivio que nos infunden lugares muy conocidos. El ancho
portón estaba abierto; la quinta a oscuras. Entré en el vestíbulo, cuyos espejos
pálidos repetían las plantas del salón. Curiosamente el dueño no me reconoció y
me tendió el registro. Tome la pluma que estaba sujeta al pupitre, la mojé en
el tintero de bronce y al inclinarme sobre el libro abierto, ocurrió la primera
sorpresa de las muchas que me depararía esa noche. Mi nombre, Jorge Luis Borges
ya estaba escrito y la tinta, todavía fresca.” El relato se desarrolla de
manera normal. El Borges que llega se apresura en subir a la habitación y se
encuentra con el otro Borges mucho más viejo y que esta a punto de suicidarse.
El cuento concluye con una frase hermosa: “Afuera me esperaban otros sueños”.
Esos textos narrativos sobre el doble más que un juego
fantástico de prestidigitación literaria, fueron un medio para conjurar al otro
Borges. He leído una buena porción de textos sobre los dos Borges bien
diferenciados y delineados en sus actuaciones públicas e intelectuales.
En lo que a mí respecta siempre he tenido predilección por
los dos Borges. O sea, el Borges que escribió algunos textos de gran calidad. Y
que él consideraba trabajados borradores. Esta, claro, el otro Borges, el oral
(al que asocio cuando veo a la
Kodama, sirviéndole de lazarillo en una que otra fotos, vaya
a saber porque motivo con el sexo oral). El impertinente hablador. El
inoportuno conversador. El indiscreto entrevistado que decía sandeces con un
tupé argentino vomitable. El Borges ciego, achacoso y oral que impidió que al
Borges escritor se le otorgara el Nobel.
Hay un escrito antológico de George Steiner, “Los tigres en
el espejo”, en el que describe la cualidad más sobresaliente de este Borges
dividido: “La función liberadora del arte reside en su singular capacidad de
soñar a pesar del mundo, de estructurar mundos de modo diferente. El gran
escritor es anarquista y arquitecto al mismo tiempo. Sus sueños socavan y
vuelven a construir el paisaje chapucero y provisional de la realidad. En 1940,
Borges se dirigió a la cierta sombra de Thomas De Quincey diciéndole:
Teje para baluarte de tu isla
Redes de pesadilla
La propia obra de Borges ha urdida pesadillas en muchas
lenguas, pero mucho más frecuentemente sueños elegantes e ingeniosos. Todos
esos sueños le pertenecen inalienablemente, pero somos nosotros quienes
despertamos de ellos enriquecidos”.
La obra de Borges nos enfrenta a nuestra ignorancia, a
nuestra falta de pasión y a nuestra dejadez mental para urdir pesadillas y
sueños que permitan liberarnos de esta realidad hormonal de cifras, horarios e
índices. El otro Borges, el perro ciego y oral, nos enfrenta a nuestros
prejuicios más íntimos, a nuestras sólidas mentiras que nos hacen vivir y a
nuestros inamovibles dogmas y creencias.
El Destino de un escritor no es la fama, ni la gloria
póstuma, sino escribir libros. Borges escribió algunos de gran calidad y por
eso no dudo en proclamar que el Borges escritor es inocente. Él fue sólo
víctima del otro Borges, de ese actor insufrible que desposó a la Kodama, que se atrevió a
recibir una condecoración de Pinochet y que jamás tuvo medida para pronunciar
las impertinencias más falaces. El otro Borges el que soñaba con bibliotecas
infinitas, laberintos, el que hacía gala de una memoria paquidérmica, el que
fue nombrado inspector de aves de corral, el que vivió con su madre toda la
vida fue un individuo tímido que se dejó ganar por ese Borges extrovertido y
algo gandul sin patria ni ética. Ese Borges recortable y como hecho de
literatura siempre supo de su doble, estuvo obsesionado con su presencia al
punto tal que ya no supo distinguirse entre uno y otro, que no fue capaz de
hacerse uno y que no pudo ahogar con algunas capas de hipocresía intelectual
como han hecho muchos de sus contemporáneos.
La ceguera política y ética de Borges es inexplicable o
puede explicarse por esa excesiva sinceridad de la que hizo gala. Lo cierto es que hay un Borges admirable
cuando escribe y hay otro despreciable que se codea con dictadores, que siente
subrayado desinterés por América Latina y que estuvo siempre dispuesto a
expresar sin cortapisa opiniones bastante alejadas del humanismo. Pero contra él no vale ya venganza alguna o
como Borges escritor lo dijo: “Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el
olvido es la única venganza y el único perdón”.
Fuente : Mecenas
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