Ariel
Bernstein
Un
discurso en Alcalá
Abril de
1980. Jorge Luis Borges camina por la antigua Universidad de Alcalá de Henares.
El rey Juan Carlos de España le entregará el premio Cervantes, distinción que
es considerada como el Nobel de las letras hispánicas. Borges, que pronto
cumplirá 81 años, sube al escenario para dar su discurso. Sabe que entre
quienes lo observan algunos son viejos conocidos. Quizás recuerda también a
quienes no están. El rostro de un lejano y joven amigo de Mallorca, Jacobo
Sureda, el rostro del maestro Cansinos-Assens. Su cuerpo se mueve con lentitud;
ya no tiene aquella adolescente y delgada figura que nadara hábilmente en el
Mediterráneo, ni el que caminara inagotable por las calles recién amanecidas de
Madrid. Su ceguera no le permitirá observar las viejas columnas ni apreciar,
una vez más, Córdoba y Sevilla. Borges pronuncia su discurso y todos callan.
Allí recordará a otro gran amigo español que lo acompañó toda la vida: “Yo
ahora me siento más que justificado, me llega este premio, que lleva el nombre,
el máximo nombre de Miguel de Cervantes, y recuerdo la primera vez que leí el
Quijote, allá por los años 1908 o 1907”. También dirá: “Me conmueve mucho el
hecho de recibir este honor en manos de un rey, ya que un rey, como un poeta,
recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es
decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal…” El destino era el que había
querido unir, ya desde la sangre, a Borges con España.
Aunque
durante años, y hasta no hace mucho, no se había escrito nada al respecto, hoy
quizás sería redundante señalar la influencia española en la obra de Jorge Luis
Borges. Aunque ya en sus genes Borges cargaba con ascendencia española, el
influjo lingüístico sería aún más fuerte, y esto se puede advertir con nitidez
a lo largo de su vida y su obra. La profunda erudición que tenía de la
literatura mundial hizo que Borges absorbiera distintas y variadas fuentes —las
cuales contribuyeron a crear esa obra tan original e innovadora— pero en sus
escritos se perciben claramente los conocimientos que tenía del pensamiento,
los conceptos y el espíritu de la literatura española. Parte de esta influencia
inevitablemente surgirá de las lecturas de su niñez y de los años vividos en
Europa, de su formación en España, cuando comenzaba a transitar su juventud.
De Buenos
Aires a Europa
Borges
nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899. Primer hijo de Leonor Acevedo
Suárez y de Jorge Guillermo Borges (abogado y profesor de psicología e inglés),
ya a los siete años escribía su primera narración infantil. Alguna vez dijo:
“Empecé a escribir a los seis o siete años. Trataba de imitar a los escritores
clásicos españoles, por ejemplo Miguel de Cervantes. Mi primera historia fue
una especie de absurdo a la manera de Cervantes, un antiguo romance titulado La
visera fatal”.
En el año
1914 el padre del adolescente Jorge Luis Borges se jubila a causa de la pérdida
casi total de la vista y decide viajar a Europa con su familia (Leonor, su
esposa, Jorge Luis y Norah, dos años menor que él, y la madre de Leonor), donde
podrá realizar un tratamiento con un famoso oculista ginebrino. Después de una
breve estancia en París y en Londres, y luego de recorrer el norte de Italia,
se instalan en Ginebra, donde Borges cursará el bachillerato y aprenderá
francés y latín, y también alemán de forma autodidacta. Así descubre el
movimiento del expresionismo alemán, que le entusiasmará, y también a los
clásicos franceses e ingleses.
En el año
1918, después de la muerte de la abuela de Borges y al finalizar la primera
guerra mundial, la familia se muda a Lugano, donde viven un año. Cuando la
familia Borges decide que volverán a Buenos Aires retrazan el regreso para
pasar una temporada en España, donde la vida no era cara y se podía vivir con
tranquilidad, dedicados al estudio, la lectura y la escritura. Allí Borges se
reencontraría con su idioma y viviría un auténtico episodio vanguardista.
La vida
en España
Los
Borges llegan a Barcelona a finales de 1918 para, desde su puerto, partir hacia
la isla de Mallorca. No era común en aquellos tiempos que una familia argentina
eligiera España como destino de sus viajes. A pesar de que ya había pasado un
siglo desde la independencia argentina, el país había sufrido un proceso muy
importante de despañolización en busca de una identidad propia y todavía se
presentía una especie de tabú a lo español. Sin embargo, era la época en que
España comenzaba a ser redescubierta por los argentinos.
La
elección de Mallorca se produjo por la belleza y la tranquilidad que la isla
ofrecía (todavía no era la atracción turística que es hoy) y porque se podía
vivir con poco dinero. Deciden vivir en la ciudad de Palma, en el hotel
Continental, hoy desaparecido, sobre la calle San Miguel. En sus salones y
también en el Café de los Artistas, en el centro de Palma, se realizaban las
tertulias literarias en las que Borges participó junto a los jóvenes poetas
baleares. También vivieron en Valldemosa, un pequeño pueblo situado en lo alto
de las colinas, a unos veinte kilómetros de Palma, invitados por la familia
Sureda a su viejo palacio. Allí conocerá a Jacobo Sureda, con quien mantendrá
una gran amistad e intensa correspondencia una vez fuera de Mallorca. Borges
tendrá un recuerdo muy especial de su amigo, que años después, en 1935, moriría
en plena juventud. El descubrimiento de la naturaleza mediterránea, las largas
caminatas por las sierras y el mar, son algunos de los recuerdos del Borges que
pronto cumpliría veinte años.
El año
que pasan en Mallorca —el invierno, la primavera y el verano de 1919— lo
aprovecha su padre para escribir la novela El caudillo, que editará con su
dinero en la isla y que luego regalará a sus amigos porteños. Norah continúa
los estudios de pintura que comenzó de pequeña e incluso realiza algunos
decorados en el hotel Continental. El joven Borges escribe algunos poemas que
formarán el libro Salmos rojos (luego destruido por él). Muchos de esos poemas
se publicarán en las revistas ultraístas de Sevilla y Madrid, entre 1920 y
1922. En Mallorca posiblemente Borges también escribió un artículo de crítica
literaria en francés que se publicó en un periódico ginebrino en 1919.
Al llegar
el otoño los Borges parten hacia Andalucía, donde pasarán una temporada.
Después de visitar Córdoba y Granada se establecen en Sevilla. Los meses que
Borges pasa allí son parte de una etapa fundamental, ya que conocerá a un grupo
de poetas vanguardistas que se hacían llamar Ultraístas, que seguían las
palabras de quien consideraban su maestro, Rafael Cansinos-Assens, que deseaba
que los jóvenes rompieran con los viejos y carcomidos moldes que se continuaban
utilizando en la poesía, y que la literatura española no estuviese, como hasta
entonces, a la zaga de los tiempos. En Sevilla Borges ve la primera publicación
de un poema suyo: se llamaba “Himno al mar” y apareció en la revista Grecia el
31 de diciembre de 1919. El poema, después ignorado por Borges en sus obras
completas, como casi todo lo de aquella época, tenía claras referencias a su
estancia en Mallorca.
En agosto
de 1920 los Borges vuelven a Mallorca. Borges lleva consigo las ideas de sus
compañeros ultraístas, que quieren imponer una nueva poesía española, y el
reconocimiento de ser ya un poeta publicado (a “Himno al mar” se suman
“Trinchera”, “Rusia” e “Insomnio”, también aparecidos en la revista Grecia). En
las tertulias diurnas del Café de los Artistas, en las que participaban muchos
jóvenes poetas, Borges junto al poeta Jacobo Sureda, José Luis Moll (con el
seudónimo de Fortunio Bosanova) y Juan Alomar deciden realizar y firmar un
manifiesto ultraísta, que se publicará meses después en la revista Baleares. De
lo que produce entonces, sus poemas no son siempre totalmente ultraicos (aunque
allí están fuertemente expuestas las metáforas y la prosa) y procura estar
desprovisto de admiración por la velocidad y la técnica. Y esto puede ser un
símbolo para demostrar la ambigüedad de Borges ante el ultraísmo ya desde el
lugar donde se movía en aquellos años, en el centro de la efervescencia del
movimiento. Por un lado estaba el Borges emocionado y fervoroso que asume su condición
de ultraísta, quizás llevado por la pasión literaria que siempre lo dominó.
Pero por momentos aparecía otro Borges, más analítico y estudioso, que
observaba el ambiente que lo rodeaba con ojos críticos. Por las noches, los
mismos poetas se reunían en un lugar menos casto: el burdel llamado Casa Elena,
con el fin de que las conversaciones pudieran continuar hasta la madrugada, sin
inconvenientes con la hora de cierre del lugar o la tolerancia de los
encargados del local. En 1921 Borges escribió una prosa sobre Casa Elena que
fue publicada en la revista Ultra de Madrid donde describe al lugar como “una
atmósfera de espontaneidad, enteramente primitivo, anticristiano, antipagano,
antimaximalista y antipatético”, donde aguardaban “al margen de la media noche
como al margen de un río”.
De
Mallorca Borges recordaría años después:
Mallorca
es un lugar parecido a la felicidad, apto para en él ser dichoso, apto para
escenario de dicha, y yo, como tantos isleños y forasteros, no he poseído casi
nunca el caudal de felicidad que uno debe llevar adentro para sentirse
espectador digno (y no avergonzado) de tanta claridad de belleza. Dos veces he
vivido en Mallorca y mi recuerdo de ella es límpido y quieto: unas tenidas
discutidoras con mis amigos, una caminata madrugadora que empezó en Valldemosa
y se cansó en Palma, una niña rosa y dorada de la que estuve enamorado alguna
vez y a la que no se lo dije nunca, unos días largos remansándome en el cálculo
de las playas. Ahora dejo de escribir y sigo acordándome.
El próximo
destino de la familia Borges será la capital española.
Madrid y
Cansinos-Assens
Cuando
los Borges llegan a Madrid se produce para el escritor uno de los mayores
acontecimientos del viaje: la amistad con Rafael Cansinos-Assens, a quien de
inmediato adoptaría como su maestro. Cansinos-Assens había nacido en Sevilla en
1982 (murió en Madrid en 1964) y era un prolífico escritor que ya para la
década de los veinte había escrito más de cincuenta títulos e innumerables
traducciones y prólogos. Cansinos creía que la literatura era una de las más
complejas y severas disciplinas del espíritu y a ella le dedicó su vida. Borges
recordaría: “Amigos literarios de Andalucía me llevaron a conocerlo. Era un
hombre alto. Lo más notable de Cansinos es que vivía exclusivamente para la
literatura, sin ninguna preocupación por el dinero o la fama. Todavía me
complazco de pensar en mí como su discípulo”. Las tertulias literarias que
presidía Cansinos-Assens se realizaban los sábados en la medianoche, y hasta la
madrugada, en el Café Colonial, y participaban grandes admiradores de las
vanguardias literarias.
En esa
tertulia había veces que superábamos las treinta personas. Cansinos proponía un
tema, que podía ser la metáfora, el verso libre, el lenguaje, el verbo, y luego
discutía o se debatía. Nunca permitió que nadie se refiriera a escritores
contemporáneos de una manera agresiva y exigía, además, que la conversación
mantuviera un elevado nivel. Cansinos era un caballero a quien jamás se lo oyó
hablar mal de nadie.
En la
misma época se desarrollaba otra tertulia importante en Madrid. Era en el Café
de Pombo, y allí Ramón Gómez de la Serna animaba las conversaciones. Borges fue
invitado a participar de ella, pero no le gustó el estilo de Gómez de la Serna,
tan diferente al de Cansinos, y no volvió más. “No me agradó porque Gómez de la
Serna hablaba él solo y lo hacía mal de todo el mundo”. Sin embargo, Borges no
dejó de reconocerlo como un hombre de genio, como lo expresó varias veces. “Era
un gran escritor, dueño de una prosa admirable, un gran artista con sentido
poético de la vida. Yo no dudo que quedará en la historia de las letras. Junto
con Alfonso Reyes ha sido, para mí, uno de los mejores prosistas de la lengua
castellana de todos los tiempos. Creo que pocos han manejado el idioma como
él”. Gómez de la Serna, pocos años después de conocerlo, lo recuerda en un
artículo aparecido en una publicación madrileña que tenía como fin presentar y
criticar el primer libro publicado por Borges a su regreso a Argentina. El
libro era Fervor de Buenos Aires.
La
impresión que he tenido del Borges lejano me revelaba un muchacho pálido de
gran sensibilidad y escondido entre cortinas espesas forradas de raso crema, un
joven medio niño al que nunca se encuentra cuando se lo llama: ¡Jorge…! ¡Jorge…!,
¿pero dónde te has metido? Detrás de las cortinas, desde donde el jovencito
atisbaba las cosas para recordarlas siempre (…) Fervor de Buenos Aires se
titula este libro admirable de Borges. Todo en este libro, escrito cuando el
descendiente y asumidor de todo lo clásico ha bogado por los mares nuevos,
vuelve a ser normativo, y normativo con una dignidad y un aplomo que me han
hecho quitarme el sombrero ante Borges con este saludo hasta los pies. Cuando
Borges tenga ya la casa definitiva en Buenos Aires, llegaré yo a saludar al
gran poeta.
Borges
adoptaría entonces a Cansinos como su más grande maestro (otro de los
seguidores de Cansinos era Guillermo de Torre. Borges lo conoció en Madrid por
aquellos tiempos, y nueve años más tarde este se casaría con su hermana Norah).
Borges también le reconoce genio y la cualidad de ser el mejor lector que llegó
a conocer.
Cansinos
era un lector voraz que leía casi todo el tiempo. Una vez fui a visitarlo y me
llevó a su biblioteca; yo debería decir más bien que toda su casa era una gran
biblioteca. Allí había libros en todos los idiomas del mundo. Como carecía de
dinero para proveerse de estanterías, los libros estaban apilados hasta el
techo, lo cual obligaba a buscar el camino entre aquellas verticales columnas.
Yo sentía la sensación, cuando estaba con Cansinos, que encerraba todo el
pasado de Europa, algo así como el símbolo de toda la cultura Occidental y
Oriental. Cansinos fue también el traductor más fabuloso que yo conocí. Yo le
debo muchas cosas a Cansinos. Entre ellas supo transmitirme su amor a la
literatura, el placer de la conversación literaria. Además estimulaba mis
lecturas. Me consideraba especialmente por el conocimiento que yo tenía de los
clásicos y de la literatura inglesa y escandinava.
La
amistad entre Borges y Cansinos no se rompió nunca. Prueba de ello es la
habitual correspondencia que mantuvieron a lo largo de los años y los
encuentros que se produjeron cada vez que Borges regresó a España. En una
conferencia en la que participaba un Borges ya consagrado, en Sevilla, le
preguntaron sobre sus recuerdos de esa ciudad.
Ante todo
recuerdos de amigos […]. Todos ellos hablaban de Cansinos-Assens como algo
tutelar, algo lejano. Cuando fui a Madrid tuve la suerte de conocer a ese
sevillano tan lejano y tan reverenciado. Yo he conocido a muchos hombres de
talento, pero hombres de genio, no sé, hay dos que yo mencionaría: uno, un
nombre quizás desconocido aquí, el pintor y místico argentino Alejandro Xul
Solar, y el otro, ciertamente, Rafael Cansinos-Assens. Y quizás, pero solo como
maestro oral, Macedonio Fernández. Los demás eran meros hombres de talento. He
conocido muchos, la lista es infinita. Pero hombres que impresionan, así,
inmediatamente, esos tres. Y mi recuerdo de Cansinos es el más antiguo. Yo lo he
recordado en Buenos Aires, y lo he hecho conocer en Buenos Aires. Y me place
recordarlo aquí en Sevilla, en su Sevilla, y en mi Sevilla personal, ya que yo
tengo abuelos de los abuelos de mis abuelos que eran sevillanos. En fin, de
algún modo uno vuelve a Andalucía, es un sentimiento que yo tengo, no el de
descubrir algo distinto sino el de volver.
Borges
escribiría, entre otros textos de homenaje a su maestro, un soneto para
recordarlo. Allí dice entre sus versos: “Bebió, como quien bebe un hondo vino, /
los Salmos y el Cantar de la Escritura, / y sintió que era suya esa dulzura, /
y sintió que era suyo aquel destino”.
Cansinos
también dedicó elogiosas páginas a Borges. Alguna vez describió al joven poeta
que había conocido:
Borges
pasó por entre nosotros como un nuevo Grimm, lleno de serenidad discreta y
sonriente. Fino, ecuánime, con ardor de poeta sofrenado por una venturosa
frigidez intelectual, con una cultura clásica de filósofos griegos y trovadores
orientales que le aficionaban al pasado haciéndole amar calepinos e infolios,
sin menoscabo de las modernas maravillas.
En 1963
Cansinos escribiría en Madrid:
En enero
de 1921 se celebraría un gran acto ultraísta en Madrid, en el amplio salón de
La Parisina, donde los apasionados poetas, según sus propias palabras, lograron
“indignar a los cretinos que nos hacen el honor de no comprendernos” y darle
una sacudida a la estática poesía española del momento. Borges es uno de los
que allí leen algunos versos provocativos. Para el segundo acto ultraísta,
celebrado en el Ateneo de Madrid, Borges ya no estaría debido a su regreso a
Buenos Aires. Antes de partir, Borges le escribe a su amigo Sureda:
¡Hermano!
Zarpo mañana hacia la tierra de los presidentes averiados, de las ciudades
geométricas y de los poetas que no acogieron aún en sus hangares el avión
estrambótico del ultra […]. No dejes de escribirme. Que no se rompa el cable
espiritual entre dos corazones, sobre el Atlántico.
De la
numerosa producción poética juvenil de Borges en sus años ultraístas, es muy
poco lo que se ha salvado. Con excepción de los versos publicados durante esos
años en las revistas españolas, lo demás fue destruido por el autor. Algunos
pocos poemas fueron reelaborados por Borges y utilizados en su primer libro
Fervor de Buenos Aires, como es el caso de “Atardecer”.
En España
escribí dos libros. Uno curiosamente se llamaba (no entiendo por qué) Los
naipes del Tahúr. Eran ensayos literarios y políticos y estaban escritos bajo
la influencia de Pío Baroja. Esos ensayos querían ser amargos e implacables,
pero lo cierto es que eran bien mansos. Yo usaba palabras como “estúpidos”, “embusteros”.
Felizmente no conseguí quien lo editara y sensatamente destruí el manuscrito
cuando llegué a Buenos Aires. El otro libro se titulaba Los salmos rojos o Los
ritmos rojos. Era una colección de unos veinte poemas, escritos en verso libre,
en alabanza a la [idealizada] Revolución rusa de la fraternidad y del
pacifismo. Tres o cuatro de ellos aparecieron en revistas. Este libro lo
destruí en España en vísperas de mi partida.
El
regreso a Buenos Aires
La
familia Borges regresa en 1921 a Buenos Aires, tras siete años y tres meses en
Europa. Un periodo de gran formación para aquel escritor adolescente que
regresa ya con veintiún años cumplidos.
Volvimos
a Buenos Aires a bordo del Reina Victoria Eugenia a fines de marzo de 1921. Me
sorprendió, tras vivir en tantas ciudades europeas, advertir que mi ciudad
natal había crecido y era ya una gran ciudad, casi interminable. Aquello fue
algo más que un retorno, fue un redescubrimiento. La ciudad inspiró los poemas
de mi primer libro que fue publicado, Fervor de Buenos Aires.
Cuando
llega a Buenos Aires Borges aún se apasiona con las formas ultraístas, quizás
con nostalgia de todo lo vivido en España en torno a este movimiento. Entonces
decide organizar un ambiente ultraísta en su país. Así, al poco tiempo de
llegar, junto con un grupo de jóvenes poetas argentinos (su primo, Guillermo
Juan Borges, Eduardo González Lanuza, Norah Lange y Francisco Pilero)
convertidos por Borges al ultraísmo, funda la revista Prisma, título que se
refiere a la estética del ultra. La primera carta que Borges envía a
Cansinos-Assens, a finales de 1921, es para comentarle este hecho.
Admirado
amigo y maestro: Sincrónicamente con esta carta le envío varios ejemplares de
la revista mural Prisma, que hemos creado unos compañeros ultraizantes y yo; y
en la cual, acaso por primera vez, se ofrenda el hallazgo lírico sin propósito
mercantil ni gesto solemne. Ignoro si mi proyecto peca de occidental o de
islámico.
Los
mismos poetas se encargarán de pegar la revista mural por las calles de Buenos
Aires.
Nuestro
pequeño grupo ultraísta estaba ansioso por poseer una revista propia, pero una
verdadera revista era algo que estaba más allá de nuestros medios. Noté cómo se
colocaban anuncios en las paredes de la calle, y se me ocurrió la idea de que
podríamos imprimir una revista mural, que nosotros mismos pegaríamos sobre las
paredes de los edificios, en diferentes partes de la ciudad. Cada número estaba
constituido por una única hoja de tamaño grande y contenía un manifiesto y unos
seis u ocho poemas cortos y lacónicos. Salimos de noche cargados con baldes de
engrudo y escaleras proporcionadas por mi madre y caminamos kilómetros, pegando
las hojas a los largo de Santa Fe, Callao, Entre Ríos y México. La mayor parte
de las hojas eran arrancadas casi inmediatamente por lectores desconcertados,
pero, afortunadamente, Alfredo Bianchi, de Nosotros, vio una de ellas y nos
invitó a publicar una antología ultraísta en su sólida revista.
En los
primeros números de Prisma aparecían colaboraciones de jóvenes poetas españoles,
como Rivas Panedas o Jacobo Sureda. La heredera de Prisma, de la que en su
primer época solo saldrán dos números, será otra revista fundada también por
Borges y sus compañeros: la revista Proa, a la que se suma el escritor
Macedonio Fernández, editada a mediados de 1922 y que obtendrá cierta
repercusión en el ambiente literario argentino. Proa imitaba el formato de la
revista madrileña Ultra y la humildad de la publicación queda manifiesta en sus
escasas seis páginas. Borges recuerda: “Cuando regresé de Europa cargaba con la
bandera del ultraísmo. Algunos historiadores de la literatura aún me
identifican como “el padre” del ultraísmo argentino”.
Segundo
viaje a Europa
A
principios de 1923, Borges junto con su familia debe abandonar una vez más
Buenos Aires, ya que su padre deseaba ser visto por su oculista ginebrino,
quien lo sometería a una operación de cataratas en un quirófano de Zurich.
Borges había escrito, entre 1921 y 1922, los poemas de Fervor de Buenos Aires,
y el volumen debió ser impreso en apenas cinco días, ya que Borges debía
partir. Borges imprimió trescientos ejemplares de forma privada, que era como
se solía publicar en aquellas épocas. La mayoría los regaló, y algunos de los
libros los repartió entre los intelectuales y escritores que formaban parte de
la redacción de la revista Nosotros de Buenos Aires, quienes poco tiempo
después, mientras Borges se encontraba en Europa, escribirían sobre él,
otorgándole a Borges cierta reputación como poeta. Por su parte, en España,
Gómez de la Serna escribiría aquel artículo con grandes elogios para la
flamante obra del escritor argentino.
La nave
que los transporta tiene como destino Inglaterra, y en Londres la familia
realiza un recorrido turístico intenso que incluye los grandes museos y algunos
sitios anteriormente frecuentados por escritores como Chesterton o Bernard
Shaw. Antes de ir a Ginebra también visitarían París.
Al
comienzo de la primavera europea, y después de la operación del padre de
Borges, la familia ya se encuentra instalada en Madrid, en un piso cercano a la
Puerta de Alcalá y del parque de El Retiro. Allí permanecerán durante casi un
año, hasta mediados de 1924. La actividad literaria de Borges será intensa.
Escribe varios poemas y artículos que serán publicados en revistas como la
gallega Alfar o la Revista de Occidente, y vuelve a frecuentar la tertulia de
Cansinos-Assens y a visitar a Gómez de la Serna. También tendrá un cordial
encuentro con el poeta santanderino Gerardo Diego, que en 1922 ya había
publicado su libro de poemas ultraísta Imagen y que era uno de los agitadores
de la vanguardia literaria de aquellos años. Borges y Diego se volverían a
encontrar en Buenos Aires en 1928, como refleja una fotografía tomada en la
redacción del diario porteño El Mundo, donde aparecen junto con otros
escritores y periodistas. El tiempo los puso a cada uno en sus diversos
caminos, hasta que en 1980 se reencontraron para compartir el premio Cervantes.
Desde
Madrid los Borges realizan visitas a Mallorca y Andalucía (en su último libro
de poesía, Los conjurados, de 1985, le dedicaría un bello poema), donde
conservaban buenas amistades.
En ese
segundo viaje a Europa, después de visitar Londres y París, pasamos por
Sevilla, por Granada y por Palma de Mallorca para visitar amigos, y luego nos
instalamos otra vez en Madrid. Durante ocho meses vivimos en una casa cerca de
la puerta de Alcalá, y yo volví a reunirme con las viejas amistades que había
hecho allí. El ambiente literario que había dejado unos años atrás era mucho
más importante, por cuanto las literaturas de vanguardia empezaron a prender en
España. Una vez cumplido el tratamiento que había iniciado mi padre regresamos
a Buenos Aires.
A finales
de 1923 los Borges parten hacia Buenos Aires desde el puerto de Lisboa, ciudad
en la que permanecen un mes intentando rastrear inútilmente a los ancestros que
décadas atrás no habían cruzado el mar.
El fin
del ultraísmo
Cuando
Borges regresa a Argentina publica dos nuevos libros: uno de poemas, Luna de
enfrente, y su primer libro de ensayos, que el autor no incluiría
posteriormente en sus obras completas, Inquisiciones; ambos en el año 1925. “En
Inquisiciones me disfracé de gran escritor clásico español. Era un libro
insoportable y creo que mi impostura lo condujo al merecido fracaso”.
Pocos
años después de su regreso Borges se iría alejando del movimiento ultraísta.
Junto con
un grupo de poetas llegamos a la conclusión de que el ultraísmo español estaba
recargado, a la manera futurista, con la modernidad y sus artefactos. No nos
impresionaban los ferrocarriles, las hélices, los aeroplanos o los ventiladores
eléctricos. Mientras en nuestros manifiestos defendíamos aún la primacía de la
metáfora, la eliminación de transiciones y de adjetivos decorativos, lo que
queríamos escribir era poesía esencial: poesía más allá del aquí y ahora, que
estuviera libre de rasgos locales y de las circunstancias contemporáneas. Todo
esto estaba muy alejado de las tímidas extravagancias de mis tempranos
ejercicios ultraístas.
Borges
quiso en su adultez borrar de su vida cualquier pasado ultraísta. Ni siquiera
los más antiguos recuerdos de sus inicios en el movimiento parecían serles
gratos:
En
Sevilla me vinculé al grupo formado alrededor de Grecia. Los integrantes de ese
grupo, que se llamaban a sí mismos Ultraístas, tenían el propósito de renovar
la literatura, rama de las artes de la cual no sabían nada. Uno de ellos me
dijo cierta vez que todas sus lecturas se reducían a la Biblia, Cervantes,
Darío y un par de libros de Cansinos-Assens. Sorprendió a mi cerebro argentino
descubrir que no conocían lo francés y que para ellos no existía esa cosa
denominada “literatura inglesa”. Llegaron a presentarme a un “valor local”
conocido como “el humanista”, y no demoré en comprobar que su latín era más
exiguo que el mío… Todos ellos eran excelentes personas, pero mediocres
lectores, para no mencionar lo que escribían.
El mismo
desdén con el que Borges recuerda a algunos de sus colegas ultraístas lo
utiliza para recordar al movimiento y a su participación en él.
Yo
escribí en esa época algunos de mis poemas infectados de ultraísmo que ahora me
parecen deplorables […]. Ahora solo puedo lamentar mis primeros excesos
ultraístas. Tras casi medio siglo, todavía me veo tratando de superar ese torpe
periodo de mi vida.
En otra
oportunidad, en los años sesenta, Borges manifestó:
Creo que
lo mejor sería ignorar totalmente el ultraísmo. Una teoría que hoy encuentro
totalmente falsa. Yo creí, o intenté creer en este credo literario. Creo que
este movimiento no tiene ninguna importancia, o lo que es otra forma de decir
lo mismo, que solo es importante para los historiadores de la literatura, lo
que es una manera de ser insignificante.
La
existencia del ultraísmo será breve, entre los años 1919 y 1923
aproximadamente, surgida como consecuencia del vacío en la creación literaria
que sentían los jóvenes poetas. El ultraísmo quizás no llega a ser un
importante capítulo de la historia de la literatura española, sin haber
aportado ninguna obra realmente fundamental, pero sí un paso necesario, entre
otras cosas para airear y despabilar la gris atmósfera literaria de la época.
Distinciones
en España y Europa
Jorge
Luis Borges permanecerá en Argentina durante muchos años. A lo largo de ellos
Borges continuó escribiendo su gran historia literaria, adquiriendo reconocimientos
y distinciones, pero el premio Formentor, que se concedía en Mallorca por el
Congreso Internacional de Editores, fue determinante para que su obra fuese
descubierta internacionalmente. Lo compartió, en 1961, con Samuel Beckett e
inmediatamente su obra comenzó a ser traducida a numerosas lenguas. A partir de
entonces es invitado constantemente por gobiernos como el de Francia e Italia,
por universidades como la de Texas y fundaciones para otorgarle reconocimientos
y condecoraciones.
En 1963
Borges vuelve con su madre a Europa invitado a realizar unas conferencias.
Visita Inglaterra, Francia y Suiza, y en España ofrece varias conferencias en
Madrid. El Instituto de Cultura Hispánica le realiza un homenaje al que
concurren escritores como Vicente Aleixandre (premio Nobel en 1977) o Gerardo
Diego. En ese viaje Borges pide encontrarse con su maestro Rafael
Cansinos-Assens y lo llevan a su casa, donde lo verá por última vez.
Pero la
gran consagración, la mayor distinción, la obtiene al recibir el premio
Cervantes, en 1980. Era la primera vez que el premio se compartía. El poeta
santanderino Gerardo Diego fue el otro distinguido. Seguramente existieron
razones políticas en la decisión de entregar un premio compartido. El jurado
entendía que lo mejor sería no premiar a estos poetas por separado. Algunos
académicos españoles guardaban cierto resentimiento hacia Borges. Probablemente
no conocían de la autodefinida ignorancia política de Borges, y le otorgaban
gran importancia a sus dichos políticos, que a lo largo de su vida fueron
mutando considerablemente. Tal vez deberían haber hecho como el mismísimo
autor y no darle importancia a sus declaraciones políticas, que como él
definió, eran cambiantes y efímeras. Por otra parte, el poeta Gerardo Diego
había estado comprometido con el franquismo (aunque desde una posición de
respeto a los exiliados o a la oposición), y la muerte de Franco aún era muy
reciente (habían pasado solo cinco años). El jurado decidió entonces otorgar el
premio en forma compartida. Más allá de las especulaciones políticas, Borges
obtuvo un gran reconocimiento.
La
caudalosa amistad
Después
de recibir el premio Cervantes, el escritor, junto con María Kodama, compañera
de Borges durante muchos años y con quien el escritor se casó poco antes de su
muerte, visitan varias ciudades españolas, como Palma de Mallorca, Barcelona,
Madrid y Córdoba. María Kodama escribió hace unos años:
Hablar de
la relación entre España y Borges es una compleja tarea y, como todo vínculo
humano, este lazo también está teñido de contradicciones. A lo largo de su
vida, podemos distinguir el trazado de un laberinto hecho de aproximaciones y
de rechazos y que nos ofrece, a pesar de todo, un hilo conductor, su admiración
por Cervantes, Quevedo, Fray Luis, Manuel Machado, autores a los que guardó
fidelidad a través de los años (…). Si pudiera hacerse un balance, a través de
la larga serie de aproximaciones y rechazos que Borges sintió por España a lo
largo de su vida, nos daría la medida de su arraigo a la lengua española y de
la fidelidad que guardó a determinados autores desde su juventud, autores a los
que continuamente releía y a los que rindió honores a través de bellísimos
poemas.
Borges
había dicho: “Creo que España tiene grandes defectos y grandes virtudes. Una
gran virtud de España es que todo se da a lo grande”. Para luego agregar, entre
otras virtudes españolas, “el sentido del honor y el coraje”. Algunos de sus
recuerdos en la Península quedarían eternizados en su poema “España”, escrito
en julio de 1964. Como aquellos versos: “España de los patios, / España de la
piedra piadosa de catedrales y santuarios, / España de la hombría de bien y de
la caudalosa amistad, / España del inútil coraje, / podemos profesar otros
amores, / podemos olvidarte como olvidamos nuestro propio pasado, / porque
inseparablemente estás en nosotros, / en los íntimos hábitos de la sangre, / en
los Acevedo y los Suárez de mi linaje, / España, madre de ríos y de espadas / y
de multiplicadas generaciones, / incesante y fatal”.
En 1983,
en su última visita a España, Borges es invitado a inaugurar y participar en
los cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y recibe la Gran
Cruz de Alfonso X el Sabio. Tres años después moría en Ginebra.
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Fuente: Clarín,
revista de nueva literatura
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