viernes, 19 de octubre de 2018

España en Borges



 Ariel Bernstein

Un discurso en Alcalá

Abril de 1980. Jorge Luis Borges camina por la antigua Universidad de Alcalá de Henares. El rey Juan Carlos de España le entregará el premio Cervantes, distinción que es considerada como el Nobel de las letras hispánicas. Borges, que pronto cumplirá 81 años, sube al escenario para dar su discurso. Sabe que entre quienes lo observan algunos son viejos conocidos. Quizás recuerda también a quienes no están. El rostro de un lejano y joven amigo de Mallorca, Jacobo Sureda, el rostro del maestro Cansinos-Assens. Su cuerpo se mueve con lentitud; ya no tiene aquella adolescente y delgada figura que nadara hábilmente en el Mediterráneo, ni el que caminara inagotable por las calles recién amanecidas de Madrid. Su ceguera no le permitirá observar las viejas columnas ni apreciar, una vez más, Córdoba y Sevilla. Borges pronuncia su discurso y todos callan. Allí recordará a otro gran amigo español que lo acompañó toda la vida: “Yo ahora me siento más que justificado, me llega este premio, que lleva el nombre, el máximo nombre de Miguel de Cervantes, y recuerdo la primera vez que leí el Quijote, allá por los años 1908 o 1907”. También dirá: “Me conmueve mucho el hecho de recibir este honor en manos de un rey, ya que un rey, como un poeta, recibe un destino, acepta un destino y cumple un destino y no lo busca, es decir, se trata de algo fatal, hermosamente fatal…” El destino era el que había querido unir, ya desde la sangre, a Borges con España.

Aunque durante años, y hasta no hace mucho, no se había escrito nada al respecto, hoy quizás sería redundante señalar la influencia española en la obra de Jorge Luis Borges. Aunque ya en sus genes Borges cargaba con ascendencia española, el influjo lingüístico sería aún más fuerte, y esto se puede advertir con nitidez a lo largo de su vida y su obra. La profunda erudición que tenía de la literatura mundial hizo que Borges absorbiera distintas y variadas fuentes —las cuales contribuyeron a crear esa obra tan original e innovadora— pero en sus escritos se perciben claramente los conocimientos que tenía del pensamiento, los conceptos y el espíritu de la literatura española. Parte de esta influencia inevitablemente surgirá de las lecturas de su niñez y de los años vividos en Europa, de su formación en España, cuando comenzaba a transitar su juventud.

De Buenos Aires a Europa

Borges nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899. Primer hijo de Leonor Acevedo Suárez y de Jorge Guillermo Borges (abogado y profesor de psicología e inglés), ya a los siete años escribía su primera narración infantil. Alguna vez dijo: “Empecé a escribir a los seis o siete años. Trataba de imitar a los escritores clásicos españoles, por ejemplo Miguel de Cervantes. Mi primera historia fue una especie de absurdo a la manera de Cervantes, un antiguo romance titulado La visera fatal”.

En el año 1914 el padre del adolescente Jorge Luis Borges se jubila a causa de la pérdida casi total de la vista y decide viajar a Europa con su familia (Leonor, su esposa, Jorge Luis y Norah, dos años menor que él, y la madre de Leonor), donde podrá realizar un tratamiento con un famoso oculista ginebrino. Después de una breve estancia en París y en Londres, y luego de recorrer el norte de Italia, se instalan en Ginebra, donde Borges cursará el bachillerato y aprenderá francés y latín, y también alemán de forma autodidacta. Así descubre el movimiento del expresionismo alemán, que le entusiasmará, y también a los clásicos franceses e ingleses.

En el año 1918, después de la muerte de la abuela de Borges y al finalizar la primera guerra mundial, la familia se muda a Lugano, donde viven un año. Cuando la familia Borges decide que volverán a Buenos Aires retrazan el regreso para pasar una temporada en España, donde la vida no era cara y se podía vivir con tranquilidad, dedicados al estudio, la lectura y la escritura. Allí Borges se reencontraría con su idioma y viviría un auténtico episodio vanguardista.

La vida en España

Los Borges llegan a Barcelona a finales de 1918 para, desde su puerto, partir hacia la isla de Mallorca. No era común en aquellos tiempos que una familia argentina eligiera España como destino de sus viajes. A pesar de que ya había pasado un siglo desde la independencia argentina, el país había sufrido un proceso muy importante de despañolización en busca de una identidad propia y todavía se presentía una especie de tabú a lo español. Sin embargo, era la época en que España comenzaba a ser redescubierta por los argentinos.

La elección de Mallorca se produjo por la belleza y la tranquilidad que la isla ofrecía (todavía no era la atracción turística que es hoy) y porque se podía vivir con poco dinero. Deciden vivir en la ciudad de Palma, en el hotel Continental, hoy desaparecido, sobre la calle San Miguel. En sus salones y también en el Café de los Artistas, en el centro de Palma, se realizaban las tertulias literarias en las que Borges participó junto a los jóvenes poetas baleares. También vivieron en Valldemosa, un pequeño pueblo situado en lo alto de las colinas, a unos veinte kilómetros de Palma, invitados por la familia Sureda a su viejo palacio. Allí conocerá a Jacobo Sureda, con quien mantendrá una gran amistad e intensa correspondencia una vez fuera de Mallorca. Borges tendrá un recuerdo muy especial de su amigo, que años después, en 1935, moriría en plena juventud. El descubrimiento de la naturaleza mediterránea, las largas caminatas por las sierras y el mar, son algunos de los recuerdos del Borges que pronto cumpliría veinte años.

El año que pasan en Mallorca —el invierno, la primavera y el verano de 1919— lo aprovecha su padre para escribir la novela El caudillo, que editará con su dinero en la isla y que luego regalará a sus amigos porteños. Norah continúa los estudios de pintura que comenzó de pequeña e incluso realiza algunos decorados en el hotel Continental. El joven Borges escribe algunos poemas que formarán el libro Salmos rojos (luego destruido por él). Muchos de esos poemas se publicarán en las revistas ultraístas de Sevilla y Madrid, entre 1920 y 1922. En Mallorca posiblemente Borges también escribió un artículo de crítica literaria en francés que se publicó en un periódico ginebrino en 1919.

Al llegar el otoño los Borges parten hacia Andalucía, donde pasarán una temporada. Después de visitar Córdoba y Granada se establecen en Sevilla. Los meses que Borges pasa allí son parte de una etapa fundamental, ya que conocerá a un grupo de poetas vanguardistas que se hacían llamar Ultraístas, que seguían las palabras de quien consideraban su maestro, Rafael Cansinos-Assens, que deseaba que los jóvenes rompieran con los viejos y carcomidos moldes que se continuaban utilizando en la poesía, y que la literatura española no estuviese, como hasta entonces, a la zaga de los tiempos. En Sevilla Borges ve la primera publicación de un poema suyo: se llamaba “Himno al mar” y apareció en la revista Grecia el 31 de diciembre de 1919. El poema, después ignorado por Borges en sus obras completas, como casi todo lo de aquella época, tenía claras referencias a su estancia en Mallorca.

En agosto de 1920 los Borges vuelven a Mallorca. Borges lleva consigo las ideas de sus compañeros ultraístas, que quieren imponer una nueva poesía española, y el reconocimiento de ser ya un poeta publicado (a “Himno al mar” se suman “Trinchera”, “Rusia” e “Insomnio”, también aparecidos en la revista Grecia). En las tertulias diurnas del Café de los Artistas, en las que participaban muchos jóvenes poetas, Borges junto al poeta Jacobo Sureda, José Luis Moll (con el seudónimo de Fortunio Bosanova) y Juan Alomar deciden realizar y firmar un manifiesto ultraísta, que se publicará meses después en la revista Baleares. De lo que produce entonces, sus poemas no son siempre totalmente ultraicos (aunque allí están fuertemente expuestas las metáforas y la prosa) y procura estar desprovisto de admiración por la velocidad y la técnica. Y esto puede ser un símbolo para demostrar la ambigüedad de Borges ante el ultraísmo ya desde el lugar donde se movía en aquellos años, en el centro de la efervescencia del movimiento. Por un lado estaba el Borges emocionado y fervoroso que asume su condición de ultraísta, quizás llevado por la pasión literaria que siempre lo dominó. Pero por momentos aparecía otro Borges, más analítico y estudioso, que observaba el ambiente que lo rodeaba con ojos críticos. Por las noches, los mismos poetas se reunían en un lugar menos casto: el burdel llamado Casa Elena, con el fin de que las conversaciones pudieran continuar hasta la madrugada, sin inconvenientes con la hora de cierre del lugar o la tolerancia de los encargados del local. En 1921 Borges escribió una prosa sobre Casa Elena que fue publicada en la revista Ultra de Madrid donde describe al lugar como “una atmósfera de espontaneidad, enteramente primitivo, anticristiano, antipagano, antimaximalista y antipatético”, donde aguardaban “al margen de la media noche como al margen de un río”.

De Mallorca Borges recordaría años después:

Mallorca es un lugar parecido a la felicidad, apto para en él ser dichoso, apto para escenario de dicha, y yo, como tantos isleños y forasteros, no he poseído casi nunca el caudal de felicidad que uno debe llevar adentro para sentirse espectador digno (y no avergonzado) de tanta claridad de belleza. Dos veces he vivido en Mallorca y mi recuerdo de ella es límpido y quieto: unas tenidas discutidoras con mis amigos, una caminata madrugadora que empezó en Valldemosa y se cansó en Palma, una niña rosa y dorada de la que estuve enamorado alguna vez y a la que no se lo dije nunca, unos días largos remansándome en el cálculo de las playas. Ahora dejo de escribir y sigo acordándome.

El próximo destino de la familia Borges será la capital española.

Madrid y Cansinos-Assens

Cuando los Borges llegan a Madrid se produce para el escritor uno de los mayores acontecimientos del viaje: la amistad con Rafael Cansinos-Assens, a quien de inmediato adoptaría como su maestro. Cansinos-Assens había nacido en Sevilla en 1982 (murió en Madrid en 1964) y era un prolífico escritor que ya para la década de los veinte había escrito más de cincuenta títulos e innumerables traducciones y prólogos. Cansinos creía que la literatura era una de las más complejas y severas disciplinas del espíritu y a ella le dedicó su vida. Borges recordaría: “Amigos literarios de Andalucía me llevaron a conocerlo. Era un hombre alto. Lo más notable de Cansinos es que vivía exclusivamente para la literatura, sin ninguna preocupación por el dinero o la fama. Todavía me complazco de pensar en mí como su discípulo”. Las tertulias literarias que presidía Cansinos-Assens se realizaban los sábados en la medianoche, y hasta la madrugada, en el Café Colonial, y participaban grandes admiradores de las vanguardias literarias.

En esa tertulia había veces que superábamos las treinta personas. Cansinos proponía un tema, que podía ser la metáfora, el verso libre, el lenguaje, el verbo, y luego discutía o se debatía. Nunca permitió que nadie se refiriera a escritores contemporáneos de una manera agresiva y exigía, además, que la conversación mantuviera un elevado nivel. Cansinos era un caballero a quien jamás se lo oyó hablar mal de nadie.

En la misma época se desarrollaba otra tertulia importante en Madrid. Era en el Café de Pombo, y allí Ramón Gómez de la Serna animaba las conversaciones. Borges fue invitado a participar de ella, pero no le gustó el estilo de Gómez de la Serna, tan diferente al de Cansinos, y no volvió más. “No me agradó porque Gómez de la Serna hablaba él solo y lo hacía mal de todo el mundo”. Sin embargo, Borges no dejó de reconocerlo como un hombre de genio, como lo expresó varias veces. “Era un gran escritor, dueño de una prosa admirable, un gran artista con sentido poético de la vida. Yo no dudo que quedará en la historia de las letras. Junto con Alfonso Reyes ha sido, para mí, uno de los mejores prosistas de la lengua castellana de todos los tiempos. Creo que pocos han manejado el idioma como él”. Gómez de la Serna, pocos años después de conocerlo, lo recuerda en un artículo aparecido en una publicación madrileña que tenía como fin presentar y criticar el primer libro publicado por Borges a su regreso a Argentina. El libro era Fervor de Buenos Aires.

La impresión que he tenido del Borges lejano me revelaba un muchacho pálido de gran sensibilidad y escondido entre cortinas espesas forradas de raso crema, un joven medio niño al que nunca se encuentra cuando se lo llama: ¡Jorge…! ¡Jorge…!, ¿pero dónde te has metido? Detrás de las cortinas, desde donde el jovencito atisbaba las cosas para recordarlas siempre (…) Fervor de Buenos Aires se titula este libro admirable de Borges. Todo en este libro, escrito cuando el descendiente y asumidor de todo lo clásico ha bogado por los mares nuevos, vuelve a ser normativo, y normativo con una dignidad y un aplomo que me han hecho quitarme el sombrero ante Borges con este saludo hasta los pies. Cuando Borges tenga ya la casa definitiva en Buenos Aires, llegaré yo a saludar al gran poeta.

Borges adoptaría entonces a Cansinos como su más grande maestro (otro de los seguidores de Cansinos era Guillermo de Torre. Borges lo conoció en Madrid por aquellos tiempos, y nueve años más tarde este se casaría con su hermana Norah). Borges también le reconoce genio y la cualidad de ser el mejor lector que llegó a conocer.

Cansinos era un lector voraz que leía casi todo el tiempo. Una vez fui a visitarlo y me llevó a su biblioteca; yo debería decir más bien que toda su casa era una gran biblioteca. Allí había libros en todos los idiomas del mundo. Como carecía de dinero para proveerse de estanterías, los libros estaban apilados hasta el techo, lo cual obligaba a buscar el camino entre aquellas verticales columnas. Yo sentía la sensación, cuando estaba con Cansinos, que encerraba todo el pasado de Europa, algo así como el símbolo de toda la cultura Occidental y Oriental. Cansinos fue también el traductor más fabuloso que yo conocí. Yo le debo muchas cosas a Cansinos. Entre ellas supo transmitirme su amor a la literatura, el placer de la conversación literaria. Además estimulaba mis lecturas. Me consideraba especialmente por el conocimiento que yo tenía de los clásicos y de la literatura inglesa y escandinava.

La amistad entre Borges y Cansinos no se rompió nunca. Prueba de ello es la habitual correspondencia que mantuvieron a lo largo de los años y los encuentros que se produjeron cada vez que Borges regresó a España. En una conferencia en la que participaba un Borges ya consagrado, en Sevilla, le preguntaron sobre sus recuerdos de esa ciudad.
Ante todo recuerdos de amigos […]. Todos ellos hablaban de Cansinos-Assens como algo tutelar, algo lejano. Cuando fui a Madrid tuve la suerte de conocer a ese sevillano tan lejano y tan reverenciado. Yo he conocido a muchos hombres de talento, pero hombres de genio, no sé, hay dos que yo mencionaría: uno, un nombre quizás desconocido aquí, el pintor y místico argentino Alejandro Xul Solar, y el otro, ciertamente, Rafael Cansinos-Assens. Y quizás, pero solo como maestro oral, Macedonio Fernández. Los demás eran meros hombres de talento. He conocido muchos, la lista es infinita. Pero hombres que impresionan, así, inmediatamente, esos tres. Y mi recuerdo de Cansinos es el más antiguo. Yo lo he recordado en Buenos Aires, y lo he hecho conocer en Buenos Aires. Y me place recordarlo aquí en Sevilla, en su Sevilla, y en mi Sevilla personal, ya que yo tengo abuelos de los abuelos de mis abuelos que eran sevillanos. En fin, de algún modo uno vuelve a Andalucía, es un sentimiento que yo tengo, no el de descubrir algo distinto sino el de volver.
Borges escribiría, entre otros textos de homenaje a su maestro, un soneto para recordarlo. Allí dice entre sus versos: “Bebió, como quien bebe un hondo vino, / los Salmos y el Cantar de la Escritura, / y sintió que era suya esa dulzura, / y sintió que era suyo aquel destino”.
Cansinos también dedicó elogiosas páginas a Borges. Alguna vez describió al joven poeta que había conocido:

Borges pasó por entre nosotros como un nuevo Grimm, lleno de serenidad discreta y sonriente. Fino, ecuánime, con ardor de poeta sofrenado por una venturosa frigidez intelectual, con una cultura clásica de filósofos griegos y trovadores orientales que le aficionaban al pasado haciéndole amar calepinos e infolios, sin menoscabo de las modernas maravillas.

En 1963 Cansinos escribiría en Madrid:

ese gran maestro de la literatura que se llama Jorge Luis Borges, quien me hiciera el grato honor de proclamarse mi discípulo. He rectificado ya públicamente esta atribución excesiva, reduciéndola a las más modestas proporciones de simple orador en el trivium literario que se ofrece al adolescente. Borges era un adolescente cuando compareció ante nuestro círculo del Colonial de Madrid, transformado entonces en laboratorio de las nuevas formas estéticas de los ismos literarios (creacionismo, dadaísmo, que se fusionaron en ese ultraísmo mucho más abierto) que sumergían en las angustias de la elección a los jóvenes poetas, atraídos a su clan por las sirenas del ya viejo arte. Borges optó por lo nuevo, adoptó el ultraísmo y, al regresar a su Argentina, llevó la nueva actitud estética, la definió y la comunicó a otros jóvenes poetas. Gradualmente, en el curso de los años, él creó esta obra que todos admiramos, enorme y delicada (…), donde un hábil genio acaba jugando con las apariencias visibles y las realidades presentidas creando un universo de simples posibilidades. En ese mundo de la paradoja y de la hipótesis, en ese mundo de la ilusión el autor llega hasta los posibles límites del delirio lúcido y se incorpora a la legión de esos visionarios sublimes que se llaman swedenborg, Poe, Maeterlinck, y entra con ellos, ya, en la inmortalidad.

En enero de 1921 se celebraría un gran acto ultraísta en Madrid, en el amplio salón de La Parisina, donde los apasionados poetas, según sus propias palabras, lograron “indignar a los cretinos que nos hacen el honor de no comprendernos” y darle una sacudida a la estática poesía española del momento. Borges es uno de los que allí leen algunos versos provocativos. Para el segundo acto ultraísta, celebrado en el Ateneo de Madrid, Borges ya no estaría debido a su regreso a Buenos Aires. Antes de partir, Borges le escribe a su amigo Sureda:

¡Hermano! Zarpo mañana hacia la tierra de los presidentes averiados, de las ciudades geométricas y de los poetas que no acogieron aún en sus hangares el avión estrambótico del ultra […]. No dejes de escribirme. Que no se rompa el cable espiritual entre dos corazones, sobre el Atlántico.

De la numerosa producción poética juvenil de Borges en sus años ultraístas, es muy poco lo que se ha salvado. Con excepción de los versos publicados durante esos años en las revistas españolas, lo demás fue destruido por el autor. Algunos pocos poemas fueron reelaborados por Borges y utilizados en su primer libro Fervor de Buenos Aires, como es el caso de “Atardecer”.

En España escribí dos libros. Uno curiosamente se llamaba (no entiendo por qué) Los naipes del Tahúr. Eran ensayos literarios y políticos y estaban escritos bajo la influencia de Pío Baroja. Esos ensayos querían ser amargos e implacables, pero lo cierto es que eran bien mansos. Yo usaba palabras como “estúpidos”, “embusteros”. Felizmente no conseguí quien lo editara y sensatamente destruí el manuscrito cuando llegué a Buenos Aires. El otro libro se titulaba Los salmos rojos o Los ritmos rojos. Era una colección de unos veinte poemas, escritos en verso libre, en alabanza a la [idealizada] Revolución rusa de la fraternidad y del pacifismo. Tres o cuatro de ellos aparecieron en revistas. Este libro lo destruí en España en vísperas de mi partida.

El regreso a Buenos Aires

La familia Borges regresa en 1921 a Buenos Aires, tras siete años y tres meses en Europa. Un periodo de gran formación para aquel escritor adolescente que regresa ya con veintiún años cumplidos.

Volvimos a Buenos Aires a bordo del Reina Victoria Eugenia a fines de marzo de 1921. Me sorprendió, tras vivir en tantas ciudades europeas, advertir que mi ciudad natal había crecido y era ya una gran ciudad, casi interminable. Aquello fue algo más que un retorno, fue un redescubrimiento. La ciudad inspiró los poemas de mi primer libro que fue publicado, Fervor de Buenos Aires.

Cuando llega a Buenos Aires Borges aún se apasiona con las formas ultraístas, quizás con nostalgia de todo lo vivido en España en torno a este movimiento. Entonces decide organizar un ambiente ultraísta en su país. Así, al poco tiempo de llegar, junto con un grupo de jóvenes poetas argentinos (su primo, Guillermo Juan Borges, Eduardo González Lanuza, Norah Lange y Francisco Pilero) convertidos por Borges al ultraísmo, funda la revista Prisma, título que se refiere a la estética del ultra. La primera carta que Borges envía a Cansinos-Assens, a finales de 1921, es para comentarle este hecho.

Admirado amigo y maestro: Sincrónicamente con esta carta le envío varios ejemplares de la revista mural Prisma, que hemos creado unos compañeros ultraizantes y yo; y en la cual, acaso por primera vez, se ofrenda el hallazgo lírico sin propósito mercantil ni gesto solemne. Ignoro si mi proyecto peca de occidental o de islámico.

Los mismos poetas se encargarán de pegar la revista mural por las calles de Buenos Aires.

Nuestro pequeño grupo ultraísta estaba ansioso por poseer una revista propia, pero una verdadera revista era algo que estaba más allá de nuestros medios. Noté cómo se colocaban anuncios en las paredes de la calle, y se me ocurrió la idea de que podríamos imprimir una revista mural, que nosotros mismos pegaríamos sobre las paredes de los edificios, en diferentes partes de la ciudad. Cada número estaba constituido por una única hoja de tamaño grande y contenía un manifiesto y unos seis u ocho poemas cortos y lacónicos. Salimos de noche cargados con baldes de engrudo y escaleras proporcionadas por mi madre y caminamos kilómetros, pegando las hojas a los largo de Santa Fe, Callao, Entre Ríos y México. La mayor parte de las hojas eran arrancadas casi inmediatamente por lectores desconcertados, pero, afortunadamente, Alfredo Bianchi, de Nosotros, vio una de ellas y nos invitó a publicar una antología ultraísta en su sólida revista.

En los primeros números de Prisma aparecían colaboraciones de jóvenes poetas españoles, como Rivas Panedas o Jacobo Sureda. La heredera de Prisma, de la que en su primer época solo saldrán dos números, será otra revista fundada también por Borges y sus compañeros: la revista Proa, a la que se suma el escritor Macedonio Fernández, editada a mediados de 1922 y que obtendrá cierta repercusión en el ambiente literario argentino. Proa imitaba el formato de la revista madrileña Ultra y la humildad de la publicación queda manifiesta en sus escasas seis páginas. Borges recuerda: “Cuando regresé de Europa cargaba con la bandera del ultraísmo. Algunos historiadores de la literatura aún me identifican como “el padre” del ultraísmo argentino”.

Segundo viaje a Europa

A principios de 1923, Borges junto con su familia debe abandonar una vez más Buenos Aires, ya que su padre deseaba ser visto por su oculista ginebrino, quien lo sometería a una operación de cataratas en un quirófano de Zurich. Borges había escrito, entre 1921 y 1922, los poemas de Fervor de Buenos Aires, y el volumen debió ser impreso en apenas cinco días, ya que Borges debía partir. Borges imprimió trescientos ejemplares de forma privada, que era como se solía publicar en aquellas épocas. La mayoría los regaló, y algunos de los libros los repartió entre los intelectuales y escritores que formaban parte de la redacción de la revista Nosotros de Buenos Aires, quienes poco tiempo después, mientras Borges se encontraba en Europa, escribirían sobre él, otorgándole a Borges cierta reputación como poeta. Por su parte, en España, Gómez de la Serna escribiría aquel artículo con grandes elogios para la flamante obra del escritor argentino.

La nave que los transporta tiene como destino Inglaterra, y en Londres la familia realiza un recorrido turístico intenso que incluye los grandes museos y algunos sitios anteriormente frecuentados por escritores como Chesterton o Bernard Shaw. Antes de ir a Ginebra también visitarían París.

Al comienzo de la primavera europea, y después de la operación del padre de Borges, la familia ya se encuentra instalada en Madrid, en un piso cercano a la Puerta de Alcalá y del parque de El Retiro. Allí permanecerán durante casi un año, hasta mediados de 1924. La actividad literaria de Borges será intensa. Escribe varios poemas y artículos que serán publicados en revistas como la gallega Alfar o la Revista de Occidente, y vuelve a frecuentar la tertulia de Cansinos-Assens y a visitar a Gómez de la Serna. También tendrá un cordial encuentro con el poeta santanderino Gerardo Diego, que en 1922 ya había publicado su libro de poemas ultraísta Imagen y que era uno de los agitadores de la vanguardia literaria de aquellos años. Borges y Diego se volverían a encontrar en Buenos Aires en 1928, como refleja una fotografía tomada en la redacción del diario porteño El Mundo, donde aparecen junto con otros escritores y periodistas. El tiempo los puso a cada uno en sus diversos caminos, hasta que en 1980 se reencontraron para compartir el premio Cervantes.

Desde Madrid los Borges realizan visitas a Mallorca y Andalucía (en su último libro de poesía, Los conjurados, de 1985, le dedicaría un bello poema), donde conservaban buenas amistades.

En ese segundo viaje a Europa, después de visitar Londres y París, pasamos por Sevilla, por Granada y por Palma de Mallorca para visitar amigos, y luego nos instalamos otra vez en Madrid. Durante ocho meses vivimos en una casa cerca de la puerta de Alcalá, y yo volví a reunirme con las viejas amistades que había hecho allí. El ambiente literario que había dejado unos años atrás era mucho más importante, por cuanto las literaturas de vanguardia empezaron a prender en España. Una vez cumplido el tratamiento que había iniciado mi padre regresamos a Buenos Aires.

A finales de 1923 los Borges parten hacia Buenos Aires desde el puerto de Lisboa, ciudad en la que permanecen un mes intentando rastrear inútilmente a los ancestros que décadas atrás no habían cruzado el mar.

El fin del ultraísmo

Cuando Borges regresa a Argentina publica dos nuevos libros: uno de poemas, Luna de enfrente, y su primer libro de ensayos, que el autor no incluiría posteriormente en sus obras completas, Inquisiciones; ambos en el año 1925. “En Inquisiciones me disfracé de gran escritor clásico español. Era un libro insoportable y creo que mi impostura lo condujo al merecido fracaso”.

Pocos años después de su regreso Borges se iría alejando del movimiento ultraísta.
Junto con un grupo de poetas llegamos a la conclusión de que el ultraísmo español estaba recargado, a la manera futurista, con la modernidad y sus artefactos. No nos impresionaban los ferrocarriles, las hélices, los aeroplanos o los ventiladores eléctricos. Mientras en nuestros manifiestos defendíamos aún la primacía de la metáfora, la eliminación de transiciones y de adjetivos decorativos, lo que queríamos escribir era poesía esencial: poesía más allá del aquí y ahora, que estuviera libre de rasgos locales y de las circunstancias contemporáneas. Todo esto estaba muy alejado de las tímidas extravagancias de mis tempranos ejercicios ultraístas.

Borges quiso en su adultez borrar de su vida cualquier pasado ultraísta. Ni siquiera los más antiguos recuerdos de sus inicios en el movimiento parecían serles gratos:

En Sevilla me vinculé al grupo formado alrededor de Grecia. Los integrantes de ese grupo, que se llamaban a sí mismos Ultraístas, tenían el propósito de renovar la literatura, rama de las artes de la cual no sabían nada. Uno de ellos me dijo cierta vez que todas sus lecturas se reducían a la Biblia, Cervantes, Darío y un par de libros de Cansinos-Assens. Sorprendió a mi cerebro argentino descubrir que no conocían lo francés y que para ellos no existía esa cosa denominada “literatura inglesa”. Llegaron a presentarme a un “valor local” conocido como “el humanista”, y no demoré en comprobar que su latín era más exiguo que el mío… Todos ellos eran excelentes personas, pero mediocres lectores, para no mencionar lo que escribían.

El mismo desdén con el que Borges recuerda a algunos de sus colegas ultraístas lo utiliza para recordar al movimiento y a su participación en él.

Yo escribí en esa época algunos de mis poemas infectados de ultraísmo que ahora me parecen deplorables […]. Ahora solo puedo lamentar mis primeros excesos ultraístas. Tras casi medio siglo, todavía me veo tratando de superar ese torpe periodo de mi vida.

En otra oportunidad, en los años sesenta, Borges manifestó:

Creo que lo mejor sería ignorar totalmente el ultraísmo. Una teoría que hoy encuentro totalmente falsa. Yo creí, o intenté creer en este credo literario. Creo que este movimiento no tiene ninguna importancia, o lo que es otra forma de decir lo mismo, que solo es importante para los historiadores de la literatura, lo que es una manera de ser insignificante.


La existencia del ultraísmo será breve, entre los años 1919 y 1923 aproximadamente, surgida como consecuencia del vacío en la creación literaria que sentían los jóvenes poetas. El ultraísmo quizás no llega a ser un importante capítulo de la historia de la literatura española, sin haber aportado ninguna obra realmente fundamental, pero sí un paso necesario, entre otras cosas para airear y despabilar la gris atmósfera literaria de la época.

Distinciones en España y Europa

Jorge Luis Borges permanecerá en Argentina durante muchos años. A lo largo de ellos Borges continuó escribiendo su gran historia literaria, adquiriendo reconocimientos y distinciones, pero el premio Formentor, que se concedía en Mallorca por el Congreso Internacional de Editores, fue determinante para que su obra fuese descubierta internacionalmente. Lo compartió, en 1961, con Samuel Beckett e inmediatamente su obra comenzó a ser traducida a numerosas lenguas. A partir de entonces es invitado constantemente por gobiernos como el de Francia e Italia, por universidades como la de Texas y fundaciones para otorgarle reconocimientos y condecoraciones.

En 1963 Borges vuelve con su madre a Europa invitado a realizar unas conferencias. Visita Inglaterra, Francia y Suiza, y en España ofrece varias conferencias en Madrid. El Instituto de Cultura Hispánica le realiza un homenaje al que concurren escritores como Vicente Aleixandre (premio Nobel en 1977) o Gerardo Diego. En ese viaje Borges pide encontrarse con su maestro Rafael Cansinos-Assens y lo llevan a su casa, donde lo verá por última vez.

Pero la gran consagración, la mayor distinción, la obtiene al recibir el premio Cervantes, en 1980. Era la primera vez que el premio se compartía. El poeta santanderino Gerardo Diego fue el otro distinguido. Seguramente existieron razones políticas en la decisión de entregar un premio compartido. El jurado entendía que lo mejor sería no premiar a estos poetas por separado. Algunos académicos españoles guardaban cierto resentimiento hacia Borges. Probablemente no conocían de la autodefinida ignorancia política de Borges, y le otorgaban gran importancia a sus dichos políticos, que a lo largo de su vida fueron mutando considerablemente. Tal vez deberían haber ­hecho como el mismísimo autor y no darle importancia a sus declaraciones políticas, que como él definió, eran cambiantes y efímeras. Por otra parte, el poeta Gerardo Diego había estado comprometido con el franquismo (aunque desde una posición de respeto a los exiliados o a la oposición), y la muerte de Franco aún era muy reciente (habían pasado solo cinco años). El jurado decidió entonces otorgar el premio en forma compartida. Más allá de las especulaciones políticas, Borges obtuvo un gran reconocimiento.

La caudalosa amistad

Después de recibir el premio Cervantes, el escritor, junto con María Kodama, compañera de Borges durante muchos años y con quien el escritor se casó poco antes de su muerte, visitan varias ciudades españolas, como Palma de Mallorca, Barcelona, Madrid y Córdoba. María Kodama escribió hace unos años:

Hablar de la relación entre España y Borges es una compleja tarea y, como todo vínculo humano, este lazo también está teñido de contradicciones. A lo largo de su vida, podemos distinguir el trazado de un laberinto hecho de aproximaciones y de rechazos y que nos ofrece, a pesar de todo, un hilo conductor, su admiración por Cervantes, Quevedo, Fray Luis, Manuel Machado, autores a los que guardó fidelidad a través de los años (…). Si pudiera hacerse un balance, a través de la larga serie de aproximaciones y rechazos que Borges sintió por España a lo largo de su vida, nos daría la medida de su arraigo a la lengua española y de la fidelidad que guardó a determinados autores desde su juventud, autores a los que continuamente releía y a los que rindió honores a través de bellísimos poemas.

Borges había dicho: “Creo que España tiene grandes defectos y grandes virtudes. Una gran virtud de España es que todo se da a lo grande”. Para luego agregar, entre otras virtudes españolas, “el sentido del honor y el coraje”. Algunos de sus recuerdos en la Península quedarían eternizados en su poema “España”, escrito en julio de 1964. Como aquellos versos: “España de los patios, / España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios, / España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad, / España del inútil coraje, / podemos profesar otros amores, / podemos olvidarte como olvidamos nuestro propio pasado, / porque inseparablemente estás en nosotros, / en los íntimos hábitos de la sangre, / en los Acevedo y los Suárez de mi linaje, / España, madre de ríos y de espadas / y de multiplicadas generaciones, / incesante y fatal”.

En 1983, en su última visita a España, Borges es invitado a inaugurar y participar en los cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y recibe la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio. Tres años después moría en Ginebra.

BIBLIOGRAFÍA

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Fuente: Clarín, revista de nueva literatura

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