Lo malo de
encontrarse con los personajes es que ellos nunca se encuentran con uno
El "último delicado" salió de Palacio y de
inmediato empezó a disfrutar la ciudad vieja de Bogotá, uno de los principales
sitios turísticos de la metrópli que todavía carece de metro.
Borges lo veía todo con el resto de los sentidos después de
que Dios tuvo la magnífica ironía de depararle al mismo tiempo "los libros
y la noche".
A lo mejor bromeaba para sus adentros con la sonrisa de
quien se jactaba más de lo leído que de lo escrito: para lo que hay que ver
—pensaría- con la ceguera basta.
Viendo a Borges por primera y última vez me curé del deseo
de que se me aparecieran Dios o la
Virgen, dos de las ficciones de mi niñez.
Se supone que como reportero tenía qué preguntarle algo,
pues para eso me pagaban. Pero me pareció falta de consideración distraerlo
mientras disfrutaba del misterio del sector.
Años después de "mi" encuentro con Borges lamento
no haberle dicho: Maestro, usted es una de sus ficciones, usted no existe, está
rezado, ¿verdad? O: ¿Por qué nunca habla de García Márquez o ya leyó siquiera
20 de los cien años de soledad, siguiendo una de sus bromas?
Lo malo de encontrarse con los personajes es que ellos nunca
se encuentran con uno. Pero nadie me quita lo bailao: conocí a Borges.
Lo seguí en su periplo por el barrio donde nació un colega
suyo poeta, José Asunción Silva, quien se suicidó disparándose un nocturno en
el corazón. Me habría gustado meterle la mano al bolsillo y robarle algún
futuro verso. U otro ya escrito. O uno de sus cuentos, algún ensayo, el bastón,
su memoria.
Sus pasos lo llevaron hasta la sede del Instituto Caro y
Cuervo, la institución que vela por la pureza del idioma. Lo esperaba el
director, Ignacio Chaves, quien hace tiempos goza de Borges.
Si antes había envidiado a Turbay, ahora envidiaba a Chaves
quien le narraba al visitante la vieja casona con pelos, señales y fantasmas.
El agua de la alberca se encargaba de ponerle música de cámara a la crónica del
anfitrión.
Me pareció haberle oído murmurar a Borges — tenía "voz
de sombra", como Malena, la del tango de Manzi- que esa casa repetía otra
que había "visto" en una remota ciudad, que ese ambiente no le era
extraño. Espero no calumniarlo si digo que mencionó a Granada en ese "contexto".
Al "argentino más citado" lo esperaba un salón
atestado de perplejos. Don Jorge despachaba sonriente toda suerte
interrogantes. Este "reportero" volvió a callar como un eterno
principiante.
No se me ocurrió nada. Ni siquiera le pregunté por "un
tal Acevedo Bandeiras", Juan Dalhmann, su Martín Fierro, por qué amó tanto
a Stevensen, por qué seguía soltero, cómo le parecía el Dios de Spinoza, si era
ateo, por qué rezaba el rosario.
También pude haberle preguntado por algún compadrito que
después se volvió tango en la voz de Edmundo Ribero que admiraba. No pregunté
nada, pero el mundo se podía acabar ya. Regresaba a casa siendo un Borges más
rico.
Una versión de este artículo se publicó en la edición
impresa de La Opinión
del día 8/31/2014 con el título "Borges pasó por aquí"
Fuente La Opinión
– Bogota - 31/08/2014
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