Escena de la
mitología vikinga
¿Qué es Poesía? Cuántas veces se ha definido como sinónimo
de magia, misterio, encantamiento. Si Pitágoras estableció el par de opuestos
limitado-ilimitado; y el mismo Anaximandro, otro de los llamados filósofos
presocráticos, enseña que el apeiron (lo indefinido, lo ilimitado) es principio
(arkhé), causa, fin e indefinible esencia, bien podríamos afirmar que si lo
limitado y racional es lo prosaico, su opuesto, lo poético, sería lo
maravilloso, lo admirable, el milagro por tanto, el mundo de la imaginación que
sostiene y da sentido a lo que llamamos “realidad”, lo prosaico y
cotidiano.
La sabiduría tolteca de Castaneda llama tonal a lo prosaico
y nahual a lo poético y mágico. La poesía nos arrancaría de un mundo estático,
sin sentido, donde todo tiene un valor relativo, más o menos gris; y nos
llevaría, en la magia de sus versos donde todo en la naturaleza está
entrelazado; a un reino en que la metáfora, la alegoría –y no sólo ellas, sino
todas las llamadas figuras del lenguaje y el pensamiento- son reales y tienen
vida propia. Un mundo en que cada acontecimiento en la naturaleza es símbolo de
una verdad inefable. La poesía es “creación” (poiesis), cristalización alquímica
de verdades que imperiosamente quieren expresarse y el poeta es el medium de
esta voluntad que hace nacer desde el misterio estas flores de la vida interna
que son los poemas. En la poesía las asociaciones de imágenes, de símbolos y de
palabras evocan siempre en su musicalidad, ritmo y significado como un rocío
del cielo, un alma escondida que llega así hasta nuestra razón.
El escritor argentino
Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges incluye un artículo en su Historia de la Eternidad dedicado a las
kenningar o “menciones enigmáticas de la poesía de Islandia. Cundieron hacia el
año 100: tiempo en que los thulir o rapsodas repetidores anónimos fueron
desposeídos por los escaldos, poetas de intención personal.” Borges explica que
se trata de perífrasis metafóricas, asociaciones de imágenes donde, por
ejemplo, la “tempestad de las espadas” nombra a la batalla y la “pradera de la
gaviota” al mar. La mayor parte de ellas es tan artificiosa que pierde a veces
su encanto, sobre todo al traducirlas a lenguas como el español o el portugués.
Pero es necesario reconocer –y admirar- la belleza de las imágenes y
profundidad de significados en algunas de ellas. No son muy diferentes –sigo a
Borges- a las perífrasis que abundan en la “literatura arcaica” ya sea en la Ilíada o en el Beowulf.
Destaquemos algunas de estas “flores retóricas” que agitan vivamente nuestra
imaginación:
La nave vikinga es llamada “halcón de la ribera” o “caballo
que corre por los arrecifes”, o “el lobo de las mareas”
Los escudos son “la luna de los piratas” y sus lanzas
“serpientes”. La “Voluntad de los Hierros” es la “Voluntad de los Dioses”.
Un pueblo tan guerrero como el que concibió estas metáforas
considera la batalla como “la asamblea y la tempestad de las espadas”, el
“vuelo y la canción de las lanzas”, la “fiesta de los vikingos”, la “lluvia de
los escudos rojos”. Y también como “el encuentro de las fuentes” porque es en
la batalla, enfrentando la muerte y saliendo del miedo que nos aprisiona como
volvemos a “las fuentes”, a la raíz de nosotros mismos, al mundo mágico y
misterioso en que los dioses gestan al mundo, éste que el filósofo Heráclito
llamó “de la armonía de los opuestos”, la “tensión entre el arco y la cuerda”
el silencio y tensión interior en que nace todo aquello que es válido y creativo,
poético, por tanto. Lo prosaico es por el contrario, la repetición ineficaz, la
falta de conciencia, el miedo e inercia, que se manifiestan como “paz y
comodidad a cualquier precio”.
La batalla es también llamada “fiesta de las águilas” por el
misterioso vínculo entre el valor y la voluntad, que rigen la batalla; y el
águila, eterno símbolo del espíritu universal. El Águila simboliza el poder del
espíritu sobre la materia, poder que la ordena y dignifica y que los romanos
llamaron “imperium”, mando o fuerza que da y mantiene la unidad del conjunto y
que podemos asociarlo tanto a la voluntad como a la ley. Ya en textos
medievales, por ejemplo en las hagiografías del 800 d. C., Dios es la “alegría
de los guerreros” y en la
Balada de Brunnanburth, del 900, la batalla es el “crujido de
las banderas” y el “encuentro de los hombres”.
Estos kenningar llaman a la cabeza “castillo” del cuerpo,
aunque quizás la palabra más exacta sea fortaleza en las alturas; tal y como
Platón la llama también “la
Acrópolis del cuerpo humano”, pues es ahí donde se toman las
decisiones y se dan las directrices de acción.
La espada es el “dragón”, el “pez de la batalla” el “remo de
la sangre”, la “vara de la ira”, “el lobo de las heridas” y el “hielo de la
pelea”, asociaciones sugerentes y muy vivaces todas ellas. Kenningar de gran
semejanza a las de Beowulf, donde se llama a la espada “la luz de la batalla” y
el “compañero de la pelea”.
El pecho es la “casa del aliento” y “la nave del corazón”,
el viento es el “hermano del fuego” y el “lobo de los cordajes”, imagen de gran
belleza.
Analicemos los significados simbólicos y aún esotéricos de
algunas de ellas:
La plata es llamada “el rocío de la balanza”, y recordemos
la relación que la filosofía hermética establecía entre la plata, la luna, la
balanza y el discernimiento. La luna es llamada la hija de Saturno y rige el
equilibrio entre lo material y lo espiritual, así como en la astronomía ptolemaica
la órbita lunar era el umbral, la balanza que separaba los orbes celestes de
los cuatro elementos (tierra, aire agua y fuego), el llamado mundo sublunar
donde los seres nacen, viven, mueren y se corrompen. Para la alquimia la plata
es formada en las entrañas de la tierra debida a los invisibles efluvios de la
luna.
La lengua es “la espada de la boca”, por su capacidad de
inspirar, guiar y también destruir, imagen poética usada también por
Shakespeare y un hecho comprobado de psicología humana. Pero también es “el
remo de la boca” pues del mismo modo que los remos permiten que la nave avance
en medio de las aguas, la lengua, metonimia de la “voz humana” permite, según
la sabiduría hermética egipcia, “crear” y “avanzar” en lo invisible, y conducir
la nave de nuestra existencia en medio de las aguas de la vida.
El rey es “el señor de los anillos” porque une lealtades
simbolizadas en la magia de estos mismos anillos: que por no tener principio ni
fin representan la esencia de las cosas. El anillo, en la antigüedad era
símbolo de poder (de poder, más que de estatus), del don de gobierno, y el rey
era, por tanto, “el señor de los anillos”. Es con este sentido que se le llama,
también, “el distribuidor de riquezas” o, más genuinamente kshatriya, el que “distribuye
espadas”.
Uno de los más bellos kenningar, de los más imbuidos en la
magia y el misterio, es el que llama al Sol, “el herrero de las canciones”.
Pues el Sol es la “fragua” donde surge, impetuosamente, toda la “música de la
naturaleza”. Y si entendemos -como un buen poeta haría- las “canciones” como
los “arquetipos” que rigen el Anima Mundi; es, según Platón el Sol Inteligible,
Alma del Sol o Logos quien las da vida y las forja. El Alma del Sol es la Idea del Bien, fuente y raíz
de todas las demás Ideas divinas. Del mismo modo Apolo (el “sin polos”, la Unidad ) es el que conduce a
las Musas (Apolo Musageta), y es por tanto, la clave de la armonía de nuestro
Cosmos. El Sol es también quien rige el movimiento de los planetas, que en el
ritmo de sus circunvoluciones “cantan” lo que la filosofía pitagórica llamó
“música de las esferas”.
También en la
India védica, el dios Vishvakarman es el “herrero o
carpintero divino” que forja las armas mágicas de los Dioses, el Logos que da
su Alma y Esplendor al Sol y a toda la Naturaleza , el Yo Universal (Atman) con el que se
identifica el yogui en sus místicas meditaciones, la Gran Víctima que da
vida y música a la naturaleza con su sacrificio. Y, por tanto, “el herrero de
las canciones”.
José Carlos Fernández
Fuente : José Carlos Fernández.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario