“No sé qué runas habrá marcado el hierro en la piedra”, le
hace decir Jorge Luis Borges al mercenario Hengist Cyning, en referencia al
epitafio que hizo inscribir en su tumba un rey. Lo mismo podría decir el
escritor respecto de las frases en anglosajón y escandinavo antiguo que María
Kodama mandó a tallar en su lápida para expresar su amor por él, y el de él por
estas lenguas.
La lápida de la tumba de Jorge Luis Borges en el cementerio
Plain Palais de Ginebra (que María Kodama diseñó y mandó a tallar al escultor
argentino Eduardo Longato) tiene una inscripción en anglosajón en el frente y
otra en escandinavo antiguo en la cara posterior (esta última, extraída de la
“Volsunga saga”, escrita en el siglo XIII y que el padre del escritor le
regalara traducida en 1910 (su primer contacto con la literatura germánica
medieval)).
A fines de la década del veinte, principios de la del
treinta, Borges se abocó al estudio de las kenningar (metáforas) sajonas y
escandinavas, atraído por la extraña tendencia de quienes las escribieron “de
usar en lo posible metáforas en vez de sustantivos sencillos, y que esas
metáforas fueran al mismo tiempo tradicionales y arbitrarias.(…) Las sajonas no
son particularmente ingeniosas: llamar a un barco “padrillo del mar” y al mar
abierto “el camino de la ballena” no es una gran proeza. Pero los escandinavos
dieron un paso más y llamaron al mar “el camino del padrillo del mar”. Entonces
lo que originariamente era una imagen se convirtió en una laboriosa ecuación”.
Cuando la ceguera progresiva que aquejaba al escritor desde
su nacimiento le impidió continuar leyendo y escribiendo, se dijo: “Debo crear
el futuro, lo que sucede al mundo visible que, de hecho, he perdido. Recordé
unos libros que estaban en casa. Eran el Anglo-Saxon Reader de Sweet y la Crónica anglosajona
(escritos en inglés antiguo). Los dos tenían glosario”. Una mañana se reunió en
su despacho de director de la Biblioteca Nacional con algunas alumnas de su
cátedra de literatura inglesa e iniciaron la lectura del segundo de esos
libros. Allí encontraron una frase y dos palabras (Romeburg por Roma y Mar de
los Vándalos por el mar Mediterráneo) que le despertaron el amor por ese idioma
A través de la lectura, aquellas voces (aquella lengua),
disecadas en el silencio de las páginas, volvieron a hablar. Eran las mismas
voces, la misma lengua que habían hablado muchos de sus antepasados (“Es
probable que sea una superstición romántica –se sincera Borges-, pero el hecho
de que los Haslam (Frances Haslam era el nombre de su abuela materna inglesa)
vivieran en Northumbria y Mercia me liga a un pasado sajón y quizá danés”).
Georgie y sus alumnas continuaron leyendo. Ante sus ojos se
sucedieron textos en prosa escritos por reyes, guerreros y sacerdotes (que
tenían algo extraordinariamente ingenuo) y poemas épicos; todos en un inglés
puramente germánico (salvo algunas pocas palabras latinas) que al principio le
parecía formas torpes del inglés o del alemán, pero que después terminó
sintiendo como propio. El paso al estudio del escandinavo antiguo (la misma
lengua que se habla actualmente en Islandia) se dio, seguramente –además de por
su estrecha vinculación idiomática con el anglosajón-, por la atracción que
ejercía en Borges la mayor riqueza de la literatura escandinava.
“Pensemos en países pobres como los escandinavos –nos
propone el escritor– y pensemos que gente de esos países descubrió América,
llegó a Bizancio, fundó reinos en Inglaterra, en Irlanda, en Normandía y
escribió en Islandia una gran literatura. Es decir, la cultura germánica llegó
a su culminación en Islandia y produjo una literatura muy rica. En las sagas
uno encuentra todo lo que se encuentra en la novela actual y dicho de un modo
más reticente, más pudoroso y eficaz”.
“Mis incursiones en el inglés antiguo han sido absolutamente
personales –concluye Georgie-, y han dejado rastros en algunos de mis poemas.
Cierta vez un colega de la
Universidad me llamó aparte y me dijo preocupado: ´¿Qué
significa eso de publicar un poema titulado “Al iniciar el estudio de la
gramática anglosajona”?`. Traté de hacerle entender que el anglosajón es para
mí una experiencia tan íntima como mirar una puesta de sol o enamorarse”.
Fuente : Alfil
Luis E. Altamira
luisaltamira@hotmail.com
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