Alejandro Michelena
Resulta fácil vincular al escritor argentino Jorge Luís
Borges con su compatriota, el poeta Evaristo Carriego, quien le cantó a la
sencilla vida suburbana de Buenos Aires y preludió tantas letras de tango. Esto
es así, no sólo porque el autor de Fervor de Buenos Aires publicara en 1930 un
libro titulado significativamente Evaristo Carriego, sino por todas las pistas
que ha dejado sobre la relación del autor de La canción del barrio con su
familia, y acerca del conocimiento personal que tuvieron, efectivo aunque
lejano por la diferencia generacional.
Si bien Evaristo Carriego había nacido en la provincia de
Entre Ríos, desde los cuatro años habitó en Palermo, zona tradicional porteña
que era –en la segunda mitad del siglo XIX– una imprecisa frontera entre la
ciudad que comenzaba su crecimiento y las áreas rurales. A través de su vida
fue un testigo privilegiado de las transformaciones de esa barriada de las orillas,
cuyas tristezas y melancolías supo plasmar en sus versos melancólicos. Carriego
fue el cronista más cabal de los tipos humanos de ese "margen" donde
se mezclaba gente recién llegada del campo con inmigrantes que acababan de
bajar de los barcos. En tal crisol se fueron templando en definitiva los
habitantes de Buenos Aires. Pero Carriego, poeta al fin, no se limitó a la mera
crónica; hizo mucho más: creó las bases del mito del suburbio.
Jorge Luis Borges convivió, como la cosa más natural, con
ese entorno social palermitano, donde los duelos criollos eran cosa de todas
las noches. Por cierto que el mundo de ese niño sensible tenía un centro de
atracción mucho más potente: la biblioteca familiar, los mundos extraordinarios
que se abrían más allá de las páginas de los libros. Pero las circunstancias de
ese "borde" de la ciudad donde habitaba, ubicado entre lo rural y lo
urbano, no le fueron indiferentes, y así lo prueba el espíritu de sus primeros
libros.
En ese marco, la figura algo inclinada y siempre vestida de
negro de Carriego llegando hasta su casa, fue para él una imagen familiar. Tuvo
el privilegio de frecuentar a quien había dado voz y vida artística a ese
suburbio, y a personajes como la costurerita que dio el mal paso, el ciego
inconsolable, los cuchilleros legendarios, las callecitas y su misterio.
Carriego era el auténtico poeta, el recreador prodigioso de ese universo que al
mismo tiempo fascinaba y le resultaba tan lejano al pequeño Jorge Luis.
A la luz de esa experiencia de juventud, no resulta
caprichosa la ubicación intelectual que hará más adelante de Evaristo Carriego
–en el libro ya mencionado– colocándolo como precursor de su propio camino en
la literatura. Los que desconfían de tal postura, los que la consideran
–apenas– un mero accionar táctico para desmarcarse de las estéticas vigentes en
ese momento, en particular de los rescoldos del modernismo, quizá no llegaron a
entender el proyecto estético del primer Borges, el de Luna de enfrente y
Fervor de Buenos Aires.
Esto lo supo ver muy bien la crítica Beatriz Sarlo en su
libro sobre Borges, donde hace un agudo análisis de los diversos significantes
del término "orilla" con relación al autor de El hombre de la esquina
rosada.
GARDEL SE ACERCA A LA
MESA DEL SUBURBIO
Hay que ubicar también a Carlos Gardel en esa metafórica
mesa del suburbio. El Mago vivió su niñez y adolescencia en la zona del Mercado
del Abasto, inmerso en ese mundo que Carriego estaba recreando en la poesía, el
mismo que más tarde Borges transmutaría en la más válida mitología fundacional
de Buenos Aires y en arquetipo universal.
Si bien los textos de Carriego no se prestaron directamente
para ser cantados, muchos tangos de la primera época del dúo Gardel-Razzano
guardan su aire inconfundible. Aunque en realidad, en el repertorio gardeliano
hay apenas dos tangos que nombran a Evaristo Carriego: "Quién tuviera
dieciocho años", y "Trovas".
Y a Borges con Gardel, ¿es posible relacionarlos? Sus
infancias transcurrieron en zonas orilleras, aunque en clases sociales
diferentes. El primero fue espectador precoz del mundo que supo retratar tan
bien Carriego, pero no participante, salvo –años más tarde– en la dimensión del
arte.
Se ha afirmado que a Borges no le gustaba el tango, y sí,
mucho, la milonga. Y esto es verdad. Pero con una precisión: apreciaba algunos
tangos, todos de la guardia vieja, como "La Morocha", "La Tablada", "El
Choclo", "El Marne". A Borges le gustaba oír a los buenos
guitarreros con su rasgueo de aires de milonga. Y Gardel se apoyó ampliamente
en la guitarra como acompañamiento en los primeros tramos de su trayectoria.
Entonces: el sonar de la guitarra criolla, tan especial, triste y alegre a un
tiempo, simple y complejo, siempre bordeando honduras sin caer en ellas, es un
elemento artístico que hermana al cantor y al escritor.
Pero Borges, al igual que antes lo había hecho Carriego,
rechazó la impronta melodramática que adquirieran las letras de tango desde el
comienzo, desde la propia "Mi noche triste", de Pascual Contursi, que
inauguró el ciclo del tango cantado. Hombre de gustos austeros en materia
musical, iba a seguir prefiriendo la milonga al tango, y la primera etapa del
ritmo ciudadano a lo que vino después. En su libro Evaristo Carriego escribió
lo siguiente al respecto: "El tango está en el tiempo, en los desaires y
contrariedades del tiempo; el chacaneo aparente de la milonga ya es
eternidad."
Ha habido opiniones nada positivas de Borges relacionadas
con Gardel. Sin embargo, en entrevista que le hizo Antonio Carrizo para la
televisión argentina en 1981, llegó a aceptar que Gardel "sigue cantando
en la memoria de los hombres"; y ante el desconcierto de Carrizo frente a
esa respuesta –convencido el periodista del rechazo que el autor de Ficciones
tenía por el gran cantor– Borges se preocupó de aclararle que sí, que se
trataba de un elogio. Dijo después: "Más allá de mi opinión personal, el
hecho que Gardel siga cantando en la memoria de los hombres no es poca cosa.
¿Cuántos lo han logrado de esa manera, y a tantos años de la muerte?"
Pero lo más asombroso es otra frase borgeana en relación con
el Morocho del Abasto, que suena inusualmente entusiasta: "Era tan
perfecto que a menudo dejaba deslizar algún error para no parecer
extraordinario". Esta opinión borgeana apareció en el libro Borges: de la A a la Z, de Ediciones Siruela. Fue
corroborada como auténtica por el gran amigo del autor, Adolfo Bioy Casares, en
diálogo con el escritor uruguayo Enrique Estrázulas.
UNA HISTORIA DE"ORILLEROS"
Y volviendo al lúcido análisis de la relación de Jorge Luis
Borges con las "orillas" que ha hecho Beatriz Sarlo: tal reflexión
tiene más de un significante. Las "orillas" de Buenos Aires, aquel
Palermo en el cual el escritor transcurrió sus primeros años. Pero además el
microcosmos recreado en sus primeros libros, marginal –en las
"orillas"– como temática, sólo abordada antes justamente por Evaristo
Carriego. Pero también, y en toda su obra, Borges seguirá siendo un
"orillero": en lo estilístico y formal, amalgamando géneros
literarios; en lo temático, abordando temas no usuales en la literatura
argentina; en lo conceptual, alimentándose de fuentes intelectuales no
previsibles, y estableciendo su propio canon de fervores literarios en las
"orillas" de la tradición más prestigiosa de la cultura occidental.
Carriego, desde muy pequeño, se impregnó de los aires
suburbanos. Y habitó en las orillas palermitanas hasta su muerte. Como poeta,
es un romántico tardío con ingredientes de realismo coloquial, muy poco
vinculable con su estricta generación –la del 900– deslumbrada por el
modernismo que Rubén Darío estaba diseminando por todo el continente. La
agudeza de sus retratos de personajes, de sus cuadros de costumbres, de sus
fragmentos líricos de vidas, está bastante lejos de lo característico entonces
en la poesía argentina. Y el asunto de sus poemas era algo novedoso, como
reciente era entonces el fenómeno de esos barrios nuevos que comenzaban a
desarrollarse en el tejido urbano.
Fue Evaristo Carriego un orillero cabal. Porque vivió en ese
barrio de las orillas de Buenos Aires llamado Palermo, y porque se preocupó de
conocer y frecuentar a verdaderos personajes de la orilla –cuchilleros
notorios– que formaban parte de ese mundo que tanto lo atraía y que iba a
reflejar en su obra. Porque escribió desde las "orillas": estilísticas
y temáticas, a contrapelo tanto de lo establecido como de lo renovador de su
época.
Y si observamos ahora a Carlos Gardel, a la luz de esta
reflexión, comprobamos que en su condición existencial y arquetípica es un
verdadero prototipo del suburbio. Su propio origen, polémico para muchos,
brumoso para otros tantos, está marcando un destino nada convencional,
marginal, de la "orilla" existencial. Pero a diferencia de Borges y
Carriego –por razones sociales, contempladores más que participantes del espectáculo
del suburbio– el joven Carlitos fue un protagonista activo de esa vida
orillera.
El artista cachorro fue haciendo su educación sentimental en
medio del clima humano del Mercado del Abasto. Fue uno más en esa multitud
variopinta que hormigueaba en torno a la inmensa usina alimenticia de la gran
ciudad. Pero gracias a su genio –a través del cultivado arte de una voz
prodigiosa– llevaría por el mundo el imaginario y los sueños de todos esos
habitantes de las orillas con los que conviviera, y a los que nunca olvidó por
otra parte.
Pero también en cuanto artista, se da en Gardel –como lo
acabamos de ver en Borges y Carriego– esa vocación por los márgenes, por las
"orillas" estilísticas, por la originalidad que es en definitiva una
forma de soledad. Gardel inauguró el tango-canción, su voz colmó toda una
época, y fue tan elocuente y tan perfecta que también cerró –con su muerte– un
ciclo insuperado. Los cantores que vinieron después, valiosos y estimables
muchos, no pudieron medirse con esa voz sin parangón naciendo una y otra vez de
los viejos discos. Surgiendo, con idéntica vitalidad, de los CD y DVD actuales.
Fuente : La Jornada Semanal
No hay comentarios:
Publicar un comentario