Por: Juan Valdano
Recuerdo que una noche de 1977, siendo yo estudiante de la Complutense en Madrid,
Jorge Luís Borges confesó que tanto Miguel de Cervantes como don Quijote “eran
sus amigos personales”. Cuando lo escuché decir eso (porque lo dijo
públicamente, frente a las cámaras de la televisión) me pregunte: ¿qué era lo
que a Borges le acercaba a esos dos personajes? Probablemente, me dije, aquello
que los tres tienen en común: el hecho de que cada uno de ellos, a su manera,
guardaba algo (o mucho) de Alonso Quijano, aquel pacífico manchego, buen
labriego y mejor lector y a quien sus vecinos lo conocían como “el bueno”. Del agrio don Francisco de Quevedo
dijo, en cambio, que si bien lo conocía y admiraba, sin embargo, “nadie se
siente amigo de él.”
Hay vidas que, entre ellas, se parecen y la de Borges no
estuvo distante de la de ese hidalgo llamado Alonso Quijano y soñado por
Cervantes y de quien se cuenta que se pasaba “de claro en claro” y “de turbio
en turbio” sin alzar cabeza, leyendo en su biblioteca. Una misma pasión les
consumió a ambos: la lectura; pues tanto el manchego como el argentino
imaginaron el mundo a partir de la literatura. Con una sustancial diferencia,
mientras Quijano, se revistió de don Quijote y salió de su biblioteca para
enfrentarse al mundo que él imaginaba tal como lo representaban los libros,
Borges, en cambio, nunca salió de ella.
En 1985, en Buenos Aires, en una entrevista con Oswaldo
Ferrari, Borges, ya anciano, recuerda su infancia y declara: “tengo la
impresión de no haber salido nunca de la biblioteca, íntimamente yo estoy en la
biblioteca de mi padre... Ahora, a mí me ocurre algo raro con la memoria y es
que yo tiendo a recordar lo leído y a olvidar lo que me ha sucedido... Si yo
pienso en el pasado, pienso sobre todo en los libros que he leído”. Su vida, a la larga, se volvió una cita entre
memoriosa y erudita de lo vivido a través de los libros; un recuerdo entre
comillas de todo lo leído ya que en Borges (como en don Quijote) lo leído se
convierte en lo vivido; el tormento de Funes, ese personaje suyo y quizás su
alter-ego.
Borges, mientras más se asemeja al Alonso Quijano, lector,
más se aleja del Quijote, aventurero.
Nunca abandonó la biblioteca, más bien, imaginó el mundo a semejanza de
ella. “El universo que otros llaman la Biblioteca...” y en cuyos laberínticos pasillos
los hombres deambulan la vida entera en busca de ese libro de lomos circulares,
el de los místicos, “ese libro cíclico
de Dios”.
Fuente : ElTiempo
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