Jimena Silva
Cubillos
Casi 10 años le tomó al coleccionista de arte y editor de
libros italiano Franco María Ricci realizar uno de sus más ambiciosos
proyectos: un laberinto vegetal de ocho hectáreas. Ubicado en Fontanellato,
cerca de Parma, en el norte de Italia, es reflejo de su admiración por el
escritor argentino Jorge Luis Borges.
Franco María Ricci dejó todo para trabajar por concretar un
sueño. Un día hace diez años este coleccionista, bibliófilo, editor de arte y
diseñador nacido en Parma renunció a su empleo, vendió la editorial FMR y
anunció que se dedicaría a cultivar su jardín. Sus conocidos nunca imaginaron
que se refería a un laberinto.
El Laberinto de la Masone -como ha sido bautizado- es un
parque cultural concebido para atraer al público a conocer su fundación;
iniciativa que se traduce en un museo donde se exhibe una colección de más de
500 piezas entre pinturas, esculturas y objetos de arte que datan de los siglos
XVI al XX, una biblioteca especializada en tipografía y diseño gráfico con
15.000 volúmenes, y espacios para eventos y exposiciones temporales. Los
edificios fueron proyectados por Pier Carlo Bontempi, a base de ladrillos,
mientras que la geometría del parque es obra de Davide Dutto. El conjunto fue
pensado para relajarse, disfrutar y admirar la belleza, pero también busca ser
un aporte al valle del Po, región geográfica del norte de Italia a la que
pertenece.
-Para las construcciones recurrí a un arquitecto local,
famoso por su gusto y perspectiva neoclásica. Y empecé a trabajar la parte
botánica con el arquitecto Dutto porque me propuso un interesante proyecto
editorial: utilizar un nuevo software para reconstruir la isla de Citera, el
lugar descrito en el más preciado de los libros impresos, "El Sueño de
Polífilo", publicado en 1499 por Aldus Manutius -explica Ricci, quien
asoció esas imágenes con un laberinto porque siempre le han fascinado:
"Junto a los jardines, se encuentran entre las invenciones más antiguas de
la humanidad. Es una creación del poder y una fuente de confusión; reflejan nuestra
experiencia perpleja de la realidad".
El proyecto del laberinto también tuvo su origen en una
promesa que Franco María Ricci le hizo, en 1977, a su amigo, el célebre
escritor argentino Jorge Luis Borges, que siempre estuvo fascinado por su
simbología como una metáfora de la condición humana. Para definir su trazado,
se inspiraron en un patrón de laberinto romano -tienen ángulos rectos y se
dividen en cuadrantes-, aunque tampoco presenta un diseño común porque incluye
algunas "trampas por aquí y por allá" (uniones y callejones sin
salida). Su perímetro recrea una estrella con ocho puntas, constituida por
cuadrados vegetales que se interconectan y encierran. Al centro, alberga uno de
los edificios principales, y este a su vez rodea un patio. En ese sector también
hay una capilla católica en forma de pirámide, en conmemoración de la antigua
relación entre los laberintos y la fe.
La estructura -que se extiende sobre una superficie de ocho
hectáreas y contiene tres kilómetros de recorridos- está hecha de distintas
variedades de bambú. Escogieron esta planta porque además de ser fácil de
cultivar, muy bonita y de crecimiento rápido, no pierde todas sus hojas en el
invierno, no se ve afectada por enfermedades y purifica el aire del dióxido de
carbono.
-Mi pasión por el bambú -esa planta elegante, que rara vez
se utiliza en el oeste, especialmente en Italia, donde a menudo es confundida
con cañas- me dio el material para el proyecto -afirma Franco María Ricci. En
total, usaron sobre 200.000 matas, principalmente de tres especies, cuyas
alturas varían entre 30 cm y 15 metros.
Pensado como propuesta cultural de ensueño, casi
surrealista, donde pasear y reflexionar, el Laberinto de la Masone recién abrió
a público hace poco más de un mes. "El propósito de esta creación es ser
el instrumento para un viaje de nuestra mente; la expresión práctica de
perdernos nosotros mismos, sin ansiedad, con el fin de encontrarnos de
nuevo".
Fuente : El Mercurio
- Chile - sábado,
18 de julio de 2015
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