lunes, 2 de julio de 2018

'La Divina Comedia', de Dante Alighieri, en 'El Aleph', de Jorge Luis Borges




 
La trama

Borges, a la vez autor, narrador y protagonista del cuento, se presenta como un escritor enamorado platónicamente de Beatriz, una joven ya fallecida que nunca le correspondió.

Una vez al año, en un ritual casi sagrado, el protagonista visita la casa de la difunta, donde vive Carlos Argentino Daneri, primo hermano de Beatriz, un aspirante a escritor famoso, mediocre, irritante, presuntuoso y recargado en sus formas, que rivaliza con Borges tanto en el terreno literario como en el sentimental.

Un buen día, una desesperada llamada telefónica de Daneri sorprende a Borges; la casa iba a ser demolida. La preocupación de Daneri no era tanto por la desaparición de la vivienda como por la pérdida de un increíble objeto que se encontraba en el sótano, un Aleph que había descubierto de niño.

Es así como el genio de Borges enfrenta al lector con la imposible visión del infinito, materializada en un minúsculo Big Bang, una diminuta esfera donde confluyen todos los espacios, todos los tiempos, todas las cosas, todas las posibilidades y todos los puntos de vista de todo lo habido y por haber. Una idea tan compleja que no puede ser abarcada por la razón, porque sobrepasa sus límites. Lo interminable, el infinito, el universo, la eternidad... conceptos que chocan con las limitaciones del hombre mortal. Casi al final del libro, Borges define al Aleph:

« […] la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Su aplicación al disco de mi historia no parece casual. Para la Cábala, esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura divinidad; también se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el símbolo de los números transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes» (2001:70).


Las cuestiones filosóficas de La Divina Comedia en El Aleph

Para entender la nada azarosa composición de la estructura de El Aleph y de sus personajes, es menester saber que, en 1937, Borges tendría su primer contacto con La Divina Comedia de Dante Alighieri. Sería a bordo del tranvía que lo llevaría a su trabajo de bibliotecario en el barrio bonaerense de Almagro. Borges confesaría en su Siete noches:

«El azar (salvo que no hay azar, salvo que lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad) me hizo encontrar tres pequeños volúmenes en la Librería Mitchell, hoy desaparecida, que me trae tantos recuerdos. Esos tres volúmenes (yo debería haber traído uno como talismán, ahora) eran los tomos del Infierno, del Purgatorio y del Paraíso, vertidos al inglés por Carlyle» (1989:208).

El escritor quedaría tan fascinado ante el genio de Dante Alighieri, que este último se convertiría en su maestro y musa. Su escritura a partir de entonces, al igual que lo hiciera aquella del poeta medieval setecientos años antes, trataría cuestiones de tintes tan filosóficos como la comunicación, la belleza y el existencialismo. Borges admiraría los versos dantianos porque, entre otras cosas, su significado iría mucho más allá de la mera literalidad. Las copiosas metáforas dantianas empleadas para relatar sucesos cotidianos y resaltar las limitaciones del hombre despertarían su fascinación. Dichas falencias humanas serían plasmadas en El Aleph: «La verdad no penetra en un entendimiento rebelde» (2001:63), explica Borges. En el caso de Dante, este hace siempre referencia a la geometría euclídea con el fin de poner de manifiesto la incapacidad de la mente humana para comprender cuestiones metafísicas y teoremas demostrables tan simples como el de que todo triángulo es rectángulo si está inscrito en una semicircunferencia:  

«Non ò parlato sì che tu non pòsse / Ben vedér ch’ei fu re, che chièse senno / Acciò che re sufficiènte fosse; / Non per sapér lo numero in che ènno / Li motor’ di quassù, o se necèsse / Con contingènte mai necèsse fenno; / Non, si èst dare primum mòtum èsse, / O se del mèzzo cerchio far si puòte / Triangol si ch’un rètto non avesse» (1896:319).

Sería la impecable arquitectura poético-narrativa de Dante la que cambiaría el curso de la obra de un joven Borges que hasta ese momento habría despreciado el género narrativo. Nacería así, un autor reflexivo, intimista, de lectura más alegórico-moral que literal. Y sería en El Aleph donde se haría evidente que esa pérdida de ingenuidad se debería al hecho de haber quedado atrapado en las reflexiones filosóficas dantianas. Descubriría, de la mano del autor florentino, la narrativa de múltiples interpretaciones, caja de pandora susceptible de ser disfrutada de manera distinta con cada nueva lectura, desde la superficial y cristalina, pero no menos bella, hasta la más profunda y enrevesada; adecuada tanto para neófitos literarios como para eruditos. A partir de ese momento y hasta el fin de sus días, Borges se debatiría entre la necesidad de la lectura ingenua por el placer de leer y la necesidad de escudriñar hasta el último recoveco literario:

«Quiero solamente insistir sobre el hecho de que nadie tiene derecho a privarse de esa felicidad, la Commedia, de leerla de un modo ingenuo. Después vendrán los comentarios, el deseo de saber qué significa cada alusión mitológica, ver cómo Dante tomó un gran verso de Virgilio y acaso lo mejoró traduciéndolo. Al principio debemos leer el libro con fe de niño, abandonarnos a él; después nos acompañara hasta el fin. A mí me ha acompaöado durante tantos años, y sé que apenas lo abra mañana encontraré cosas que no he encontrado hasta ahora. Sé que ese libro irá más allá de mi vigilia y de nuestras vigilias» (1989:220).             

Ambas facetas, la de lector ingenuo y la de lector estudioso, se reflejarían a todas luces en cada uno de sus libros posteriores, pero sería El Aleph el que se convertiría en paradigma universal de la interpretación de múltiples lecturas.

Los conceptos de visión y sueño, reiterados a lo largo de toda La Divina Comedia, dejarían en Borges una huella perenne que señalaría su obra venidera: «Tanto èra pièn di sonno in su quel punto / Che la verace via abbandonai» (1896:1). «Ce sont, chez Dante, des formes de son rêve naissant, à peine détachées de celui qui les rêve» (1987:89). En la representación de los sueños descubriría, gracias a Dante, tres lecturas posibles: una psicológica, una literaria y una filosófica. Borges suscribiría así la concepción onírica dantiana, sosteniendo que los sueños tienen parte de vigilia pero, sobre todo, que toda vigilia es un sueño. En cuanto al arte de hacer verosímil lo imposible si, en su periplo por el infierno, el purgatorio y el paraíso, Dante habla con lo muertos, Borges también sabría narrar lo fantástico con maestría, emulando al escritor florentino en el empleo de imágenes oníricas y visiones.

Borges descubriría en La Divina Comedia el recurso de autor-protagonista y transportaría dicho patrón a su El Aleph; solo que él escogería únicamente un narrador en primera persona, mientras que el italiano lo haría en primera y también en tercera persona a través de la figura de Virgilio. La tríada Dante-autor, Dante-narrador y Dante-personaje permitiría al florentino desdoblarse o aunarse a conveniencia del flujo narrativo para poder indagar más profundamente en el alma humana, estrategia que retomaría Borges en su El Aleph: «Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges». Gracias a la combinación de esta mise en abyme con la alusión a personajes históricos como Homero, Hesíodo, Paul Fort, Carlo Goldoni y Michael Drayton, Borges consigue difuminar el límite entre lo real y lo ficticio, al igual que lo hiciera Dante escogiendo, como personajes de Comedia, a ilustres personajes coetáneos. El marco espacio-temporal escogido por Borges para su El Aleph también se corresponde a la época en que está escrito. Concretamente, transcurre en el Buenos Aires que va de 1929 a 1943.

En cuanto a los rasgos de La Divina Comedia con los que Borges no comulgó, se encuentran dos elementos clave: la renuncia a la belleza visual -aunque sí manteniendo la belleza de los versos- en favor de imágenes grotescas por el mero afán de la alegorización: «Le désir ardent de créer des allégories amène Dante à des inventions d'une beauté contestable» (1987:97); y el problema de la doctrina teológica que redime o condena al ser humano según este sea creyente o no. Borges no cree en Dios, a diferencia de la concepción dantiana: «La notion panthéiste d'un Dieu qui est aussi l'univers, d'un Dieu qui est chacune de ses créatures, est peut-être une hérésie et une erreur si ous l'apliquons à la realité» (1987:31).


Los personajes de La Divina Comedia en El Aleph

En el Canto Cuarto de La Divina Comedia, Dante se encuentra con las almas de ilustres pensadores de la antigüedad: «Mi fur mostrati gli spiriti magni» (1896:16) que están en el infierno porque las olvida Beatriz -«Elles sont en Enfer car Béatrice les oublie» (1987:89).- Beatriz Portinari y Beatriz Elena Viterbo comparten muchos más rasgos, aparte de su nombre de pila. Cada una es descrita en las obras por sendos protagonistas como: hermosa, fría, orgullosa, generosa, instructora, de carácter, de origen italiano, musa y amor platónico del protagonista, la una casada y la otra que «siempre se había distraído con Álvaro» (2001:60), poeta primo segundo de Borges en la vida real -«[…] vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino» (2001:68)-.

Ambas fallecidas a causa de una terrible enfermedad en la flor de la juventud, la una por la peste negra y la otra por un cáncer en el pecho: «Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía […] vi un cáncer en el pecho» (2001:51,67).

Las dos se presentan como redentoras de los protagonistas, a quienes nunca amaron con un amor romántico, pero sí con un amor caritativo. Al ver que, tras sus defunciones, los protagonistas vagan sin rumbo, la una hace descender a Dante a los infiernos para enseñarle el mundo de los muertos  «Io son Beatrice che ti faccio andare» (1896:6), mientras que la otra hace bajar a Borges al sótano de su casa para mostrarle la eternidad: «Baja; muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz» (2001:64). Hasta el momento de la revelación, los dos protagonistas se muestran escépticos por naturaleza. Además de exhortarlos a una redención individual, ambas los guían hacia una posibilidad de redención colectiva, incitándolos a un proyecto de sociedad en armonía.

Dante descubre, mirando en los ojos de su Beatriz, las mismas respuestas que Borges encuentra en su Aleph con forma de globo ocular. Al principio de El Paraíso, Beatriz está mirando de frente al muy cercano y flamante sol: «Quando Beatrice in sul sinistro fianco / Vidi rivòlta, a riguardar nel sole […] Beatrice tutta nell’etèrne ruòte / Fissa con gli occhi stava” (1896:270), imagen visual que retomaría Borges al describir el fulgor enceguecedor de su Aleph:

« […] el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos […] una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor, [de tan sólo dos o tres centímetros de diámetro, que encerraba todo el espacio cósmico, todas las cosas, vistas desde todos los puntos, de forma simultánea pero sin interponerse, [...] ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo» (2001:62).

Ambos submundos ponen de manifiesto que, solo quien haya sido capaz de zanjar las limitaciones humanas de percepción encontrará respuestas. En ambas obras se consigue que el lector reflexione sobre «l'état des âmes apreès la mort et, allégoriquement, l'homme qui, par ses merites ou ses demerites, s'attire les peines ou les recompenses divines» (1987:29). Suspiros de duelo convierten tanto al noble castillo dantiano como a la casa de la calle Garay borgiana en lugares espantosos. Clara imagen acústica de la desesperanza de los finados pensadores de la antigüedad «A Dio spiacènti ed a’ nemici sui» (1896:10) y del desconsolado Borges:

«[…] comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero no yo, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza pero también sin humillación» (2001:51-52).  

Beatriz Viterbo es prima del antagonista de Borges, Carlos Argentino Daneri, apellido compuesto por una apócope de Dante y una aféresis de Alighieri. Al igual que Dante, Daneri también es de origen italiano: «A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él» (2001:53). Daneri representa a un poeta mediocre al que Borges observa desde la soberbia y el desdén:

«Otras muchas estrofas me leyó […] Nada memorable había en ellas; ni siquiera las juzgué mucho peores que la anterior. En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar […] La dicción oral de Daneri era extravagante; su torpeza métrica le vedó, salvo contadas veces transmitir esa extravagancia al poema. Una sola vez en mi vida he tenido ocasión de examinar los quince mil dodecasilabos del Polyolbion, esa epopeya topográfica en la que Michael Drayton registró la fauna, la flora, la hidrografía, la orografia, la historia militar y monástica de Inglaterra; estoy seguro de que ese producto considerable pero limitado es enos tedioso que la vasta empresa congénere de Carlos Argentino […] Y qué me dices de ese hallazgo, blanquiceleste? El pintoresco neologismo sugiere el cielo, que es un factor importantísimo del paisaje australiano. Sin esa evocación resultarían demasiado sombríos los tintes del boceto y el lector se vería compelido a cerrar el volumen, herida en lo más íntimo del alma de incurable y negra melancolía» (2001:56-58).

El extravagante escritor consigue dejar al descubierto la vulnerabilidad de Borges cuando le muestra el Aleph que ha tenido escondido en el sótano durante toda su vida. La posdata deja entrever el resentimiento del autor por habérsele negado el Nobel de Literatura en varias ocasiones:

«Posdata del primero de marzo de 1943. A los seis meses de la demolición del inmueble de la calle Garay, la Editorial Procusto no se dejó arredrar por la longitud del considerable poema y lanzó al mercado una selección de «trozos argentinos»». Huelga repetir lo ocurrido; Carlos Argentino Daneri recibió el Segundo Premio Nacional de Literatura. El primero fue otorgado al doctor Aita; el tercero, al doctor Mario Bonfanti; increíblemente, mi obra Los naipes del tahúr no logró un solo voto. ¡Una vez más, triunfaron la incomprensión y la envidia! Hace ya mucho tiempo que no consigo ver a Daneri; los diarios dicen que pronto nos dará otro volumen. Su afortunada pluma (no entorpecida ya por el Aleph) se ha consagrado a versificar los epítomes del doctor Acevedo Díaz» (2001:69-70). 

Borges elogia en Siete noches la concisa definición de los personajes de Dante y la capacidad de recoger sus vidas en un segundo, en un sueño:

«Una novela contemporánea requiere quinientas o seiscientas páginas para hacernos conocer a alguien, si es que lo conocemos. A Dante le basta un solo momento. En ese momento el personaje está definido para siempre. Dante busca ese momento central inconscientemente. Yo he querido hacer lo mismo en muchos cuentos y he sido admirado por ese hallazgo, que es el hallazgo de Dante en la Edad Media, el de presentar un momento como cifra de una vida» (1989:213).

Analizando los personajes de El Aleph, se puede inferir que Beatriz, Daneri y el Aleph son el algodón de tres hilos narrativos entretejidos: la veneración que Borges siente por la recién fallecida, su amor platónico, Beatriz Viterbo; la rivalidad amorosa y literaria que siente Borges por Carlos Argentino Daneri; y el Aleph, como lugar que lo abarca todo, enfrentamiento metafísico-filosófico del ser humano con la eternidad.


Vigencia de El Aleph en el sXXI

Si pensamos en los avances tecnológicos que hemos disfrutado y padecido durante las últimas décadas, nos damos cuenta de que nos estamos volviendo más temerarios, que hemos superado el miedo a bajar al sótano, escondrijo del fantástico Aleph de Borges. Ya no lo vemos. ¿Dónde ha ido? El Aleph de la era de internet está en la pantalla táctil del móvil de última generación, de la Tablet y del ordenador. Hoy el punto donde confluyen todos los puntos de vista de todas las cosas habidas y por haber se llama internet. Está en cada uno de nosotros luchar para que la infoxicación de nuestros días no nos robe la capacidad de asombro a nosotros ni a nuestros hijos.

Si apelamos a la física nuclear, sus teorías también describen mundos de múltiples dimensiones que unifican todas las fuerzas de la naturaleza y que no pueden ser demostradas. Desde la primera teoría de campo unificado de 1831, muchas más han sido propuestas hasta nuestros días, incluyendo la de Einstein. Tampoco es difícil relacionar el Aleph con las teorías de supercuerdas. Partiendo del bosón de Higgs, partícula elemental propuesta en 1964, hoy podemos ver reflejado el Aleph incluso en los aceleradores de partículas del CERN.


Conclusión


Este trabajo ha escogido analizar El Aleph de Jorge Luis Borges y La Divina Comedia de Dante Alighieri poniendo de manifiesto que, tanto una como la otra, pueden ser consultadas desde una perspectiva psicológica, una literaria y una filosófica. Según se ha podido comprobar, ambas obras enfatizan una filosofía existencialista, basándose en la incapacidad del ser humano de enfrentarse a la eternidad. Abrevando en el retruécano, la ironía y la erudición, puede afirmarse, sin temor a equivocarse, que se trata de dos hitos, dos objetos de culto, dos monumentos de la literatura universal y de la literatura fantástica en particular.


Fuentes

 
Alighieri, Dante. La Divina Commèdia, Editore-Libraio della Real Casa, Milano, 1896.

Borges, Jorge Luis. El Aleph. Buenos Aires: Emecé, 1998.

Borges, Jorge Luis. Neuf essais sur Dante. Mayenne: Éditions Gallimard 1987.

Borges, Jorge Luis. Obras completas. Tomo III. Siete Noches: La Divina Comedia (207-220).  Barcelona: Emecé, 1989.

Borges, Jorge Luis. Siete Noches. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1980.

Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. Buenos Aires: Emecé, 1960.

Borges, Jorge Luis; Silvina Ocampo; Adolfo Bioy Casares. Antología de la literatura fantástica. Barcelona: Edhasa, 1981.

Ortega, Julio; del Río Parra, Elena. El Aleph de Jorge Luis Borges. México, D.F.: El Colegio de México, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, 2001.

Palacios Asín, Miguel. La escatología musulmana en La Divina Comedia. Madrid: Hiperión, 1984

Televisión Española. A Fondo: "Entrevista a Jorge Luis Borges (1976)". [en línea] https://www.youtube.com/watch?v=2gu9l_TqS8I  [Consultado 11/8/2016].

Villarrubia, Marisol. «Jorge Luis Borges, ¿lector ingenuo o estudioso de la Commedia?» [en línea] Centro Virtual Cervantes, Universidad de Alcalá, Actas XXXVIII (AEPE). https://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/aepe/pdf/congreso_38/congreso_38_14.pdf [Consultado 12/1/2017].

Fuente: Corina Cescato

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