Por Julieta Roffo.
La primera vez que alguien fundó Buenos Aires fue en 1536:
el adelantado fue Pedro de Mendoza y, como en épocas virreinales no existía la
ley del off-side, lo de “adelantado” era más bien un salvoconducto para
apropiarse tierras. No se sabe bien dónde se emplazó el fuerte porteño por
aquellos tiempos: si en el Parque Lezama, la Vuelta de Rocha, la Plaza San Martín o el
Parque Patricios. Pero para 1541 los querandíes habían desarmado la incursión
española. En 1580, se adelantó Juan de Garay e insistió con lo de la fundación:
esta vez el fuerte estaría en Plaza de Mayo, hoy corazón político de la Ciudad y del país. Nada que
no le hayan enseñado a uno en la escuela primaria.
Con el tiempo, uno puede llegar a enterarse de la tercera
fundación de Buenos Aires: en su poemario Cuaderno de San Martín, de 1929,
Jorge Luis Borges refunda la
Ciudad que, por un par de estrofas, nació en Palermo: “Una
manzana entera pero en mitá del campo / expuesta a las auroras y lluvias y
suestadas. / La manzana pareja que persiste en mi barrio: / Guatemala, Serrano,
Paraguay, Gurruchaga” , escribió. En la génesis que el escritor inventó, la Ciudad había nacido nada
menos que donde él creció: a principios del siglo XX, su familia era dueña de
tres lotes contiguos que formaban una sola vivienda sobre la calle Serrano.
Allí Borges pasó su infancia y parte de su adolescencia, entre 1901 y 1914,
cuando en Palermo había más cuchilleros que tiendas de diseño.
Y aunque al final de su poema “Fundación mítica de Buenos
Aires” Borges prefiere que la
Ciudad sea eterna, sin principio ni final, narra, narra, que
algo quedará: hay señales de que en esa manzana estuvo su vida y también su
obra. La más visible: desde la Plaza Cortázar –esa que todos llamamos “Plaza
Serrano” cuando nos citamos en alguno de sus bares– hasta Plaza Italia, la
calle Serrano pasó a llamarse hace años Jorge Luis Borges. Justamente en la
esquina de Borges y Guatemala, una placa municipal interrumpe la decoración de
un restorán (de diseño, obvio) y reproduce versos de su poema. En Borges 2135,
donde hoy hay una peluquería, hay también un cartel que dice que allí vivió el
escritor.
Un poco más cerca de Paraguay, al 2145 de Borges, está el
café El Aleph del Soho. Además de una antigua edición de Ficciones, una de 1946
de El gran Gatsby, un primer tomo de La Divina comedia y una foto del escritor muy
sonriente y muy ciego, en el café hay un cuadro que reproduce la escritura de 1938 a través de la cual la
familia De Luca compró uno de los tres lotes a Borges, su madre y su hermana:
Juan José De Luca, dueño del bar e hijo del arquitecto que en 1942 inauguró un
edificio de cinco pisos en ese terreno, muestra los papeles amarillentos. Ahí
están doña Leonor Acevedo de Borges, doña Leonor Fanny Borges y don Jorge
Francisco Isidoro Luis Borges vendiendo una de sus propiedades.
“Se acercan muchos extranjeros, especialmente brasileños
pero sobre todo europeos, preguntando si no hay un museo que rinda homenaje a
Borges”, cuenta De Luca. Menos visitar ese museo que no existe, se puede hacer
de todo en la manzana del mito: alquilar un local cuesta entre 4.000 y 11.500
pesos al mes, una cerveza de litro cuesta 28, un pastel de papa con postre
cuesta 60, un café, 18, y un kilo de queso de oveja, 259. Se puede comer en un
restorán italiano o visitar la galería de arte Espacio 10, que también
reproduce la estrofa borgeana en su frente, sobre Guatemala, y que conserva en
su interior vitraux de Bélgica y mármol de las canteras de Carrara. Se puede
vivir en algún piso alto de las Twin Towers (algún osado bautizó “Torres
Gemelas” al proyecto inmobiliario) que miran una a Paraguay y la otra a
Guatemala, y que derribaron la vieja palmera por la que respiraba el pulmón de esa
manzana.
Se puede vivir en esas cuatro calles sin tener noticias de
esa fundación inventada, como les pasa a Beatriz, Mario o Gustavo. Para
Alberto, que hace quince años habita la manzana y hace unos cuarenta lee a
Borges, es distinto: “Es como vivir en un lugar virtual que nunca existió, pero
que existe en la memoria”.
En esa Ciudad virtual donde Palermo es casco histórico, las
grandes manifestaciones políticas llegarían por Sarmiento, Las Heras y Santa Fe
hasta Plaza Italia, y el invernadero de hierro y cristal del Jardín Botánico
podría ser la Casa
de Gobierno más transparente del mundo. Pero se me hace cuento todo esto.
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Fuente : Clarín
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