La editorial que fundó Paco Porrúa se inauguró con el
clásico de Ray Bradbury y un prólogo de Borges que lo presentaba; empezaba la
tradición de un sello que es sinónimo de ciencia ficción en castellano
Por Martín De
Ambrosio
Minotauro fue un suceso singular en la historia de la
edición en español. Y el volumen elegido para ese debut, del que se cumplen
este mes 60 años, no pudo ser más ajustado. El extraordinario Crónicas
marcianas, de un escritor norteamericano que tenía entonces 35 y no era aún una
celebridad mundial, un tal Ray Bradbury, que a partir de entonces tuvo miles de
seguidores en español que esperaban y agotaban con rapidez las ediciones de sus
cuentos. Fue una veneración que el mismo Bradbury pudo comprobar en la
histórica visita que hizo en 1997 a la Feria del Libro de Buenos Aires, donde
se sorprendió por el cariño de "mis amantes", como dijo en tono de
broma en un almuerzo con Adolfo Bioy Casares y la prensa.
Pero el personaje clave en esta historia de Minotauro, quien
seleccionaba autores, elegía prologuistas y traducía los textos (sin poner su
nombre: usó siete pseudónimos), era Francisco "Paco" Porrúa, un
verdadero genio de la edición al que, por otro lado, también se le reconoce un
papel fundamental en ese otro éxito de taquilla conocido como boom
latinoamericano (aceptó el manuscrito de cierto colombiano de Aracataca y
continuó publicando a un argentino-belga cuyo primer libro, Bestiario, había
sido un fracaso comercial, por ejemplo).
"Paco se enteró de los nuevos autores por una revista
francesa, y fue a una librería de las que había en Buenos Aires con obras en
inglés, encontró cuatro o cinco, las leyó y decidió crear una editorial para
publicarlas. Paco pidió la traducción a alguien, no le gustó y tradujo él mismo
las Martian Chronicles con el pseudónimo de Francisco Abelenda", recuerda
Souto.
Porrúa, fallecido en diciembre pasado, a los 92 años,
también tuvo la astucia de pedirle un prólogo a Jorge Luis Borges, que entonces
sí era una figura camino a la consagración absoluta. "¿Qué ha hecho este
hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que
episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad?
¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?", se preguntaba
el autor de Ficciones antes de que Bradbury se subiera a la nave espacial. En
esas líneas introductorias Borges colocaba a la ciencia ficción en línea con
las mejores obras literarias sin restricción de género.
Para Souto, lo que hizo Porrúa en esa época y esas
condiciones "fue extraordinario, sobre todo por la calidad de los
resultados. Paco fue el editor más talentoso y brillante que conocí. Era mejor
traductor y editor y lector que nadie. Exploró el mundo literario para
encontrar los libros justos, que nadie asociaba con la ciencia ficción, como
por ejemplo los de Olaf Stapledon", cuenta Souto, que por su parte tuvo
gran protagonismo: tradujo para la colección, entre otros, al propio Bradbury,
a James Graham Ballard y a Brian Aldiss.
CREAR A LOS QUE
ESCRIBEN
La ciencia ficción de Minotauro no solo creó este futuro,
sino que creó nuevos autores. La rosarina por adopción Angélica Gorodischer
confiesa que descubrió el género -del que se transformó en una de las autoras
centrales- gracias al temprano hallazgo de un ejemplar de Crónicas marcianas.
"Lo vi en la casa de una amiga y dije ¿esto qué es?", cuenta la
autora de Kalpa imperial. "Con mucho entusiasmo le escribí a Paco Porrúa,
le mandé un cuento que parece que le gustó y me preguntó si tenía más material.
Le mentí, porque no tenía nada, pero me puse a escribir entusiasmada y así
salió Opus 2." Gorodischer dice: "Resultaba raro escribir ciencia
ficción entonces, en una Argentina en la que los teléfonos funcionaban mal, por
ahí te levantabas y no tenías gas o agua. Por eso salían cosas más metafísicas,
sobre el tiempo o los universos paralelos". De Bradbury cuenta que pese a
que no es uno de los amores de su vida ("por blandito, romanticón y un
poco moralizante", se atreve), con Crónicas marcianas quedó deslumbrada.
"Me sigue pareciendo un libro estupendo, lo mismo que El hombre
ilustrado."
Carlos Gardini -otro argentino que publicó en la colección-
cree que "Minotauro fue una colección muy importante. Publicó a los
mejores autores del siglo XXI. Uno piensa en libros como Las ciudades
invisibles, de Italo Calvino; los de Lem; William Goldin; Ursula Le Guin. Es
realmente apabullante", dice el autor de Mi cerebro animal.
Otro escritor del género y periodista especializado,
Alejandro Alonso, menciona: "La colección, al igual que en su momento lo
fue Séptimo Círculo en materia de policial clásico, era garantía de calidad, y
por lo tanto formadora de un canon que hoy persiste. Podías no conocer al
autor, pero la colección era garantía suficiente". Desde entonces,
"la ciencia ficción se volvió parte de la vida y el imaginario popular.
Está ahí, en publicidades, en el cine, en las metáforas que usamos para
comunicarnos o entender la realidad", completa.
¿Qué más queda hoy de Minotauro en la cultura? A Gorodischer
la sorprende que no permanezca nada parecido en lo editorial: "Fue muy
acotado, personal en cierto sentido, y pasó rápidamente". Para Souto, la
marca es más profunda: "El mundo en que vivimos es una mezcla de Philip
Dick, Ballard y los medios de comunicación. Clarke decía que en una sociedad
tecnológicamente avanzada sus productos no se podrían diferenciar de la magia.
Eso pasa ahora y estamos sumergidos, ahogados diría, en esa realidad".
Fuente : La Nacion
No hay comentarios:
Publicar un comentario