Por Gabriel
Plaza
Lucerito, el disco
"perdido" que grabó en 2000.
Este disco tiene una historia. En el verano del año 2000
Mercedes Sosa no tenía compañía discográfica. Había terminado su contrato con
el sello Universal con el disco La Misa Criolla. Venía afilada con su banda
cantando un repertorio de nuevos temas. La Negra quería dejar registro de ese
momento en caliente. "Desesperada", como recuerda su hijo Fabián
Matus, entró a los estudios Ion y grabó catorce canciones con el grupo formado
por Colacho Brizuela en guitarra, Popi Spatocco en piano y teclados, Carlos
Genoni en bajos y coros, Rubén Lobo en batería y percusión y Beatriz Muñoz en
coros.
Fueron tres días intensos de grabación bajo la supervisión
técnica del Portugués Da Silva. Con el master del disco fresco en sus manos Mercedes
Sosa salió a mostrarlo a los sellos y no consiguió que ninguno se interesara.
Decepcionada, dejó esas cintas originales olvidadas en el archivo de los
estudios Ion. Pasaron trece años hasta que su hijo Fabián Matus finalmente las
recuperara.
"Estuvieron perdidas y nadie se acordaba dónde estaban.
No las podíamos encontrar. Las estuve buscando por mucho tiempo hasta que
aparecieron. No estaban en buen estado. Estuvieron estacionadas en la misma
posición durante diez años y hubo que hacer un trabajo de recuperación de las
cintas. Se trabajó reubicando todo para nivelar el líquido de emulsión que las
preservaba y conseguir luego una máquina multitrack de dos pulgadas para
pasarla a digital".
La aparición del disco Lucerito, editado por el sello Sony Music,
es como un milagroso reencuentro con la voz y la emoción de Mercedes Sosa en un
estado perfecto de madurez interpretativa y sin las dolencias que la aquejarían
posteriormente. Es como un testimonio musical y un mensaje poético que quería
dejar para el futuro. "En ese momento no entendíamos por qué quería
grabarlo tan rápido. Pero ahora entiendo. Ella tenía una visión de las cosas
que nosotros no teníamos", dice Popi Spatocco, que fue parte de esa
grabación y director musical de su última banda.
El disco llega como una cápsula del tiempo a este presente
con un mensaje muy claro de su mirada sobre la música popular. El repertorio es
un resumen exacto de ese espíritu abierto capaz de combinar íconos de la
canción social como León Gieco, Víctor Heredia y Teresa Parodi con obras de
Miguel Abuelo y Pedro Aznar, tangos de la dupla Troilo-Manzi, composiciones
folklóricas de Raúl Carnota, Agustín y Carlos Carabajal, el Duende Garnica,
Marcelo Perea y poemas
musicalizados de Borges y Yupanqui.
Seis de las canciones incluidas originalmente en este álbum
alimentaron después los repertorios del disco Acústico en vivo (2002), Corazón
libre (2005), y Cantora (2009). "Al principio, «la Máma» no quería hacer
nada con este disco por como había quedado el audio, pero le gustaban esas
canciones y las fue incluyendo en sus otros discos. Con el tiempo lo fue
valorando", recuerda Matus.
Al poner el disco, desde el primer tema es como escuchar su
mensaje renovado, como si hubiera sido grabado ayer. Escuchar a Mercedes Sosa
tan fresca y tan contundente vuelve a dejarnos sin palabras. El audio es
impecable y sensible a la atmósfera en caliente de cómo fue registrado el
disco. "Mercedes grababa una o dos tomas y ya estaba listo. No necesitaba
más", apunta Popi.
Su olfato natural para seleccionar canciones y dejar
versiones definitivas aparece en toda su dimensión en el álbum. Canciones como
"Ojos de cielo", un aire de huayno que explota la vena más folklórica
de Víctor Heredia; la zamba criollita "Como flor de campo" de Raúl
Carnota o "Esa musiquita", de Teresa Parodi, se terminarían
instalando no sólo dentro de su repertorio personal sino también dentro del
imaginario de la canción popular.
En el
disco aparecen otras delicadas perlas como "Caja de música", un texto
de Borges musicalizado por Pedro Aznar. "Música del Japón.
Avaramente. De la clepsidra se desprenden gotas. De lenta miel o de invisible
oro. Que en el tiempo repiten una trama. Eterna y frágil. Misteriosa y
clara"; la inédita "Como Adán", una canción de los compositores
Nathan Zach y Shlomo Idov. "Cuando al nuevo día, con tus ojos mirarás. Ya
verás que todavía espera. Y este nuevo día no te dejará atrás. No aquí, no es
el final". Y la milonga "Los niños de nuestro olvido", de Heredia
y René Vargas Vera, que parece inscripta en ese espíritu del manifiesto del
Nuevo Cancionero de 1968.
Su gusto por los autores santiagueños, borrando esas viejas
disputas con los tucumanos, se refleja en la trilogía que componen la chacarera
"Alma de rezabaile", la bella canción "Lapachos de
primavera" y "El olvidau", que anticipaba la explosión de 2001.
Aunque Mercedes aparece en toda su grandeza y carnadura interpretativa en la
zamba "Romance de la luna tucumana", con versos de Yupanqui y música
de Aznar; y en la versión del vals "Romance de barrio", que plasma
toda una escuela del canto, desde Gardel para acá, en la forma que maneja el
fraseo del vals, los matices, las pausas y la interpretación sentida del texto.
También registró para este disco una hermosa canción que había
quedado perdida en el repertorio de León Gieco como "Gira y gira" y
la canción andina "Lucerito", de Pablo Almirón, que parecía una obra
menor dentro de su cancionero y que a la distancia cobra sentido en esa
afirmación de su raíz indígena: era el carnavalito que Mercedes utilizaba como
cierre de sus conciertos para levantarse de su asiento y revolear con cadencia
su poncho de vicuña.
Llega el track catorce y Mercedes se despide con "Himno
de mi corazón", la canción que popularizaron Los Abuelos de la Nada en los
años ochenta. La voz de la Pachamama le da un nuevo significado al ritual de
despedida del disco. En realidad es su manifiesto, como si desde el pasado le
estuviera hablando al que escucha en el presente: "Sobre la palma de mi
lengua vive el himno de mi corazón. Siento la alianza más perfecta que en
justicia me une a vos ".
Fuente : La Nacion
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