Que Donald Yates haya estado por estos días en Buenos Aires
no debería sorprender a nadie. Los contactos con Argentina y su literatura
fueron y son algunos de sus quehaceres favoritos desde que a partir de los años
’60 vino al país por primera vez, conoció a Borges y a Walsh y se convirtió en
el primer traductor de Borges al inglés. Actualmente, Yates escribe Magical
Journey (Mágico viaje), combinación de memoria personal e interpretación acerca
de Borges y su obra, del escritor y el amigo.
Por Alicia Plate
Donald Yates fue algo más que el primer traductor de Jorge
Luis Borges al inglés: también fue su amigo durante las décadas del ’60 y el
’70, época en que viajaba frecuentemente y por largos períodos a nuestra
ciudad. Sabemos que en la actualidad trabaja en una obra que, como a través de
un prisma, va y viene entre ambos puntos de vista y muestra al escritor y
también al amigo. Haber pertenecido durante tantos años al riñón de Borges le
dio acceso a multitud de datos de primera mano, posteriormente enriquecidos por
exigentes indagaciones que aún continuaban en diciembre de 2008, durante su
última visita. La tarea de Yates es como una intermediación entre Borges y sus
lectores, y la encara precisamente desde esa peculiar intersección: por un
lado, un enorme caudal de datos biográficos, y por otro su conocimiento cabal
de la obra del escritor mezclado con la memoria de experiencias que
compartieron, opiniones surgidas durante charlas personales y anécdotas de las
cuales fue parte o testigo y que son desconocidas para los lectores de Borges.
Todo esto nos lleva a pensar que su incursión desde adentro en el opaco
misterio de un Otro –en este caso alguien de tanta estatura– será una obra
testimonial importante, distinta de las diez o doce biografías de Borges publicadas
(algunas por personas que nunca lo conocieron), su propio ensayo autobiográfico
en inglés incluido. Yates dijo alguna vez que esta obra suya está a mitad de
camino entre una biografía y unas memorias, entre las pautas frías de la
información y las cálidas y sutiles del recuerdo.
¿Planea presentar su libro sobre Borges en Buenos Aires, la
ciudad que seis meses atrás lo declaró Huésped de Honor?
–Nada me gustaría más que volver a Buenos Aires para una
presentación allí. Sin embargo, el momento para planificarlo no ha llegado
todavía porque el libro no está listo, aún me queda mucho por hacer.
En cuanto a una versión en español, una traducción que todos
podamos leer, ¿tiene algo previsto? ¿Pensó por ejemplo en la posibilidad de
traducirse a sí mismo?
–En 2008, aquella primera traducción al inglés de textos de
Borges que se publicó en 1962 con el título de Labyrinths, fue seleccionada por
la Authors Society of London como una de las 50 traducciones más importantes de
los últimos cincuenta años. Ese reconocimiento fue muy gratificante para mí y,
sin embargo, jamás pensé en traducir mi propia obra. El tirolés herido, mi
primer cuento policial publicado, fue traducido por mi amigo Rodolfo Walsh y
apareció en Leoplán en julio de 1955. En ese momento Walsh era un profesional
de la traducción y había vertido al castellano numerosas novelas policiales
para la Serie Naranja de la editorial Hachette. Consideré que su experiencia
resultaría en una versión muy superior a la que podría haber producido yo.
En términos generales, ¿cuál le parece que es el sentido del
género biográfico?
–Si se trata de un escritor, pienso que en general se busca
satisfacer la curiosidad del lector, que probablemente ya está familiarizado
con la obra y procura encontrar en las pautas que puede darle el biógrafo las
claves en la vida del autor que lo llevaron a escribir lo que escribe de la
manera que lo hace. Por otra parte, algunos expertos creen que las biografías
revelan más de una cultura y una sociedad que de un individuo.
Retrotrayéndonos a los comienzos de su relación con Borges,
¿qué puede contarnos de sus contactos iniciales con él y de cómo culminó la
selección del contenido, la traducción y la publicación de esa primera
antología que lo presentaba ante el público de habla inglesa?
–En 1954, en un curso de posgrado en la Universidad de
Michigan dictado por el argentino Enrique Anderson Imbert, leí una colección de
cuentos cortos de Borges titulada La muerte y la brújula (1951). Yo era un
devoto de la ficción detectivesca y había escrito varios relatos breves del
género. El cuento del título me pareció tan brillante y original que de
inmediato tuve el impulso de traducirlo. Obtuve la autorización de Borges para
hacerlo y la revista de la universidad lo publicó de inmediato. Borges me
estimuló a traducir otros cuentos del libro o de un volumen de relatos
policiales que habían escrito con Adolfo Bioy Casares, Seis problemas para don
Isidro Parodi. En realidad me autorizaba a traducir cualquier otro texto suyo
publicado hasta 1960, El hacedor inclusive, que a mi juicio pudiera despertar
interés en el público. Traduje otros tres cuentos de La muerte y la brújula y
el primer caso de don Isidro Parodi. En ese momento comenzó a entusiasmarme la
posibilidad de publicar una antología de Borges para el público de habla
inglesa. Mi proyecto sufrió algunos rechazos de las editoriales, hasta que
firmamos contrato con New Directions. Ahí decidí invitar a un antiguo compañero
de estudios, James Irby, también un enamorado de Borges que, según supe, había
traducido algunos ensayos y ficciones suyos por el puro placer de hacerlo, a
acompañarme en el diseño y edición de lo que finalmente publicamos en 1962 con
el título Labyrinths: Selected Writings of Jorge Luis Borges, con prefacio de
André Maurois. Otros cinco estudiosos de la literatura latinoamericana habían
traducido textos breves de Borges, y les propusimos incorporarlos. Nuestra
antología abarcó todos los cuentos que componían La muerte y la brújula salvo
uno, una selección de los que consideramos sus ensayos más importantes, así
como los escritos breves en prosa de El hacedor que más nos gustaban, por
ejemplo Everything and Nothing, Borges y yo, etcétera. Hoy lamento no haber
incluido también El Aleph y El sur en nuestra selección.
¿Cuáles diría que son temas recurrentes en Borges?
–Borges se ocupó reiteradamente de lo que podríamos llamar
“lo inconmensurable”, es decir, la eternidad, lo infinito, la identidad,
cuestiones metafísicas que lo conducen a una búsqueda, la de Dios quizá, pero
no la de un Dios que lo instale en medio de un destino prefijado, sin
alternativas. Para él siempre habría alguien detrás del titiritero a cargo de
los hilos. Y aún alguien más detrás de él... como en un viaje sin fin al fondo
de dos espejos enfrentados; un elemento que siempre le resultó inquietante y
que reaparece continuamente en sus escritos, el espejo. Sus cuentos y ensayos
con frecuencia toman la forma de indagaciones que finalmente no logran
encontrar lo buscado. Significativamente, su primer libro de ensayos se llama
Inquisiciones. Y creo que lo que Borges busca es el consuelo de alguna forma de
revelación final, una travesía de la cual siempre vuelve sin haber encontrado
las respuestas definitivas. Yo percibo en sus escritos una especie de
desconsuelo melancólico ante la imposibilidad de lograr este propósito medular.
Se podría decir que va tras límites inconcebibles, y estos temas indecibles, al
margen de cuánto pueda avanzar la tecnología, lo dejarán siempre fuera de las
preocupaciones finitas de los otros, intacto.
¿Reconoce rasgos en sus personajes que se reiteran y que
quizá remiten a él mismo?
–Su cuñado, el crítico literario Guillermo de Torre, observó
acertadamente que Borges tenía “una actitud de innata desconfianza frente a
cualquier aseveración categórica y una perversa preferencia por las dudas y
perplejidades, tanto filosóficas como estéticas”. Creo que la fascinación de
Borges con “los orilleros” tiene que ver con este comentario, seguramente
porque él mismo era un hombre de los bordes, en absoluto perteneciente al
centro de la ciudad o a las corrientes dominantes. Ese era un aspecto integral
de su carácter que contribuyó mucho a la voz particular desde la que escribía,
una voz en la que se reconoce la intensa aversión por la literatura convencional,
el desprecio profundo por el lugar común que señalaba su amigo Ulises Petit de
Murat. Y lo dicho por ambos tiene que ver con esa perspectiva suya casi ajena,
“desde afuera”, desde la orilla.
¿Se le ocurre un ejemplo puntual de este rechazo de Borges a
lo convencional en literatura?
–El admiraba los cuentos de G. K. Chesterton en que aparece
el Padre Brown como investigador, y afirmó que lo tenía muy presente al
escribir La muerte y la brújula. Pero este cuento suyo es la inversión
especular de las historias de Chesterton, que siempre comienzan con un problema
que no parece admitir una explicación racional y más bien apuntan a lo
sobrenatural. Al final, sin embargo, el Padre Brown revela una solución
perfectamente realista. El cuento de Borges comienza con una serie de crímenes
nada extraordinarios, pero el final nos mete de cabeza en el terreno de lo
metafísico. Tan es así que no podemos saber con certeza si la bala de Red
Scarlach alcanzará efectivamente al detective Eric Lönnrot, que está de pie a
pocos metros de él. Por otra parte, hay una estructura ingeniosa en el cuento
que introduce el tema de la interpretación de las claves, algo sin precedentes
en la literatura policial. Las identidades del detective y el criminal resultan
inciertas de un modo nunca visto. Y está el singular estilo de la prosa de
Borges (que creo que la traducción transmite) y la melancólica poesía de
algunos pasajes. Y con esto apenas rozo los reconocidos méritos del cuento.
Posteriormente a la publicación de Labyrinths, usted asumió
la tarea de traducir a otros escritores argentinos relevantes, como Adolfo Bioy
Casares, Rodolfo Walsh, Marco Denevi, Manuel Peyrou.
¿Descubrió alguna vez en
algún escritor norteamericano una resonancia directa de nuestra literatura?
–Sin duda, los escritos de Borges han tenido mayor impacto
en la narrativa norteamericana que los de cualquier otro escritor que yo haya
traducido. Labyrinths contribuyó a la revitalización de la prosa narrativa no
sólo en Estados Unidos sino también en toda Europa. John Updike y Donald
Barthelme han comentado el estimulante efecto que tuvieron los cuentos de
Borges, que desde hace cincuenta años vienen sugiriendo nuevos rumbos a los
escritores de ficción. John Barth escribió un importante ensayo acerca de lo
que llamó “la literatura del agotamiento”, en el cual destaca que el modelo
borgeano apunta insistentemente a la necesidad del artificio en la narrativa
como una forma de superación de la exhausta vena del realismo. Por otra parte,
la influencia de Borges fue y es poderosa, pero no me atrevería a señalar a un
escritor norteamericano en particular que esté más en deuda con él que
cualquier otro.
Usted nos contaba recién cómo llegó a convertirse en el
traductor de Borges, pero sus escritos y traducciones de otros autores
argentinos acaban definiéndolo como una rara avis. Alguna vez usted lo
simplificó como una consecuencia casi natural del dominio del castellano
logrado en el colegio secundario y perfeccionado en la universidad. ¿Diría que
la solvencia lingüística alcanza para explicar algo tan parecido a una pasión?
–Cuando ingresé en la Universidad de Michigan para estudiar
Letras tuve que elegir un campo académico de trabajo. Reiteré allí mi interés
adolescente por el idioma español y comencé mi exploración de la literatura en
dicha lengua. Posteriormente tuve que especializarme en un tema, y la fuerte
presencia de un profesor del Departamento de Lenguas Romances que ya mencioné,
el argentino Enrique Anderson Imbert, que se convertiría en mi consejero
académico, me llevó a descubrir a los escritores latinoamericanos. Fue casi
naturalmente que luego me concentré en la literatura argentina.
¿Cómo concilió su amistad con Borges y con Rodolfo Walsh,
que en la década del ’60 eran dos escritores de perfiles ideológicos tan
opuestos?
–En su juventud, Walsh escribía y traducía literatura
policial. En 1953, bajo el título Diez cuentos policiales argentinos, publicó
una antología que yo leí cuando comenzaba a preparar mi tesis doctoral bajo la
tutela de Anderson Imbert, la cual, a mi vez, llamé El cuento policial
argentino. Nos hicimos amigos por correspondencia y él consideraba que Borges
era un gran escritor. Cuando leí La muerte y la brújula y decidí que quería
traducirlo, fue Walsh quien llamó a Borges y obtuvo su autorización para mi
proyecto. No sé de ningún otro contacto entre ellos pero, como es sabido, la
orientación política de Walsh cambió radicalmente durante su estadía en Cuba.
Mientras estaba allí participó muy activamente en el lanzamiento de Prensa
Latina y al volver a Buenos Aires en 1961 abandonó sus anteriores intereses,
puramente literarios, y con Operación Masacre dio el primer paso hacia el
periodismo investigativo. Conocí a los dos cuando visité la Argentina por
primera vez, en 1962, y cultivé la amistad con ambos durante muchos años. Que
yo sepa, sus caminos no se cruzaron, pero el respeto de Walsh por la
trayectoria de Borges jamás decayó.
¿Cómo entiende y maneja el delicado tema de la fidelidad al
original un traductor de su nivel? ¿Facilita las cosas su trayectoria como
escritor?
–Para mí no existe el axioma “traduttore, traditore”: el
texto original marcará el rumbo de la tarea. Si el traductor tiene un buen
dominio del idioma en que el texto fue escrito, es poco probable que se
equivoque. En su profesión son determinantes la formación, la experiencia y la
sensibilidad literaria. Estos elementos pueden variar enormemente, pero tiene
en el texto una guía incomparable: la voz, los puntos de vista y las sutilezas
del autor, que le indicarán qué hacer. Si en Rosaura a las diez, de Marco Denevi,
aparecen cinco voces diferentes, Denevi está a cargo y no confundirá al
traductor. Si al traducir a Borges por momentos parece que el flujo de su
prosa, como en ciertos ensayos, es abrupta e idiosincrásica, nada justificaría
“suavizarla”. El traductor debe buscar que en inglés el texto suene como en
castellano, y viceversa. Por otra parte, un científico podría ser el traductor
ideal para una investigación de su especialidad; un poeta podría quizá tener
más éxito que un novelista en captar y expresar en otro idioma la poesía de un
verso. No obstante, no siempre ocurre así, y al margen del “apareamiento”
fundamentalmente equivocado, una traducción de Borges de textos de Joyce o de
Faulkner igualmente resulta un documento fascinante.
¿Tiene otros proyectos literarios que le parezca oportuno
revelarnos?
–Cuando termine el libro sobre Borges, que planeo llamar
Magical Journey (Mágico viaje), quiero escribir una novela sobre Ann Arbor, la
ciudad de Michigan donde me crié y estudié, y donde me vinculé con Anderson
Imbert, que a su vez me conectó con la Argentina y con Borges. Luego me
gustaría traducir una o dos novelas del desaparecido Manuel Peyrou, un amigo de
muchos años. En 1972 traduje su novela policial El estruendo de las rosas, y
pienso que una posibilidad sería Las leyes del juego o Se vuelven contra
nosotros. También podría ser Acto y ceniza. En otras palabras, traducir a
autores argentinos se ha convertido en una empresa para toda la vida, un
destino que acepto con mucha alegría.
Fuente : Pagina
12 -
Domingo, 21 de junio de 2009
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