Por Pedro Luis Barcia
13 de junio de 2016
Todo escritor se asocia, incorpora y participa de una
tradición literaria de la que se nutre y a la que aporta, en un juego de
recibir y donar. En El escritor argentino y la tradición, Borges dice:
"¿Cuál es la tradición argentina? (…) Creo que nuestra tradición argentina
es toda la cultura occidental, y creo, también, que tenemos derecho a esa
tradición, mayor que el que pueden tener los habitantes de una u otra nación
occidental". Y luego, una reflexión salutífera: "Podemos manejar
todas las literaturas europeas, manejarlas sin supersticiones, con una
irreverencia que puede tener, y ya tiene, concreciones afortunadas". Años
después, en 1974, expande mucho más la propuesta de la libertad hereditaria:
"No nos debemos a una sola tradición; podemos aspirar a todas"
Al definir su posición frente a la tradición cultural, como
heredero, Borges nos da la lección inicial a las generaciones futuras sobre
cuál es el primer bien que nos lega: el saber heredar. Lo primero, librarnos de
complejos de inferioridad frente a la herencia occidental y universal. Tenemos
derecho a ella. Segundo, debemos manejar ese caudal heredado sin
condicionamientos, "manejarlo sin supersticiones, con irreverencia",
son sus palabras.
Un segundo constituyente de su legado es la lección:
"No nos debemos a una tradición; podemos aspirar a todas". Y esa es
la forma en que se evita el predominio de una sobre otras. La oferta es abierta
y el heredero es poroso, absorbente. Tomará según su interés y posibilidades.
El refrán dice, ratificado por Goethe: "Cada cual toma aquello para lo que
tiene pico u hocico". Esta apertura y esta libertad nos libran de la
enajenación cultural. Y así propone el tercer constituyente de su legado: la
forma de leer.
Un cuarto componente del legado de Borges es su lección de
idioma: qué atención le brindó a su instrumento, cómo lo trabajó con ostinato
rigore, con agudo discernimiento filológico.
Un quinto componente del legado es la incorporación a sus
ficciones literarias de elementos tomados de las matemáticas, la filosofía, la
teología.
Un sexto componente, fue otra forma de contaminatio que
ejerció: la hibridización de los géneros y especies, para hablar a lo biólogo.
Sus cuentos viran hacia el ensayo, sus ensayos asocian elementos narrativos, de
allí el acierto de mantener el vocablo "ficciones" para estas
creaturas misturadas, enriquecedoramente híbridas.
Un séptimo beneficio que nos legó fue la ruptura de la
jerarquización de géneros y subgéneros marginales, o estimados como menores, a
los que les hizo sitio y les brindó tratamiento de alta calidad, como el cuento
policial, la nota bibliográfica o el relato de ficción científica.
Recordemos un octavo aporte: la lección de su imaginación
disciplinada. Su negación a la tendencia criolla de la improvisación.
Un noveno bien que supo legarnos fue la lección de la
densidad de sentidos en sus textos. Frente a tanta literatura insensata, él
plenificó de acepciones cada frase, cada palabra, como dije antes, de sus
ficciones. Sus textos son multívocos para quien sabe escucharlos.
Y para cerrar, en un cabalístico decálogo, esta enumeración
de los elementos que integran el legado borgesiano, he dejado para el final lo
que Carlos Fuentes ha llamado con acierto la constitución borgesiana. Borges
organizó, con interior coherencia y sostenida unidad, una obra que participa de
la variedad y de la unidad al tiempo, y mantuvo la unidad en esa diversidad.
Consteló un conjunto de temas dilectos, asociados interactivamente,
constituyendo un plexo temático propio: el universo como factura de un dios,
incomprensible para los hombres, la filosofía como esfuerzo por dar con la
clave del aparente caos, el escepticismo del conocimiento, un hombre es todos
los hombres, el instante revelador en que uno sabe para siempre quién es, las
formas y figuras del tiempo, el coraje como virtud esencial del hombre, y así
parecidamente.
Así es de unitivo el universo borgesiano. Ahora bien, a esta
constelación temática Borges la selló con un estilo personalísimo, poniéndole
así su impronta. Y temas y estilo fueron la expresión de una literatura
fantástica renovadora, que rompió los barrotes de la jaula del realismo
estrecho, que él estimaba como "una lamentable convención del siglo
XIX".
Cuatro posturas frente al legado de Borges
Estimo que frente al legado borgesiano se están dando cuatro
posturas diferenciadas. La de los negadores, los incontaminados, los epígonos y
los discípulos.
Los negadores, herederos atenuados de los borgicidas de
ayer, rechazan en bloque la obra de Borges, disintiendo con ella, con sus
temas, con sus declaraciones, con sus rasgos definitorios. Las reacciones
pueden ir desde simple desentendimiento al rechazo más agresivo.
Los incontaminados son aquellos que proclaman que no han
cursado ni cursarán la obra de Borges. Quieren mantenerse lejos de su
influencia para que no se contamine su originalidad. Es una postura
adolescente, porque, como decía Goethe: "No hay buenas o malas
influencias. Hay buenas o malas naturalezas digestivas".
Los epígonos son clones borgesianos, hipóstasis del maestro.
Repiten calcadamente las páginas de Borges. Nada aportan de nuevo. Hay entre
los epígonos una especie que es la de aquellos que toman una sola de las teclas
del instrumento borgesiano, y la pulsan hasta el extremo, haciendo de ella su
única expresión. Son los generadores de manías
Los discípulos son los que entran con la de Borges para
salir con la propia. Se apoyan en la obra del maestro como estímulo y
motivación para generar su personalísima expresión. Operan con Borges como él
operó con sus maestros. Es señalable que todos aquellos que han logrado una voz
auténtica se iniciaron tras las huellas de un maestro al que imitaron. Algunos
"lorquizan", otros "nerudizan", "lugonizan",
"borgesizan". Cuando el maestro es verdadera autoridad, los libera de
sí, con el tiempo. La voz
"autoridad" viene de augere, que en latín equivale a "promover,
hacer crecer". La autoridad verdadera es liberadora, no castradora.
Cuando se publicó, en un grueso tomo toda la obra editada y
autorizada por Borges hasta 1974, el autor escribió para el volumen un
"Epílogo" que ha sido olvidado por los lectores y los críticos.[1] El
texto es atractivamente curioso. Inventa un asiento posdatado de una apócrifa
Enciclopedia Sudamericana, Santiago de Chile, 2074, es decir, un siglo
posterior al primer volumen colector de sus Obras completas y ese asiento está
destinado a consignar los datos sobre un escritor llamado: "BORGES, José
Francisco Ireneo Luis", que comienza: "Autor y autodidacta, nacido en
la ciudad de Buenos Aires, a la sazón capital de la Argentina, en 1899. La
fecha de su muerte se ignora, ya que los periódicos, género literario de la
época, desaparecieron durante los magnos conflictos que los historiadores
locales ahora compendian", y sigue en tono de parecida burla o profecía.
Resulta interesante demorarse en este asiento apócrifo enciclopédico que
adelanta, imaginativamente cual será la
fortuna de Borges. Dice: "El renombre de que Borges gozó durante su vida,
documentado por un cúmulo de monografías y de polémicas, no deja de asombrarnos
ahora. Nos consta que el primer asombrado fue él y que siempre temió que lo
declararan un impostor o un chapucero o una singular mezcla de ambos. Su
secreto y acaso inconsciente afán fue el tramar la mitología de un Buenos Aires
que jamás existió".
Este fue un irónico y anticipado balance que, a tres décadas
de la muerte de Borges, todos desmentimos.
[1] Obras completas, Buenos Aires, Emecé Ediciones, 1974,
"Epilogo", en 1143-1145.
Acerca del autor: Lingüista, profesor universitario, miembro
correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Norteamericana de
la Lengua Española, entre otras. Fue presidente de la Academia Nacional de
Educación. Es director de la Diplomatura en Cultura Argentina, CUDES, Buenos
Aires. Miembro del Consejo Asesor de varias publicaciones y autor de numerosos
ensayos.
Fuente : Infobae
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