lunes, 28 de julio de 2014

Borges y su tumba


Por Neftalí Coria

Mucho se ha escrito sobre Borges, y se pensaría que poco hay qué decir sobre él. Nunca he estado de acuerdo con aquellos que dicen que no escriben porque "ya todo está escrito" y tampoco hablan de un autor porque creen todo ya se ha dicho. Veo dos razones: una modestia innecesaria, o una presunción con la que a nadie ha de convencer el que la expone. Decir que "ya se dijo todo" y que "ya se escribió todo", es un gran disparate. Y al menos personalmente yo no lo creo, por eso escribo y por eso hablo y exploro sobre Cervantes, Flaubert y Borges, que serían tres casos de autores que  pueden ubicarse en esa categoría de los que se cree que "ya se ha dicho todo", pero si uno destaca esos prejuicios que pueden llegar hasta la mediocridad, corre el riesgo de convencerse fielmente que todo llega al final, que todo se ha agotado y no habrá nada nuevo que encontrar en el arte ni en la vida. Yo no creo que a eso debemos condenar nuestra mirada a la vida y en este caso, a la literatura, que es lo que más me importa.

Yo nunca he dejado de escribir, porque tenga ante mi siglos de obras maestras insuperables que ya dijeron lo que yo quería decir. No, lo que yo quiero decir, no lo dijo nadie del modo que yo -particularmente- he de decirlo. Y sí no dejo de escribir es porque creo en mi trabajo y he disciplinado mis capacidades a la escritura, como un campo de acción y un oficio del que depende mi vida y del que nunca me voy a retractar por haber decidido entregarme a este oficio que he defendido con la vida misma. Y si otros escribieron su obra, yo estoy en ello, y ninguno de los otros la escribió por mí, y ya no práctico la falsa modestia, muy común entre mi generación y la precedente. Lo mismo puedo decir de la relectura y la reflexión sobre autores que me apasionan como los que menciono. Siempre hay nuevos hallazgos porque el tiempo de la lectura no es lo mismo. Nunca fue igual para mí, haber leído "La divina Comedia" a los diecinueve años que a los treinta y tres, y mucho menos a los cuarenta y dos. Siempre hallé novedades y mi visión de tal obra se redimensionó en cada una de las lecturas que hice. Y eso me enseñó que la revolución existe, esa revolución íntima y fabulosa que nos da la literatura, y en esa es en la que creo, en esa revolución humana que gira la rueda en la profundidad del pensamiento íntimo y particular de cada hombre que quiere cambiar su mundo.

He pensado en Jorge Luís Borges, que tiene un estigma antirrevolucionario y un bien ganado lugar entre los que sin restricciones, puedo decir que es un escritor con absoluta vocación para convertirse en un clásico irrefutable. A Borges no le dieron el Premio Nóbel, pero pienso que hay obras que no necesitan premios para enseñar a diestra y siniestra su altísimo valor que va más lejos que otras obras, que gracias al Nóbel, lograron valorarse. La de Borges, fue de las que de verdad no necesitaron ningún premio para viajar en el tiempo, las lenguas y el espacio de la historia. Por el contrario, muchos autores hay que ni con el Nóbel fueron a ninguna parte, como Le Clezio o Paul Simón, por citar sólo dos nombres. Hay autores a los que ni el Nóbel los hubo salvado de ir a su respectivo lugar oscuro en la historia. No es el caso ni de Borges ni de Sábato, quienes nunca lo recibieron.

Borges ha sido un autor multicitado y uno de los más leídos en otras lenguas que no son en la que fue escrita su obra. Su poesía indudablemente sabia, sus ensayos que sin lugar a dudas, son los textos más exquisitos e implacables de los ensayistas del Siglo XX. Es impensable la literatura en español, sin sus cuentos perfectos. Quizás Borges fue de esos hombres a los que todo les salió bien y previó el resultado de todo cuanto vivió. Su vida fue la literatura, sus sueños fueron la literatura, su única patria fue la literatura con la que se le dio encontrase en el mundo. Quiso morir en Ginebra y que su tumba estuviera a la sombra de un árbol llamado Fi, que florea sólo en años impares y como sabemos, su muerte ocurrió en Ginebra. Hoy le acompaña la tumba de Grisélidis Réal, quien yace muy cerca de la tumba del autor de "El Aleph" y donde se puede leer en placa metálica que sintetiza su historia: “Ecrivain-Peintre-Prostituée, 1929-2005". Un personaje maravilloso, digno de compartir cementerio con el autor de "La intrusa". Muy cerca de la tumba de Borges, yace esta mujer que fuera la estrella del burdel Schwabing, y quién se convirtiera en una de las prostitutas favoritas de Zurich, cuando esta ciudad -durante la guerra fría- estuvo convertida en el lugar indispensable para los espías. Escribió dos libros de narrativa -"El polvo imaginario" y "El negro es un color"- y su pintura ha sido olvidada

Y me pregunto si Borges, bajo las leyes del azar, no estaría contento invitándole sombra del mismo árbol a una mujer que vivió en Alejandría, en Atenas, estudió arte en Zurich y antes de morir, exigió como reconocimiento, ser enterrada en Plainpalais, allí donde además de Borges, duermen Robert Musil, Denis Rougemont, Jean Calvino el reformador del cristianismo y el psicólogo Jean Piaget. Como dije, siempre hay novedades en la vida, en la muerte y en la obra de los muchos autores "visitados y revisitados".

Esta vez también quiero recordar que sobre la tumba de Borges hay una frase que proviene de un poema sajón que se ha traducido como: "y que no temiera", quizás un mensaje para Grisélidis. ¿Quién puede saberlo?

Fuente : Sexenio.com
27 de julio de 2014







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