Clarín literario, jueves 10 de junio de 1971
Jorge Luis Borges sí sabe leer y escribir. Con esta irónica
respuesta al absurdo requerimiento de una planilla burocrática que cumplimenta
su secretario, comienza la entrevista en la Biblioteca Nacional.
Sabemos que a usted no le gusta hablar de sí mismo, pero ¿se
preguntó alguna vez qué piensan los argentinos cuando oyen el nombre, ya tan
familiar, de Borges?
Yo diría que son excesivamente generosos cuando piensan en
mí.
Los jóvenes en especial, piensan en usted. Algunos lo
admiran, otros lo atacan, ¿qué es la juventud, Borges?
Es una etapa de incertidumbre, de ingenuidad y, en general,
de desdicha.
Le preguntamos algo más con respecto a los jóvenes
argentinos. Hace una pausa –esos silencios tan propios de su conversación-, y
dice:
Los veo exactamente igual a los de otros países, aunque
quizás son más tímidos acá. He encontrado el diálogo más fácil con los
estudiantes de Estados Unidos que de la Argentina.
Su secretario lo interrumpe, nuevamente, para que firme ese
formulario en el que la
Universidad le pregunta si sabe leer y escribir. Y aunque ya
nos había anticipado que no quería hablar de política preguntamos, a modo de
introducción:
¿Cree que los jóvenes están demasiado politizados?
Creo que sí, que es casi su única pasión. Cuando yo era
joven la política nos interesaba muy poco.
¿Tuvo alguna vez, en su juventud, ideas revolucionarias?
Sí, era como mi padre: anarquista e individualista. Ahora
soy conservador, pero no hay mucha diferencia entre ambas cosas…
¿Qué piensa usted del conservadorismo?
Creo que ofrece la ventaja, que no comparten ciertamente los
otros partidos, de no fomentar, ni siquiera tolerar, el fanatismo. Todo
conservador es una persona tolerante, y un poco escéptica. El comunismo y el
nacionalismo fomentan el fanatismo, la intolerancia. Creo, no obstante, que el
fanatismo no es un mal congénito del hombre porque hay épocas en que no se ha
dado. No hay panaceas para remediarlos, eso depende de cada uno.
Le comentamos que mucha gente entiende que él vive al margen
de la realidad, una imagen que es necesario destruir. Con humor particular,
acota:
¿En qué otra parte voy a estar? Si viviese en la irrealidad
sería muy interesante, pero, hasta ahora, no ha sucedido.
Tal vez piensan eso porque usted no quiere dar cierto tipo
de opiniones. (Nos interrumpe).
Quiero aclarar eso: quiero decir que mi posición política
siempre ha sido clara. He sido adversario del comunismo, del nacionalismo, del
antisemitismo y, desde luego, de cierta dictadura de la que prefiero no
acordarme. Pero no he permitido que esas opiniones intervengan en mi labor
literaria. Eso no quiere decir que las haya ocultado. Las he declarado
públicamente, pero cuando escribo un cuento o un poema, estoy pensando en ese
cuento o en ese poema. No creo que estoy, como dicen, “encerrado en una torre
de marfil”. La creación requiere una amplia libertad, más allá de las opiniones
del lector que son, por lo demás, lo más superficial que hay en él.
Sabemos que esta pregunta pueda tal vez, sorprenderlo:
¿Qué es para usted un obrero, cómo lo ve, qué sabe de él?
Con un matiz levemente irónico en su voz, responde:
Sí, he conocido muchos… Creo que la realidad no está
compuesta exclusivamente por obreros, sino por todas las clases sociales; por
ejemplo, la clase media a la que nunca se la toma en cuenta. Le falta, tal vez,
prestigio romántico. La idea de la aristocracia y la idea de lo que se llama
pueblo tienen cierto prestigio. La idea de la clase media es escasamente
encantadora.
Pero es una fuerza…
Es la mayor fuerza de nuestro país, que se diferencia de
otras naciones de América Latina; es la más importante al fin y al cabo. El
pueblo y la aristocracia se parecen, son casi iguales: los mismos prejuicios,
el mismo nacionalismo.
Dice no entender por qué la gente cuando se refiere al
pueblo, tácitamente evoca a una sola parte de él: la más pobre, la más
ignorante.
Aún en el país se piensa que el pueblo es el gaucho. Ya no
hay gauchos, pero este detalle no se toma en cuenta.
¿Qué piensa del auge del folklore?
Es una calamidad. Con respecto a su autenticidad, recuerden
que tengo algunos antepasados de los que me enorgullezco, y desgraciadamente
soy pariente de Rosas… (Puede ponerlo).
¿Qué es, a su juicio, lo más auténtico, lo más noble del
argentino?
La amistad, la pasión de la amistad.
Recordamos, de pronto, que queríamos hacerle otra pregunta
un poco particular:
¿Sabe Borges algo de las villas miseria?
No sé por qué existen; yo sé que nada de eso había cuando era
joven. Habrán empezado con la dictadura, supongo. Creo que se deben, en parte,
al crecimiento industrial. La gente prefiere vivir no en conventillos –que en
comparación son hoteles de lujo-, pero sí en villas miserias con tal de vivir
en Rosario, Córdoba, Buenos Aires. El campo se está quedando solo; se están
perdiendo todas las artes del campo aquí y en el Uruguay. Esa tradición de la
cual se habla tanto ha quedado relegada a la televisión o al cinematógrafo.
Recordamos si bien nos adelantó antes de la entrevista que
no hablaría de temas como la guerra de Vietnam, ya que la guerra implica en sí
algo más vasto y general. A nuestra pregunta, responde:
No creo que la guerra sea necesariamente un mal. La historia
argentina es una historia épica, es una historia de guerras.
(Va enumerando todas nuestras luchas con países limítrofes,
con invasores extranjeros y, por supuesto, entre nosotros mismos. Luego,
prosigue).
Todas esas guerras han sido victoriosas y han sido, en suma,
benéficas para el país.
¿Por qué, entonces, las guerras nos parecen tan terribles?
Porque estamos viviéndolas. El presente es siempre atroz. No
creo en la edad de oro ni en la “belle époque”. Para quienes tuvieron que
vivirla, la “belle époque” no fue una época particularmente feliz. Las personas
que vivían en el año 90 no se sentían especialmente felices. Nadie se siente
feliz en el presente. La felicidad corresponde más bien al pasado, a la
nostalgia, a la esperanza. En otras épocas la gente no tenía conciencia
histórica del tiempo en que estaba viviendo. En cambio ahora, estamos pensando
constantemente en el momento histórico que vivimos y eso no nos hace ni muy
sabios, ni muy felices.
¿Cómo define usted a la situación de nuestro país
actualmente?
Creo que es una época de escasa esperanza, de desidia, nadie
espera mucho de nada. En 1910, cuando Rubén Darío escribió la “Oda a la Argentina”, creo que
sentíamos que éramos una esperanza para el mundo. No creo que nadie sienta eso
hoy. Sentimos que todo está un poco desvaído, un poco gris; y si quieren
suprimir un poco, podemos suprimir los adverbios…
No sabemos si Borges querrá responder a esto, pero
igualmente lo intentamos.
Borges, ¿qué es el Tercer Mundo?
Creo que es una de las diversas calamidades que conocemos
ahora. No entiendo qué quiere decir todo eso. Creo que algunos sacerdotes se
han dedicado a hacer demagogia.
¿Tendrá algo que ver con una vieja esperanza argentina de
que alguien venga a salvarnos?
Tenemos que salvarnos nosotros mismos cumpliendo con nuestro
deber. Creo que yo, escribiendo cuentos, dictando clases, dirigiendo la Biblioteca Nacional,
lo hago. No puedo ser soldado como mis antepasados. Ni siquiera he muerto en el
74, como mi abuelo…
Ríe apenas, y dice aceptar plenamente su destino literario.
Si me hubiera dedicado a ser buzo, no habría sido uno muy
eminente; tropero, tampoco; sargento, tampoco; político, menos que nada.
¿Qué opina de los políticos?
Creo que, en general, con las salvedades necesarias, los
hombres que se dedican a esa profesión son los menos interesantes. Y es que una
persona que se dedica a hacerse popular, a hacerse retratar, a que voten por
él, no puede ser una persona muy compleja.
Volviendo a lo literario, algunos piensan que usted le da
demasiada importancia a la literatura anglosajona.
Sí, es probable. Pero al mismo tiempo querría recordarles
que también le he dado mucha importancia a la literatura vernácula.
Esa resonancia que tiene lo que usted escribe o dice, ¿le
molesta a Borges?
Es muy rara, pero Borges no tiene la culpa. Le halaga y le asombra.
Yo no he hecho política literaria, no he fomentado que se hable de mis libros,
ni de mí. Pero es algo que ha sucedido y me siento agradecido y hasta atónito.
¿Cree que los argentinos prefieren leer a sus escritores?
Creo que hay una superstición en eso de leer libros
contemporáneos. Schopenhauer decía que “no hay que leer ningún libro que no
haya cumplido cien años porque no podemos saber si es bueno o malo”. Claro que
al mismo tiempo se quejaba de que no hubiesen leído sus libros, que no habían cumplido
cien años…
Eso es, en cierto modo, la posteridad. ¿Cuál cree que puede
ser el juicio de la posteridad en su caso?
No me interesa absolutamente nada. Yo espero ser olvidado,
definitivamente.
Fuente: El Historiador
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