Durante años se creó una suerte de hito no tanto en torno a
Marcel Schwob y su obra —reconocida en su momento finisecular del XIX y luego
desde mediados de los años veinte del siglo pasado por escritores y lectores,
sobre todo hispanoamericanos—, sino en torno a su regateado reconocimiento en
los medios literarios y a un aparente olvido o desdén hacia su figura, estrella
destellante al cambiar el siglo pero luego opacada o sepultada, se insiste, por
acontecimientos históricos radicales: desde la Gran Guerra y las
transformaciones ideológicas, sociales y políticas que generó, hasta la
explosión formal y estilística de las vanguardias pictóricas y literarias de
los años veinte.
En realidad el conocimiento de Schwob y de los alcances de
su obra: novela, cuento, historia, biografía, se dieron como una especie de
clave secreta. Sus libros, especialmente Vidas Imaginarias, obra de arte mayor,
eran apreciados como un tesoro clandestino cuyo conocimiento pasaba de mano en
mano, de lectura en lectura y de boca en boca, entre los escritores que
recibían la influencia del indudable maestro de manera ajena al alarde y la
ostentación, casi de la forma natural como la raíz profunda se nutre y
alimenta. Sería un ejercicio amplio y enriquecedor —ha señalado José Emilio
Pacheco— rastrear la
influencia de Schwob en tantos autores del siglo XX, empezando por el mismo
Borges y, ya en nuestros lares literarios —como ha escrito a su vez
Marco Antonio Campos— distinguir su influencia en Alfonso Reyes, Juan José
Arreola, Julio Jiménez Rueda y Ermilo Abreu Gómez, sólo para empezar.
En 2005, las celebraciones francesas a cien años del
fallecimiento del historiador, escritor, biógrafo y artista pleno se cumplieron
en Seville, departamento de Seine-et-Oise, su villa natal, donde hubo
encuentros, discusiones, mesas redondas y conferencias. También una precisa
puntualización bibliográfica de la totalidad de su obra y su revaloración
amplia y justa tuvieron lugar en una ceremonia en París, ciudad donde el autor
falleció de tuberculosis en 1905, luego de pasar una temporada en Samoa, en los
Mares del Sur, isla adonde se trasladó en busca de una mejoría en su salud.
Ahí, al igual que su par Robert Louis Stevenson, los isleños lo consideraron un
“honorable contador de historias”, un tusitala.
En ese centenario de su fallecimiento se reavivó también la
curiosidad y el afán de exactitud en torno a la fecha de su muerte, pues en la
mayoría de sus obras —así como en los prólogos a las mismas— editadas en los
países hispanoamericanos, se apuntaba el 26 de febrero como la fecha trágica.
Ahora se ha esparcido ya la certeza de que nació el 23 de agosto de 1867 y
murió el 12 de febrero de 1905,
a la edad de 37 años.
La espléndida edición mexicana de Porrúa de Vidas
imaginarias y La cruzada de los niños (número 603 de la apreciada colección
Sepan cuántos, México, 1991) prologada por José Emilio Pacheco, incluye además
una breve introducción de Rémy de Gourmount y el prefacio original del propio
Schwob. Las traducciones de las 22 Vidas Imaginarias corresponden, las primeras
once, al poeta mexicano Rafael Cabrera (1884-1943), y fueron publicadas por
primera vez en 1922. Las once restantes fueron logradas por José Emilio
Pacheco, al igual que el preciso e informativo prólogo ya referido, donde hace
un breve retrato de Schwob y analiza las Vidas Imaginarias con la aptitud y
destreza que distinguen sus investigaciones literarias, pero sobre todo con genuino
amor por la literatura, don irrefutable del poeta mexicano vivo más importante
e influyente.
Tenemos así estos 22 arcanos (el término es del mismo
Schwob), 22 historias individuales acaso menores o historias de los sin
historia, contrastadas con las historias y las biografías de los famosos y
reconocidos protagonistas centrales de los acontecimientos. Qué juego literario
más pleno relatar la vida imaginaria de uno de los verdugos de Juana de Arco,
qué sutil manera tangencial de acercarse al acontecimiento histórico a través
de un testigo menor, aparentemente intrascendente, pero cuya biografía en manos
de Schwob cobra el destello de lo posible. Así como en los arcanos del Tarot de
Marsella cada trazo, cada línea, cada coloración y cada símbolo tienen una
interpretación y un significado, en la escritura de estas biografías posibles
recreadas por Schwob, cada detalle, cada descripción, cada señal en la
escritura conlleva significados y conocimientos históricos profundos.
El poeta Lucrecio, el incendiario Eróstrato, Crates el
cínico, el mismo Paolo Uccelo, la
Pocahontas, el poeta trágico Torneur, el inolvidables puñado
de piratas o los asesinos Burke y Hare, cobran más vida, más presencia, más
humanidad en estos relatos de Schwob que los personajes reales, planos y
contundentes, los cuales aparecen como de bulto y evaden las sutilezas y los
detalles, los dobleces de sus existencias y humanidades, ese ausente conjunto
de características que los harían tan innegablemente humanos y que en cambio sí
distinguen, perfilan, retratan y dan vida literaria a los personajes de Schwob.
En el tupido entramado de la rica y vasta tapicería de la
historia, el relato biográfico imaginado y relatado por Schwob es un hilo
enhebrado con destreza y maestría entre los miles de hilos reales que conforman
el tapiz.
Schowb inserta estas imaginadas vidas en los complejos
pliegues de la Historia
con mayúscula, la cual conoce, estudia y reconstruye con exactitud. Sus
personajes cobran así vida y relieve sobre el tapiz de diferentes épocas y
costumbres: la Grecia
antigua, el Imperio Romano, el viejo Egipto, el África del Rey Salomón, la Italia medieval y
renacentista, la Francia
de las cruzadas, la del siglo XV y la dieciochesca, la Inglaterra del XIX, la
fundacional historia de la
América de Pocahontas, la mítica y marinera Boston de los
emigrados, las navegaciones piratas del capitán Kid casi al inicio del siglo
XVIII y las del mayor Stede Bonnete pocos años después, la fantasmal Edimburgo
del siglo siguiente. Todo con sus detalles más nimios y reveladores esparcidos
a lo largo de la narración, y con el conocimiento histórico verídico —y las
claves para descifrarlo— que sólo un historiador acucioso podría lograr.
A ello se añade el estilo de Schwob, sus brevísimas vidas
imaginarias son universos perfectos en cuatro páginas, mundos completos en
quince párrafos exactos, vidas sintetizadas con la efectividad del retratista
consumado que va a percibir y resaltar los rasgos únicos, las diferencias y no
las unanimidades: “El arte está en oposición con las ideas generales, no describe
sino la individual, no desea sino lo único. No clasifica, desclasifica”, dice
Schwob, y de ahí la excepcionalidad también de su literatura, su maestría para
el cuento y las historias, su oficio de contar las mil y una vidas imaginarias.
¿No es la creación de personajes que vivan, actúen y realicen sus vidas en el
papel un genuino logro literario?
Abrevia Schwob a Crates, el cínico extremado y discípulo de
Diógenes:
«Al llegar a Atenas, vagó por las calles, descansó las
espaldas contra las murallas, entre los excrementos. Puso en práctica cuanto
aconsejaba Diógenes. Su tonel le pareció superfluo. En opinión de Crates el
hombre no era un caracol ni un paguro. Permaneció completamente desnudo en la
inmundicia y recogió las cortezas de pan, las aceitunas podridas y las raspas
de pescado seco para llenar su alforja. Decía que esta alforja era una ciudad
amplia y opulenta en la que no se encontraban ni parásitos ni cortesanas, y que
producía para su rey bastante ajo, tomillo, higos y pan. De este modo Crates
llevaba su patria a la espalda y se alimentaba.»
La
literatura sirve para la felicidad, decía Borges. Conocer varias
literaturas es entonces conocer felicidades diversas, y si somos los libros que
nos han mejorado, como quería el ciego bibliotecario, también somos los libros
que nos han hecho felices. Las Vidas Imaginarias de Schwob son una forma de la
felicidad, porque al recuperar artísticamente el valor de las vidas singulares
en la trama de la historia, nos reafirman también el valor estético de toda
vida individual, incluso el fulgor modesto de nuestra única, irrepetible vida
personal.
Fuente : Astucias Literarias
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