“Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro: el verano se
adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta
muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para
convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la
madrugada me despertó un fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las
cosas. Huí por las barrancas”.
Bastan estas primeras líneas de “La invención de Morel” para
ubicar a su autor entre los más destacados de la literatura fantástica. Sí,
porque Adolfo Bioy Casares (1914-1999) conforma, junto a Jorge Luis Borges (su
amigo del alma) y a Silvina Ocampo (su estoica esposa) la tríada literaria más
exquisita de las letras argentinas. A tal punto que cuando Bioy recibió el Premio
Cervantes en 1990, pareció que el largo contencioso entre la crítica académica
y su obra quedaba por fin resuelto a su favor. Comenzaba no sólo a aceptarse la
naturaleza metafísica de su literatura, sino que ello servía para redefinir su
obra.
Sumergirse en los libros de Bioy es a todas luces un placer.
Nadie que haya leído alguna vez “La invención de Morel” puede olvidarla. Como
dijo el mismo Borges: “Bioy alude filialmente a otro inventor isleño, a
Moreau”. O como aclara Abelardo Castillo: “Quiso imitar ‘La isla del doctor
Moreau’ y escribió ‘La invención de Morel’, una novela infinitamente superior a
casi cualquier novela que haya escrito Wells”.
Su argumento es sencillo. Un fugitivo acosado por la
justicia llega en un bote de remos a una isla desierta sobre la que se alzan
algunas construcciones abandonadas. Pero un día, ese hombre solitario siente
que ya no lo es, porque en la isla han aparecido otros seres humanos. Los
observa, los espía, sigue sus pasos e intenta sorprender sus conversaciones.
Ése es el punto de partida del misterio, del tránsito continuo de la realidad a
la alucinación, que poco a poco lleva al fugitivo hasta el esclarecimiento de
todos los enigmas.
El éxito
Esta historia, que Borges calificó de “perfecta”, bastó para
darle a Bioy fama mundial. Sin embargo, otras novelas suyas también lograron
erigirse como grandes propuestas del género fantástico. “Plan de evasión”
(1945), “El sueño de los héroes” (1954), “Diario de la guerra del cerdo” (1969)
y “Dormir al sol” (1973), son algunos de los más exitosos. También escribió
varios libros de cuentos: “La trama celeste” (1948), “Guirnalda con amores”
(1959), “Historias desaforadas” (1986) y “Una muñeca rusa”, entre otros.
No menos encantadores son los libros que escribió en
colaboración con Borges: “Seis problemas para don Isidro Parodi” (1942),
“Crónicas de Bustos Domecq” (1967) y la excelente “Antología de la Literatura Fantástica ”
(1940), en la que también colaboró su esposa, Silvina Ocampo.
La incoherencia de
los políticos
Adolfo Bioy Casares siempre despreció la política. Cuentan
que una vez una agrupación peronista le propuso ingresar a una lista para ser
electo legislador de Buenos Aires y él los insultó de mala manera. “Los
políticos son los únicos autorizados para mentir. Y a mi no me gusta mentir. Ni
siquiera en mis novelas”, declaró en aquella oportunidad. Años después aclaró
su postura: “Todo el mundo sabe que los políticos mienten, pero eso no los
desacredita, y al resto de la población sí. Nosotros tratamos de tener una coherencia
en la vida, y ellos no. Los gobernantes tienen algo inexplicable para mí que es
el ansia de poder, algo horrible y muy estúpido que los lleva a cometer una y
otra vez esas tonterías”.
Fuente : La
Gaceta – Tucuman
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