sábado, 19 de junio de 2010
Mural en Granada, Alhambra Poema de Borges
Jorge Luís Borges visitó la Alhambra cuando ya había perdido del todo la vista, y lo hace para enseñársela a su compañera María Kodama. Así ha interpretado los escritores Antonio Muñoz Molina y Francisco Ayala este poema:
"…Que la tarde que miras es la última", dice al final el poema de Borges, fechado en Granada en 1976, diez años exactos antes de su muerte. Probablemente, intuía, al salir de la Alhambra con melancolía y desgana, con cansancio de hombre viejo y ciego al que la celebridad le acumula viajes agotadores, presencias de desconocidos, horas de abatimiento en habitaciones de hotel, que ya no volvería nunca a ese palacio tan claro en la memoria, tan hecho de niebla y de voces en el regreso. Con frecuencia escribía sobre las cosas que hacemos inadvertidamente por última vez: cerrar una puerta que ya no cruzaremos de nuevo, un libro que no tendremos ya tiempo de abrir. Comprendería que se estaba despidiendo para siempre y no sólo de la Alhambra sino también, de algún modo, del recuerdo venerado de su visita de tantos años antes, cuando su padre vivía y su madre era joven, cuando él mismo era un muchacho miope y tímido, asustado del mundo, enfermo de literatura. María Kodama iba con él: ella es quien me contó la impaciencia con que Borges se preparaba aquella mañana para la visita, anticipándole las maravillas que recordaba bien y que ella aún no había visto, tan ilusionado por volver y mostrárselas que hasta se le olvidó que estaba ciego.
Es un poema conmovedor. La radiante, deslumbradora luminosidad de la Alhambra está ‘vista’ por el ciego mediante los sentidos restantes. Tampoco ahora ha de rebajar ‘a lágrimao reproche’ la referencia a su ceguera. ‘Grata la voz del agua / A quien abrumaron negras arenas’, comienza, recogiendo a través del oído la impresión del paraje que se niega a sus ojos, para apelar en seguida al sentido del tacto: ‘Grato a la mano cóncava / El mármol circular de la columna’. Y otra vez al oído: ‘Gratos los finos laberintos del agua […]. (Ayala 2006: 494)
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