sábado, 5 de junio de 2010
El Ulises de Joyce
Jorge Luis Borges escribió: “Es indiscutible que Joyce es uno de los primeros escritores de nuestro tiempo. Verbalmente, es quizá el primero. En el Ulises hay sentencias, hay párrafos, que no son inferiores a los más ilustres de Shakespeare…”.
James Agustine Aloysius Joyce, nacido el 2 de febrero de 1882, vive profundamente la vida del Dublín que será marco ambiental de sus novelas. Se educa con los jesuitas, en Clongowes Wood y en el Colegio Belvedere. Su formación católica continúa en el Colegio Universitario.
En 1902, en contacto con la cultura francesa, abandona sus propósitos de estudiar medicina en París para dedicarse a la literatura. Vuelve a Dublín varias veces; pero, a pesar de sentirse «demasiado irlandés», produce sus obras más importantes fuera de Irlanda. Se establece en Trieste con su mujer, Nora Bernacle, y enseña inglés en la Escuela Berlitz. Más tarde trabaja en Roma como empleado.
Joyce visita por última vez Irlanda en 1912. Vive durante la guerra en Zurich. En París termina y corrige las pruebas del Ulises, frecuenta los medios literarios y comienza el Finnegans Wake. Con Stuart Gilbert pasa dos vacaciones estivales en Inglaterra y hace un viaje a Austria. Al estallar la segunda guerra mundial, después de vivir en Saint-Gérard-le-Puy y rehusar la invitación para trasladarse a Estados Unidos, vuelve a refugiarse en Suiza. Muere en Zurich, a consecuencia de una operación de un absceso intestinal, el 13 de enero de 1941.
Sylvia Beach, la editora del Ulises, al evocar su conocimiento de Joyce, destaca los rasgos característicos de su figura; habla de sus manos casi femeninas, de su estatura elevada, un poco encorvada, flexible; de su aspecto noble y bello, su frente alta y abultada, sus gafas, el suave trazo de sus labios, su mentón marcado, enérgico... Se sorprende, por otra parte, con su hermosa voz de tenor, de timbre puro y agradable que encantaba con claras particularidades fonéticas irlandesas.
James Joyce trabaja en el Ulises durante ocho años. Después de los intentos de Miss Harriet-Weaver, en la revista «The Egoist Press», en 1918 comienza la publicación completa de la novela como folletín en la «Little Review», dirigida en Nueva York por Margaret Anderson y Jane Heap. Esta publicación periódica queda interrumpida por la suspensión de la «Little Review», en 1920, y el proceso de sus directoras. En este mismo año, Sylvia Beach, dueña de la librería angloamericana de París, Shakespeare and Company, conoce a Joyce, se entusiasma con el Ulises y asume la responsabilidad de su publicación.
En febrero de 1922 se pone a la venta la primera edición en libro de la famosa obra de Joyce. Una conferencia de Valéry Larbaud, publicada después en la «Nouvelle Revue Française», la colaboración del poeta norteamericano Ezra Pound y la prohibición que pesaba en Inglaterra y Norteamérica sobre el Ulises, contribuyen a su difusión.
Los ejemplares enviados a los suscriptores de Inglaterra y Estados Unidos fueron confiscados y quemados por las autoridades aduaneras de Nueva York y de Folkestone. Por fin, en 1933, el juez neoyorquino John M. Woolsey levanta la prohibición que pesa sobre la novela y llega la edición norteamericana de 1934.
El Ulises es la novela más compleja de la literatura universal. Su autor asedia desde distintos ángulos la vida real contemporánea; capta miles de matices y superficialidades; describe con aliento épico situaciones y caracteres; explora parcelas inéditas del alma humana; interpreta la corriente de la conciencia; abre las misteriosas válvulas del subconsciente.
En la gran obra de Joyce son frecuentes los virajes: de la percepción objetiva a la introspección, de los crudos brochazos naturalistas a las sublimaciones poéticas. Dos procedimientos estéticos están alternando: un impresionismo estático y un dinámico expresionismo.
El novelista irlandés logra una asombrosa conquista lingüística. El lenguaje es para algunos críticos el principal personaje. En realidad juega tan importante papel en el libro como las experiencias de la vida dublinesa y la andadura de los personajes.
El Ulises se desarrolla en tres planos: la vida cotidiana de la ciudad de Dublín, los secretos de la introspección de los protagonistas y las especulaciones intelectuales y religiosas.
En el Ulises, como en las anteriores narraciones de Joyce, volvemos a encontrar una indudable carga autobiográfica. La novela transcurre en un día estival de 1904, cuando el autor era profesor en una escuela de los alrededores de Dublín. El novelista está encarnado en la conocida figura de Stephen Dedalus; tiene, como él, 22 años, está movido por las mismas preocupaciones intelectuales, sufre una crisis religiosa, salta de lo especulativo a lo sensual.
El escritor dublinés introduce en su roman fleuve personajes de escalonados estamentos sociales: profesores, estudiantes, jesuitas, periodistas, agentes de publicidad, comerciantes, ciudadanos «honorables», marineros, taberneros, cocheros, cantantes, camareros, empleados, alcahuetas, mujeres de vida airada, soldados, guardias, oficiales, vagabundos, mendigos...
El Ulises es un ejemplo de limitación del tiempo cronológico. La acción transcurre únicamente en el día 16 de junio de 1904 y las primeras horas del 17. Desde la primera escena a la última página transcurren 18 horas y 45 minutos.
La estructura de La Odisea sirve de armazón para la novela de Joyce. El novelista irlandés, seducido por la búsqueda de antecedentes clásicos de los acontecimientos modernos, proyecta los episodios de la epopeya homérica sobre el plano de la capital dublinesa, protagonizados por personajes de comienzos de nuestro siglo.
Leopoldo Bloom personifica a Ulises en su condición de hombre errante, desplazado de su hogar, sometido a peligros, burlado. Es un ejemplo contemporáneo de frustración psicológica, desajuste social y discriminación racial.
La acción nuclear del Ulises se proyecta sobre el reducido tiempo presente de un día. El tiempo cronológico coincide aproximadamente con la lectura detenida de la novela. Pero a través de la introspección, de la corriente de la conciencia, del interrogatorio de la tercera parte, se rompe la secuencia temporal con frecuentes saltos al pasado. El presente y el pasado, lo real y lo imaginado, se funden con frecuencia en el repensar de los personajes. Por otra parte, los tiempos psicológicos son distintos, según los episodios. La narración, unas veces se dinamiza, otras se remansa en tempo lento.
Dentro del acontecer presente sobre el plano de la ciudad dublinesa, Joyce ensaya varias veces la técnica contrapuntística. Además del paralelismo entre las andanzas matinales de Esteban y Bloom se apuntan, a través de la segunda parte, rápidas situaciones y percepciones contrapuntísticas. En el capítulo VIII, mientras Leopoldo trata de olvidar la infidelidad de su mujer, Boylan acude a la cita con ella; y la manipulación de la señorita Douce en la llave de la cerveza se sincroniza con lo que está sucediendo en el número 7 de la calle Eccles.
En el décimo episodio, con los pensamientos anhelantes de la joven Gerty se sincronizan los cantos religiosos de la iglesia cercana y los juegos de los niños. Pero el más claro ejemplo contrapuntístico está en el capítulo VII, con la simultaneidad de cuadros protagonizados por personajes distintos: Corny Kelleher cierra su libro diario; el P. Commee sube a un tranvía; un marinero se desliza por la esquina debruzado en las muletas y pide limosna con su gran gorra; pilluelos descalzos chupan regaliz; Boody y Ratey toman la sopa en la cocina llena de humo; la chica rubia prepara una cestilla de flores a Blazes Boylan; la mecanógrafa señorita Dunne escribe y atiende al teléfono...
En el último capítulo del Ulises, Joyce interrumpe el relato normal para servirse de una forma interrogativa que bordea a veces el monólogo, el fluir de la conciencia. El regreso inseguro, vacilante, con «resaca», de Bloom y Dedalus está sometido a un minucioso interrogatorio.
El taladro de las interrogaciones, formuladas en forma gramaticalmente impersonalizada, descubre el deambular de los protagonistas, su conversación, sus preferencias, sus divergencias, sus recuerdos infantiles y juveniles, sus sensaciones volitivas.
Las 80 páginas de este insólito formulario, estructurado como un catecismo o un interrogatorio judicial, nos sirven para reconstruir las fichas completas de los protagonistas: relación entre sus edades, encuentros anteriores, circunstancias, carácter...
Las respuestas forzadas, rápidas o minuciosas saltan de lo subjetivo a lo objetivo: de los pensamientos de Bloom a sus esfuerzos para entrar en el patio y abrir la puerta de casa; de sus manipulaciones a las estadísticas del caudal de agua de la ciudad de Dublín; del fenómeno de ebullición a la minuciosa descripción del aparador...
El interrogatorio se desplaza sobre Bloom o Dedalus o se proyecta sobre los dos. Después de la despedida de Esteban, Leopoldo se queda solo en la alta noche y todas las preguntas se centran sobre sus sensaciones, sus pensamientos, sus gestos. Joyce nos descubre entonces su habitación, su mobiliario de pequeño burgués; cataloga los libros de su pequeña biblioteca; reproduce su lista de gastos del día; penetra en sus planes para hacerse rico; revisa lentamente el contenido de los cajones; ausculta reminiscencias e impresiones presentes...
Con los actos de acostarse, un nuevo problema se incorpora a la corriente de la conciencia del héroe: su mujer Marion, envuelta en ideas de celos, de envidia, de sexualidad.
Fuente : Varela Jácome, Benito, Renovación de la novela en el siglo XX
Biblioteca Virtual Cervantes
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