miércoles, 31 de enero de 2018

Los mundos de Ursula K. Le Guin: entre la fantasía y la sombra de Borges




La escritora estadounidense, maestra de la ciencia ficción y el fantasy, encontró un alma gemela en el autor argentino; los pasajes del taoísmo a los universos imaginarios

Martín Hadis

Ursula K. Le Guin fue, sin duda, una de las más grandes escritoras de ciencia ficción, pero esa definición resulta insuficiente para abarcar la originalidad de su obra. Quizá sea más exacto describirla como una creadora de mundos, a los que consideraba metáforas necesarias para entender las peculiaridades del nuestro. En esto, reconocía su afinidad con Jorge Luis Borges. Y tenía además escuela propia: su padre fue el célebre etnógrafo Alfred L. Kroeber, quien estudió en la Universidad de Columbia con Franz Boas e hizo importantes aportes a la etnografía de las tribus de California y la clasificación de lenguas nativas; su madre fue también antropóloga y recopiló relatos y leyendas de esas mismas tribus. "Los escritores de ciencia ficción" -dijo una vez Le Guin- no suelen tener demasiado interés por las personas. Pero yo sí. Me inspiro mucho en las ciencias sociales... Cuando creo otro planeta, otro mundo, intento sugerir siempre la complejidad de la sociedad que estoy creando".

La antropología es una disciplina fascinante y a menudo paradójica: se la puede definir en pocas palabras, para luego comprobar que no hay consenso sobre el significado de esas palabras. Es correcto afirmar, por ejemplo, que la antropología estudia la cultura humana, pero un artículo sobre esta cuestión que Alfred L. Kroeber (el arriba nombrado padre de Ursula) escribió en 1952 en colaboración con Clyde Cluckhohn ofrece no menos de 160 definiciones de "cultura". Tal vez sea más útil afirmar que la antropología estudia la diversidad de experiencia humana a lo largo del espacio y del tiempo, con énfasis en aspectos culturales, lingüísticos, sociales y políticos. Mediante estos enfoques, intenta responder preguntas fundamentales de la humanidad: ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?

Podría decirse entonces que lo que hacía Ursula K. Le Guin era "antropología-ficción": la creación imaginaria de otros pueblos con sus respectivas cosmovisiones, lenguajes y mitologías. Así, su Ciclo de Hain tiene lugar en un universo ficticio en el que la humanidad no es originaria de la Tierra, sino de un planeta mítico que ha sembrado su semilla entre las estrellas en tiempos insondables para luego cesar todo contacto. Tres libros de ese ciclo son de lectura ineludible: El nombre del mundo es bosque, La mano izquierda de la oscuridad y Los desposeídos.

Pero Le Guin no escribió solamente ciencia ficción, también tuvo aportes destacados en el rubro de la literatura fantástica y lo que se da en llamar "fantasía": los libros más representativos de ese género corresponden al ciclo de "Terramar ", originariamente compuesto por tres volúmenes. Como J.R.R. Tolkien, a quien consideraba un predecesor, Le Guin creó mundos exquisitamente detallados. Existe, sin embargo, una diferencia significativa entre ambos: en tanto que Tolkien vislumbró ámbitos imaginarios en los que el bien y el mal están nítidamente demarcados, y esos dos bandos se enfrentan en combates épicos y grandiosos, los relatos de "Terramar" abundan en distinciones más sutiles. Le Guin mantuvo siempre una fascinación peculiar por la ambigüedad, las contradicciones aparentes y las múltiples interpretaciones de un mismo hecho. No es de extrañar por lo tanto que, en esa misma línea, haya expresado un singular interés por la obra de Borges, a quien llamó "un escritor central para nuestra literatura". En 1988 se publicó la traducción a lengua inglesa de la Antología de la literatura fantástica (que Borges había escrito en colaboración con Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo). El prólogo estuvo a cargo de Le Guin, quien lo incluyó luego en su libro La onda de la mente. Allí describe a Borges con las siguientes palabras: "Sus poemas y relatos, sus imágenes de reflejos, bibliotecas, laberintos y senderos que se bifurcan; sus libros de tigres, de ríos, de arena, de misterios y fugacidades, son mundialmente admirados, porque son bellos, porque alimentan nuestro espíritu y porque cumplen la función más antigua y urgente de las palabras: el crear para nosotros 'representaciones mentales de cosas que no están en realidad presentes', de tal manera que logremos formar, a través de ellas nuestras propias opiniones acerca del mundo en que vivimos, y dentro del mismo, hacia donde podríamos dirigirnos, de qué cosas podremos alegrarnos, y a cuáles de ellas deberíamos temer".

Este párrafo de Le Guin no solo constituye una lectura lúcida y precisa del genio borgeano, es también casi una confesión de afinidades manifiestas: la belleza lograda a través de narraciones que cuestionan los cimientos mismos de nuestra percepción y realidad mediante enigmas que se abren en sentidos múltiples al reflejarse en sucesivos lectores. Cabe recordar aquí estas palabras del autor de Ficciones: "Yo prefiero soñar [...] Kipling dijo que a un escritor le es dado escribir una fábula, pero no conocer la moraleja que se desprende de ella, ya que los lectores pueden llegar a interpretarla de un modo muy diferente de la intención que el autor tuvo al escribirla. De manera que yo intento [...] seguir pensando en metáforas o en fábulas más que en argumentos".

Por su lado, en el prólogo a su novela La mano izquierda de la oscuridad, Le Guin afirma: "Toda ficción es una metáfora... También lo son los viajes espaciales o una sociedad o una biología alternativa; lo es también el futuro: el futuro en la ficción es una metáfora. ¿Una metáfora para qué? Si fuera capaz de responder a esa pregunta de un modo no metafórico, no habría escrito esta novela...".

Le Guin leía a Borges con fruición y lo citaba con frecuencia. En una entrevista de 2002 la autora relataba su personal relación con nuestro idioma. "Hace unos diez años estaba hojeando una traducción de uno de mis libros (creo que Un mago de Terramar) al castellano. Y pensé: Esto es tan parecido al italiano que puedo leerlo... después de todo, yo sé bien de qué trata 'este libro'. Y entonces leí un par de libros míos más en traducción al castellano y así pude empezar a captar el idioma. Y seguí leyendo. Y encontré que podía leer a Borges. Y si puedo leer a Borges, ya puedo leer cualquier cosa. No fue fácil, pero he aprendido gradualmente a leer en castellano, [...] aunque no puedo hablarlo".

El otro lado

Otra afinidad entre Le Guin y Borges está dada por el taoísmo, esa antigua doctrina filosófica y religiosa china que describe el orden natural del universo mediante un principio único e inefable, y que se manifiesta en la realidad como una continua búsqueda de equilibrio entre opuestos y cuyo atributo más evidente es el cambio. "Sí, he dedicado muchos años al estudio de la filosofía china -dijo Borges en una entrevista-, especialmente el taoísmo, que me ha interesado mucho". Ursula K. Le Guin compartía este interés de Borges, e iba más allá: para ella, el Tao fue también una escuela de vida y una fuente de inspiración que atraviesa casi todas sus narraciones; no en vano los peores enemigos de sus personajes no suelen ser otros individuos, sino ellos mismos, sus prejuicios y sus moldes, que les impiden comprender la complejidad del mundo.

"He regresado [al Tao] a través de los años -afirmó Le Guin - y siempre me ha ofrecido lo que quiero o necesito aprender. Mi traducción, o versión, del Tao Te Ching es resultado de esa larga y pródiga asociación" El Tao Te Ching es a la vez un libro breve y la piedra fundamental del taoísmo. Le Guin lo tradujo utilizando su característico lenguaje poético. La versión de Le Guin comienza así: "El camino que puedes recorrer/ No es el verdadero camino./ El nombre que puedes pronunciar/ No es el verdadero nombre [...]/ Dos cosas, un origen,/ con distintos nombres/ cuya identidad es misterio/ ¡Misterio de todos los misterios!/ La puerta a lo que está escondido".

En la concisa nota al pie que ondula, de manera tenue y casi imperceptible, inmediatamente debajo de esos versos, Le Guin agregó esta afirmación que es quizá su mejor homenaje al gran escritor argentino: "Creo que lograr una traducción satisfactoria es imposible porque, en cierto modo [este primer capítulo del Tao Te Ching] abarca todo el resto del libro. Para mí es como un Aleph, como el que Borges describe en su cuento: si lo miras correctamente, contiene absolutamente todo".

Fuente: La Nación

domingo, 28 de enero de 2018

Daniel Mordzinski: El muchacho que fotografió a Borges



GUSTAVO TATIS GUERRA

Daniel Mordzinski (Buenos Aires, 1960) se ha pasado los últimos cuarenta años fotografiando a los escritores del mundo. Tiene el atlas más grande de Las letras del universo, de los cinco continentes, ha tendido puentes entre el Mediterráneo, el Pacífico y el Caribe, y su alma siempre joven y alerta, descubre en cada rostro el espíritu que vincula a cada ser con el tejido misterioso de las palabras.

Era un muchacho de 18 años cuando vio por primera vez a Jorge Luis Borges, sentado en la luz oblicua de la Biblioteca Nacional, entre dos sombras, vestido entero, de negro, con una corbata, y la nieve erizada de las hebras de su cabello levantado al cielo. El muchacho entró junto a su profesor, el director de cine Ricardo Wullincher, quien lo eligió como segundo ayudante para la filmación de Borges para millones.

El título extraño era otra manera de evadir los cercos de la represión que se cernía por aquellos años, que estaba como sombra indigna en los proyectos de los creadores, algunos de ellos, independientes y contestatarios ante todas las formas del autoritarismo de dictadores y regímenes conservadores ortodoxos. El muchacho Daniel Mordzinski estudiaba cine. Y con la cámara prestada de su padre, fue a acompañar a su profesor para aquella filmación.

“Pero no tenía la menor idea de que íbamos a encontrarnos con Borges”, me cuenta Daniel, sonriente, con su paso veloz por Hay Festival Cartagena 2018. Tampoco era consciente que aquel día en Buenos Aires, empezaba su destino de fotógrafo de los escritores del mundo. “Es increíble, me lo estás preguntando, y descubro que se cumplen cuarenta años de aquel día. Yo me acerqué tímidamente a Borges, y le dije que quería hacerle una foto”.

El rostro de Borges se ladeó con ternura buscando la luz de la voz, y levantó la mano para tocar el hombro del muchacho. “¿Cómo te llamas? -le preguntó-”. “Daniel Mordzinski, tengo 18 años”. “Qué bien, Daniel”, le dijo Borges. “Tú sabes que soy ciego, y me preguntas si quiero que me hagas una foto, pero eso demuestra que eres respetuoso, otro ser humano con cámara hubiera podido hacerme la foto sin decirme nada, y yo no me habría dado cuenta. Pero has tenido la delicadeza de preguntarme. Así, Daniel, puedes hacerla”. Daniel quedó petrificado de emoción. Y solo dijo: “Gracias, maestro. He leído sus cuentos y poemas”. Borges sostuvo su rostro ladeado y expectante siguiendo el camino de la voz, y le pregunto: “¿Cómo te han parecido, Daniel, esos cuentitos y esos poemitas?”.

Daniel le respondió intimidado de felicidad y de perplejidad: “Me encanta todo lo que escribe, maestro. Usted es capaz de atrapar el universo entero con sus palabras”. “Eres generoso”, le dijo Borges. Daniel encuadró la imagen de Borges en medio de la sombra y un leve resplandor que entraba a la biblioteca.

El rostro de Borges estaba levantado, como si mirara el infinito. En el instante en que disparó su cámara, la mano aparentemente anónima del director se agregó al paisaje, y Daniel se sintió perturbado por aquella mano sola en la sombra que parecía señalar a Borges. Durante años creyó que aquella mano solitaria en el aire había perturbado el conjunto de la imagen en blanco y negro, que se volvió icónica de Borges, pero a medida que pasan los años, la mano sola parece el mismo Dios señalando a Borges, y ha cobrado un inusitado y enigmático protagonismo.

“Borges me hizo sentir que yo era un hombre muy mayor, y que el jovencito de 18 años era él. Y allí aprendí la primera gran lección de mi vida: que la grandeza de un artista radica en la humildad”, dice Daniel, bajo la luz brillante de este enero en Cartagena. Aquel halo de luz que está sobre Borges en la sombra, ilumina el misterio de aquel instante que se parece al destino del mismo Borges, y de Daniel que, a lo largo de estos cuarenta años, ha sido el más sensible, ingenioso, innovador, creativo y singular cazador de instantes en las vidas de miles de escritores de todos los rincones del planeta.

Las últimas fotos de García Márquez sentado al borde de la cama, mirando la luz del tiempo que se desvanece en una habitación, las hizo él. Como también hizo las fotos inolvidables de Julio Cortázar, Guillermo Cabrera Infante, Umberto Eco, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, J. M. Coetzee, Orhan Pamuk, Michel Houellebecq, entre miles. No hay un Premio Nobel de los últimos treinta años que no haya pasado por el lente de Daniel. Y no hay un solo escritor del continente que no haya sido captado por su intuición y su clarividencia. A Álvaro Mutis lo retrató desde la tierna mirada de su gato en su patio sembrado de plátanos azules. A la bellísima poeta árabe Joumana Haddad la fotografió mirando el mar de Cartagena. A Mario Vargas Llosa lo fotografió empujando la carreta literaria de Martín Murillo, en el Parque San Diego.

Epílogo
Daniel es perfeccionista y obsesivo con todo lo que hace. Lo veo delinear cada foto de su exposición de retratos de escritores que exhibe en los pasillos del Hotel Santa Clara, y está pendiente de que, entre una y otra foto, haya equilibrio, armonía, belleza sincronizada, incluso, desde la luz y sus colores. Ahora veo a Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, el espléndido novelista de Estambul sosteniendo una manzana roja. Daniel captó el instante en que la luz de la manzana y la luz de la sonrisa de Pamuk, se confabulan en un halo de picardía. Muy cerca de esa foto, está otra vez, como un milagro, Borges con su rostro ladeado buscando la luz de la voz y del enigma de aquel instante de 1978, y el muchacho con su cámara intentando atrapar para siempre el misterio inasible de la belleza.

Fuente: El Universal  - Colombia

sábado, 20 de enero de 2018

José Hernández y Borges, traducidos por primera vez en la India




Dos clásico argentinos se leerán tanto en hindi como en bengalí.
         
Jorge Luis Borges, el argentino más universal, y José Hernández, autor del Martín Fierro, llegan a la India por primera vez. Mediante el Programa Sur, que subsidia traducciones de obras de autores argentinos en otras lenguas a través de la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina, se publicó en hindi Ficciones: diez cuentos, la selección de relatos Borges.

Esta novedad editorial está acompañada del Martín Fierro en bengalí, la segunda lengua más hablada de la India, después del hindi, y además la lengua oficial de Bangladesh.

Es la primera vez que Borges se traduce a una de las dos lenguas oficiales de la India (la otra es el inglés que dejó la colonización británica) y en esto trabajó sin pausa la embajada argentina. El libro es una selección de diez cuentos de Ficciones, entre los que están algunos de los más famosos de Borges, como El Sur, La biblioteca de Babel o Funes el memorioso.
 

Ficciones surgió de la fusión de dos libros: "El jardín de senderos que se bifurcan, compuesto por ocho relatos, entre ellos dos narraciones breves, Pierre Menard, autor del Quijote, y La Biblioteca de Babel. El segundo libro es Artificios, que tiene nueve cuentos. Tres de ellos, los más conocidos, son La muerte y la brújula, Funes el memorioso, y El Sur. Este último, según dijo Borges en alguna entrevista, era su "mejor cuento".

La presentación del volumen tuvo lugar el pasado la semana última en la Feria del Libro de Nueva Delhi, capital de la India. Allí estuvieron reunidos el editor indio con los traductores. Y si algo se puso de relieve fue el esfuerzo por llevar el universo de Borges a la lengua hindi, ya que antes sólo podía ser leído en inglés.

En tanto, el Martín Fierro, de José Hernández, que ya tiene traducciones a más de una treintena de idiomas, en esta ocasión tiene una edición especial bilingüe española-bengalí. La obra gauchesca tiene ilustraciones originales del artista argentino Pablo Ramírez Arnol, que vive en Bombay, lo que hace del volumen una edición única.

La traducción al bengalí del Martín Fierro fue un proceso largo. Se trata de una poética que abunda en giros regionales y tiene un glosario gauchesco, por lo cual exigió que la agregaduría cultural de la embajada asesorara los traductores literarios.

El foco del Programa Sur es apoyar la traducción de la literatura argentina en el exterior. Financia la edición de obras nacionales en cualquier otro idioma. Según ha expresado la Cancillería se trata del programa más importante entre los países hispanohablantes. Desde su creación ha subsidiado las traducciones de más de 1254 obras a 47 lenguas en 43 países diferentes.

Fuente: Primera edición


jueves, 18 de enero de 2018

Borges en laberintos cubanos



Jesús Mira

Fue en el primaveral 16 de setiembre de 1985, es decir, veinticinco años atrás, cuando Buenos Aires recibió al genial escritor cubano Roberto Fernández Retamar, quien era portador de una delicada misión: entrevistar a Jorge Luis Borges para ponerlo en conocimiento de que en Cuba habían decidido editar una antología con parte de su producción (poemas, cuentos y ensayos). Se necesitaba el acuerdo del escritor argentino, sobre todo porque algunas de las creaciones que los cubanos querían incorporar al futuro volumen no figuraban en sus Obras completas, dado que el autor no había autorizado su inclusión en estas últimas.

Como era de dominio público, Borges no manifestaba simpatía alguna por la Revolución Cubana y… finalmente, Fernández Retamar venía con el encargo de hacerle un sensible pedido: que cediera sus derechos de autor en esa puntual edición, porque como consecuencia del bloqueo norteamericano, la editora cubana no disponía de suficientes divisas, por lo que no estaba en condiciones de abonar los honorarios que legalmente le correspondían.

El caso es que Retamar llegó a la Editorial Hyspamérica, donde lo aguardaba su director, el generoso e inteligente Jorge Lebedev, quien había dirigido la colección personal de Borges con la colaboración de María Kodama. Ambos se habían comprometido a gestionar la entrevista.

Retamar y Lebedev toman entonces contacto telefónico con Kodama, y momentos después llegaba la voz de ella con la tan ansiada respuesta:

–Sí… dice Borges que puede venir ahora.

Posteriormente escribiría Fernández Retamar:

    El viaje demandó sólo algunos minutos, que me parecieron demasiados. Hasta que al fin me encontré frente al número 994 de la calle Maipú. En el sexto piso, la propia María Kodama me abrió la puerta. Me sentí impresionado por su belleza y la austeridad del piso.

Al entrar, Borges le pregunta:

    – ¿Qué edad tiene?

    – Cincuenta y cinco años –responde Retamar.

    –Pero si es un pibe, che… Yo tengo ochenta y seis.

    –Sí, pero yo vivo en el tiempo y usted ya está en la eternidad, que ha historiado, así como también ha refutado al tiempo –puntualiza Retamar.

    –Tampoco Borges es sucesivo.

    –En todo caso, de mis cincuenta y cinco años, he pasado unos cuarenta leyéndolo a usted.

    –Me excuso… –dice Borges.

Los dos intercambian opiniones sobre el Martín Fierro, sobre su autor y otros escritores latinoamericanos.

Retamar le comenta que en su juventud ya lo leía en un barrio orillero llamado La Víbora, y ante la pregunta de Borges: ¿Dónde está ese barrio?, Retamar contesta:

    –Queda en La Habana, capital de un país llamado Cuba, cuyo régimen político yo sé que usted no aprecia demasiado… Pero ni siquiera eso puede impedir que usted tenga allí millares de lectores, millares de admiradores.

Borges le hace un reclamo:

    –Hay textos que usted no puede poner en su selección –y menciona tres títulos, uno de ellos, “El hombre de la esquina rosada”.

Pero el autor cede al fin, y ese cuento estará en el volumen cubano.

Y así se llega al momento más espinoso de la entrevista, cuando Retamar le plantea el tema de los derechos de autor:

    –Lo que no podemos es enviarle dólares.

El escritor argentino acepta las condiciones con una definición muy borgeana:

    –A mí no me interesa el dinero.

Breve, contundente y satisfactoria contestación.

La tarde se había hecho noche y cubría con su oscuro manto a la Reina del Plata. Roberto Fernández Retamar se despedía con el compromiso de entregarle a Borges en persona varios ejemplares de la antología cubana de sus obras.

Poco tiempo después, fallecía en Ginebra Jorge Luis Borges, y aquel volumen se publicaba en Cuba con un éxito inusitado. La destacada pintora argentina Hilda Heller, que en aquel momento vivía en la isla, me relató a su regreso que “en sólo tres días se agotó la antología de Borges en las múltiples librerías cubanas”.

Fernández Retamar no pudo cumplir con la promesa de entregar el libro en manos de su autor. Él mismo había escrito el prólogo (lo que enriqueció la antología), en el que incluyó este final:

    Cuando falleció Miguel de Unamuno, Borges redacta una sentencia con la que quiero terminar por parecerme justa en ambos casos: “El primer escritor de nuestro idioma acaba de morir”.
Fuente: Centro Cultural de la Cooperación

El ‘antimodelo’ Borges continúa en clave de olvido en Cuba




 por Jorge Ignacio Pérez

La mala suerte que la obra literaria de Jorge Luis Borges ha tenido en Cuba y la razón de que fuera uno de los “escritores innombrables” de la Revolución cubana son los temas centrales de un libro que acaba de publicarse en EEUU.

Escrito en primera persona por el cubano Alfredo Alonso Estenoz, Borges en Cuba. Estudio de su recepción, publicado por el Centro Borges de la Universidad de Pittsburgh, es un volumen de bolsillo que brilla por su enjundiosa investigación.

Treinta y un años después de la muerte de Jorge Luis Borges (1899-1986), Alonso recrea una época en la que Cuba se cerró con siete candados con la idea de construir un “hombre nuevo”.

Según indica este profesor de literatura latinoamericana y lengua española en el Luther College de Iowa, “durante los años 70 y 80 Borges fue ignorado por el discurso crítico cubano, aunque (…) lo seguían leyendo los escritores que tenían acceso a su obra”.

El investigador recuerda que “durante esta década, el autor de Ficciones y El Alpeh, entre otras muchas obras, se convirtió en el antimodelo del tipo de intelectual que la Revolución promovía.

Para la reconstrucción total del periodo de unos veinte años en el que Borges estuvo vetado, que concluye con la publicación de la antología Páginas escogidas de Jorge Luis Borges en 1988, Alonso se apoya en muchísima bibliografía y dos fuentes fundamentales.

Una es el diario Borges que el amigo íntimo de éste y también escritor Adolfo Bioy Casares redactó con minucioso detalle y la otra es el prólogo de la antología que desde La Habana firma el crítico y director de Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar.

Por el diario de Bioy Casares (2006) se sabe que el haber firmado “un manifiesto en apoyo a los cubanos que en 1961 invadieron la isla por Bahía de Cochinos” fue suficiente para que el régimen castrista, que desde el comienzo centralizó toda gestión cultural, enviara al ostracismo a uno de los autores más universales y al latinoamericano hoy en día más citado.

Lo curioso es que, anteriormente, Borges había suscrito otro manifiesto condenando al dictador cubano Fulgencio Batista, pero aquella firma no se la tuvieron en cuenta los responsables de la política cultural que, como se encarga de consignar Alonso, no fueron pocos y respondían a una maquinaria muy bien engrasada.

Fernández Retamar, sempiterno director de Casa de las Américas, una institución estatal con fuerte enfoque político, primero arremetió contra Borges en la década de los años 70, para luego “reconciliarse” con él mediante la publicación de la antología.

Para tal empresa se reunió con Borges un año antes de que éste falleciera y obtuvo su autorización.

El diálogo de aquel encuentro en Buenos Aires, que Alonso extrae del prólogo de Páginas escogidas de Jorge Luis Borges, refleja, por un lado, que al final de su vida el escritor argentino continuaba siendo un electrón libre y por otro que la denominada “Revolución cubana” gozaba de un histrionismo conmovedor.

“Lo que no podemos es mandarle dólares”, expone Retamar. “A mí no me interesa el dinero”, responde Borges. “Le enviaremos cuadros o libros antiguos”, ofrece el otro.

El libro Borges en Cuba. Estudio de su recepción es algo más que un acto reivindicativo.

Entreverada presenta también una síntesis bastante clara y organizada de la historia de la censura oficial en Cuba desde 1959.

No escapan de estas 166 páginas autores como Luis Rogelio Nogueras, que al morir a los 41 años había dejado una obra fuertemente “borgeana” sin haberse atrevido a nombrarlo.

“Borges es el ‘ingrediente secreto’ que hace posible la distinción de Nogueras en la poesía cubana de la época”, escribe el investigador.

El infortunio que la obra de Borges ha tenido en Cuba llevó a que un estudiante universitario como lo era Alonso en los 90 confundiera el apellido del argentino con el del comandante sandinista Tomás Borge, autor bien visto y promocionado entonces en Cuba.

Aunque Retamar “rescató” a Borges en 1988 dejando claro que ya no era un escritor maldito, la antología, apunta Alonso, no se encuentra con facilidad en la isla.

Se vende en dólares y no está en librerías, sino en manos de anticuarios.

Ir al Prologo de Fenandes Retamar :


Fuente : El Nuevo Herald  -  Jorge Ignacio Pérez EFE - 18 de enero de 2018

viernes, 12 de enero de 2018

Por qué la obra de Borges trascenderá incluso al premio Nobel




El debate con respecto a la razón por la que la Academia Sueca nunca le concedió el el galardón literario llegó a su fin. ¿Es menos importante su legado por no contar con el premio o sólo es una anécdota?

Por Martín Hadis

El períodico Svenska Dagbladet informó ayer que la Academia Sueca "desclasificó" el informe acerca de la decisión de a quién otorgar el premio nobel de literatura de 1967. Al parecer ese año, en el que resultó ganador Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges fue rechazado porque el presidente del Comité, Anders Osterling, argumentó que el autor de El Aleph le parecía "demasiado exclusivo o artificial".

Muchas veces me han preguntado sobre esta cuestión. De hecho la pregunta sobre Borges y el nobel se ha convertido en lo que se dice "un clásico": casi no hay diálogo en el que participe sobre Borges en el que no surja: ¿Por qué no le dieron el Nobel a Jorge Luis Borges?

Mi respuesta es invariablemente la siguiente: lo que realmente ocurrió no fue que no le dieran el Premio Nobel a Borges. Lo que realmente ocurrió fue que no le dieron Borges al Premio Nobel.

Me explicaré:

La antigua civilización sumeria que inventó la escritura floreció hace aproximadamente 5000 años en la región de Oriente Medio conocida como Mesopotamia, entre las planicies aluviales de los ríos Éufrates y Tigris.
Ahora bien: ¿cuál es, exactamente, el número de academias o comités de la civilización sumeria que la mayoría de nosotros podría enumerar de memoria? Exactamente cero. Y sin embargo seguimos leyendo la antigua épica de Gilgamesh.

No solo eso: esa antigua obra literaria que narra las sucesivas aventuras que el rey Gilgamesh atraviesa en su vana búsqueda de la inmortalidad ha sido traducida a decenas y decenas de idiomas. Solo por citar algunos: inglés, alemán, holandés, polaco, chino, japonés, estoniano, y … ¡hasta klingon!

Las antiguas academias sumerias realmente existían. Se llamaban "edubbas", nombre que significa "casa de las tablillas", por las tablillas de barro en que se inscribían entonces con los curiosos caracteres cuneiformes. Estas academias eran lugares de estudio, debate, aprendizaje y acopio de textos. Las había de distintas clases, con diferentes rubros y énfasis. Una, identificada en Nippur, fue llamada "Casa F" por sus descubridores modernos. Contenía cientos de tablillas inscriptas, todas hechas pedazos. En Ur se encontró otra que los arqueólogos denominaron simplemente: "Casa 7". Cuesta pensar lo implacable que resultó el paso del tiempo para esas instituciones: ni siquiera sabemos cómo se llamaban. No han sobrevivido siquiera sus nombres.

¿Qué quiero decir con todo esto? Que dentro de 5000 años seguramente seguiremos leyendo a Borges – acaso en idiomas que hoy aún no existen. Y para entonces, dudo que nadie pueda citar el nombre de una sola academia de nuestro mundo actual, que para entonces se habrá convertido en una antigüedad remota. Esta no es una observación a favor ni en contra de Borges, ni a favor ni en contra de ningún país o comité en particular. Es la mera comprobación de un hecho histórico: las grandes obras literarias suelen sobrevivir a sus creadores, y aún a las civilizaciones y lenguajes que les dieron origen. Todo parece que indicar la obra de Borges sobrevivirá al paso de los siglos. No sería tan optimista con respecto a ningún comité actual.

Vale recordar aquí también que de la Inglaterra sajona han llegado hasta nuestros días más poemas que edificios.

Fuente: Infobae