martes, 31 de diciembre de 2013

Vidas reales




Las cartas de Marcel Schwob sobre la vida pública de su tiempo

Fernando menéndez

Una de las raras virtudes de la "Biblioteca personal" de Jorge Luis Borges es que los escritores allí glosados vienen a formar una especie de bestiario, pues el tratamiento que el autor de El hacedor da a sus escritores más queridos es casi el tratamiento de un escrupuloso alquimista o el de un fantasioso zoólogo. Sólo la pluma de Borges puede mostrarnos a Kafka, Ibsen o Dostoievski, como seres extraordinarios o inéditos. La virtud del argentino se agudiza con nombres menos populares, nombres que parecen creaciones de su imaginación. Es el caso del francés Marcel Schwob (1867-1905) quien pese a su corta vida, tuvo tiempo de consolidarse como un singular clásico de las letras galas. Amante de lo apócrifo y enemigo de la solemnidad, dejó, si uno se viera forzado a elegir, un libro de obligada referencia: Vidas imaginarias (brillante tránsito entre Plutarco y Pierre Michon) editada recientemente por KRK. Como las ganas por Schwob nunca se agotan, la editorial ovetense reincide con Cartas parisinas, una antología de las cartas que entre 1894 y 1904 publicó en el diario de Nantes "Le Phare de la Loire", dirigido por el padre de Schwob, y a la muerte de éste, por su hermano Maurice. Las cartas no dejan de ser pequeñas crónicas o columnas sobre la vida pública parisina. Sorprende el variado y perseverante interés por las vidas reales de este fascinante creador de vidas imaginarias: políticos, escritores, artistas, ciudadanos anónimos? Todos pasan a vuela pluma por los ojos del escritor francés. Sus cartas comparten el rasgo común de una incisiva levedad; de un punto de vista ajeno al egocentrismo tan habitual en el periodismo de autor de hoy en día. Schwob acusa. Schwob denuncia. Schwob se mofa, no sin elegancia. Le preocupa el anarquismo. Denuncia los abusos de poder por parte de los políticos y fuerzas de seguridad del estado. Pero Schwob también deja constancia de pequeños sucesos representativos del tiempo que le toca vivir. Acude a actos, a ceremonias donde asiste la crema de la sociedad parisina y nos lo cuenta; por ejemplo la apertura del Campo de Marte con la presencia entre otros de Camille Claudel, Degas, León Daudet?

Schwob bruñe su estilo leve con fino sentido del humor. Leyéndolo, todo parece importante pero nada terrible. Leyéndolo, todo parece indignante pero nada definitivo. La política, ya se dijo antes, es una de sus principales preocupaciones: los tejemanejes de senadores y ministros; sus vanidades y apegos al cargo (¿les suena esto?) y escándalos como el "Dreyffus". Pero a la hora de tratar los diferentes asuntos, busca siempre la distancia adecuada: se hace eco del caso que denunció Zola y a la vez parece desconfiar de la titánica literatura del creador de Germinal. Su condición de cronista le lleva a seguir en el tiempo asuntos que prolongan su actualidad. El lector que se acerque a este libro descubrirá un contemporáneo ejercicio de literatura en la prensa; el fresco de una época con el que completa y matiza el plano general de los manuales de historia.

Buscando la concisión y construyendo lo universal a partir de lo particular, el autor de El libro de Monelle logra que sus Cartas parisinas nos restablezca la confianza en el periodismo de firma. Si bien, ese grado de autoridad tan solo lo concede el paso de los años.

Afirma Borges que "Schwob, antes de ejercer y enriquecer la literatura, fue un maravillado lector." También lo fue, qué duda cabe, de todo aquello que sucedía en su entorno.

Fuente : La Nueva España

¿Qué puede enseñarnos Jorge Luis Borges sobre los mercados?


 Dalibor Rohac

Participé en un simposio sobre Friedrich Hayek hace un par de semanas, organizado por el Legatum Institute en Londres, donde unos quince jóvenes académicos pasamos un día discutiendo las implicaciones prácticas del pensamiento político y económico de F.A. Hayek para los debates contemporáneos de políticas públicas —la crisis financiera, la salud y la educación, o el cuidado de los niños. Una contribución que sobresalió, en mi opinión, fue la de un joven escritor y activista basado en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, Zach Cáceres.

En su breve ensayo (contenido en inglés), Zach aportó una inteligente metáfora para reflexionar acerca del rol práctico de los mercados en las sociedades humanas, basándose en la breve historia de Jorge Luis Borges, “La Biblioteca de Babel”. Borges delinea allí la idea de una biblioteca en la que se encuentran todos los libros posibles de 500 páginas. Esta colección incluiría un libro de quinientas páginas con todas ellas en blanco, un libro que solo tiene las letras “a” escritas en él, y así sucesivamente, pero también varias grandes obras de literatura del pasado, el presente y el futuro. Como lo describe Zach,

“la gran mayoría de la Biblioteca de Babel, es, en realidad, balbuceo. La biblioteca contiene una lista completa de todas las combinaciones posibles y, como podría esperarse, muchas de estas no tienen sentido.

[…]
Tenemos un gran problema en la biblioteca: es difícil encontrar los libros que tienen sentido entre la masa. La novela comprensible se pierde en un mar de balbuceos”.

La biblioteca puede ser interpretada como una metáfora de la complejidad del orden en la organización social. Existe un gran número de potenciales modelos de negocios, instituciones, maneras de abordar problemas de coordinación o necesidades individuales. La mayoría de ellos fracasarán pero algunos de ellos podrían conducir a grandes mejoras del bienestar humano. ¿Cómo navegamos dicha complejidad? Como en la biblioteca de Borges...

“Cualquier ‘libro’ escogido aleatoriamente casi seguramente será bulla en lugar de una señal. No se adaptará y fracasará. El reto para los agentes, y para el sistema como un todo, se convierte en este: ¿cómo podemos buscar en estas bibliotecas de posibilidad la señal en medio de toda la bulla y cómo podríamos hacerlo de la manera más rápida posible?”.

Basándose en la idea de Hayek que percibía a la competencia como un proceso de descubrimiento, Zach argumenta que la competencia de mercado es una manera de navegar la “biblioteca” y, por lo tanto, de abordar lo que el denomina “el Problema de la Posibilidad”. Sin considerar la cuestión de la eficiencia económica —o incluso del uso del conocimiento local— la competencia y la destrucción creativa de los mercados son herramientas que nos permiten analizar cantidades enormes de formas en las que se puede organizar la actividad humana. La competencia nos permite descartar progresivamente volúmenes que son solamente balbuceo y retener aquellos que contienen información valiosa.

Esto no es para sugerir que la competencia es la única herramienta. En su vida cotidiana, la mayoría de los seres humanos —incluyendo a los empresarios— no necesitan concebir todas las formas posibles de resolver los problemas sociales. De manera relativamente consciente, nos limitamos a lo que conocemos, lo que se ha ensayado y lo que es permisible en virtud de los sistemas existentes de normas formales e informales. En otras palabras, nos cerramos a muchas partes existentes de la “biblioteca”.

La regulación económica, por ejemplo, puede cerrar áreas enteras de la “biblioteca”, para mal o para bien, así como también lo pueden hacer los mandatos en contra de ciertos tipos de conducta basados en una tradición. Bien podría ser que hay buenas razones para descartar esas partes de la “biblioteca” pero tengo la sensación de que la existente y abundante regulación legal en las economías industriales avanzadas nos está privando de unos hallazgos valiosos.

Al cierre, el punto del ensayo de Zach (y de la obra de Hayek durante toda su vida) no es argumentar a favor de una competencia de mercado libre de cualquier norma. En cambio, es argumentar a favor de reglas que permitan que los individuos aprovechen el poder de los mercados —utilizando la prueba y el error, la competencia, y la destrucción creativa— para buscar entre los distintos modelos de cooperación social:

“En resumen, el liberalismo clásico de Hayek no es solo un compromiso con el liberalismo de propiedad privada en sí. Es un compromiso con una norma de nivel más alto acerca de construir sistemas que permitan que la humanidad supere la incertidumbre, la ignorancia, y ‘el Problema [de la Posibilidad]’”.


Este artículo fue publicado originalmente en The Umlaut (EE.UU.) el 18 de diciembre
de 2013.
Sobre Dalibor Rohac
Es analista de políticas públicas en el Centro para la Prosperidad y la Libertad Global del Instituto Cato. Su trabajo se focaliza en política económica internacional y desarrollo. Antes de arribar al Instituto Cato, se desempeñó como economista en el Instituto Legatum de Londres, Inglaterra, en donde asistió en temáticas relacionadas con la crisis de la Eurozona, y la transición económica de naciones del mundo árabe.

Fuente : El Ojo Digital
30 de Diciembre de 2013


domingo, 29 de diciembre de 2013

Entrevista a Jorge Luis Borges



            
Clarín literario, jueves 10 de junio de 1971

Jorge Luis Borges sí sabe leer y escribir. Con esta irónica respuesta al absurdo requerimiento de una planilla burocrática que cumplimenta su secretario, comienza la entrevista en la Biblioteca Nacional.

Sabemos que a usted no le gusta hablar de sí mismo, pero ¿se preguntó alguna vez qué piensan los argentinos cuando oyen el nombre, ya tan familiar, de Borges?
Yo diría que son excesivamente generosos cuando piensan en mí.

Los jóvenes en especial, piensan en usted. Algunos lo admiran, otros lo atacan, ¿qué es la juventud, Borges?
Es una etapa de incertidumbre, de ingenuidad y, en general, de desdicha.

Le preguntamos algo más con respecto a los jóvenes argentinos. Hace una pausa –esos silencios tan propios de su conversación-, y dice:
Los veo exactamente igual a los de otros países, aunque quizás son más tímidos acá. He encontrado el diálogo más fácil con los estudiantes de Estados Unidos que de la Argentina.

Su secretario lo interrumpe, nuevamente, para que firme ese formulario en el que la Universidad le pregunta si sabe leer y escribir. Y aunque ya nos había anticipado que no quería hablar de política preguntamos, a modo de introducción:
¿Cree que los jóvenes están demasiado politizados?
Creo que sí, que es casi su única pasión. Cuando yo era joven la política nos interesaba muy poco.

¿Tuvo alguna vez, en su juventud, ideas revolucionarias?
Sí, era como mi padre: anarquista e individualista. Ahora soy conservador, pero no hay mucha diferencia entre ambas cosas…

¿Qué piensa usted del conservadorismo?
Creo que ofrece la ventaja, que no comparten ciertamente los otros partidos, de no fomentar, ni siquiera tolerar, el fanatismo. Todo conservador es una persona tolerante, y un poco escéptica. El comunismo y el nacionalismo fomentan el fanatismo, la intolerancia. Creo, no obstante, que el fanatismo no es un mal congénito del hombre porque hay épocas en que no se ha dado. No hay panaceas para remediarlos, eso depende de cada uno.

Le comentamos que mucha gente entiende que él vive al margen de la realidad, una imagen que es necesario destruir. Con humor particular, acota:
¿En qué otra parte voy a estar? Si viviese en la irrealidad sería muy interesante, pero, hasta ahora, no ha sucedido.

Tal vez piensan eso porque usted no quiere dar cierto tipo de opiniones. (Nos interrumpe).
Quiero aclarar eso: quiero decir que mi posición política siempre ha sido clara. He sido adversario del comunismo, del nacionalismo, del antisemitismo y, desde luego, de cierta dictadura de la que prefiero no acordarme. Pero no he permitido que esas opiniones intervengan en mi labor literaria. Eso no quiere decir que las haya ocultado. Las he declarado públicamente, pero cuando escribo un cuento o un poema, estoy pensando en ese cuento o en ese poema. No creo que estoy, como dicen, “encerrado en una torre de marfil”. La creación requiere una amplia libertad, más allá de las opiniones del lector que son, por lo demás, lo más superficial que hay en él.

Sabemos que esta pregunta pueda tal vez, sorprenderlo:
¿Qué es para usted un obrero, cómo lo ve, qué sabe de él?
Con un matiz levemente irónico en su voz, responde:
Sí, he conocido muchos… Creo que la realidad no está compuesta exclusivamente por obreros, sino por todas las clases sociales; por ejemplo, la clase media a la que nunca se la toma en cuenta. Le falta, tal vez, prestigio romántico. La idea de la aristocracia y la idea de lo que se llama pueblo tienen cierto prestigio. La idea de la clase media es escasamente encantadora.    

Pero es una fuerza…
Es la mayor fuerza de nuestro país, que se diferencia de otras naciones de América Latina; es la más importante al fin y al cabo. El pueblo y la aristocracia se parecen, son casi iguales: los mismos prejuicios, el mismo nacionalismo.

Dice no entender por qué la gente cuando se refiere al pueblo, tácitamente evoca a una sola parte de él: la más pobre, la más ignorante.
Aún en el país se piensa que el pueblo es el gaucho. Ya no hay gauchos, pero este detalle no se toma en cuenta.

¿Qué piensa del auge del folklore?
Es una calamidad. Con respecto a su autenticidad, recuerden que tengo algunos antepasados de los que me enorgullezco, y desgraciadamente soy pariente de Rosas… (Puede ponerlo). 

¿Qué es, a su juicio, lo más auténtico, lo más noble del argentino?
La amistad, la pasión de la amistad.

Recordamos, de pronto, que queríamos hacerle otra pregunta un poco particular:
¿Sabe Borges algo de las villas miseria?
No sé por qué existen; yo sé que nada de eso había cuando era joven. Habrán empezado con la dictadura, supongo. Creo que se deben, en parte, al crecimiento industrial. La gente prefiere vivir no en conventillos –que en comparación son hoteles de lujo-, pero sí en villas miserias con tal de vivir en Rosario, Córdoba, Buenos Aires. El campo se está quedando solo; se están perdiendo todas las artes del campo aquí y en el Uruguay. Esa tradición de la cual se habla tanto ha quedado relegada a la televisión o al cinematógrafo.

Recordamos si bien nos adelantó antes de la entrevista que no hablaría de temas como la guerra de Vietnam, ya que la guerra implica en sí algo más vasto y general. A nuestra pregunta, responde:
No creo que la guerra sea necesariamente un mal. La historia argentina es una historia épica, es una historia de guerras.
(Va enumerando todas nuestras luchas con países limítrofes, con invasores extranjeros y, por supuesto, entre nosotros mismos. Luego, prosigue).
Todas esas guerras han sido victoriosas y han sido, en suma, benéficas para el país.

¿Por qué, entonces, las guerras nos parecen tan terribles?
Porque estamos viviéndolas. El presente es siempre atroz. No creo en la edad de oro ni en la “belle époque”. Para quienes tuvieron que vivirla, la “belle époque” no fue una época particularmente feliz. Las personas que vivían en el año 90 no se sentían especialmente felices. Nadie se siente feliz en el presente. La felicidad corresponde más bien al pasado, a la nostalgia, a la esperanza. En otras épocas la gente no tenía conciencia histórica del tiempo en que estaba viviendo. En cambio ahora, estamos pensando constantemente en el momento histórico que vivimos y eso no nos hace ni muy sabios, ni muy felices.

¿Cómo define usted a la situación de nuestro país actualmente?
Creo que es una época de escasa esperanza, de desidia, nadie espera mucho de nada. En 1910, cuando Rubén Darío escribió la “Oda a la Argentina”, creo que sentíamos que éramos una esperanza para el mundo. No creo que nadie sienta eso hoy. Sentimos que todo está un poco desvaído, un poco gris; y si quieren suprimir un poco, podemos suprimir los adverbios…

No sabemos si Borges querrá responder a esto, pero igualmente lo intentamos.
Borges, ¿qué es el Tercer Mundo?
Creo que es una de las diversas calamidades que conocemos ahora. No entiendo qué quiere decir todo eso. Creo que algunos sacerdotes se han dedicado a hacer demagogia.

¿Tendrá algo que ver con una vieja esperanza argentina de que alguien venga a salvarnos?
Tenemos que salvarnos nosotros mismos cumpliendo con nuestro deber. Creo que yo, escribiendo cuentos, dictando clases, dirigiendo la Biblioteca Nacional, lo hago. No puedo ser soldado como mis antepasados. Ni siquiera he muerto en el 74, como mi abuelo…

Ríe apenas, y dice aceptar plenamente su destino literario.
Si me hubiera dedicado a ser buzo, no habría sido uno muy eminente; tropero, tampoco; sargento, tampoco; político, menos que nada.

¿Qué opina de los políticos?
Creo que, en general, con las salvedades necesarias, los hombres que se dedican a esa profesión son los menos interesantes. Y es que una persona que se dedica a hacerse popular, a hacerse retratar, a que voten por él, no puede ser una persona muy compleja.

Volviendo a lo literario, algunos piensan que usted le da demasiada importancia a la literatura anglosajona.
Sí, es probable. Pero al mismo tiempo querría recordarles que también le he dado mucha importancia a la literatura vernácula.

Esa resonancia que tiene lo que usted escribe o dice, ¿le molesta a Borges?
Es muy rara, pero Borges no tiene la culpa. Le halaga y le asombra. Yo no he hecho política literaria, no he fomentado que se hable de mis libros, ni de mí. Pero es algo que ha sucedido y me siento agradecido y hasta atónito.

¿Cree que los argentinos prefieren leer a sus escritores?
Creo que hay una superstición en eso de leer libros contemporáneos. Schopenhauer decía que “no hay que leer ningún libro que no haya cumplido cien años porque no podemos saber si es bueno o malo”. Claro que al mismo tiempo se quejaba de que no hubiesen leído sus libros, que no habían cumplido cien años…

Eso es, en cierto modo, la posteridad. ¿Cuál cree que puede ser el juicio de la posteridad en su caso?
No me interesa absolutamente nada. Yo espero ser olvidado, definitivamente

Fuente :El Historiador

BORGES Y LAS ZONCERAS





Se termina el año, y la literatura no puede sustraerse a la compulsión de las encuestas, los balances y la eterna puja de premios y castigos. Pero quizá sea un buen momento para recordar que alguna vez la literatura argentina también se hizo al margen de las instancias de consagración, y que la televisión y los medios albergaron, como este año sucedió con el Borges de Piglia en la Televisión Pública, las voces más críticas e irónicas de los intelectuales y artistas de nuestra cultura.

 Por Claudio Zeiger

El inevitable fin de año trae los inevitables balances, la inercia de elegir los mejores libros del año, destacar y resaltar y poner por las nubes todo aquello a lo que durante el resto del año escasa o nula atención se le prestó, espíritu entre navideño y finde, hora de dádivas y ninguneos, ajustes de cuentas y compulsión por el muestreo.

El lector de este suplemento de libros sabe o ya sospecha que aquí no se estila esa clase de gestos, y, es probable, también sabe que si esto es así, no lo es en contra de la corriente de la lectura ni de la literatura argentina en particular, sino modestamente, al contrario: a favor de la lectura y de la literatura argentinas no se hacen encuestas y muestreos. El lector y los escritores argentinos saben perfectamente que en este suplemento se suele tratar bien a los escritores argentinos, no por nacionalismo obligatorio o suaves ademanes de coktail con copita y canapé sino porque entendemos que vivimos aquí y ahora; y comprenderán que esto no elude, obviamente, el pensamiento crítico o el debate abierto con algún autor, corriente o fenómeno en particular. Pero a veces hay que decir la verdad completa: las encuestas y balances de fin de año son un ritual bienintencionado, inercial y muy desvirtuado.

Hay hace años una ola de consagraciones tan inocuas como irritantes. Son consensos de grupetes, al margen de los lectores, al margen de las editoriales que no son las de los grupetes, al margen de la mayoría de los escritores reales de la literatura real. Mientras tanto, los dueños de la pelota siguen siendo los dueños de la pelota y reparten sus bendiciones sin advertir, en su apabullante omnipotencia, que hasta en el Vaticano cambiaron los aires.

Confesión de parte: uno ha participado de encuestas y balances, y si lo llaman para hacerlo, está bien jugarse. Hay que hacer equilibrio y malabarismos entre gustos, fervores, opiniones genuinas y escritores conocidos. Es así, y no habría que espantarse por ello. Si te llaman a jugar, juegas. Ya hay mucha gente que se espanta en la cultura y, de tanto espantarse, ha perdido el placentero arte de la injuria, la ironía y el sentido del humor. Entonces, hablando de esto y del espanto, ya es hora de mencionar el personaje literario del año. No fue Jauretche, a mi criterio, y tampoco Cortázar, a pesar de los merecidos cincuenta años de Rayuela. Incluyendo las últimas revelaciones sobre Ceferino Piriz y las conjeturales Magas. Contra su voluntad, o al menos sin su consentimiento (disculpen su ignorancia), el personaje del año literario fue Jorge Luis Borges.

Un Borges atípico. Celebrado, no canonizado. Discutido. Dado vuelta, en el sentido de que no se lo leyó por el lado previsible sino por el menos aparente. Borges como escritor político. Borges como un enigma aún a descifrar. Un Borges que todavía habla y escribe. Borges y Perón, Borges e Yrigoyen. Borges y los nacionalistas. Borges y FORJA. Cerrando el círculo: Borges y Jauretche.

Desde luego, me estoy refiriendo a las clases de Ricardo Piglia (Borges por Piglia) que pudieron verse en el mes de octubre en la Televisión Pública.

Piglia empezó diciendo, con ironía, que debería estar hablando sobre Jauretche pero que iba a hablar sobre Borges. Y lo hizo. Y terminó en la última jornada hablando sobre Jauretche y Borges con Horacio González y Javier Trímboli. No hay mucho para agregar. Los que lo vieron saben que fue el acontecimiento cultural del año en la televisión y sus alrededores. Fue deslumbrante. Fue como volver al paraíso (que nunca existió) de la literatura argentina, cuando los intelectuales y los escritores tenían un contacto real con el público. Pura utopía. Piglia fue una máquina de tirar hipótesis y conjeturas para discutir y, por supuesto, disentir. Pero básicamente, a los escritores y a los lectores especialmente interesados en nuestra literatura, nos hizo recordar que alguna vez tuvimos una literatura argentina. Una literatura poderosa, embrujada, potente y sobre todo pensada y ejecutada a lo grande, a pesar de nuestra indeclinable pasión por la aldea y el chisme.

Borges escribió: alguna vez, Manucho, tú y yo tuvimos una patria y la perdimos. Y no importa que esa patria perdida no fuera la patria que nosotros –muchos de nosotros– anhelamos, pero podemos coincidir con Borges en que no nos siga dando sonrojo decir patria, que no es lo mismo que decir la nación.

¿Alguna vez tuvimos una literatura argentina? Sí, y no la perdimos, como se perdió la patria libertadora (que no liberadora) de Borges. Tenemos una literatura argentina, diversa y heterodoxa, mental y avispada. Pero nuestra literatura argentina, por diversos motivos que escapan a la literatura y a este análisis ligero, no hace masa. No hace sinergia. Y todos nos damos cuenta de que no es culpa exclusiva del mercado o de Internet o de la época. No es culpa ni remotamente de los escritores argentinos. No es absoluta responsabilidad de las editoriales y ni siquiera se les puede echar toda la culpa a los suplementos culturales, éste incluido. Es una suma de circunstancias, no de culpas, que de culpas y pecados ya tuvimos bastante.

Si se puede hablar de algún factor subjetivo, son ciertas insistencias al cuete de el-modo-intelectual-del-ser-argentino. La forma facciosa de relacionarnos, el amiguismo excesivo y su contracara, el hacer de cuenta que los otros ni existen; el encandilamiento con todo lo que tenga un aire a vanguardismo y extrañamiento, el entusiasmo súbito y fanatizado con alguna obra lateral a la que se insiste en poner en el centro, sin percatarse que su mejor performance está en el margen. En definitiva, la vieja reiteración de nuestros más connotados tics, como vivir añorando nuestras traducciones o seguir creyendo que Sur fue la gran empresa cultural argentina.

Ahora hay nuevos tics de la misma matriz, y se entiende que eso es lo que en definitiva nos hace encantadoramente argentinos. Pero hay escritores con derecho a no conformarse con esta suma de tics y quieren más, quieren hacer valer la estirpe de la que venimos aunque todo sea pérdida y quimera, embelecos, como dice el genial y pesado Fernando Vallejo.

No hace falta estar de acuerdo con todo lo que postuló Piglia y, menos que menos, con Borges. Pero Borges en pleno corazón del país jauretcheano, Jauretche en pleno corazón de la cultura liberal, y Piglia entre nosotros hablando de Borges, las revisiones y búsquedas de una síntesis no tranquilizadora, es un tren que no se puede dejar pasar así nomás. Este año, desde un modesto (sí, muy modesto) programa de televisión, vinieron a recordarnos que tuvimos una literatura argentina.

Este año se abrió una puerta y estaría bueno asomarse a ver qué hay al otro lado de esa puerta, de las otras puertas.

Fuente : Radar –Pagina 12 – Argentina
Domingo, 29 de diciembre de 2013

viernes, 27 de diciembre de 2013

Jorge Luis Borges y la libertad individual



El presidente del Consejo de Estado de España, José Manuel Romay, obsequia para Navidad el libro de Jorge Luis Borges “Arte Poética”

El Consejo de Estado es el supremo órgano consultivo del Gobierno Español.

JUAN JOSÉ LABORDA MARTÍN  - Consejero de Estado-Historiador

Este artículo lo escribo después de leer una pequeña joya de Jorge Luis Borges: su “Arte poética”. Son ciento cincuenta páginas que reproducen seis conferencias que Borges impartió en la Universidad de Harvard durante el semestre de 1967-1968. El gran escritor argentino las dictó en inglés sin el apoyo de ningún guión escrito, pues ya estaba ciego; y lo que hubiera sido el fin para un profesional de la lectura, no fue obstáculo para que Borges sintetizara su pensamiento poético -y también filosófico- con una potencia y maestría asombrosas.

Desconocía esa obra de Borges. El presidente del Consejo de Estado, José Manuel Romay, tiene la costumbre de hacer obsequios institucionales con libros: esta Navidad regaló el “Arte poética”. Esa elección tiene la ventaja de ser muy modesta en términos del gasto obligado, pero regalar un libro tiene, al menos, una virtud: quien elige la lectura cree que el obsequiado podrá compartir con él un mismo placer mental. Podría especular sobre las distintas personalidades que se expresan con los diferentes tipos de regalos. Quién se inclina por escoger un libro suele tener un carácter opuesto al que prefiere un presente práctico, por ejemplo, una botella de vino o una exquisitez gastronómica; esos regalos sólo dejan huella en la memoria de quienes los consumieron.

Vuelvo a Borges. Sus conferencias seducen por su inteligencia. En la última, titulada “Credo de poeta”, Borges explica cuáles son sus preferencias para juzgar las obras literarias. A pesar de su espectacular dominio de diversas culturas (y de sus idiomas), la belleza es el canon con el que justifica que una poesía sea una obra maestra. Esa preferencia acerca a Borges a las tesis de Harold Bloom, el escritor norteamericano que, con su “El canon occidental”, restauró el buen gusto literario, olvidado por buena parte de los críticos académicos norteamericanos.

Borges escribe lo siguiente: “Cuando yo era joven creía en la expresión. Había leído a Croce (Benedetto Croce fue un crítico e historiador liberal influido por Hegel), y la lectura de Croce no me hizo ningún bien. Yo quería expresarlo todo. Pensaba, por ejemplo, que, si necesitaba un atardecer, podía encontrar la palabra exacta para un atardecer; o mejor, la metáfora más sorprendente. Ahora he llegado a la conclusión (y esta conclusión puede parecer triste) de que ya no creo en la expresión. Sólo creo en la alusión. Después de todo, ¿qué son las palabras? Las palabras son símbolos para recuerdos compartidos.(…) Pienso que sólo podemos aludir, sólo podemos intentar que el lector imagine. Al lector, si es lo bastante despierto, puede bastarle nuestra simple alusión.”

Esta confesión estética, en mi opinión, se corresponde con las opciones ideológicas y morales que profesó Borges durante su vida. Se le ha definido como un conservador casi anarquista, por su tenaz defensa del individualismo filosófico, resultado de su amor por los grandes escritores empíricos en lengua inglesa.
Pero hace unos años, Manuel Reyes Mate (uno de los mejores analistas europeos del “Holocausto” judío) me indicó que el relato “Deutsches Requiem” de Borges es la más certera denuncia del nazismo alemán. En sus pocas páginas, ese relato, contenido en su obra “El Aleph”, revienta el pus de las ideas religiosas y políticas de aquel totalitarismo (cuya influencia se hizo patente en España y en otras naciones europeas). Otto Dietrich zur Linde, el figurado y cultísimo asesino nazi del cuento, expone sus convicciones ideológicas cuando está en trance de ser ejecutado como criminal contra la Humanidad: “El nazismo -dice Otto Dietrich-, intrínsecamente, es un hecho moral.”

Sin embargo, Jorge Luis Borges era admirador de la gran cultura alemana, por los mismos motivos que se sintió identificado con la inglesa: porque ambas crearon la gran cultura europea, cuya aportación universal -con Locke, Hume y Kant- ha sido la libertad de conciencia, de pensamiento y de culto (y todas las otras libertades y derechos que figuran en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y en el capítulo primero, del titulo preliminar, de la Constitución de 1978.)

Fuente : El Imparcial – España
27-12-2013


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sábado, 21 de diciembre de 2013

Jorge Luís Borges : Caligramas




 Un caligrama es un texto, a veces una simple frase o palabra, generalmente poético en el que se utiliza la disposición de las palabras, la tipografía o la caligrafía para procurar representar el contenido del poema. Los caligramas son poemas donde la dispocicion de los versos sugiere una forma gráfica.

El Sueño






A un Gato





Ruinas Circulares





El Milagro Secreto



Fuente : 

El Sueño


Ruinas Circulares

A un Gato

El Milagro Secreto

Leer Borges

lunes, 16 de diciembre de 2013

Francisco Toledo rinde homenaje a Borges



El Centro de las Artes de San Agustín inaugurará la exposición “Zoología Fantástica, Homenaje a Jorge Luis Borges” de Francisco Toledo, dicha inauguración será el sábado 21 de diciembre, en Oaxaca, México.

Dicha exposición fue presentada por primera vez el Bellas Artes, en el año de 1999; a partir de esa fecha ha viajado por países como Alemania, Suiza, Japón, Argentina, Brasil, etc.

Esta obra, consta de 46 acuarelas, basadas en el “Manual de Zoología Fantástica” de Jorge Luis Borges, el cual describe seres fantásticos, procedentes de la imaginación.

Y así es como Carlos Monsiváis describe la Zoología Fantastica de Toledo:

“En el Manual de zoología fantástica Jorge Luis Borges, utilizando el método de asimilación y recreación de textos que tanto le interesó y divirtió, propone su “reserva ecológica” de portentos, la galería de seres imaginarios que vagan por las regiones y las edades auspiciando ilusiones y terrores, y opacando a las mitologías domesticadas con formas prodigiosas y nombres que en sí mismos son hazañas del sonido creador: el kraken, la anfisbena, el bahamut, el mantícora, el Garuda, el borametz, el burak. Para el Manual,
Borges y su colaboradora Margarita Guerrero seleccionaron animales intuidos y recordados por generaciones y por autores, bestias maravillosas que muchos creyeron indispensables en un plan ecuánime de la Creación…

  
A solicitud del Fondo de Cultura Económica, Francisco Toledo ilustró el Manual de zoología fantástica. Y el resultado es un manual distinto y complementario donde las visiones transitan de lo extraordinario a lo largo de los siglos a lo extraordinario de todos los días. Toledo (nacido en Juchitán, Oaxaca, en 1940, y formado al mismo tiempo en la cultura occidental y en las culturas indígenas) transforma su acervo zapoteca y lo despliega animosamente. Es la tradición muy personal y colectiva a la vez, que ya no contempla fieras monumentales capaces de levantar un elefante por los aires, ni el pueblo de los espejos que se anuncia con el rumor de las armas, ni Hidras ni ictiocentauros, sino criaturas de todos los días, encarnaciones laicas de la religiosidad popular, parábolas de la sexualidad frenética, los animales tutelares (conejos, coyotes, venados, tortugas, iguanas) que emblematizan con sorna y cordialidad el instinto y la sabiduría…

Borges y Toledo: la unión de realidades paralelas, simultáneas, la paradoja eleática según la cual el Ave Roc jamás alcanzará a la iguana escurridiza y lúbrica, y nunca sabremos en qué momento el kraken acecha y la serpiente-pez-hombre copula. Al fin y al cabo, y desde sus posiciones tan disímbolas, ambos representan en
sus obras “el corazón central que no pacta con palabras, no trafica con sueños y al que no tocan el tiempo, el gozo, las adversidades”.

Fuente : Ciudadania Expres – México
Lunes, 16 diciembre 2013



jueves, 12 de diciembre de 2013

El enigma de Shakespeare



Geovani Galeas

Dicen, pero Jorge Luis Borges sabe más, que la política bien puede ser una de las formas de la irrelevancia o del ocio intelectual.

Pero, igual, inevitablemente la política nos convoca y nos exalta, nos une y nos separa. Y aún con todo eso, debemos dejar espacio en nuestras vidas para otras pasiones que quizá en rigor no sean ni más ni menos irrelevantes u ociosas. La literatura, por ejemplo, esa magia de las palabras cuyas combinaciones pueden producir desde bellísimos sonidos hasta revelaciones asombrosas.

Eso, elevada música verbal y fugaces iluminaciones de las profundidades del alma humana puede uno encontrar en las páginas de Shakespeare, cuyo significado último ha sido siempre un misterio. Y esto último vale lo mismo tanto para los eruditos como para nosotros los simples lectores de la llanura.

Precisamente por eso habrá advertido Jorge Luis Borges, alguna vez, que sobre Shakespeare la crítica no puede más que emitir elogios aterrorizados. Solo que Borges, al escribir esa sentencia, no sabía que sería él mismo quien despejaría el vasto enigma de Shakespeare, al menos en una entrañable clave metafórica y según la sensibilidad de unos de los shakespearólogos contemporáneos más eminentes, Jan Kott.

En uno de sus libros, Teatro de la esencia, Kott relata un incidente ocurrido en 1976 en el hotel Hilton de Washington, durante la segunda convención mundial de especialistas en Shakespeare. En esa ocasión, el invitado de honor que dictaría entre los sabios la conferencia central del evento sería Borges.

“La shakespearología no solo se alimenta de Shakespeare sino que también de sí misma”, anota Kott, y agrega que solo en Estados Unidos hay más de dos mil doctorados sobre el dramaturgo, más de mil en el resto del mundo, y cada año hay cerca de trescientas nuevas tesis de doctorado sobre Shakespeare: “Una nueva cada día del año. Excluyendo los días de las celebraciones judía y cristianas, los sábados y los domingos”.

En fin, durante los cinco días que duró el evento, según cuenta Kott, los académicos discutieron sobre Shakespeare de manera intensa, apasionada y simultánea, “desde el análisis textual tradicional hasta las últimas novedades hermenéuticas, el Shakespeare existencialista y el Shakespeare marxista, el Shakespeare que era progresista y que no era progresista”.

Finalmente, el día de la clausura, llegó el momento estelar: la conferencia de Jorge Luis Borges. El anciano escritor ciego subió con paso vacilante al estrado, guiado por dos acompañantes que lo situaron frente al micrófono. De manera espontánea todos los asistentes, que colmaban por entero el salón, se pusieron de pie y lo ovacionaron durante largos minutos.

Famosamente tartamudo y de voz queda, Borges comenzó su conferencia pero solo se escuchaba un vago murmullo en los altavoces, Y dice Kott: “De esa monótona vibración uno solo podía distinguir con grandes trabajos una sola palabra que iba y regresaba como el reiterado lamento de un barco lejano hundiéndose en el mar: Shakespeare, Shakespeare, Shakespeare... solo esa palabra una y otra vez”.

El micrófono estaba muy arriba, y pese a que Borges habló más de una hora, nadie subió a corregirlo: “Nadie se levantó ni salió de esa sala en el transcurso de esa hora en que solo se escuchaba esa palabra: Shakespeare, Shakespeare, Shakespeare...”. Cuando Borges terminó, todos volvieron a ponerse de pie y la ovación se prolongó emotivamente.

La conferencia de Borges se titulaba El enigma de Shakespeare. Kott concluye así el relato: “Como el orador de Las sillas, de Ionesco, Borges fue convocado para resolver el enigma. Y como aquel orador, que solo podía emitir sonidos incomprensibles de su garganta, Borges resolvió el enigma: Shakespeare, Shakespeare, Shakespeare...”. ¿Qué más podía decirse?

Fuente : La Prensa Gráfica  – El Salvador
10 de Diciembre de 2013


La relación de Bergoglio con Borges



Alejandro Palafox B

Es cierto que Jorge Mario Bergoglio S.J. conoció a Jorge Luis Borges, que en cierto momento lo frecuentó y tuvo la posibilidad de un contacto más cercano que el común de la gente, pero para evaluar cualquier relación o tejer cualquier amistad, es esencial ubicarse en tiempo y espacio.

En 1965 el escritor tenía 66 años, el jesuita 28. Borges era mundialmente conocido y Bergoglio era solamente un “maestrillo” joven de la Compañía de Jesús, que tenía como responsabilidad dos grupos de estudiantes secundarios a los que enseñaba Literatura y Psicología.

Posiblemente conocer a una escritora que había sido alumna y secretaria de Borges – María Esther Vázquez – a través de un programa de Radio Nacional, fue la llave que le permitió el acceso al maestro. Es de suponer que “ser jesuita” no fue un dato más. Miles de profesores de Literatura, y no ya de un colegio secundario, sino de cátedras importantes habrían querido tener dicha suerte y seguramente un número imposible de conocer lo intentó en vano. Por eso vuelvo a mi suposición, creo que el jesuita más que el profesor fue lo que motivó el visto bueno del escritor. Quiero imaginar que esa posibilidad del inefable encuentro entre el agnosticismo y la Fe, puede haber sido la razón que motivó la aceptación del escritor.

Indudablemente a Borges no se le pasó por alto la dialéctica y simpatía de su joven interlocutor, y la propuesta de dar algunas clases de literatura gauchesca a alumnos del último año del bachillerato– que en otro momento hubiera parecido una locura –, sonó más como una invitación a la aventura. Digo esto por haberlo publicado tiempo atrás.

Llegó Borges. Bergoglio lo buscó de la vieja estación sobre la calle Mendoza frente al Correo. Nada de avión. Bien le habrán molido los riñones las seis largas horas de bus desde Buenos Aires. Yo quedé un poco asombrado, pues pensaba que un hombre medio viejo debía venir en avión. Bah! Medios viejos y viejos enteros viajan en bus, pero yo pensaba que esa vía no era la apropiada a un candidato al Nobel. Desde otro punto de vista, supongo que para él debió tener mucho de aventura. Solo en la nada durante seis largas horas. ¿Qué le habrá dicho a la madre? Medio ciego entre la gente común viajando por las provincias. ¿Qué le habrá dicho su madre a él? ¿Quién se habrá sentado a su lado y jamás lo supo? Una aventura para recordar, sin dudas. No sé cuál sería su cachet pero suena raro que no incluyera un pasaje de avión. Creo – sinceramente – que mucho ganó Borges: ir al interior, a las provincias, solo, debe haber sido una suerte de desafío. Habrá soñado que el bus aquel era casi como la calesa en que “el general Quiroga va en coche al muere”.

Vaya este panorama para mostrar las diferencias iniciales entre uno y otro. Y lo digo porque hoy, mucha gente establece casi una contemporaneidad entre ambos cuando en realidad los separaban casi cuatro décadas.

No es de extrañar el celo que Jorge Mario Bergoglio S.J. puso en esa tarea. Algo sumamente comprensible en cualquier profesor que hubiese tenido tal oportunidad. Pero lo suyo, como es habitual en él, no fue producto de ningún rapto improvisador sino de una metódica preparación. Nosotros, sus sufridos alumnos, veníamos lidiando con Borges, sus cuentos y poemas. Quizá fue ésta la carta ganadora. Borges lo dijo en varias ocasiones, y también a mí personalmente: lo que a él le había extrañado, casi fascinado, era que adolescentes como nosotros hubiésemos leído tanto de su obra. No es de extrañar que Borges se diera cuenta que sólo con una conducción sistemática, organizada, un grupo de jóvenes podía acceder a una lectura así. Creo que para él eso debía ser motivo de especial regocijo porque que lo leyeran, estudiaran, o discutieran en ambientes académicos era previsible, pero que de alguna manera accediera a ese mundo un puñado de alumnos de un colegio secundario importaba algo misterioso en la educación de ellos. Quizá esta experiencia podía de alguna manera acercar su literatura a la de Kipling, Stevenson, o algún otro que no tenían límites de edad entre sus lectores.

Sin dudas en la visita de Borges a Santa Fe ambos tuvieron más tiempo para el diálogo que en cualquier otro momento posterior. Luego Bergoglio se ocuparía de cumplir el pedido de Borges, de juntar “algunos escritos de estos muchachos” para enviárselos y que se los leyeran. Días después el agradecimiento por las atenciones recibidas en su estada en Santa Fe y el inesperado pedido de “prologar ese libro”, un libro que sólo existía en la mente de Borges y para el que él escribiría – posiblemente – su prefacio más generoso: “Este prólogo no solamente lo es de este libro sino de cada una de las aún indefinidas series posibles de obras que los jóvenes aquí congregados pueden, en el porvenir, redactar”.

Luego, el tiempo. ¿Se volvieron a encontrar? Supongo que es posible, pero las circunstancias deben haber sido muy diferentes.

Entonces, volviendo a lo anterior ¿Se puede hablar de una amistad entre Borges y Bergoglio? Es algo relativo. Dependerá del concepto de amistad de cada uno. En un mundo en el que el amiguismo es moneda corriente el concepto de amistad parece haberse devaluado. Borges tenía amigos públicamente conocidos y de cierta fama, pero acotados. Bergoglio tiene amigos poco conocidos y que no somos famosos. Pero ambos consideraron siempre a éstos como un círculo recoleto. ¿Quién podría determinar que en algún momento ambos incluyeron al otro en sus propios círculos? Es improbable, de ahí que la idea de amistades entrambos suene ficticia. Lo que sin dudas hubo – de lo contrario la relación nunca hubiese existido – es que los dos tuvieron un especial respeto humano e intelectual por el otro. Un reconocimiento que es distinto a la amistad pero como ésta implica el conocimiento y la admiración.

Ahora, el mismo Papa Francisco ha pedido la organización de un “patio de los gentiles” en Buenos Aires en torno a la figura de Jorge Luis Borges. El pedido va más allá, no al rescate de una figura que se agigantó en el tiempo, ni a hacer elogios que se repiten en cada ocasión. La idea del Papa es asegurar como dice Borges en “Everness” que “Sólo una cosa no hay, es el olvido”, y también que “Dios, que salva el metal, salva la escoria”, una esperanzada promesa borgeana a los pecadores.

Fuente : Alianzatex
Diciembre 06, 2013

Bergoglio & Borges, realtà e imprecisioni di un’ ”amicizia”




I due nel 1965, quando lo scrittore venne invitato a parlare alla scolaresca del professor Bergoglio. Foto “El Litoral”/Santa Fé
Un contributo al “Cortile dei Gentili” che si terrà a Buenos Aires sul più celebre scrittore argentino

Jorge Milia*

Oggi tutti parlano del rapporto di Sua Santità Francesco con il più importante degli scrittori argentini e la maggioranza suole definirlo amicizia. Associare immagini senza prendere in considerazione la loro cronologia ci può condurre a conclusioni erronee. È vero che Jorge Mario Bergoglio S.J. ha conosciuto Jorge Luis Borges, che in un determinato momento lo ha frequentato e ha avuto la possibilità di un contatto più stretto che la gran maggioranza della gente, però per valutare un rapporto di qualsiasi tipo o stabilire una amicizia di qualsiasi genere, è essenziale ubicarsi in tempo e spazio.

Nel 1965 lo scrittore aveva 66 anni, il gesuita 28. Borges era mondialmente conosciuto e Bergoglio era solo un giovane “maestrino” della Compagnia di Gesù, responsabile di due gruppi di studenti liceali ai quali insegnava Letteratura e Psicologia.
  
Probabilmente la chiave che gli permise di tener accesso al maestro fu aver conosciuto, attraverso un programma di Radio Nazionale, Maria Esther Vázquez, una scrittrice che era stata alunna e segretaria di Borges. Possiamo supporre che il fatto di “essere gesuita” non sia stato un dato indifferente. Migliaia di professori di Letteratura, e non appena di liceo, ma anche di importanti cattedre universitarie, avrebbero voluto avere tale fortuna e sicuramente un numero impossibile da definire lo ha tentato invano. Per questo torno alla mia supposizione, credo che ciò che ha motivato la condiscendenza dello scrittore sia stato il fatto che era gesuita, più che professore. Voglio immaginare che questa possibilità dell’ineffabile incontro tra l’agnosticismo e la fede possa aver costituito la ragione che indusse lo scrittore ad accettare.
  
Indubbiamente, a Borges non sfuggirono la dialettica e la simpatia del suo giovane interlocutore, e la proposta di fare alcune lezioni di letteratura gauchesca ad alunni dell’ultimo anno del liceo – cosa che in altri momenti sarebbe parsa una pazzia –, ebbe piuttosto l’aria di un  invito all’avventura. Dico questo perché l’ho pubblicato qualche tempo fa.

Arrivò Borges. Bergoglio lo andò a prendere alla vecchia stazione della via Mendoza di fronte alla Posta. Nessun aereo. Le sei lunghe ore di autobus da Buenos Aires sicuramente gli avevano massacrato le reni. Io rimasi un po’ stupito, perché pensavo che un uomo già piuttosto anziano avrebbe dovuto venire in aereo. Bah! Vecchi a metà e vecchi interi viaggiano in autobus, ma io pensavo che non era un mezzo di trasporto appropriato per un candidato al Nobel. Da un altro punto di vista, suppongo che per lui dovette avere molto l’aspetto di un’avventura. Solo, in mezzo al nulla, durante sei lunghe ore. Cosa avrà detto a sua madre? Mezzo cieco tra la gente comune che viaggiava attraverso le province argentine. Cosa avrà detto sua madre a lui? Chi si sarà seduto al suo fianco senza mai saperlo? Un’ avventura da ricordare, senza dubbio. Non so quale fosse il suo cachet, ma sembra strano che non includesse un biglietto aereo. Credo – sinceramente – che Borges guadagnò molto: viaggiare all’interno del paese, in provincia, da solo, deve aver costituito una specie di sfida. Avrà sognato che quell’autobus era quasi come il calesse su cui “il generale Quiroga va in carrozza verso la morte”.

Dovrebbe bastare questo panorama per mostrare le differenze iniziali tra Borges e Bergoglio. E lo dico perché, oggi, molta gente stabilisce quasi una contemporaneità tra l’uno e l’altro, quando in realtà li separavano quasi quattro decenni.
  
Non stupisce lo zelo con cui Jorge Mario Bergoglio S.J. affrontò questo compito. Qualcosa di sommamente comprensibile in qualsiasi professore che avesse avuto una tale occasione. Ma in lui, come gli è abituale, non fu il prodotto di un raptus o di un’improvvisazione, ma di una preparazione metodica. Noi, i suoi alunni tartassati, già da tempo avevamo a che fare con Borges, i suoi racconti e le sue poesie. Fu forse questa la carta vincente. Borges lo disse in varie occasioni, e anche a me personalmente: quello che lo aveva sorpreso, quasi affascinato, era che adolescenti come noi avessero letto tanto della sua opera. Non c’è da stupirsi del fatto che Borges si rendesse conto che solo grazie a una conduzione sistematica, organizzata, un gruppo di giovani poteva accedere a una lettura di questo tipo. Credo che per lui questo dovesse essere un motivo di particolare soddisfazione perché era prevedibile che lo leggessero, lo studiassero o lo discutessero in ambienti accademici, ma che una manciata di alunni di un liceo di periferia accedesse a quel mondo immetteva qualcosa di misterioso nella loro educazione. Forse questa esperienza poteva, in qualche modo, avvicinare la sua letteratura a quella di Kipling, Stevenson, o altri i cui lettori non avevano limiti di età.
  
Senza dubbio, durante la visita di Borges a Santa Fe entrambi ebbero più tempo per il dialogo che in qualsiasi momento posteriore. In seguito Bergoglio si sarebbe occupato di soddisfare la richiesta di Borges, di mettere insieme “alcuni scritti di questi ragazzi” per mandarglieli e perché se li facesse leggere. Alcuni giorni dopo arrivò il ringraziamento per la cortesia di cui era stato oggetto durante il suo soggiorno a Santa Fe e l’inattesa richiesta di “scrivere il prologo di questo libro”, un libro che esisteva solo nella mente di Borges e per il quale avrebbe scritto – probabilmente – la sua prefazione più generosa: “Questo prologo non solo lo è di questo libro, ma anche di ciascuna delle ancora indefinite serie possibili di opere che i giovani qui riuniti possono, in futuro, redigere”.
Poi, il tempo. Si sono incontrati di nuovo? Suppongo che sia possibile, ma le circostanze devono essere state molto diverse.

Si può parlare di amicizia tra Borges e Bergoglio? È qualcosa di relativo. Dipenderà dal concetto di amicizia che ciascuno ha. In un mondo in cui l’amiconeria è moneta corrente, il concetto di amicizia sembra esser stato svalutato. Borges aveva amici pubblicamente noti e di certa fama, ma di numero ridotto. Bergoglio ha amici poco noti, e noi non siamo famosi. Però, entrambi li hanno sempre considerati come un circolo raccolto. Chi potrebbe stabilire se in qualche momento essi abbiano incluso l’altro nel proprio circolo? È improbabile, e da qui deriva che l’idea di una amicizia tra loro appaia fittizia. Quello che senza dubbio ci fu – altrimenti, il rapporto non sarebbe mai esistito – è che entrambi ebbero uno speciale rispetto umano e intellettuale per l’altro. Un riconoscimento che è diverso dall’amicizia, ma che – come essa – implica la stima e l’ammirazione.

Attualmente, lo stesso Papa Francesco ha chiesto che si organizzi un “cortile dei gentili” a Buenos Aires intorno alla figura di Jorge Luis Borges. La richiesta va oltre, non è finalizzata al salvataggio di una figura che si è ingigantita con il tempo, né a tessere elogi che si ripetono in ogni occasione. L’idea del Papa è assicurare, come dice Borges in “Everness”, che “Solo una cosa non c’è, ed è la dimenticanza”, e anche che “Dio, che salva il metallo, salva la scoria”, una promessa borgiana carica di speranza ai peccatori.

Traduzione dallo spagnolo di Francesca Casaliggi

*Milia è lo scrittore argentino ex-allievo di Bergoglio

Fuente : La Stampa – Italia
6/12/2013


Celebran los diez años del laberinto homenaje a Borges en San Rafael




Los hacedores plantaron los árboles en honor al escritor hace una década y para festejarlo realizaron una presentación artística. Los muros, tupidos, ya superan el metro y medio y la idea es que se transforme en un lugar público para la lectura y el disfrute.
viernes, 29 de noviembre de 2013

El Laberinto Homenaje al escritor Jorge Luis Borges cumplió los diez años de su plantación en San Rafael y sus hacedores lo celebraron con una presentación artística y el estreno del documental "Jardín de sueños".

“Tras diez años, el laberinto se está armando solo y está pidiendo gente. Gente que camine, gente que ande... y desde ahí vamos a entrar en una segunda etapa para darle un lugar institucional y cultural abierto a toda la comunidad”, indicó Carolina Aldao, hermana de Camilo (ya fallecido), quien fuera el mayor propulsor del proyecto.

Entre viñas y frutales, en la finca que la familia posee en San Rafael, el laberinto borgeano invita a recorrer sus pasadizos frondosos y adentrarse en los sueños de sus creadores y visitantes.

Ahora que sus muros están tupidos y crecen a más de un metro y medio, “la idea es generar un espacio independiente, fuera de la familia, donde también haya libros, bancos donde sentarse a contemplarlo y un espacio en el que se pueda tomar algo”, comentó Aldao, acerca de los varios proyectos que circulan para esta segunda década.

El creador del diseño fue el inglés Randoll Coate, el primero en plasmar a modo de un libro abierto este universo que condensa ciertas obsesiones del mundo literario de Borges, y en el cual hasta se puede leer su nombre y su apellido.

Coate y Borges (quien visitaba la finca mendocina en sus años de juventud) se habían conocido gracias a una gran amiga del autor de "El Aleph" la escritora Susana Bombal, tía de Carolina y antigua habitante del lugar donde hoy asoma el laberinto.

Tras su fallecimiento, su sobrino Camilo Aldao Bombal le contó a la viuda de Borges, María Kodama, de la existencia del diseño de Coate, y junto a otros amigos dieron los primeros pasos para su construcción en tierra mendocina mediante la plantación de más de 9000 plantas de boj (Buxus sempervirens).

“El laberinto está divino pero pide gente para dar este gran paso de lo privado a lo social y así recibir a artistas que se conecten con la energía del espacio", contó Carolina, continuadora del emprendimiento con sus otros hermanos.

En una superficie de casi una hectárea y dentro de lo imaginado por Coate, los visitantes pueden encontrar allí casi todos los símbolos borgeanos clásicos: el espejo, el reloj de arena, la cara de un tigre, el bastón de un ciego, un signo de interrogación y hasta la cinta de Moebius.

Son senderos divididos en dos rectángulos tipo libro que dibujan claramente el nombre de Jorge Luis Borges. Ambas partes son tal cual lo describió el diseñador inglés: "una reflejo de la otra como si fuera un espejo, y referencias al poeta, filósofo, erudito, ciego y visionario".

El de Mendoza fue el primero de una serie que hoy cuenta con réplicas más pequeñas en la localidad de Tigre (frente a la Pista Nacional de Remo) y otro abierto en Venecia, en la isla de San Giorgio Maggiore.

Al cumplirse una década de la plantación, se presentó el jueves pasado un documental “Jardín de sueños”, de Javier Tanoira y Alejo Yael, que cuenta la historia de este laberinto, que hoy se vislumbra bien verde y frondoso en la finca familiar.

La exhibición al aire libre entre amigos y artistas fue acompañada por ricos vinos mendocinos, música en vivo, la presentación de obras literarias y montajes artísticos dentro del Laberinto de Borges.

Entre ellos, se destacó la obra en piezas cerámicas del artista rosarino Leo Battistelli; el escultor de Mendoza, Tachuela Delia, que presentó una escultura de dos toneladas de granito gris en la que se inscribió en sistema braile el poema de Borges "Susana Bombal" y el escultor Fabián Alvarez, que expuso una de sus piezas de la serie "Toros", para referirse al mito del Minotauro.


Fuente : Los Andes Mendoza
29 de noviembre de 2013