domingo, 31 de diciembre de 2017

El largo viaje a la biblioteca de Nueva York



Víctor Hugo Ghitta

Siempre trae sentimientos encontrados el viaje de un hijo. Sucede algo parecido a la extrañeza que sorprende a los padres cuando estos, sin que los niños lo sepan, a través de un ventanal o por la hendija de una puerta entreabierta, ven a sus hijos por primera vez en relación con el mundo. Ese primer contacto con el universo exterior -en la sala inaugural de la escuela, en el parque o en una fiesta de cumpleaños- provoca zozobra y cierto desasosiego, porque siempre vemos en los otros una amenaza, pero sobre todo porque en el fondo de nuestros corazones sabemos, aunque nos hagamos los distraídos, que ese breve viaje que inaugura su hasta entonces modesta independencia es el principio de una larga partida. Solemos prepararlos para que se aventuren al mundo, aunque no siempre estamos suficientemente preparados para que se alejen y crezcan.

Sabemos que no viajamos ya como lo hacíamos hace veinte o treinta años. Son muchas las vías de comunicación instantánea, de manera que ha cambiado también el modo en que nos vinculamos durante el viaje: extrañamos, claro, pero también viajamos un poco con ellos, sobre todo gracias a las fotografías o a los videos que recibimos casi en tiempo real en nuestro teléfono. Mientras escribo dos de mis hijos están en Nueva York. Anoche subieron a sus cuentas de Instagram una serie de imágenes, y una de ellas se quedó conmigo hasta esta madrugada. En esa imagen están en el interior de la Biblioteca Pública de Nueva York, uno de ellos inclinado sobre un gran libro abierto de tapas duras; el otro, detrás de la cámara. La imagen deja ver con claridad los ojos de asombro de quien se abisma en un mundo hasta ahora ignorado; el libro está ligeramente desenfocado, pero en esa bruma se ve el trazo de un mapa cuyos contornos me resultan desconocidos y que se me antoja es la cartografía de un continente muy viejo y por eso nuevo.

Imagino la felicidad que les ha traído la ciudad deslumbrante, y también la que sintieron tan sólo ingresar en ese edificio extraordinario, esa otra ciudad hecha de libros que contiene en sus estanterías infinitos viajes. En estos días he leído un libro deslumbrante de Alberto Manguel, La biblioteca de noche. En ese ensayo descubrimos que las bibliotecas -las que cobijan los edificios monumentales y las más modestas que tenemos delante de nuestros ojos en nuestras casas- tienen una doble condición: nos sirven como refugio y, a la vez, constituyen una amenaza deliciosa.

Leemos para dejarnos cegar por nuevas revelaciones, razona Manguel, aunque en ese camino reconocemos una parte de lo que somos y celebramos reencontrarnos con algo de nuestra historia. Cada lector es un viajero que se detiene en su peregrinar o un viajero que regresa al hogar, escribe.

Conocí la Biblioteca Pública de Nueva York hace muchos años, pero guardo un recuerdo vívido del instante en que me senté a una de las mesas de la gran sala McGraw Rotunda. Llevaba conmigo una versión en inglés de Ficciones, de Borges: me había propuesto, a modo de broma personal, leer en ese lugar "La biblioteca de Babel", y hacerlo en el idioma del país que visitaba.

Cuando terminé la lectura tuve la sensación de que había despertado de un sueño. No era exactamente una epifanía, pero creí haber sido tocado por alguna clase de revelación. Me vino un leve mareo, un ahogo súbito, y sentí que entre el momento en que había terminado la lectura y ese raro despertar había transcurrido un espacio de tiempo, un vacío que no lograba completar.

No recordaba nada, desde luego. Aunque estaba rodeado de otros lectores, quizá muchos de ellos arrobados y conmovidos como yo, me sentí a solas, suspendido en el aire y ajeno al mundo, y de inmediato vino a mi mente la imagen de un astronauta en el momento en que, después de abandonar la nave que lo ha transportado a ese confín del universo, orbita alrededor de la Tierra. Siempre despertó mi curiosidad saber qué pensamientos asaltan a esos viajeros en medio de la vasta noche del universo, y siempre me gusta pensar que, aunque deben de estar atentos a una infinidad de detalles técnicos, estando tan cerca de las estrellas y acaso de Dios, en algún momento deben de interrogarse acerca del sentido de la vida.

Esa clase de preguntas es la que tantas veces nos hacemos mientras leemos. Leemos para devolverle al mundo su sentido, si acaso lo tiene. Leemos con esa fe, o quizá lo hacemos como lo quiere Manguel: leemos buscando consuelo.

Mientras escribí este texto escuché: Songs for Drella, Lou Reed & John Cale; Live in New York City, John Lennon; Zappa in New York, Frank Zappa

Fuente: La Nación


"Existe un Jorge Luis Borges criminólogo en su obra literaria"



Lo afirma el penalista Alejandro Poquet, que defendió su tesis doctoral explorando la relación entre la literatura borgeana y el derecho y las piezas de nuestra sociedad que allí subyacen


por José Luis Verderico
verderico.joseluis@diariouno.net.ar

Una larga y minuciosa pesquisa permite al abogado Alejandro Poquet afirmar la existencia de un Jorge Luis Borges criminólogo que trasciende las facetas metafísicas y filosóficas universalmente identificables en su infinita obra literaria.

Indicios criminológicos en la obra de Jorge Luis Borges. El cuestionamiento literario al positivismo de la criminología lleva por título la defensa final de su tesis doctoral, presentada en la Facultad de Derecho de la UNCuyo frente a especialistas en leyes, académicos, docentes y profesionales.

–¿Qué vínculos encontró entre literatura y derecho en Borges?
–Una de las principales metas de este trabajo de investigación fue mostrar la posibilidad de un Borges criminólogo. Es una posibilidad nueva. Se ha hablado de distintos Borges: crítico, polemista, filósofo, científico, medievalista. Su pensamiento y su literatura han sido tan ricos y tan complejos que permiten explorar diversos perfiles. Sin embargo, advertimos que no se había estudiado la posibilidad de un Borges criminólogo. Entonces, trabajamos toda la obra de Borges desde ese ángulo, para ver si había indicios criminológicos, es decir los temas que hacen a un saber criminológico, que en realidad tienen que ver con la seguridad pública y preocupan a toda la sociedad. Desde una alta literatura Borges, sin dudas, logra aportar al saber jurídico y criminológico. Existe un Jorge Luis Borges criminólogo en su obra literaria.

–¿Cuáles son esos elementos?
–El primer hallazgo fue descubrir que efectivamente podemos hablar de modo legítimo de un Borges criminólogo porque habla de la ciudad, que tiene que ver con la criminología. Uno debe tener una idea de ciudad pero, lamentablemente, los criminólogos y los pensadores no piensan la ciudad. Por eso sostengo que es muy difícil pensar en una ciudad segura sin pensar en el diseño de una ciudad. Y Borges, sabemos, saben todos los que han frecuentado su obra, da vuelta en torno de Fervor de Buenos Aires (su primer libro de poesía, publicado en 1923) y un determinado tipo de ciudad. Otro elemento es el tema del orden: Borges es un obsesivo y lo busca en todos sus textos, en sus ficciones. Ya en lo esencialmente penal y criminológico, Borges está atravesado por el delito, el crimen y el delincuente. Es más: en la literatura borgiana hay una veta violenta que me pareció esencial. En Borges la sangre es esencial para construir su literatura, pero no es un mero elemento del que se vale para conmover al lector, sino porque la utiliza para plantear un orden moral determinado. Esa forma que tiene de ver el crimen, que lo coloca a la altura del misterio, cuando dice que el delito es tan misterioso como la vida. Borges toma partido por el crimen, habla de éste y del sujeto delincuente, y eso ya es criminología y derecho penal puro.

–También aparecen la policía y la cárcel...
–Borges habla de la policía e incluso tiene una visión crítica. También habla de la cárcel, que es un arquetipo de sus famosos laberintos, según la investigación para la tesis doctoral. Borges, en su último año de vida, asistió al juicio a las Juntas Militares y en un ensayo publicado en España escribió que "la cárcel es infinita: el que sale no sabe que sigue adentro y los que estamos afuera es como si lo estuviéramos", y ése es un concepto criminológico muy importante, que también está en su obra.

–Hable del análisis de "Seis problemas para don Isidro Parodi", relatos policiales publicados en 1942 con Adolfo Bioy Casares.
–Si bien es una sátira, la primera lectura remite al humor. Con Bioy Casares están jugando, divirtiéndose. Borges hace literatura porque está haciendo filosofía, está haciendo metafísica. La única finalidad y justificación de todos los males es la metafísica, dice. Entonces, cuando hace estas parodias de la Argentina está diciendo algo: mete en una cárcel al pobre Isidro Parodi siendo inocente por culpa de la policía, que le armó una causa para meterlo preso, y este es un gran dato criminológico. Así, Parodi, en la cárcel, constituye lo que en criminología es el manual del buen preso, que se porta bien, que cumple mecánicamente todos los ritos que establece el orden carcelario y que va a salir cuanto antes, pero de ahí a la resocialización hay un paso muy importante. Parodi, por tantos años de estar preso injustamente, pierde esta conciencia cívica, pierde sus sueños, pierde la esperanza en la Justicia y deja de creer en ella como parte del Estado, porque Borges creía en la menor intromisión posible del Estado en la vida del individuo. En esta obra también hay una crítica a la Justicia, al castigo y al manual del buen preso.

–¿En "Emma Zunz", de 1948, también hay criminología?
–Es una gran crítica a la Justicia, que no sale bien parada y aparece como burocrática. Ya en los casos de Isidro Parodi el juez aparece como un convidado de piedra siendo que todo comenzó con una causa armada. En los cuentos de cuchilleros de Borges, el juez de paz es cómplice de la policía en perseguir y acosar al malevo. Y también aparece la moderna técnica del litigio oral, que estamos viendo actualmente en las audiencias con los nuevos códigos procesales: los abogados tenemos que aprender a argumentar y a persuadir frente a un jurado popular o a un ciudadano común, y dejar de hablar de una manera tan oscura y críptica. En Emma Zunz, Borges introduce el tono en la verdad, cuando la protagonista, acusada del homicidio de un hombre, se defiende a través de un relato.

–¿Había antecedentes de investigaciones acerca del Borges criminólogo?
–Hay mucho Borges detectivesco y policial, pero no criminólogo. Esto me lo confirmó María Kodama, su viuda.

Fuente : Diario Uno - Mendoza

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Documento: Borges en Montevideo 15 de junio 1978 Entrevista con Atilio Garrido





El uruguayo Atilio Garrido lo entrevistó en el histórico departamento que el escritor tenía en la calle Maipú.

La entrevista fue censurada por la dictadura militar uruguaya (Borges contrarió el dogma oficial sobre el héroe patrio José Gervasio Artigas) y recién sale a la luz en 2017.

No se registraron fotos del encuentro, pero el audio de la entrevista quedó registrado.

Detalles del encuentro, y transcripción de la entrevista desde su fuente original.

Fuente : You Tube

lunes, 25 de diciembre de 2017

"Los traductores de las Mil y una noches" de Jorge Luis Borges




 Por Miriam Badillo

Jorge Luis Borges habla de una “dinastía enemiga” cuando se refiere a los diversos traductores del célebre texto árabe del siglo XIII que conocemos como Las mil y una noches, también nombrado, más bellamente en mi opinión, como Libro de mil noches y una noche. ¿Acaso los traductores forman parte de una estirpe enemiga como indica el argentino? En este caso y para iniciar, Borges se refiere a tres traductores en concreto, de nacionalidad y tiempo distintos: Jean Antoine Galland, francés; Eduardo Lane y Richard Burton, ambos ingleses. Hacia la mitad del texto, el “mero literato” argentino da cuenta de la traducción de Mardrus, francés, y hacia el final de las versiones alemanas, en particular se ocupa de la de Enno Littman.

De acuerdo con Borges las traducciones de las Noches hechas por estos caballeros tenían como finalidad aniquilarse entre sí. Es decir, cada uno defendía la propia versión como la correcta, dependiendo, claro está, de lo que en sus mentes (y en su tiempo) tal término pudiera significar. Podemos tener una idea de esto último cuando revisamos las características de sus traducciones, reseñadas por el escritor argentino.

La versión de Galland (la primera de todas), de acuerdo con Borges, ha sido la más difundida y, en su tiempo, elogiada. Por su lado, Borges la califica de la siguiente manera.


Palabra por palabra, la versión de Galland es la peor escrita de todas, la más embustera y más débil, pero fue la mejor leída. Quienes intimaron con ella, conocieron la felicidad y el asombro. Su orientalismo, que ahora nos parece frugal, encandiló a cuantos aspiraban rapé y complotaban una tragedia en cinco actos.


La virtud de la versión de Galland (doce volúmenes entre 1707-1710) radica en alumbrar el lado mágico y maravilloso de las Noches, en trabajar con el asombro, tan valorado por Borges. El defecto de la traducción de Galland radicaría en los maquillajes que aplicó a lo que consideraba de mal gusto, entiéndase por ello todas las referencias carnales o eróticas.

La versión que trataría de “aniquilar” la de Galland sería la del orientalista inglés Eduardo Lane (1839, más de un siglo después). Para Borges se trata de una versión “de admirable veracidad”, más apegada al original, de modo que Lane se distanciaba de Galland quien “ignoraba toda precisión literal”; sin embargo, a semejanza del traductor francés, la versión de Lane, acompañada de extensas notas eruditas, también “desinfecta” las Noches. Aunque la justificación del inglés no sea la defensa del buen gusto sino la moralidad y el pudor de un traductor que quería que su versión pasará la prueba de la “mesita de la sala” de los hogares ingleses de la primera mitad del siglo XIX. Propósito que sustentaba su decisión de extirpar pasajes o cuentos enteros por considerarlos obscenos.

La tercera traducción que Borges revisa en extenso es la de Richard Burton, aventurero inglés. De su versión dice “el Burton de la leyenda de Burton es el traductor de las Noches”. Burton se revela en contra de la literalidad de Lane y favorece amplias licencias de la imaginación y el estilo. La novedad más importante de Burton fue devolverle a las Noches su original erotismo, además de las no menos importantes, y extensas, notas sobre “las costumbres de los hombres islámicos” a fin de interesar a un público más refinado y erudito.

Borges da cuenta también de otra versión francesa, la del doctor Mardrus: Livre des mille nuits et une nuit, de 1899. Versión apreciada por su literalidad y veracidad, sin embargo, Borges da ejemplos de amplias descripciones que no están en el original, con lo cual desmiente su célebre veracidad; sin embargo, dice Borges: “Su infidelidad, su infidelidad creadora y feliz, es lo que debe importar”. Por lo demás, Mardrus evoca lo sobrenatural con un rastro de ironía, lo que habla de la percepción distinta de lo maravilloso del mundo oriental.

Hacia el final Borges se ocupa de las versiones de las Noches en alemán: Gustavo Weil (1839-1842), Max Hennig (1895-1897), Felix Paul Greve y, por último, Ennio Littman (1923-1928). De las tres primeras no destaca nada que atraiga de verdad su atención. De la de Littmann se ocupa un poco más para decir lo que sigue.


Suministra las notas necesarias para la buena inteligencia del texto: una veintena por volumen, todas lacónicas. Es siempre lúcido, legible, mediocre. Sigue (nos dicen) la respiración misma del árabe. Si no hay error en la Enciclopedia Británica, su traducción es la mejor de cuantas circulan.


A pesar de la Enciclopedia Británica, Borges no está de acuerdo con la superioridad de la versión de Littmann. Justifica su divergencia del modo siguiente: “Mi razón es ésta: las versiones de Burton y de Mardrus, y aun la de Galland, sólo se dejan concebir después de una literatura. Cualesquiera sus lacras o sus méritos, esas obras características presuponen un rico proceso interior.” A Borges le parece poca cosa que la única virtud de Littmann sea la de no mentir: “El comercio de las Noches y de Alemania debió producir algo más”.


Considero que la idea de Borges sobre la traducción es clara: desdeña la literalidad por mediocre, árida, insípida; se inclina por la infidelidad por creadora, por su carácter de mezcla, de “comercio” entre literaturas de tiempos y geografías diversas. Para él el traductor sería el encargado de establecer los intercambios y ofrecer una novedad enriquecedora para la literatura, para el imaginario literario universal. Cosa que los amantes de las belles infidèles pueden lograr. Él piensa de este modo y hay quienes no, creo que esa divergencia sustenta la rivalidad que el argentino denomina “dinastía enemiga” al referirse a los traductores y las dos maneras, generales, de traducir: más libre o más literal. Discusión que sigue vigente, con sus matices, hasta hoy. Por otro lado, a través del texto de Borges podemos percatarnos del modo cambiante en que un texto es recibido y leído de un tiempo a otro, en este caso, de como el exotismo asombroso expresado en las Noches y destacado por Galland, por ejemplo, arriba a las siguientes versiones más bien como muestrario de divergencias culturales y formas de representar al mundo en culturas distintas.

Fuente : Pájaros  Negros

El Aleph, Borges, Sir Richard Burton y la columna de la Mezquita de Al Amr.

Claves para un misterio. Cuatro referencias tan diferentes quedan unidas inexorablemente en un círculo

                              Mezquita Al Amr. Cairo actual.

Cuatro referencias tan diferentes quedan unidas inexorablemente en un círculo, un pequeño laberinto de esos por los que Borges sentía fascinación y en los que gustaba enfrentar al hombre al caos y a la realización de si mismo.

¿Qué une estas cuatro referencias? Pasemos a describir a los protagonistas:
Comencemos  por  Aleph,  Alef,  Alif:  Esta podría ser la letra con mas linaje, figura en los alfabetos Fenicio, Hebreo, Arameo, Siriaco, Árabe, Griego, Latino y Cirílico; Pero Aleph (en el futuro) no es sólo una letra es algo especialmente venerable desde el inicio de los tiempos. Cada alfabeto contiene sus misterios, sus secretos, su poesía y ¿Por qué no, su leyenda?; cada letra tiene su potencia creadora. Si tuviéramos que elegir algo que para todos tuviera un especial significado común, posiblemente sería esta letra. En el alfabeto hebreo se considera Aleph como símbolo de la unidad, de la individualidad y del poder de Dios, comprende en sí misma la esencia del alfabeto completo, es símbolo del Eterno Infinito o Ein Sof y es (entre otras muchas cosas que no citaré en aras de la brevedad) la primera letra del Decálogo o Diez Mandamientos del Sinaí y por tanto tiene carácter divino.

Pero por Aleph esotéricamente también se conoce un punto que contiene todo el Universo y todas las dimensiones, un punto que contiene todos los lugares del orbe vistos desde todos los ángulos y que Borges en la obra del mismo nombre define mas físicamente como “una pequeña esfera tornasolada de casi intolerable fulgor, como de dos o tres centímetros”.

Sir Richard Francis Burton (1821-1890) personaje multifacético de su época: escritor, explorador, místico, diplomático y aventurero tuvo una vida apasionante. Desde la búsqueda de las fuentes del Nilo hasta convertirse en el primer occidental que disfrazado, peregrinó a la Meca y Medina visitó los Sagrados Lugares musulmanes y murió como auto - declarado sufí. Más popular hoy en día como autor de una misteriosa cita referida a la mezquita de Amr en el relato El Aleph de Borges que, incluso por su búsqueda de las fuentes del Nilo, su traducción de las 1001 noches o por su prolífica carrera.

Una breve referencia a la mezquita del Al Amr:

La primera mezquita llamada de Ibn al As se contruyó en el año 642 como centro de la recién fundada capital de Egipto, Fustat, que hoy ha quedado anexionada a El Cairo formando parte del centro histórico. La mezquita fue construida por y en honor del general Amr bin Al As, conquistador musulmán de Egipto. Según la leyenda, una paloma puso un huevo en la tienda de su campamento. Amr lo interpretó como de buen augurio y declaró sagrado el sitio donde la paloma había depositado el huevo. Cuando volvió victorioso tras conquistar Alejandría, ordenó a sus tropas instalar el campamento alrededor de dicho lugar donde construyo la primera mezquita islámica que posteriormente fue demolida (698)  y reconstruida (711), ampliada en 750 y 791 y adquirió sus proporciones actuales en 827, como curiosidad la última restauración tuvo lugar en 1980 financiada en su totalidad gracias a la generosa aportación de un anónimo y único donante.

La dirección de la Mezquita es en Sidi Hasan Al anwar – barrio de Fustat – El Cairo.  Está abierta en horas fuera de oración y hasta nuestros días es conocida como mezquita de Al Amr.

De la información anterior sobre la Mezquita, la parte que vamos a seleccionar son las columnas; son columnas, procedentes de templos romanos y bizantinos y por tanto reutilizadas y concretamente me referiré a una de las que rodean el patio central, esa columna es el hilo conductor de este artículo y por tanto lo que une todas las partes.
Atribuida a Sir Richard F. Burton pero recogida en el relato citado de Borges “El Aleph” publicado por vez primera en 1949, se encuentra la siguiente manifestación:

. (…) ”Los fieles que concurren a la mezquita de Amr, en El Cairo, saben muy bien que el universo está en el interior de una de sus columnas de piedra que rodean el patio central… Nadie, claro está puede verlo, pero quienes acercan el oído   a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo su atareado rumor”.

Evidentemente Borges apoyándose en las experiencias o mejor, conocimientos del Capitán Burton nos señala la existencia de un Aleph situado en una de las columnas de la Mezquita, no dice en cual ni señala ubicación orientativa.  Salvo por estas citas en la documentación consultada sobre la Mezquita nada esotérico ha sido publicado, salvo la mención que nos ocupa, lo que no significa que no exista.

Personalmente no descartaría una manifestación de aceptación divina de la obra humana, digamos en este caso la construcción de la Mezquita,  materializada en algún fenómeno misterioso, aparentemente incomprensible. La aparición de un Aleph en un sótano de la Calle Garay de Buenos Aires, donde lo sitúa Borges en principio no parece tener más sentido que el novelesco, pero la manifestación en un templo no debería descartarse.

En otro plano de cosas, pero siempre relacionadas,  la  fascinación obsesiva de Newton por  que las dimensiones del Templo de Jerusalén respondían a un criptograma del Universo y que su solución le acercaría al pensamiento divino o la teoría de que la Biblia constituye un gigantesco crucigrama lleno de claves y predicciones. El film “Pi” de Darren Aronofski que refleja el intento mediante un programa informático de conseguir el Nombre de Dios supuestamente perdido en la destrucción del Segundo Templo. Son clásicos intentos, especulaciones que de alguna manera podrían tener sentido, el tema de la conexión entre lo divino y lo humano está presente discreta pero continuamente entre nosotros. quizás…¿parcialmente velada?.

Finaliza el relato de Borges y este articulo con una nueva reflexión: Dice Borges “¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? – Yo diría que sí, pero, quizás, no con la descripción que posiblemente él aporta-  ¿Sería observable el fenómeno por todo el mundo? – Posiblemente No. La piedra puede tener la clave y ser vehículo y sentido de muchos misterios. Los Mandamientos se realizaron en piedra, menciones a la piedra angular, la piedra de mi Iglesia, la piedra bruta,… son frecuentes en Escrituras y creencias. ¿Pretende Borges mediante alegoría comunicar que el hombre es la columna del Templo que comunica el Cielo y la Tierra?

La frase de André Bretón fundador del surrealismo: «Todo induce a creer...» data de 1930. Alcanzó un éxito extraordinario. Todavía hoy se la cita y comenta sin cesar. Y es que, en efecto, uno de los rasgos de la actividad del espíritu contemporáneo es el interés creciente por lo que se podría llamar: el punto de vista más allá del infinito.

En primera instancia, Vayamos a Egipto a la mezquita de Amr  a  buscar y con suerte escuchar la columna y comprobémoslo.

Fuente :  Web Islam


sábado, 23 de diciembre de 2017

Documento : Jorge Luis Borges dictó su segunda conferencia sobre Óscar Wilde




Diario "El País" (Montevideo), 4 de octubre de 1950 (Resumen de Carlos A. Passos)

En el Paraninfo de la Universidad y ante numeroso público, el distinguido escritor argentino Jorge Luis Borges ofreció anteayer, la segunda conferencia de su ciclo sobre Óscar Wilde, refiriéndose, en ella, a los sonetos, “La esfinge” y “La Balada de la cárcel de Reading.

Como se sabe, este ciclo es auspiciado por nuestra Universidad y el Departamento de Arte y Cultura del Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social.

Los primeros versos de Wilde –comenzó diciendo Borges– tienen lo que los últimos (que tendrían, también, tantas otras cosas): poseen ya una artesanía perfecta. Son, a veces, ejercicios, pero ejercicios emocionados. En muchos de ellos, Wilde logra una comunicación inmediata; es como si Wilde se hubiera olvidado de que está versificando y se hubiese puesto a pensar en voz alta.

Entre los temas de esos primeros poemas figura, al principio, para desaparecer después, el de la libertad. Wilde heredó este tema de Milton, de Shelley, de Swinburne y de Wodsworth. Y ya en los primeros versos de Wilde aparece, también una evocación que influirá de la manera más extraña en el destino del poeta, tratándose de la persona que más ha influido quizás, en Wilde: es la de Cristo. Al final de su vida,
               
Wilde llegó a identificarse, en efecto, con Cristo y, además, durante toda su vida tuvo la costumbre de pensar no abstractamente, sino, como lo hacía Cristo, directamente en parábolas. Otro tema que hallamos en esos primeros poemas es el del Imperio Británico (lo que resulta extraño en un irlandés), pero el Imperio Británico como prefiguración de una República. En el poema “Ave imperatrix”, donde se canta dicho tema, Wilde acumula esplendores geográficos. Y todo esto anticipa, en cierto modo, la poesía de otro famoso contemporáneo suyo, la poesía de Rudyard Kipling.

Entre los temas de esos primeros poemas figura, al principio, para desaparecer después, el de la libertad. Wilde heredó este tema de Milton, de Shelley, de Swinburne y de Wodsworth. Y ya en los primeros versos de Wilde aparece, también una evocación que influirá de la manera más extraña en el destino del poeta, tratándose de la persona que más ha influido quizás, en Wilde: es la de Cristo. Al final de su vida, Wilde llegó a identificarse, en efecto, con Cristo y, además, durante toda su vida tuvo la costumbre de pensar no abstractamente, sino, como lo hacía Cristo, directamente en parábolas. Otro tema que hallamos en esos primeros poemas es el del Imperio Británico (lo que resulta extraño en un irlandés), pero el Imperio Británico como prefiguración de una República. En el poema “Ave imperatrix”, donde se canta dicho tema, Wilde acumula esplendores geográficos. Y todo esto anticipa, en cierto modo, la poesía de otro famoso contemporáneo suyo, la poesía de Rudyard Kipling.

Fuera de su admirable factura, los poemas iniciales de Wilde que forman su primera época, no parecen escritos en función de la personalidad de Wilde, sino por un joven poeta inglés de Oxford. Quizás Wilde, al escribirlos, quiso identificarse totalmente con sus compañeros de Oxford y, por eso, los escribió así. Son, por lo demás, ejercicios a la manera de Keats, a la manera de Shelley y hay asimismo, muchos poemas mitológicos. Tal vez, lo más personal que estos poemas tienen, es la obsesión casi –diríamos– de Cristo. Hay, por ejemplo, un poema en el que Wilde rechaza con un rigor puritano las pompas de la Iglesia; fue escrito en Roma, después de haber oído Wilde el “Dies irae” en la Capilla Sixtina, y dice, en efecto, que en el esplendor de esa música no había encontrado a Cristo, agregando que mejor lo encontraba en la soledad y en el canto de los pájaros. Y hay luego, un soneto muy angustiado en el cual Wilde antitéticamente describe un personaje y, para que comprendamos que es Cristo, emplea entonces la palabra “humano”. Estos primeros versos de Wilde son elocuentes y la elocuencia suele ser un defecto en la poesía lírica.

En su segunda época, Wilde produjo muchos poemas. No obstante, podemos limitarnos a dos de ellos: “La casa de la cortesana” y “La esfinge”. Ambos poemas corresponden de un modo muy preciso a la fecha en que se escribieron exactamente a las últimas décadas del siglo XIX, al cansancio, a la fatiga, a la sensación de vejez y de inutilidad de esa época. Hay épocas en la historia en que los hombres se sienten en el principio de un proceso: v. gr., el Renacimiento, y el comienzo y el medio del siglo XIX en los Estados Unidos (las poesías de Emerson y de Whitman parecen escritas, en efecto, como desde una aurora); pero también hay otras épocas de cansancio, y una así le tocó en suerte a Wilde, en su segunda época. El siglo XIX tan memorable, sobre todo ahora, y digno de tanta nostalgia, es hacia su final, una época triste. Tenemos, al respecto, el testimonio de un contemporáneo de Wilde, que sintió esa impresión de estar perdido en un vasto mundo mecánico e insensato, el testimonio de Chesterton quien, en la dedicatoria de “El hombre que fue jueves” a un amigo suyo, dice, primero, “El mundo era muy viejo cuando tú y yo éramos jóvenes”, y recuerda, luego, a dos escritores que en ese mundo de gente cansada y escéptica, se atrevieron a ser felices y valientes: Walt Whitman, desde la isla de Manhattan, y Stevenson, que se moría en otra isla en el Pacífico. Pues bien: a Wilde le tocó hacer lo poético de ese tiempo de cansancio y lo hizo en poemas barrocos. De ellos se ha dicho que son arabescos verbales. Y es verdad, siempre que no veamos un reproche en esa definición. En uno de ellos, el poeta y su novia se acercan a una casa alta e iluminada en donde hay una fiesta y ven entonces las formas de los bailarines y oyen a los músicos que tocan un vals de Strauss. Wilde toma este tema de las sombras, para decir que esos bailarines, a quienes se ve como sombras, son realmente sombras. Y el otro poema de Wilde es “La esfinge”. Es un poema que podemos llamar perfecto, y que está casi enteramente tejido de palabras ilustres, antiguas y oscuras. El ambiente de ese poema es, más o menos, el de “La tentación de San Antonio” de Flaubert. Y si pregunta qué sentido tiene ese poema, puede contestarse que ninguno, que el único fin del poeta ha sido halagarnos con esas evocaciones ilustres y con la melodía de los versos. Tiene, el mismo, lo que algunos han llamado los defectos barrocos: la fría extravagancia, el exceso decorativo. Sintácticamente, es un poema singularmente claro: no hay ninguna frase torpe. Y hay otro rasgo que es común a todas las poesías de Wilde en esa época: la frecuente mención de una etapa del día que no había figurado en la poesía anterior a las últimas décadas del siglo XIX: el crepúsculo. El del crepúsculo nocturno fue, en efecto, un descubrimiento literario de ese tiempo (a nuestras repúblicas llegó después con Lugones, con Herrera y Reissig, y en general con los poetas del modernismo). La idea de que la noche pudiera ser agradable es una idea relativamente nueva en la literatura. Para los poetas griegos, los latinos, los del Renacimiento, la imagen natural de la alegría era la aurora. En cambio, en el siglo XIX ya se siente la aurora como algo terrible; vemos el sentido que ella tiene, en la poesía de Baudelaire y, también, en la de Tennyson. Los poetas de la época de Wilde abundan, así, en esa etapa ambigua del día.

Diario "El País" (Montevideo), 2 de diciembre de 1949 (Resumen de Carlos A. Passos)

Texto recopilado en diario de la época depositado en Biblioteca Nacional de Montevideo y editado por mi, Carlos Echinope, editor de Letras Uruguay, sin apoyo alguno y sin trabajo rentado. Si me apoyan haré mucho más. Gracias.  echinope@gmail.com - @echinope Métodos para apoyar a Letras-Uruguay

Fuente : Letras Uruguay
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/borges/borges_conf_wilde.htm

domingo, 10 de diciembre de 2017

Mecánica de la probabilidad literaria





Yesis Arturo Torres Rodríguez

En el mundo que percibimos a diario suceden eventos extraordinarios, rarezas de la realidad en cuyo interior los hechos pasan de un modo muy distinto al que pensamos. Vivimos en un universo gobernado por las fuerzas que se hallan en los intersticios diminutos de la existencia.
Ernest Hemingway, autor de 'Por quién doblan las campanas'. Archivo

Es precisamente aquí en donde la física cuántica y la literatura comparten un punto de encuentro, al tratar de acercarnos a esa extraña naturaleza que se esconde al interior de todas las cosas.

Ambas tienen la singularidad de ser expresiones intranaturales del cosmos, pues revelan principios que niegan estados absolutos y determinados de la realidad. En ellas gobiernan la incertidumbre y la indeterminación. Además, para comprenderlas se hace necesario abandonar enfoques interpretativos que respondan a lógicas que apelen al sentido común. Nos hemos acostumbrado a lanzar una pelota, conocer su recorrido, su posición y su final, pero la naturaleza encierra sus propias maneras. Es más, si se les asignan estados definidos del universo macroscópico (vida real), se nos hace imposible comprender la mística de la que se encuentran revestidas, pues tanto el arte literario como el comportamiento subatómico funcionan con independencia de nuestra forma de organizar e interpretar el mundo.

Jorge Luis Borges da una exquisita muestra de cómo la literatura muchas veces se puede leer como ciencia, y cómo dichas coincidencias nos van dando luces de esta relación. Quince años antes de que el físico estadounidense Hugh Everett propusiera su teoría de los universos paralelos, el genio argentino publicó el cuento ‘El jardín de los senderos que se bifurcan’. En esta historia, el autor expresa con suma lucidez la posibilidad de la bifurcación del espacio-tiempo por medio de actos que se ramifican en nuevas realidades.

“…cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta— simultáneamente—por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también, proliferan y se bifurcan”.

Cada acto, cada recorrido, cada salto, cada diálogo, cada giro dramático, cada duda, cada estado cuántico, cada simetría representa no menos que todos los actos, todos los recorridos, todos los saltos, todos los diálogos, todos los giros dramáticos, todas las dudas, todos los saltos cuánticos y todas las simetrías que pudieran existir para un mismo instante. Lo cierto (como categoría de lo real) parece (por lo menos en lo que se refiere a lo diminuto y a lo literario) fotogramas de la posibilidad, ubicados uno encima del otro de forma infinita, donde el tiempo y la progresión aparecen como determinantes, pues en esencia la bifurcación surge como un laberinto complejo de realidades habitando en simultáneo. Es como si a cada instante le pertenecieran todos los instantes posibles en una eterna e inmutable continuidad.

El movimiento de lo fundamental nos dice, además, que con tan solo imaginar podemos construir la posibilidad, pues cuando se mira la bifurcación como continuidad, la realidad aparece como derivación de una existencia más compleja e imperceptible. Es así como el acto imaginativo (fuente sagrada de la literatura) se convierte en una manifestación creativa.

De acuerdo con esta teoría, en algún universo paralelo al nuestro, Robert Jordan (personaje de ‘Por quién doblan las campanas’, de Ernest Hemingway) justo en este instante se encuentra a un costado del camino con el dedo sobre el gatillo, esperando que se acerque lo suficiente un militar con rango de oficial para disparar. En otro, Hypatia Belicia Cabral (personaje de ‘La maravillosa vida breve’, de Óscar Wao) se encuentran saliendo de los cañaverales luego de resistir los embates más duros del “Trujillato”. ¿Difícil de creer? Pues así son las ideas derivadas de la realidad más pequeña, poderosa y extraña que existe.

En el mundo que percibimos todos los días, una piedra es una piedra, un árbol es un árbol, y  en definitiva, un río es un río. Una cosa es una cosa en cuanto posee los atributos pertenecientes a esa cosa. Es decir, la sustancia fundamental que encierra la naturaleza de una existencia es excluyente de otras. En la vida cotidiana o eres árbol o eres perro, en ningún caso los dos.

Experimentos como el de la doble rendija dan cuenta de cómo en el universo cuántico se modifican y se mezclan estos principios de la naturaleza macroscópica. Recordemos que este experimento consiste en lanzar protones a través de dos rendijas perpendiculares. Las partículas chocan con la pared formando dos líneas, tal como lo harían unos balines si los disparáramos desde una distancia determinada. No obstante observar o no observar modifica el fenómeno, al mostrarnos lo que se conoce como patrón de interferencia, propio de naturalezas ondulatorias, dando lugar de este modo a la dualidad onda-materia.

La física clásica nos acostumbró a que los fenómenos ocurran con independencia de que los observemos o no, cosa que cambia a medida que nos introducimos en las realidades más diminutas. Tanto para el movimiento de las partículas fundamentales como para el mundo de las letras, observar influye en los fenómenos. El lector (observador) recrea en su mente las historias. Sin lectores no hay literatura, pues la literatura solo es literatura en cuanto es leída. Por muy buena que sea una historia siempre va a requerir su contraparte, la lectura. Como en el famoso experimento de la doble rendija, leer modifica las historias, al construir representaciones mentales de los hechos. Si el objetivo fundamental de la literatura es despertar las emociones en un individuo, cada lector lo hace de un modo distinto. Un texto literario está sometido a diversas miradas, y esas miradas lo modifican en cuanto lo crean y lo recrean.

La ciencia durante siglos ha construido categorías absolutas que han desestimado postulados que explican la existencia desde otras orillas del pensamiento. No obstante, con el descubrimiento del universo del quantum y sus manifestaciones ambivalentes se abre un espacio privilegiado a lo fantástico, que había sido apartado durante mucho tiempo por nuestras creencias en la vida real.

Estas dos manifestaciones de la inteligencia humana son hidalgas exponentes de la subversión del pensamiento, pues se han atrevido a negar y a reconstruir esos valores absolutos que parecían estar empotrados en una especie de totalitarismo cognoscitivo, una dictadura de lo innegable impuesta por la religión y por la misma ciencia desde antaño. Con ellas estamos recuperando el valor de lo fantástico.

Fuente :El Espectador