domingo, 24 de febrero de 2019

Carola Reyna, la chica que paseaba a Borges en un Fitito



                        Carola en su adolescencia, junto a Borges

Vivió su infancia entre Venezuela, España y la Argentina. De adolescente escribía y llegaron a publicar sus poemas, pero la actuación terminó imponiéndose. Retrato de una actriz que viaja en colectivo.
Marina Zucchi

Imagine a Jorge Luis Borges siendo subido a un Fiat 600 verde esmeralda. Imagínelo recorriendo la Avenida Maipú en Vicente López, ciego, dejándose llevar por una chica al límite de la mayoría de edad, que apenas hace días obtuvo su registro. La imagen onírica existió más que en los sueños de ella. Alumna de un taller literario de Félix Della Paolera, fue la elegida para un encuentro que terminó en un bodegón, entre metáforas, teorías sobre el azar, y fideos. Del segundo cruce queda como registro una foto en blanco y negro. Y un libro de poemas de la época, antología de la que forma parte la joven autora: Carola Reyna.

                                                    
-¿Por qué creés que te eligieron a vos, entre tantos alumnos, para ir a buscar a Borges?

-Fue una arbitrariedad. Supongo que querían evitar lo formal y protocolar, yo era casi una nena, era una aventura. Me acuerdo que llegué y estaba peinadito y esperando como un nene. Lo subimos al asiento delantero y yo ya me imaginaba el titular: "Chocó llevando al hombre más importante del mundo".

Fuente: Clarin (fragmento)


sábado, 23 de febrero de 2019

Germán Jaramillo será Borges en el Lincoln Center Theater


 El elenco de ‘Nantucket Sleigh Ride’ en el primer ensayo. Jaramillo (atrás, segundo de izquierda a derecha) aparece junto a John Larroquette (de gafas). Foto: CHASI ANNEXY

Por: Yhonatan Loaiza

Parecía poseído por esa figura mítica, con la mirada apagada y los gestos cansados pero el intelecto elevado al infinito. Estaba sentado en la banca de un parque viendo pasar las vidas de un grupo de extraños cuyos destinos se cruzaban allí. Así era el personaje que encarnó hace cinco años el actor colombiano Germán Jaramillo en la obra 'Cita a ciegas': un escritor argentino, ciego y con una celebrada obra. No era Jorge Luis Borges, pero tenía todos sus atributos.


Aquella figura era uno de los protagonistas de la pieza de Mario Diament que se montó en el teatro Repertorio Español de Nueva York, bajo la dirección de Jorge Alí Triana. El trabajo del manizaleño, que estuvo varias décadas en el Teatro Libre de Bogotá, le significó numerosos elogios en el circuito teatral de esa ciudad estadounidense, y así quedó instalada la sensación de que Jaramillo había encarnado al legendario escritor argentino.

“Yo hice un personaje que era muy inspirado en Borges y muy parecido, porque el texto de la obra me lo sugirió así, y al director le gustó mucho lo que fue apareciendo. Fue un proceso casi de posesión”, recuerda ahora Jaramillo.

Esa actuación cautivó la atención del prestigioso Lincoln Center, que llamó a la representante de Jaramillo en Colombia para preguntarle si al actor le interesaba hacer una audición para la obra 'Nantucket Sleigh Ride', en la que aparecía como personaje Borges. Tras superar un proceso de tres audiciones, Jaramillo entró al elenco de esta nueva producción de dos íconos de Broadway, el dramaturgo John Guare y el director Jerry Zaks, que empezará funciones el próximo jueves.

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Ahora sí, el manizaleño hará de Borges, un personaje que fue su norte durante su formación intelectual, al que comenzó a leer cuando tenía 20 años y era un universitario y por el que quedó inmediatamente deslumbrado. “Empecé a seguir la obra de Borges, a leerla con pasión y a tratar de seguir el ritmo que él siempre le traza a uno, porque está citando permanentemente sus escritores favoritos y, en cierta medida, se vuelve un poco como un guía para la educación literaria del lector”, asegura Jaramillo.

La puesta en escena, que tiene como protagonista a John Larroquette, un actor con una larga trayectoria en la TV y el cine de Hollywood, se presentará en la sala Mitzi E. Newhouse de uno de los corazones culturales de Estados Unidos. Este complejo artístico es la casa de, entre otros, The Metropolitan Opera, epicentro de la lírica mundial; el New York City Ballet, la Orquesta Filarmónica de Nueva York y la Academia Juilliard.

Allí también funciona el Lincoln Center Theater, compuesto por tres salas y que actualmente tiene en cartelera piezas como 'My Fair Lady', considerada por la crítica especializada uno de los mejores musicales del 2018, y 'The Hard Problem', del checo Tom Stoppard, uno de los dramaturgos más prestigiosos del mundo.

Jaramillo llega a esta catedral de la cultura neoyorquina tras casi 20 años de carrera en esa ciudad, a la que arribó en el 2001 para promocionar la película 'La Virgen de los sicarios', dirigida por el francés Barbet Schroeder e inspirada en la novela de Fernando Vallejo.

Luego de instalarse junto a su esposa, Paula Mejía, Jaramillo creó el grupo ID Studio Theater y se fue abriendo paso en el circuito teatral protagonizando obras de Repertorio Español, un escenario dedicado al repertorio en castellano. Allí les ha dado vida a personajes históricos como Fidel Castro, en la farsa 'Hierba mala nunca muere', y a hitos de la ficción literaria como el protagonista de 'El coronel no tiene quien le escriba', de Gabriel García Márquez.

Esa trayectoria se corona con esta actuación en el Lincoln Center. Con esa voz cálida en la que todavía se sienten las montañas de su tierra natal, el actor asegura que este es el honor más alto que ha alcanzado en su carrera y que la sensación de estar en un escenario de esta magnitud es, obviamente, muy agradable pero a la vez llena de responsabilidad.

“Ellos no solo cuidan esa reputación, sino que tienen un dispositivo que preserva ese patrimonio con mucho celo. Entonces, el nivel de la calidad del trabajo y la exigencia son altísimos, y, a la vez, nunca me han hecho sentir como si fuera un extraño, como si fuera alguien que no está en el lugar que le corresponde, sino como una persona que por su talento y por lo que ha conseguido como actor merece el privilegio de estar ahí”, complementa.
La dupla John Guare-Jerry Zaks ha creado piezas que han sido claves en la historia del Lincoln Center Theater, que nació en 1965 como 'The House of Blue Leaves' y 'Six Degrees of Separation', que estuvo nominada al premio Pulitzer de mejor drama y ganó el Tony a mejor dirección.

Jaramillo rememora que conoció al director y al dramaturgo en la segunda audición, en la que debió interpretar sus textos ya de memoria. Desde aquel momento, Zaks le extendió su generosidad al colombiano, aunque el actor ha debido superar varios obstáculos para esta nueva producción.

Este es el primer espectáculo que Jaramillo hace en inglés en Nueva York, sin contar otras piezas experimentales y en procesos de investigación; entonces, el reto ha sido cambiar el ritmo para entrar en la velocidad que exigen este tipo de textos.

“El público que va aquí al teatro en Broadway está acostumbrado a un tipo de acentos y de tono general que no es el nivel en el que yo estaba en ese momento, entonces he tenido que trabajar duro de la mano del director para poder llegar al nivel que él quiere, pero digamos que fue un encuentro muy agradable –explica Jaramillo–... Y John es un gran actor de comedia, es un actor muy profundo; me ha costado trabajo entenderlo en el escenario y seguir el ritmo que tiene, que es el propio de la comedia, que tiene un timing determinante. Tuve que acostumbrarme muy rápidamente para no quedarme atrás, pero él ha sido muy generoso conmigo”.

Jaramillo ha tenido que reinventarse para este papel, aunque ha labrado una carrera extensa en las tablas, tanto en Colombia con el Teatro Libre y en Estados Unidos con Id Studio y Repertorio Español; también en televisión, actuando en series como Narcos y La bruja, y en cine, con películas como 'Paraíso Travel', 'La cordillera' y 'El soborno de cielo'. Incluso, el director de la puesta en escena le asignó una profesora especializada en técnica vocal de la Academia Juilliard, Kate Wilson.

“Yo tengo 66 años, una carrera de casi cincuenta años como actor y, sin embargo, ir a las clases y trabajar con ella me volvió a poner en el nivel de un estudiante, de alguien que necesita siempre mejorar su técnica, su estilo –reflexiona Jaramillo–. Trabajar con Jerry ha sido muy determinante en cuanto a la técnica; como actor, sigo teniendo que hacer entrenamiento todos los días; como director, tengo que seguir produciendo espectáculos, y como productor, tengo que mantener mi compañía viva”.

El término que la da nombre a esta nueva obra se usaba en el mundo de la cacería de ballenas, cuando esa isla era el centro neurálgico de esta actividad en Estados Unidos y el aceite de ballenas era un combustible muy apreciado y costoso para la iluminación de las lámparas.

'Nantucket Sleigh Ride' se refiere al momento después de que la ballena es arponeada, el cabo del arpón se ata al bote y el inmenso mamífero empieza un viaje frenético en el que hala el navío durante horas, incluso días, hasta que el animal se cansa o se muere, o hasta que triunfa en esa batalla y hunde al fondo del mar el bote con sus tripulantes.

En el caso de la obra, la historia se centra en Mundie (encarnado por Larroquette), un exitoso hombre de negocios que en su juventud escribió una exitosa obra de teatro, pero finalmente abandonó la escena para buscar suerte en el mundo corporativo.

Cuando ya está saboreando las mieles de sus triunfos económicos, Mundie decide visitar Nantucket, en donde, en la década de 1970, se montó una versión de su obra, y termina embarcado en un surreal viaje en el que revive los recuerdos de su pasado.

“El sentido del Nantucket Sleigh Ride está muy bien usado porque significa que el personaje de Mondy, que es este rico hombre de negocios, se ve metido en un viaje en su propia vida, como si la memoria de su pasado y los acontecimientos que cambiaron el rumbo de su existencia fueran una especie de Nantucket Sleigh Ride”, dice Jaramillo sobre la historia.

En esa onírica travesía, uno de los principales protagonistas es Borges, quien era el faro de Mundie en su juventud y cuya presencia espectral es determinante en todo el desarrollo del relato; es el alma y nervio de la historia, como el propio Zaks le dijo a Jaramillo.

De hecho, el protagonista lleva en la mano un libro, 'Labyrinth', que es la primera edición hecha en Estados Unidos de la obra de Borges, en la década de 1960, y contenía los cuentos más importantes y también algunos de sus ensayos esenciales.

“El protagonista se mueve a lo largo de distintos laberintos, y en esos laberintos está guiado por un poeta ciego que es Borges, lo cual le da un tono metafórico muy hermoso a la obra, le da una habilidad literaria y poética y le quita el elemento de que es una mera comedia de entretenimiento”, opina Jaramillo.​

La pieza, entonces, es una especie de viaje de aventuras, con muchos elementos de comedia, en la que aparecen otros personajes históricos como Roman Polanski y Walt Disney. Jaramillo cuenta que Zaks le pidió que en la representación debía buscar la felicidad que le hubiera producido a Borges estar en una obra de teatro como esta.

Ahí es donde entró al juego el conocimiento que Jaramillo tenía de la obra literaria de Borges. “Ese mundo de Borges es el que me ha servido a mí para poder construir de alguna manera –hasta ahora todavía muy básica, pero yo creo que irá progresando a medida que el espectáculo va cuajando– un personaje que alcance la dignidad que el público quiere ver cuando va a un espectáculo de esta calidad”.

Esta temporada de debut en el Lincoln Center se prolongará hasta el 5 de mayo (la noche de estreno será el 18 de marzo). Después, Jaramillo prevé que volverá a la piel del viejo y digno coronel que creó Gabo, un montaje que aspira a traer a Colombia. Y más adelante, su vida seguirá en ese viaje frenético, ese Nantucket Sleigh Ride que significa trabajar en teatro. “Esta es una profesión y un destino que no conoce ni la pensión ni el descanso. Pero es un gran placer”, finaliza.

Fuente: El Tiempo

sábado, 16 de febrero de 2019

Jorge Luis Borges y el “destino sudamericano”




Carlos Balladares Castillo

Todos los años leo a Borges, y aunque este 2019 comencé con sus ensayos reunidos en Otras inquisiciones (1952) al final terminé con sus breves cuentos de El informe de Brodie (1970). A diferencia de sus relatos de Ficciones (1944) y El Aleph (1949) lleno de fantasías (laberintos, espejos, mitos, sueños, etc.) que nos permiten descubrir mundos ocultos donde se encierran otras realidades, acá hay una mayor atención a los hechos, a su herencia violenta que llegó a llamar “destino sudamericano” (“Poema conjetural”, 1943), a las historias de los “compadritos” que ya en la segunda parte de Ficciones: Artificios lo trata con especial maestría en “El Sur”. Dicha herencia marca el destino de los personajes, no hay forma de impedir o ignorar la aparición del odio o alguna lealtad irracional solo basada en la sangre (“La intrusa”) y “el encuentro” de las armas que siempre terminará en la muerte. En relación con el cuento que lleva este último título, este posee un toque fantástico que nos recuerda al Borges de sus historias de la década de los cuarenta, al igual que “Juan Muraña”. Las armas parecen tener vida, de manera que podamos alejar de nosotros la culpa.

En Borges no hay una descripción morbosa de la violencia, sino una presencia inevitable de la misma en nuestra humanidad, por lo cual es un hecho que se describe fríamente y jamás hay una recreación en el mismo. El maestro que se había recluido en la fascinación filosófica y literaria en su juventud y temprana adultez, a medida que avanzaba en edad reconoce la terrible presencia del odio en todos los niveles: desde el simple conflicto o rivalidad hasta llegar al exterminio del otro. Es lo que se puede ver en “El duelo” y especialmente en “El otro duelo”. Al hablar sobre las guerras en nuestra historia me gusta su visión nada épica al referirse a los próceres, resaltando la degollina y no el heroísmo. Especial mención merece “Guayaquil” sobre el hallazgo de unas cartas de Simón Bolívar que develan el secreto de este encuentro.
“El Evangelio según Marcos” es fascinante por mostrar el problema de las interpretaciones de los relatos bíblicos, de cómo una historia que siempre hemos considerado como la mayor expresión de entrega amorosa es comprendida de otra forma por unos gauchos de origen escocés. “El informe de Brodie” nos recuerda de alguna forma sus cuentos sobre pueblos premodernos. En este caso una tribu que el misionero Brodie llama “Yahoos” le plantea el problema de la existencia de seres humanos con una visión de la realidad totalmente radical a la occidental, y así surge la eterna pregunta sobre la posibilidad de una visión universal y absoluta del bien y el mal.
El Borges de los temas fantásticos y “matemáticos” volverá con “El libro de Arena” cinco años después. Pero su valoración por nuestra naturaleza agresiva, enmarcándola en el honor y un conjunto de costumbres vistas como normales por los que la practican, será tema algo controvertido en la comprensión de su pensamiento. ¿Fascinación por lo que él mismo no podía ser (guerrero, aventurero) o especulación filosófica con las relativas facilidades que permiten la imaginación de otros mundos? Él probablemente lo explicaría cómo una forma de expresar a sus antepasados en su tradición guerrera y no la intelectual, aunque puede ser que fue para “vivir” de algún modo toda la literatura de aventuras que leyó cuando niño.

Fuente: El Nacional - 13 de febrero de 2019


Borges: Leer y releer



Porque el escritor argentino siempre se las arregla para decir algo nuevo, y continúa influyendo en generaciones de autores fantásticos y extraños.

Borges: leggere e rileggere

Perché lo scrittore argentino riesce sempre a dire qualcosa di nuovo, e continua a influenzare generazioni di autori fantastici e weird.

Di Vanni Santoni            
               
Si dice che prima o poi si entri in un’età della vita in cui le riletture superano le letture, e mentre sento che mi sto avvicinando a quel momento mi scopro a rileggere, tra gli altri, Borges. Di per sé non ci sarebbe nulla di strano, essendo l’argentino uno dei maggiori autori del Novecento, ma il fatto è che ricordo bene come, una quindicina d’anni fa, quando la mia produzione letteraria si limitava a qualche racconto su una rivista autoprodotta che proprio Jorge Luis Borges aveva tra i suoi numi, dissi ai miei amici e compagni di strada che era necessario “lasciarsi dietro Borges”.

Sparata da autor giovane in osteria, certo. Sensata, al massimo, se letta nel senso di superare le prime influenze e cercarne di nuove. Ma comunque una sciocchezza. Ne è prova che sono qui adesso coi miei Borges – anzi: coi miei nuovi Borges, dato che non ho potuto astenermi dal ricomprare tutti i libri, che già avevo, nelle nuove scintillanti edizioni Adelphi. Né è prova, anzi, che sono qui a scrivere di lui; che credo valga la pena fare questa cosa ovvia, invitare ancora una volta tutti alla lettura di Borges; ricordarne l’influenza e l’attualità.
               

Per parlare in modo adeguato del signore di tutto ciò che è ricorsivo e intertestuale, è opportuno avvalersi delle sue modalità. Parafraserò allora le parole del suo collega Márquez (il quale peraltro, qua in Italia, prende in prestito la medesima voce, quella di Ilide Carmignani, traduttrice di entrambi oltre che di Bolaño, colui che più di altri è riuscito a raccogliere l’eredità dell’argentino): avendo oggi deciso di parlare di Borges, ricorderò quel pomeriggio remoto in cui mio padre mi aveva portato a conoscere la Biblioteca di Babele. Il calco mi viene naturale, perché così come il prodigio del ghiaccio nel romanzo di Márquez apre alla possibilità di tutti gli altri prodigi che si susseguiranno a Macondo, allo stesso modo la magia di quel racconto – anzi, di quel luogo, perché davvero quando mio padre me lo fece leggere fu come essere portato lì – aprì la mia mente di bambino non solo agli altri prodigi di Borges, ma alla prodigiosità della letteratura in sé.

Scrisse il fondatore del cyberpunk William Gibson che quando lesse per la prima volta un racconto di Borges – nel suo caso fu Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, contenuto nella medesima raccolta della Biblioteca di Babele, Finzioni, ebbe la sensazione che gli fosse stato installato un upgrade nel sistema operativo. Così fu per me, su due piani. Uno puramente estetico: i libri, che fin lì rispettavo anzitutto perché mi era stato insegnato a farlo, d’improvviso si trasformarono in qualcosa che andava rispettato perché era meraviglioso, e potente. L’altro, filosofico, se non metafisico. Come scrisse Saramago, con Borges "la letteratura si stacca dalla realtà per meglio rivelare i suoi invisibili misteri", e qualcosa di simile parve d’intuire anche a me: dopo la lettura di Borges – di un solo racconto di Borges! –, non solo i libri sembravano aver mutato di natura ai miei occhi infantili, ma anche la realtà stessa aveva preso una grana differente, più chiara e allo stesso tempo più misteriosa, come se mi fosse stata svelata una sua parte segreta che tuttavia conduceva a un ulteriore e vertiginoso sistema di enigmi.

Non ebbi troppo tempo per pensarci sopra, perché il nuovo sistema operativo mi chiese subito il riavvio per installarmi la “library” – letteralmente: nella biblioteca del mio paese, andando alla ricerca di altri libri di Borges, scovai la collana che curò per la Franco Maria Ricci Editore e scoprii così Le morti concentriche di Jack London, Lo specchio che fugge di Giovanni Papini, Bartleby lo scrivano di Herman Melville, Il convitato delle ultime feste di Villers de L’Isle-Adam, L’avvoltoio di Franz Kafka, il Micromegas di Voltaire, L’ospite tigre di Song-Ling P’u, La casa dei desideri di Kipling, La porta nel muro di H.G. Wells, e molti altri. Scoprii insomma un altro canone, una letteratura che scorreva parallela e sotterranea rispetto a quella che conoscevo (in alcuni casi coinvolgendo i medesimi autori, come se essi stessi custodissero un oscuro yin accanto al loro più lucente e pubblico yang), ma nessuno di essi mi diede la sensazione di avermi installato molto più di un semplice software.

Era alta letteratura, ma non portava con sé l’effetto-Borges. C’era un’eccezione, e quell’eccezione era ovviamente Kafka, ma anche lì mancava qualcosa. Mancava per eccesso, perché Kafka sta sopra Borges e sopra tutti nel Novecento essendo l’unico ad aver creato, da solo, qualcosa di paragonabile alla mitologia di un’intera cultura (che è cosa ben diversa anche dal più sopraffino worldbuilding – chi volesse approfondire, parta da K. di Roberto Calasso), ma proprio per questo è sprovvisto di accessi agili e custodisce i propri enigmi gelosissimamente. È ostile verso di sé, figurarsi verso di noi. Borges no. Borges – fin troppo facile, a questo punto, ricordare che di mestiere faceva il bibliotecario – ti prende e ti porta con sé nel labirinto. Mette in chiaro che potresti restare sbigottito, ma ti apre le porte e si offre di guidarti, restando stupito o perplesso o sgomento assieme a te.

E Borges, infatti, piace, o almeno parla, a tutti: parla a Gibson come parlò al me bambino, parla a chi ama le storie realistiche e a chi preferisce quelle fantastiche, a chi adora i racconti e a chi normalmente legge solo romanzi, ai conservatori e ai rivoluzionari, agli iconoclasti e ai classicisti. Per quanto si tratti del principe dei mistagoghi, Borges produce infatti una letteratura che non è né difficile né enigmatica: può citare il Talmud o i commentarî sufi (e farlo rivolgendosi al lettore come se anch’egli li conoscesse a menadito) ma non si pone mai sopra al lettore, e ci riesce perché, nonostante la sua preoccupazione profonda resti la metafisica, non dimentica mai che il suo compito è anzitutto quello di raccontare storie.

Per dirla con le sue parole, “ho sempre fatto del mio meglio – non so con quanto successo – per scrivere storie dirette. Non oso dire che siano semplici; non esiste da nessuna parte al mondo una singola pagina (o una singola parola) che lo è, dato che ogni cosa implica l’universo, il cui tratto più ovvio è la complessità. Ma mi preme chiarire che non sono, né sono mai stato, un predicatore di parabole, un favolista o uno scrittore impegnato. Non aspiro a essere Esopo. Le mie storie, come quelle delle Mille e una notte, intendono intrattenere o commuovere il lettore, non persuaderlo di alcunché”.
               

Come se non bastasse, Borges è anche accessibile da un punto di vista puramente pratico, dato che non c’è da farsi troppe domande circa il punto da cui cominciare ad affrontarlo: i suoi massimi risultati sono senz’altro le raccolte Finzioni e L’Aleph, e si può cominciare da una qualunque delle due – anzi: da uno qualunque dei racconti che le compongono – senza stare a chiedersi quale sia la migliore (difficile dirlo: se propendo lievemente per Finzioni è solo perché fu quella con cui lo scoprii), poi leggere l’altra, dopodiché passare all’antologia che sta subito sotto di esse, la tarda Il libro di sabbia, e solo dopo dedicarsi, eventualmente, al resto.

Lo hanno fatto non solo i postmoderni ma anche quei nuovi alfieri del fantastico – China Miéville, Jeff VanderMeer, lo stesso Neil Gaiman – che oggi fanno a gara a inserire riferimenti borgesiani nelle loro opere, dimostrando così che la sua influenza non si è limitata a riportare il fantastico nel letterario, ma anche il letterario nel fantastico – e se oggi si parla molto di weird o sconcertante, con particolare attenzione al modo in cui la cosiddetta literary fiction sente sempre più il bisogno di sconfinare nei generi e cercare, dopo la sbornia di realismo di Otto e Novecento, nuovi approcci alla metafisica, è difficile, nel farlo, schivare l’ombra dell’argentino. Anche il più forte candidato al titolo di “scrittore per il ventunesimo secolo”, Roberto Bolaño, trasuda Borges: ne usa i dispositivi per innervare di intertestualità e ulteriore spessore filosofico il proprio cortázarismo d’origine, e dai racconti di Borges porta nei suoi romanzi quello strano tono di coinvolta perplessità, da persona intrappolata in un rebus che sospetta essere senza risposta, che completa la cifra perturbante della sua prosa.


Borges è, dunque, così influente perché ha fatto, per di più in modo intelligibile per chiunque, tutte quelle cose che stanno oggi fra le prime preoccupazioni di chi intende realizzare un testo letterario. Un’analisi anche superficiale dei materiali da lui usati ci mostra come abbia portato anzitempo a fusione “alto” e “basso”, mischiando dispositivi che un tempo si sarebbero detti pulp (racconti di detective, avventure storiche, enigmi arcani, ambientazioni mirabolanti) con una intertestualità elevatissima e altrettanto elevate elucubrazioni filosofiche – si pensi solo al fatto che Il giardino dei sentieri che si biforcano, leggibile anche come un saggio erudito sul tempo, sia uscito per la prima volta in traduzione sulla Ellery Queen Mystery Magazine.

Ma non solo. Borges ha anche narrativizzato la metafisica; ha rotto i confini tra discorso e metadiscorso (e quindi tra testo narrativo e critica); ha nobilitato il fantastico (da vedere l’intervista a Arbasino in cui gli ricorda che la spina dorsale del canone – Odissea, Eneide, Divina Commedia, molti dei lavori di Shakespeare, Ariosto – è ben lungi dall’essere realistica); ci ha ricordato che tutto è rappresentazione (e quindi finzione); ci ha mostrato che nulla è nuovo e quindi tutto è a suo modo citazione (ecco un altro paradosso borgesiano: insegnare che nulla è nuovo attraverso i testi più originali della sua epoca); ha infine creato le basi di una letteratura che si confronta con la più moderna delle preoccupazioni: quella di un mondo che si scopre infinito (in tutte le direzioni: dall’infinitamente grande del cosmo all’infinitamente piccolo delle particelle) e che non ha più un Dio a cui appoggiarsi per controllare tale vertigine. Con Borges, la letteratura si fa carico dei compiti che furono della dottrina, e ci insegna a non aver paura di quest’infinità (né di maya, ovvero della natura fondamentalmente illusoria di ogni cosa), rendendo possibile anche a un bambino il guardarci dentro e il riconoscere nelle sue molte forme – biblioteca, Aleph, Zohar, labirinto, libro di sabbia, tempo, fuga di specchi o di doppi – i semi del meraviglioso.

Fuente: Esquire – Italia  -  7/02/2019