Por Albino Gómez
Cuando cursábamos quinto año del Nacional, los poetas que
frecuentábamos eran Rubén Darìo, Olegario Andrade, Leopoldo Lugones y otros
clásicos, gracias al excelente profesor y periodista, Sergio Chiappori. Pero
además, y por cuenta propia, con algunos amigos leíamos a Lorca, a Francisco
Luis Bernárdez, a Rafael Alberti, al cubano Nicolás Guillén y a Pablo Neruda.
El hecho es que yo tenía por compañero a un estudiante boliviano, Ramiro
Tamayo, cuyo hermano mayor, Marcial, de 28 años, había sido alumno de Heidegger
durante cinco años. Ambos eran hijos del entonces embajador de Bolivia en
nuestro país, don José Tamayo, un humanista, hombre de vasta cultura clásica, y
gran pianista. La sólida formación intelectual de Marcial, le permitiò
vincularse de inmediato con el grupo Sur y muy especialmente con Jorge Luis
Borges. A raíz de eso, Ramiro y yo tuvimos acceso y nos interesamos por libros
como Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuaderno San Martín y más
adelante por Inquisiciones. Borges nos deslumbró. Y fue obvio que tratáramos
infructuosamente de imitarlo. Sin embargo, Ramiro, comenzó a destacarse por una
tan excelente producción poética que motivó un breve prólogo de Borges a lo que
constituyó su primer libro de poemas, donde el escritor se refería a si mismo
como un “poeta crepuscular” a pesar de que todavía no tenía cincuenta años,
llamando a Ramiro un “poeta del alba”.
Pasaron los años, las lecturas, los autores, y aunque
nuestras vidas tomaron diferentes caminos, mantuvimos esa entrañable amistad fundada
en los tiempos juveniles. Ramiro lamentablemente dejó la poesía, y se dedicó al
cine, a los temas de comunicación y a la publicidad. Marcial, dependiendo de
los avatares políticos de Bolivia, llegó a ser secretario general de la
presidencia de su país, canciller, embajador ante las Naciones Unidas y
finalmente representante durante una década del Secretario General de dicha
Organización ante el gobierno de Washington.
Durante parte de esa década se dio también que yo estuviera
en la misma ciudad, como consejero cultural y de prensa de nuestra embajada
ante la Casa Blanca,
lo cual me permitió renovar mi amistad con Marcial y verlo con mayor frecuencia
que a Ramiro. Fue entonces –en 1967 o 68- cuando tuve la oportunidad de recibir
a Borges, que había terminado de dar unos cursos en Boston, y de regreso ya a
Buenos Aires pasó unos días en Washington DC y en Nueva York, lo que me
permitió organizarle sendas conferencias sobre La Metáfora en las
universidades de Georgetown y Columbia.
Cuando le pregunté qué deseaba hacer en Washington, sólo me
pidió hacer una visita a la famosa Biblioteca del Congreso y charlar con
Marcial Tamayo. Eso me permitió reunirlos por horas en mi casa, y ser testigo
de una maravillosa conversacíón acerca de libros, de escritores, de nuestro
país y de la vida. Borges viajaba entonces acompañado por su muy reciente y
primera esposa.
Además, creo que merece la pena señalar en esta oportunidad,
que no he encontrado registrada en las menciones bibliográficas hechas en los
ya muchísimos trabajos sobre nuestro escritor, la mención de lo que constituyó
el primer libro dedicado a su prosa, del cual fueron autores Marcial Tamayo y
un mendocino cuyo apellido, si mal no recuerdo era Ruiz Díaz.
El poder acompañar a Borges durante esos pocos días en
Washington y en Nueva York, me animaron a entrevistarlo varios años más tarde,
en 1974, en Buenos Aires, con el propósito de hacer un libro reportaje por
encargo de una editorial, cuya quiebra, casi inmediata, frustró el proyecto
apenas comenzado, pero Borges tuvo la generosidad de seguir conversando conmigo
durante unos quince sábados al mediodía, antes del almuerzo, en su departamento
de la calle Maipú, alegando que él creía, con la enorme modestia que lo
caracterizaba, que un libro de ese carácter no podía interesarle a nadie, de
modo tal que podíamos seguir conversando con toda libertad.
Con motivo de este aniversario, y a pesar de haber sido
Borges uno de los escritores más entrevistados en el mundo, desearía
transcribir algunos fragmentos de esas charlas porque hay en ellas algunas
referencias que no he encontrado en otros reportajes.
Durante nuestro primer encuentro, recordando sus
conferencias sobre La
Metáfora en los Estados Unidos, tema de su predilección, le
conté que viviendo en Atenas, me llamó poderosamente la atención ver que los
grandes camiones de mudanza, todos tenían una leyenda en los costados de sus
carrocerías, que decía: METAFORÁ. Y su reacción fue de un alborozo emocionante,
provocado por el descubrimiento que resultó para él, la maravillosa y sabia
precisión de la lengua griega en esa denominación.
En uno de los encuentros le pedí su opinión sobre la Astrologìa…y su
respuesta fue: “…si a mí me dicen que los astros ejercen una influencia sobre
los hombres, estoy dispuesto a admitirlo. Es decir, creo en la verdad abstracta
de la astrologìa…los astros influyen, pero que de eso pueda derivarse que una
persona a través de una serie de cálculos pueda decir si me irá bien en el amor
este año o si me va a ir bien económicamente, no, eso no…
AG: ¿Pero Xul Solar, a quien usted ha admirado mucho, era
astrólogo, no?
BORGES: Sí, era astrólogo, pero él creía que la mayoría de
los horóscopos que se conocían eran falsos, porque tomaban en cuenta la fecha
del nacimiento de las personas, en lugar de tomar en cuenta en qué minuto
preciso la persona habia sido engendrada, cosa prácticamente imposible de
establecer…
AG: Volviendo atrás, usted había conocido a Victoria Ocampo
en esa institución “Amigos del Arte”, y luego en la casa de ella conoció a
muchos escritores importantes..
BORGES: Sí…sí, también lo conoci a Bioy Casares, …es
decir…bueno, nosotros no estamos de acuerdo, porque él dice que ya nos
conocíamos, pero ahora nos hemos puesto de acuerdo para decir que nos conocimos
en una quinta que Victoria tiene en San Isidro (Beccar), pero realmente no
tenemos ninguna seguridad…han pasado tantos años…
AG: ¿Y su hermana Norah era amiga de Silvina Ocampo?
BORGES: ¡Ah!....entonces sí. Como Norah es amiga de Silvina,
ella me presentó a Silvina…pero no creo que fuera Silvina quien me presentara a
Bioy antes de verlo en lo de Victoria…No sé, han pasado tantos años, y el pasado
es tan modificable, tan plástico.
AG: Bueno, de todos modos, por esa casa de Victoria Ocampo,
pasaban los hombres más importantes que llegaban al país, como Ortega y Gasset,
Keyserling, Tagore, Malraux, y usted los conoció allí o…
BORGES: A Ortega lo vi una sola vez en mi vida, y no me
impresionaba como escritor. Siempre me pareció que fue una de las personas que
ha corrompido el idioma. Entre él, Yrigoyen y los políticos que hemos padecido
en estos últimos tiempos, han corrompido el idioma…porque Ortega escribía
horriblemente…
AG: ¿Tanto así? ¿A usted le parece?
BORGES: Tanto, que yo en un artículo que escribí cuando
Ortega murió, decía que era un hombre que pensaba bien, pero que debía haber
encargado a un hombre de letras que escribiera sus ideas, porque él mismo no
sabía hacerlo. Pronunciaba frases extremadamente cursis…
AG: Pero cuando Ortega llegó a Buenos Aires por primera vez,
ya había publicado algunos libros…¿Usted había leído algo de él?
BORGES: Sí, es decir, había intentado leerlos pero había
fracasado. Salvo a veces que los leíamos con amigos para reirnos. ..
AG: ¿Pero que hay entonces de toda la fama con la que vino
precedido y del éxito que tuvo aquí?
BORGES: No, pero…Sí, éxito sí tuvo. Pero yo lo admiro a
Ortega como pensador. Ortega era un hombre que pensaba, desde luego pensaba
bien…
AG: ¿Pero exponía mal su pensamiento?
BORGES: Bueno, posiblemente el hábito de la cátedra lo hacía
incurrir en la costumbre de hacer bromas contínuas, pero no le salían muy bien
porque no tenía mucho sentido del humor. Seguramente eso lo perjudicó. En
general se lo consideraba un escritor…Pero yo creo, por ejemplo, que Groussac
escribía mucho mejor que él, aunque quizá Ortega pensara mejor. Yo a Ortega lo
veo como pensador, pero como escritor no, o por lo menos no lo veo como
estilista.
AG: Otro personaje de aquellos tiempos que anduvo por lo de
Victoria Ocampo, y que usted tal vez trató…Keyserling…
BORGES: También lo vi una sola vez en la vida. A mí, las
personas célebres no me interesaban, tal vez por timidez…como todo el mundo
hablaba de ellas…
AG: Saturaban el ambiente…
BORGES: Sí, seguramente ocurría eso…
AG: ¿Y Tagore?
BORGES: A Tagore quizá lo vi un par de veces, pero a mí el
estilo oriental, el estilo untuoso que él tenía no me gustaba, me resultaba
desagradable. Una persona que se expresaba siempre usando matáforas, ¿no?
Parece que no pensaba directamente. Desde luego se puede decir como Lugones que
todo lenguaje es un tejido de matáforas. Pero en general, cuando uno habla no
está pensando que las palabras son metafóricaas. Por ejemplo, si yo digo “un
estilo llano”, no pienso en “estilo” como el punzón que usaban los antiguos
para escribir, y que “llano” se refiere a la llanura. O digo “candidato”, y si
usted lo toma como persona vestida de blanco es muy dificil entenderse en una
conversación común. No podemos volver al sentido originario o primitivo de las
palabras porque el diálogo se hace imposible.
AG: Incluso eso ocurre hasta con las calles. Cuando uno
habla de Paraguay o de Maipú, uno no está pensando en el país o en la batalla…
BORGES: Sí, por eso creo que es un error dar a las calles
nombres de personas, porque eso hace que las personas se conviertan en las
calles. Lugones no quiso que se diera su nombre a ninguna calle. Yo propuse a la Sociedad Argentina
de Escritores que no se modificaran los nombres de las calles, y agregar una
clásula especial para que no se les diera el nombre de escritores. Yo
personalmente, como escritor, no quiero convertirme en una esquina, en un
andén, en una estación, en nada de eso. La prueba está en que todos los días
hablamos de la calle Corrientes, pero no pensamos nunca en la provincia de
Corrientes. Tampoco pensamos en las corrientes de agua. Corrientes es ya el
nombre natural de la calle Corrientes. Yo, en Palermo, acepté los nombres de
las calles, y luego me quedé bastante asombrado cuando supe que esos nombres
eran países como Nicaragua, Guatemala, o que Soler era un general. Por eso, el
mejor modo de que se olvide a una persona es dar su nombre a una calle.
Entonces ya la persona desaparece como persona y queda como lugar.
AG: Por eso es mejor utilizar los números, que son
abstractos y permitan una ubicación geográfica más rápida…
BORGES: Sí, uno puede saber inmediatamente a qué distancia
está la calle 7 de la calle 1. En cambio no se sabe de inmediato a qué
distancia está la calle Chile de la calle Rivadavia. Ese es un conocimiento muy
especial que uno va adquiriendo.
AG: Con el tiempo y con la guía Peuser. Dìgame Borges…así
que Tagore hablaba muy untuosa y metafóroricamente, para su gusto…
BORGES: Sí, y además, él hablaba con plena conciencia de ser
un maestro y de que los interlocutores eran discípulos…
AG: ¿Y Waldo Frank?
BORGES: Sí, lo conocí, pero caramba, siento mucho decirle
que no simpaticé con él. Era un hombre que adolecía digamos, de una cordialidad
más o menos distraída. Se encontró conmigo una vez en la calle Florida, avanzó
hacia mí, extendió sus brazos y me dijo: “!Querido hermano!”, lo cual me
pareció una impertinencia de su parte. Primero, yo no lo sentía como un hermano
y además qué derecho se tiene de llamar hermano a una persona casi desconocida…
También, otras preguntas mías lo llevaron a hacer
apreciaciones de elogio para André Malraux y Francois Mauriac, o para la prosa
de Paul Claudel, ya que su poesía por momentos le resultaba admirable y por
momentos insoportable, cosa que también le pasaba con Victor Hugo, pero que según
su decir, eso solía ocurrir cuando uno admiraba mucho a un poeta, ya que nadie
puede mantener tan alto nivel en toda su obra. También recordó con sumo agrado
sus caminatas con Néstor Ybarra y Pierre Drieu la Rochelle por los límites
de Buenos Aires, al borde del llamado por Drieu “vértigo horizontal”.
Cuando en nuestro último encuentro lo interrogué por la
admiración que le había escribir su prólogo al libro de Ramiro Tamayo, me
recordó primero que Ramiro lo había retirado unas tres veces de la editorial
para hacerle cambios y que finalmente no lo había devuelto más. En cuanto a su
admiración tenía que ver con que en ese momento, con sus 18 años, Ramiro Tamayo
era para su gusto el mejor poeta de nuestra lengua. Y con esa memoria
prodigiosa que siempre lo caracterizó, a pesar de los más de veinte años transcurridos,
recordó y recitó uno de los poemas de Ramiro que decía:
“Tú que tienes los ojos como caminos de Dios.
Que los tienes como atardeceres en los ventanales de mi casa
(ahí, frente a los árboles
que reciben el viento que llega desde el campo).
Tú que tienes los ojos como un Domingo
como uno de esos días esperados desde la infancia.
Que los tienes poblados de sueños
y de cuentos deslumbrantes.
Tú que miras con esa lejanía
con que se miran las cosas supremas.
Tú que tienes esos ojos
dime:
Qué es eso algo triste
que está andando por las calles?
Lo que nos despierta –a veces-
en medio del sueño
con grandes lágrimas.
Aquella pesada hoja que cae
y se demora en la frente.
Dime despacio
el nombre del niño de los pómulos violetas
que afronta una mudez aciaga.
Tú que tienes los ojos poblados de cielos
que los tienes repletos de ansiedad.
Repite esas palabras tenaces
-y tan débiles-
que llenan las horas sin horas.
Muchacha, repítelas”
Ramiro Tamayo
Albino Gómez (Buenos Aires, 1928). Escritor, periodista y
diplomático. Se retiró como embajador de carrera en El Cairo, su último destino
diplomático. Actualmente es el Vocero Oficial de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación.
Tiene publicados 19 libros, da clases de Lenguaje y
Comunicación en la
Escuela Judicial y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Conduce El
Taller de las Palabras todos los domingos por Radio Nacional AM 870 y colabora
habitualmente en el periódico La
Nación, Perfil, Revista El Arca, y Archivos del Presente.
Fuente : Enfocarte