Los universos cuánticos del director Christopher Nolan se
cruzan con algunas ideas expresadas en la obra de Jorge Luis Borges. Todo esto
a propósito de los cinco años del estreno de “Interestelar”.
Interestelar, película dirigida por Christopher Nolan, fue
asesorada por el físico estadounidense Kip Thorne, y parte de su trama ocurre
cerca de un enorme agujero negro llamado Gargantúa. A pesar de pertenecer al
género de la ciencia ficción, Interestelar lleva al cine principios físicos y
recrea lo que se conoce hasta ahora sobre los agujeros negros.
Hanguk Yun Y Saneli
Carbajal
De entre todas las posibles facetas atribuibles a Jorge Luis
Borges —que no son pocas— una no tan conocida fue su habilidad para fabular
ideas científicas. Durante la vida del escritor argentino (1899-1986), se
revelaron muchos de los descubrimientos de la ciencia moderna, o, dicho de otro
modo, las verdades observables del mundo. En la obra de Borges, un entusiasta
del conocimiento, hay rastros de estos hallazgos: algunos de sus cuentos
dialogan con teorías científicas que proponen la existencia de universos
paralelos.
La filmografía de Christopher Nolan muestra, por su parte,
algunas incursiones en la ciencia ficción. Una de las más recientes fue
Interestelar, película que en octubre cumplió cinco años, con la que el
cineasta británico deseaba “inspirar a una nueva generación para echar un
vistazo hacia las estrellas otra vez”. Con la asesoría del físico teórico Kip
Thorne, la película fue elogiada por la rigurosidad de sus ideas científicas.
La más osada de todas es quizá su propuesta de dimensiones ocultas de la
realidad.
Los mundos cuánticos
La tarde en que lo perseguían para capturarlo, el espía Yu
Tsun ideó un plan para cumplir su misión. Tomó sus pertenencias —documentos,
dinero y un revólver— y huyó a la mansión del sabio Stephen Albert. Allí pasó
una tarde casi íntima y sostuvo una amena conversación sobre su bisabuelo, un
antiguo gobernante que renunció a todo para dedicarse a construir un laberinto
y un libro. Pero, al final de la velada, cumpliendo su plan secreto, Tsun disparó
al sabio. Con este acto, transmitió la ubicación de la base enemiga, una ciudad
de nombre idéntico al del sabio: Albert. Tsun cumplió su misión.
Aunque ese es el argumento del cuento “El jardín de los
senderos que se bifurcan” (1941), de Jorge Luis Borges, el desenlace pudo haber
sido cualquier otro: Tsun pudo ser atrapado por su captor; perderse de camino a
la mansión de Albert; o arrepentirse a último momento de dispararle porque,
como se lee en el cuento, todos los desenlaces ocurren y cada uno es el punto
inicial de otros posibles. Y es que, en el centro de este relato, está presente
una idea científica inquietante: la existencia de universos distintos al
nuestro, en los que —como en el cuento— todas las realidades ocurren a la vez.
Dieciséis años después de que Borges publicara el relato, en
1957, el físico Hugh Everett III propuso la tesis de los muchos mundos. Esta es
una continuación de la llamada “mecánica cuántica”, la teoría científica que
explica el comportamiento de los átomos y partículas subatómicas. De acuerdo
con Everett, el mundo cuántico está regido por reglas complejas. Una de las más
enigmáticas es que las partículas subatómicas no tienen un solo destino, sino
que experimentan distintos estados a la vez. En otras palabras, viven, como propone
el cuento de Borges, todas las realidades posibles.
En el relato borgeano, el sabio Albert lo explica de esta
manera: “El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero
no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pên (bisabuelo del espía). A
diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo
uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente
y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esta trama de tiempos
que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca
todas la posibilidades”.
La teoría de Everett ha sido sustentada en experimentos
posteriores que concluyen, con poco margen de error, que una partícula puede
estar en varios estados a la vez. Y más aún, si todo lo existente es una
combinación de partículas, la materia e incluso los seres humanos estarían
experimentando todas las realidades posibles, solo que no pueden percibirlo. Si
Everett acertó —las teorías por ahora le dan razón—, el universo sería como lo
imaginó Borges: un laberinto de muchas realidades.
Otra dimensión
En el mundo de Joseph Cooper, la humanidad ha agotado las
reservas alimenticias y la Tierra es estéril como un desierto. En un intento de
supervivencia, la NASA buscará, en una galaxia remota, un planeta habitable. La
misión es a todas luces riesgosa —quien la emprenda debe estar listo para la
soledad y tal vez la muerte—, y, aunque es uno de los pilotos de mayor genio,
Cooper no está seguro de hacerlo. Aun así acepta. Le consuela saber que, de
encontrar ese nuevo mundo, sus hijos podrán sobrevivir al hambre.
El argumento que propone Interestelar (2014), de Christopher
Nolan, está tejido sobre una rigurosa base de preceptos científicos: ingeniería
espacial, agujeros negros, viajes interestelares y, quizá lo más sorprendente,
una teoría cuántica de la gravedad. Esta teoría —uno de los sueños frustrados
de Stephen Hawking— es central para entender el hecho más importante de la
película: los mensajes que Murphy (hija de Joseph) recibía de un supuesto
fantasma.
Muchos años después de que su padre se perdiera en el
espacio, Murphy regresa a la granja de su infancia. En la biblioteca, frente a
sus viejas cajas de objetos personales, algo extraño vuelve a ocurrir: unas
marcas de código morse aparecen en su reloj. Entonces, recordando los mensajes
que un supuesto fantasma le enviaba de niña, Murphy se da cuenta de que el
remitente es en realidad su padre. Usando el código, desarrolla una teoría
cuántica de la gravedad. La humanidad, gracias a ella, logra dominar los viajes
interestelares y salvarse en otro planeta.
Como en el cuento de Borges, la película se sostiene sobre
la física cuántica. En efecto, era Joseph Cooper quien enviaba los mensajes a
su hija. Lo hacía desde una dimensión creada por unos seres —la historia
sugiere que son humanos del futuro—, que lo ayudan a sobrevivir. Desde esta
dimensión, Cooper puede moverse en distintos momentos del tiempo, y transmitir
mensajes a su hija. Crear una dimensión así solo sería posible con un control
avanzado de la teoría cuántica de la gravedad.
Multiversos
cosmológicos
En la última etapa de su vida, un bibliotecario anónimo
decide contar los secretos del lugar que habita, una biblioteca de tamaño
incalculable. Su descripción del espacio se inicia así: “El universo (que otros
llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito,
de galerías hexagonales”.
Como el propio personaje lo dice, “La biblioteca de Babel”
(1944) puede leerse como una metáfora del universo. Al igual que en la
biblioteca, el número de libros es infinito; las galaxias del universo —de
acuerdo con observaciones cosmológicas actuales— lo son también. Así como la
biblioteca borgeana dispone de 25 caracteres con los que están escritos todos
sus libros, el universo posee poco más de 100 átomos para crear toda la
materia.
Dado que esta es infinita y los caracteres de los libros son
solo 25, estos necesariamente se repiten. Borges lo justifica diciendo que la
biblioteca es ilimitada, pero periódica. Y remata con esta frase: “Si un eterno
viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos
que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería
un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza”.
La teoría del llamado multiverso cósmico estudiada por el
físico Max Tegmark propone una idea similar. Si el universo es infinito y
existe un número determinado de átomos que forman todo lo existente, un viajero
podría llegar en algún momento a rincones del espacio virtualmente idénticos al
que habitamos. Hallaría otra Tierra, otra Vía Láctea y otro sistema solar. Un
universo espejo pero distante.
Esta certeza científica se apoya en el análisis de la
radiación cósmica de fondo, la fotografía más antigua del universo, y en la
teoría inflacionaria, la cual propone una expansión tremenda y acelerada del
universo en su origen. Por estas evidencias, los científicos saben —como los
bibliotecarios de Babel— que el universo está lleno de materia y se extiende
hasta el infinito.
Aunque parezca increíble, existen cálculos sobre la
distancia que debería recorrer este viajero cósmico para llegar al universo
espejo del nuestro. Tegmark estima 1010 metros. Una distancia enorme, pero
finita. Quizá nuestra soledad podría alegrarse con esa esperanza.
Fuente: El Comercio
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