Êdoctum: Encuentro. Jorge Luis Borges II
Conferencia sobre literatura dirigida por Alvaro Galvez y Fuentes con: Jorge Luis Borges, Salvador Elizondo, Juan Jose Arreola, Germán Bleiberg y Juan Garcia Ponce.
Fuente: You Tube
Conferencia sobre literatura dirigida por Alvaro Galvez y Fuentes con: Jorge Luis Borges, Salvador Elizondo, Juan Jose Arreola, Germán Bleiberg y Juan Garcia Ponce.
Fuente: You Tube
Conferencia sobre literatura dirigida por Alvaro Galvez y Fuentes con: Jorge Luis Borges, Salvador Elizondo, Juan Jose Arreola, Germán Bleiberg y Adriano González Leon.
Fuente: You Tube
Borges y la política han dado mucho que hablar, pero la atención que sus opiniones en tal sentido generaran se han referido generalmente a la anécdota de aquél personaje que poca atención prestaba a las noticias diarias y que basaba buena parte de las mismas en criterios estéticos, y particularmente épicos: desde su admiración por los militares patrios y su lucha por la independencia y libertad argentinas hasta su afiliación al Partido Conservador porque sólo los caballeros se suman a las causas perdidas.
Sin embargo, y pese a que pueden encontrarse en su historia decisiones y opiniones políticas diversas, y hasta contrapuestas, es opinión de quien escribe que existe una clara filosofía política en Borges, la que se mantuvo durante el trascurso de su larga vida sin modificaciones y es intención de este artículo presentarla.
Libre albedrío e individualismo
Sorprendía a muchos el escepticismo de Borges sobre el libre albedrío, pero esto nunca significó que cayera por eso en las redes del determinismo. Su posición podría sintetizarse de la siguiente forma: el ser humano no existe fuera de las relaciones causa-efecto; está determinado pero le resulta imposible saber qué es lo que lo determina entre las innumerables causas existentes. En sus palabras: «Uno siente que el Universo responde a un dibujo. Las cosas no son absolutamente arbitrarias: hay cuatro estaciones, nuestra vida va pasando por etapas: nacimiento, niñez, juventud… Podrían ser indicios de que hay una trama, de que este mundo no es caótico sino laberíntico. Es como el libre albedrío. Posiblemente no exista, pero uno no puede pensar que en este momento no es libre ¿no?» [1]
Y también: «…si me dicen que todo mi pasado ha sido fatal, ha sido obligatorio, no me importa; pero si me dicen que yo, en este momento, no puedo obrar con libertad, me desespero.» [2]
Esta capacidad de accionar libremente lleva a Borges a lo que en las ciencias sociales se denomina individualismo metodológico, el cual descarta de plano la «hipóstasis» de ciertos conceptos, es decir hacer sujetos de existencia real a ideas tales como «la sociedad», «el pueblo», «la nación», «la clase obrera» y otros: «… la muchedumbre es una entidad ficticia, lo que realmente existe es cada individuo.» [4] , «yo creo que sólo existen los individuos: todo lo demás, las nacionalidades y las clases sociales son meras comodidades intelectuales.» [4], «Las masas son una entidad abstracta y posiblemente irreal. Suponer la existencia de la masa es como suponer que todas las personas cuyo nombre empieza con la letra «b» forman una sociedad.» [5]
Inclusive tiene una página literaria específica sobre el tema, «Tú» [6], que comienza «Un solo hombre ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra. Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible. No menos imposible que sumar el olor de la lluvia y el sueño que anoche soñaste».
Este enfoque se extiende a su idea de «patria», más venerada por Borges por la epopeya histórica que como concepto social. Así en la «Elegía de la Patria» [7] culmina:
Patria, País, Estado
Borges tuvo muchas patrias, si bien nunca pensó en desprenderse de ésta, llevando la concepción individualista también a este campo. Le preguntan, «¿cuántas Argentinas hay? ¿Más de una?», y contesta «Muchas, tantas como individuos. Los países son falsos, los individuos quizás no lo sean -si es que el individuo es el mismo al cabo de muchos años.» [8]
Gustaba de «coleccionar» patrias (Argentina, Uruguay, Suiza, Inglaterra, entre otras) y descreía de las fronteras y los países: «Desdichadamente para los hombres, el planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de una mitología particular, de derechos, de agravios, de fronteras, de banderas, de escudos y de mapas. Mientras dure este arbitrario estado de cosas, serán inevitables las guerras.» [9] «Soy un cosmopolita que atraviesa fronteras porque no le gustan» [10]
El libre albedrío y el individualismo le permitían desplegar una preocupación ética, individualista, como no puede ser de otra forma, «…creo que si cada uno de nosotros pensara en ser un hombre ético, y tratara de serlo, ya habríamos hecho mucho; ya que al fin de todo, la suma de las conductas depende de cada individuo.» [11]
Y al pretender buscar lo máximo de individuo y el mínimo de Estado, descreía profundamente de éste:
«El más urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo; en la lucha contra ese mal, cuyos nombres son comunismo y nazismo, el individualismo argentino, acaso inútil o perjudicial hasta ahora, encontrará justificación y deberes.» [12]
«…se empieza por la idea de que el Estado debe dirigir todo; que es mejor que haya una corporación que dirija las cosas, y no que todo ‘quede abandonado al caos, o a circunstancias individuales’; y se llega al nazismo o al comunismo, claro. Toda idea empieza siendo una hermosa posibilidad, y luego, bueno, cuando envejece es usada para la tiranía, para la opresión.» [13]
Sin dejar de ser optimista pensando que algún día ya no existirían más. Pregunta el personaje Eudoro Acevedo:
«¿Qué sucedió con los gobiernos? Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más completa que este resumen.» [14]
Y dice Borges «… para mí el Estado es el enemigo común ahora; yo querría — eso lo he dicho muchas veces — un mínimo de Estado y un máximo de individuo. Pero, quizá sea preciso esperar… no sé si algunos decenios o algunos siglos — lo cual históricamente no es nada — , aunque yo, ciertamente no llegaré a ese mundo sin Estados. Para eso se necesitaría una humanidad ética, y además, una humanidad intelectualmente más fuerte de lo que es ahora, de lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes comparados con esos hombres del porvenir, por eso estoy de acuerdo con la frase: Yo creo dogmáticamente en el progreso». [15]
«Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos.» [16]
Política y democracia
El descreimiento del Estado no podía sino estar acompañando por una baja consideración de la política, algo que, tal vez no entonces, comparten muchos de los argentinos de hoy. Le dicen que no tiene una buena opinión de los políticos, contesta:
— «No. En primer lugar no son hombres éticos; son hombres que han contraído el hábito de mentir, el hábito de sobornar, el hábito de sonreír todo el tiempo, el hábito de quedar bien con todo el mundo, el hábito de la popularidad… La profesión de los políticos es mentir. El caso de un rey es distinto; un rey es alguien que recibe ese destino, y luego debe cumplirlo. Un político no; un político debe fingir todo el tiempo, debe sonreír, simular cortesía, debe someterse melancólicamente a los cócteles, a los actos oficiales, a las fechas patrias.» [17]
«Creo que ningún político puede ser una persona totalmente sincera. Un político está buscando siempre electores y dice lo que esperan que diga. En el caso de un discurso político los que opinan son los oyentes, más que el orador. El orador es una especie de espejo o eco de lo que los demás piensan. Si no es así, fracasa.» [18]
«…yo diría que los políticos vendrían a ser los últimos plagiarios, los últimos discípulos de los escritores. Pero, generalmente con un siglo de atraso, o un poco más también, sí. Porque todo lo que se llama actualidad es realmente…. y, es un museo, usualmente arcaico. Ahora estamos todos embelesados con la democracia; bueno, todo eso nos lleva a Paine, a Jefferson, a aquello que pudo ser una pasión cuando Walt Whitman escribió sus Hojas de Hierba. Año de 1855. Todo eso es la actualidad; de modo que los políticos serían lectores atrasados, ¿no?, lectores anticuados, lectores de viejas bibliotecas…» [19]
Su acendrado individualismo lo llevaba hasta dudar de la posibilidad de la representación, y de la misma democracia, pero no por promover las dictaduras o las monarquías siendo que pensaba que lo importante no eran los sistemas políticos sino los individuos y sus valores. Dice en El Libro de Arena
«Twirl, cuya inteligencia era lúcida, observó que el Congreso presuponía un problema de índole filosófica. Planear una asamblea que representara a todos los hombres era como fijar el número exacto de los arquetipos platónicos, enigma que ha atareado durante siglos la perplejidad de los pensadores. Sugirió que, sin ir más lejos, don Alejandro Glencoe podía representar a los hacendados, pero también a los orientales y también a los grandes precursores y también a los hombres de barba roja y a los que están sentados en un sillón. Nora Erfjord era noruega. ¿Representaría a las secretarias, a las noruegas o simplemente a todas las mujeres hermosas? ¿Bastaba un ingeniero para representar a todos los ingenieros, incluso los de Nueva Zelanda?» [20]
Y su opinión sobre la democracia es bien conocida: «Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística.» [21]
Volviendo a creer más en los individuos que en los gobiernos «Tengo la sospecha de que la forma de gobierno es muy poco importante, de que lo importante es el país. Vamos a suponer que hubiera una república en Inglaterra o que hubiera una monarquía en Suiza: no sé si cambiarían mucho las cosas; posiblemente no cambiarían nada. Porque la gente seguiría siendo la misma. De modo que no creo que una forma de gobierno determinada sea una especie de panacea. Quizá les demos demasiada importancia ahora a las formas de gobierno, y quizá sean más importantes los individuos» [22]
Borges libertario
En sus propias palabras, Borges se consideraba un anarquista, si bien pacífico: «actualmente yo me definiría como un inofensivo anarquista; es decir, un hombre que quiere un mínimo de gobierno y un máximo de individuo.» [23]
«Soy anarquista. Siempre ha creído fervorosamente en el anarquismo. Y en esto sigo las ideas de mi padre. Es decir, estoy en contra de los gobiernos, más aún cuando son dictaduras, y de los estados». [24]
Pero esa definición de «anarquista pacífico» era presentada para diferenciarse del anarquismo violento de fines del siglo XIX y principios del XX. En la actualidad su posición sería clasificada como de «libertario», ya que el ideal de su admirado Spencer ha sido recreado en este siglo por Popper, Hayek, Nozick o Mises.
El diccionario define la anarquía como «falta de todo gobierno en un estado», o «desorden, confusión, por ausencia o flaqueza de la autoridad pública». Teniendo en cuenta esto, Borges no sería estrictamente «anarquista» si lo interpretamos como la falta completa de normas y orden, sino un «libertario», palabra que define actualmente a un rango amplio de posiciones que se extienden desde la preferencia por un estado mínimo hasta pequeñas agencias en competencia.
Dicha filosofía política pondría a Borges a contrapelo de la sociedad argentina, la que ante la bancarrota del Estado espera aun salvarse a través del mismo y de los políticos que lo manejan o de otros que puedan llegar. Sin embargo, Borges pensaba que el argentino es esencialmente individualista:
«El argentino hallaría su símbolo en el gaucho y no en el militar, porque el valor cifrado en aquel por las tradiciones orales no esta al servicio de una causa y es puro. El gaucho y el compadre son imaginados como rebeldes; el argentino a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano.» [25]
Bibliografía
[1] Pilar Bravo & Mario Paoletti. Borges Verbal (Buenos Aires: Emecé Editores, 1999), p. 179.
[2] Pilar Bravo & Mario Paoletti. Borges Verbal (Buenos Aires: Emecé Editores, 1999), p. 152.
[3] Jorge Luis Borges & Osvaldo Ferrari. En Diálogo I (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1985, p. 36.
[4] Revista Siete Días. Buenos Aires, 23 de Abril de 1973, año VI, nº 310, págs. 55 a 59; en Mateo, Fernando. El Otro Borges (Buenos Aires: Editorial Equis, 1997).
[5] Pilar Bravo & Mario Paoletti. Borges Verbal (Buenos Aires: Emecé Editores, 1999), p. 126.
[6] El Oro de los Tigres, Obras Completas, Tomo II (Buenos Aires, Emecé Editores), p. 489.
[7] La Moneda de Hierro, Obras Completas, Tomo II (Buenos Aires, Emecé Editores), p. 129.
[8] Revista Ambiente, Buenos Aires, Febrero de 1984. Espacio Editora, págs. 27 a 32; en Mateo, Fernando. El Otro Borges (Buenos Aires: Editorial Equis, 1997)
[9] Pilar Bravo & Mario Paoletti. Borges Verbal (Buenos Aires: Emecé Editores, 1999), p. 147.
[10] La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, México, D.F., nº 8, Agosto de 19856, pág. 92; en Mateo, Fernando. El Otro Borges (Buenos Aires: Editorial Equis, 1997)
[11] Jorge Luis Borges & Osvaldo Ferrari. Reencuentro: Diálogos Inéditos (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1999, p. 157.
[12] Jorge Luis Borges. Nuestro pobre individualismo, Obras Completas II (Emecé Editores; Barcelona, 1996), p. 37.
[13] Jorge Luis Borges & Osvaldo Ferrari. En Diálogo II (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1998, p. 207.
[14] Jorge Luis Borges. El libro de Arena, Obras Completas, Tomo III, (Barcelona: Emecé Editores, 1996), p. 55.
[15] Jorge Luis Borges & Osvaldo Ferrari. En Diálogo I (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1998, p. 220.
[16] Jorge Luis Borges. El Informe de Brodie, Obras Completas II (Barcelona: Emecé Editores, 1996), p. 399.
Sebastián Campanario
A principios de los años 70, Herbert Simon era una eminencia académica reconocida en distintas áreas en las que fue precursor, como la de comportamiento, la de inteligencia artificial y hasta la de economía de la atención. Simon recibió por entonces una invitación a viajar a Buenos Aires por parte de la Sociedad Argentina de Organización Industrial (Sadoi) y puso una condición para aceptar el convite: conocer en persona a Jorge Luis Borges.
El encuentro tuvo lugar en la Biblioteca Nacional. Dos señores de más de 50 años, con traje oscuro y hablar pausado, conversaron sobre temas de enorme relevancia medio siglo más tarde: los alcances de la inteligencia artificial y la ciencia de datos, a pesar de que ninguno de los dos tenía una educación formal al respecto. A Simon le llamó la atención el grado de afinidad con la lógica y la matemática en Borges, quien durante la charla reconoció la influencia en su obra de la Introducción a la Filosofía Matemática, de Bertrand Russell. En una Buenos Aires conmocionada por los crímenes de Robledo Puch y que escuchaba los primeros discos de Pappo's Blues, la crónica de este encuentro de titanes apareció resumida en la revista Primera Plana. Simon obtuvo el Premio Turing (uno de los máximos reconocimientos en computación) en 1975 y el Nobel de Economía en 1979. Falleció en Pittsburg en 2001.
La historia de esta cita es una de las varias referencias a la economía que aparecen en Borges, big data y yo, el último libro de Walter Sosa Escudero, publicado semanas atrás por Siglo XXI para la colección Ciencia que ladra, que dirige Diego Golombek. Aunque dista de ser un ensayo sobre economía (el tema central es la obra borgeana), a Sosa Escudero le ocurrió algo parecido a lo que dice la canción Out of the ghetto, de Isaac Haynes: "Te saqué del gueto, pero no pude sacar al gueto de adentro tuyo". Lo cual explica por qué, en el collage de laberintos, brújulas, mapas, infinitos y algoritmos que es Borges, Big Data y Yo, aparecen "objetos" claramente económicos, como el gasto público, el desempleo o la Asignación Universal por Hijo, además de personajes claves de la profesión como Esther Duflo o Angus Deaton, o los vernáculos Rolf Mantel, Daniel Heymann o Julio Olivera, entre otros.
En la economía (y en otras disciplinas también) se da un fenómeno curioso: hay muchos exponentes con los mejores pergaminos, logros académicos y solidez técnica, pero que por distintos motivos no se las arreglan tan bien a la hora de contar historias. A veces piensan que simplificar temas complejos para la divulgación o los medios es rebajarse, temen la crítica de colegas o, simplemente, no están interesados comunicar sus ideas. En otro conjunto aparecen economistas que son brillantes contadores de historias y metáforas, empáticos en los medios, pero con pergaminos técnicos más dudosos.
Sosa Escudero, colaborador frecuente en Álter eco, es uno de esos casos raros y muy excepcionales que están en la intersección de ambos mundos. Fue elegido varios años mejor docente en Udesa y en la Universidad de Illinois, recibió los premios Konex y Houssay, es investigador del Conicet y publicó trabajos en el Journal of Econometric y Econometric Theory y expresidente de la AAEP. Y, además, tiene un perfil de divulgador exitoso: su penúltimo libro Big Data (el de tapa verde chillón) va por la sexta edición. En un año pésimo para la industria editorial se convirtió en un suceso de ventas en la categoría de no ficción con un tema a priori árido (la ciencia de datos).
En Borges, big data y yo retoma el mismo tono (y para no perder la costumbre, el color chillón de la tapa, esta vez naranja). La obra de Borges, el autor argentino que nunca ganó el Nobel (al igual que Kafka o Joyce) no tiene un portal definitivo de entrada sino una infinidad de ventanas, pasadizos y claraboyas de ingreso a un universo al que, una vez conocido, no se puede ni se quiere abandonar.
"Como pasa con el Hotel California en la canción de los Eagles", dice Sosa Escudero, que apela tanto a referencias de la economía como del rock clásico y del heavy metal de los cuales es fanático. En septiembre y octubre alternó el pulido del libro naranja con una crónica sobre el último trabajo de Metallica que le pidieron de la disquería Zivals.
Babel económica
Entre estas "claraboyas de entrada" el libro elige al cuento Funes el memorioso, un muchacho que puede recordarlo todo, y a quien reproducir los sucesos de un día le toma? ¡24 horas! Funes reniega de cualquier resumen, de la estadística y, si vamos al caso, de la ciencia. Funes no creería en ninguna encuesta, no aceptaría la medición del desempleo o la pobreza, no por "estigmatizantes" sino por improcedentes: para él, ninguna muestra es representativa a menos que se trate del todo. Las mediciones (el desempleo, el producto bruto interno, el dólar, etcétera) son el ABC de la economía diaria, y en ninguna de ellas creería Funes.
Las analogías entre este cuento clásico y la nueva economía de datos son tan potentes que llevaron a Stephen Stigler, profesor de Chicago, a afirmar que "Big data es Funes sin Estadísticas". La frase tuvo un impacto inmediato y causó un revuelo en la profesión, que Xiao Li Meng, director del Departamento de Estadística de Harvard, aprovechó para lanzar un nuevo curso titulado "Irineo Funes y Big Data".
La Biblioteca de Babel es otro cuento fundamental en las "Data-Borges". Trata sobre una biblioteca universal que contiene todos los libros, los que ya existen, los que se podrían escribir. El gran problema con la biblioteca de Borges es que el que busca, encuentra. Lo cual advierte que, en tiempos de big data, buscar sin premisas claras es una actividad peligrosa, máxime cuando no es posible distinguir causalidades de meras casualidades. Así, el libro muestra cómo los datos sugieren una correlación espuria entre el gasto público argentino y la audiencia de la serie The Big Bang Theory, encontrada por un algoritmo automático.
Otra perla de la Borgesnomics: en 2019 el premio Nobel fue otorgado a Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer por su énfasis en apelar a métodos experimentales para enfrentar el problema de la pobreza, tal como lo hacen los agrónomos o los médicos. Un experimento es una forma de cotejar qué pasa en situaciones hipotéticas (asignamos fertilizante o no a una misma parcela). En El Jardín de Senderos que se Bifurcan, Borges plantea una situación en donde convivimos con nuestros contrafácticos, es decir, en donde existe una persona que estudió abogacía y la misma que estudió medicina. Un experimento no es otra cosa que buscar en el laberinto de Borges, por ejemplo, a una familia que recibió la AUH y exactamente a la misma familia pero en la circunstancia de no haberlo hecho, lo cual permite una comparación válida y, en consecuencia, la efectividad de la política.
Borges, Big data y Yo se lee en un par de tardes. Sirve tanto como una guía tentativa por el mundo borgeano para animar a quienes nunca se adentraron, como para impulsar a una "relectura" con otros ojos, algo que en el universo del autor argentino es más importante que la lectura en sí misma (de hecho, fue un punto de coincidencia en la conversación con el economista Herbert Simon). Como dice el crítico cultural Daniel Molina en una suerte de "Paradoja de Borges": "El problema con Borges es que, para leerlo, hay que haber leído a Borges".
Por: Sebastián Campanario
Fuente: La Nación
En “Borges, big data y yo” (Ed. Siglo XXI), Walter Sosa Escudero aborda cuentos como “El jardín de senderos que se bifurcan”, “Tlön Uqbar Orbis Tertius” y “La biblioteca de Babel” desde la estadística. La ficción “científica” de Borges se vuelve así un camino para comprender nuestra vida y nuestro comportamiento en tiempos de datos a gran escala
Por Patricio Zunini
La big data se instaló en nuestra vida y, aunque todavía se debate si es una ventaja o una amenaza, en el imaginario se acepta sin discusión que rige nuestras decisiones, nuestros intereses, nuestros deseos: desde lo más banal como definir el recorrido que haremos en auto hasta los más profundos como qué carrera estudiar o en qué zona vivir. Los datos a gran escala parecerían, entonces, una suerte de fantasma en la máquina que se mueve con voluntad propia y que no comprendemos del todo.
En su libro anterior, Big data (Ed. Siglo XXI), Walter Sosa Escudero se metía —se entrometía— con esta idea y, con un tono afable, didáctico pero no profesoril, sencillo pero sin perder rigor, señalaba la dinámica, el alcance y los límites de los “macrodatos”. Estas ideas vuelven a aparecer en Borges, big data y yo (también publicado por Siglo XXI), pero con una interesantísima vuelta de tuerca: a partir de cuentos como “El jardín de senderos que se bifurcan”, “La biblioteca de Babel”, “Funes, el memorioso”, “Pierre Menard autor del Quijote” y un largo etcétera, Sosa Escudero se interroga por la función de la estadística, la utilidad de la big data en tiempos de coronavirus, la ubicuidad de los números en las tomas de decisión.
Borges, Big data y yo entra en una tradición de libros que aborda la relación entre Borges y las diferentes ramas de las ciencias formales: la antología Borges y la ciencia, compilada por Eudeba y con prólogo de María Kodama, Borges y las matemáticas, de Guillermo Martínez, Borges y la física cuántica, de Alberto Rojo. La lista, como cabe a una serie borgiana, podría extenderse hacia el infinito. Pero no deja de ser una característica muy llamativa, dado que el propio Borges había admitido que tenía rudimentarios conocimientos de matemática.
“La ciencia es la construcción de un universo”, dice Walter Sosa Escudero en diálogo con Infobae Cultura. “Es como si nosotros primero hubiésemos determinado las reglas del mundo y después la gente opera con respecto a esas reglas. Es un poquito lo que hace Borges: es el argumento de ‘Tlön Uqbar Orbis Tertius’ puesto cabeza abajo. Borges inventa esos universos que se parece muchísimo al tipo de universo que, a los gritos pelados y con urgencia, quiere crear un científico. En ‘La biblioteca de Babel’, Borges plantea una tremenda cantidad de preguntas acerca de la tensión entre lo finito y lo infinito, de la posibilidad de buscar y encontrar, de qué significa que una cosa sea más grande que la otra. Es el tipo de cosas que un científico pretende hacer; la tarea del científico no es dar respuestas sino generar preguntas”.
Esa mirada “científica” de Borges se acentúa también en cómo sus cuentos toman ideas que se estaban formando mientras él escribía. Alberto Rojo, por ejemplo, refiere en Borges y la física cuántica que una lectura de “El jardín de senderos que se bifurcan” podría dar cuenta de la teoría del multiverso.
“Borges”, sigue Sosa Escudero, “parece sentirse comodísimo con los conceptos contemporáneos de la física y la matemática que eran prácticamente contemporáneos, y eso habla, no del Borges erudito ni del Borges intelectual, sino del Borges creador. Tendemos a pensar en Borges como intelectual, como si fuese Bertrand Russell, y no lo vemos como si fuese un Picasso, como un Stravinsky. Como científico, lo que más me impacta es el Borges creativo”.
Del rigor de la ciencia
—Alguna vez Borges dijo que había dos clases de mentiras: la psicología y la estadística. ¿Cómo se puede leer esa frase a la luz de tu libro?
—Qué tiene que ver la estadística con Borges: bueno, uno de los temas más recurrentes de Borges es la tensión entre la realidad y su representación. En “Funes el memorioso”, Borges dice: “Intentaré resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo”. Y resumir con veracidad es casi una descripción de la tarea de la estadística. Es algo aparentemente contradictorio resumir y ser veraz, porque toda vez que uno quiere resumir parece estar faltando a la verdad. Pero, justamente, el objetivo de la ciencia es quedarse con la verdad a través del resumen. Pensemos en el juego que hace Borges con “Del rigor en la ciencia”, donde un grupo de cartógrafos hace un mapa escala uno a uno. La ciencia ocurre con un propósito y, si uno se lo saca, termina representando al mundo en su forma más trivial.
—Yo creo que una de las cosas por las que te gusta tanto Borges es su pasión por el infinito.
—En el libro digo que, si vos decís tres veces infinito, el espíritu de Borges empieza a flotar por donde estás. La estadística vive del infinito. Si pudiésemos lanzar una moneda infinitas veces, aprenderíamos que las chances de que salga cara o ceca son 0.5. Ese razonamiento, que se llama “Ley de grandes números”, pide a gritos la presencia del infinito. Y el resultado a partir del cual puedo aprender algo por replicarse infinitas veces tiene un nombre muy simpático: se lo llama “Teorema fundamental de la estadística”. Si veo cómo algo se replica entiendo su esencia. La estadística vive en esa esperanza de ver replicar las cosas infinitas veces. En la práctica no se da infinitas veces sino en un número lo suficientemente grande, pero es la esperanza del infinito lo que permite que la estadística viva.
Netflix de senderos que se bifurcan
“La big data”, dice Sosa Escudero, “es un montón de información que la gente decide mostrar. Pero el problema de big data es pensar que el tamaño importa. La masividad es interesante, pero muchísimos problemas de la big data tienen que ver con sobreconfiar en los datos sin saber que son tremendamente sesgados: yo puedo tener un montón de datos de una encuesta que hizo una celebrity en Twitter, pero esos datos están filtrados por la decisión de seguir a esa persona. Si los analizo inocentemente, estoy metiendo la pata más fuerte. Big data te ofrece un montón de información que es interesante, pero que no es completa”.
—¿Qué tiene que aprender Netflix de Borges?
—Es un poco contradictorio lo que puede aprender Netflix del infinito y de Borges. Porque Netflix nos ve en los senderos del jardín que hemos visitado, pero no en los otros que no visitamos. Qué quiero decir: Netflix ve un enorme derrotero de lo que estoy haciendo, pero quizá mañana camino por otro sendero, y Netflix querría mantenerme eternamente cerca de donde yo ya estaba. Lo interesante es cómo señalarle a Netflix que existimos también en otros senderos, porque parte de la esencia del ser humano es saltar rápido a otros senderos del jardín. Ese es el problema de Netflix y los algoritmos: por un lado, tienden a pensar que somos las personas más conservadoras del mundo, pero por otro lado sabe que estamos dispuestos a pegar esos saltos. Esos saltos… borgianos, si se quiere.
—Pero: si el censo es la foto del día y al día siguiente pueden variar, si big data es incompleta, si, como decís en el libro, es imposible tomar el PBI varias veces al año, si hay ochenta maneras de medir la pobreza y cada una es sesgada, si tenemos todas esas limitaciones, ¿para qué sirve la estadística?
—Ahí está el asunto. La estadística se mueve por “piedras de Rosetta”. Suponete que tomás una medición del desempleo en base a tres mil hogares que son representativos de los tres millones que hay en CABA: en algún momento necesito ver si lo que medí con tres mil hogares es muy distinto de lo que podría haber medido con tres millones. Cada tanto la realidad te ofrece esas piedras de Rosetta en donde la estadística permite ver si las cosas realmente funcionan. Lo importante de la estadística no es que sea buena o mala, sino con que sea útil o inútil. La pregunta es útil para qué: útil para la toma de decisiones. No hay peor estadística que la que no se usa. Si te digo qué va a pasar con el dólar y no logro cambiar tu marco decisorio —independientemente de que acierte o no—, es como que no te hubiera dicho nada. Las estadísticas son útiles en la medida en que nos permitan tomar decisiones más informadas. O, si se quiere, mejores decisiones.
La pandemia y el milagro secreto
—¿Qué tendrían que aprender Ginés, Quirós y los ministros de Salud de Borges?
—Siguiendo con “El jardín de senderos que se bifurcan”, uno tiene que prestar atención a los datos y a los escenarios contrafácticos, que son los peores de todos porque son los que tenemos que imaginar. Si ahora la tasa de contagios baja, no puedo tomarlo como una medida de éxito de la política que se tomó, porque es una mezcla del éxito de la política con la evolución natural de la pandemia. Así como están las cosas, por lo menos en esta circunstancia, la tasa de contagios tiene que bajar. La gran pregunta es si va a subir. Y la otra gran pregunta es cómo hubiese sido la curva de casos de haber adoptado otra política. Entonces, si tuviese que dar un consejo borgiano: hay que meterte en todos los posibles senderos del jardín para ver cómo hubiera sido el escenario de haber hecho otra cosa.
—¿Se puede considerar como “otro sendero” las medidas de otros países?
—Pero los datos te muestran nada más que una cosa y te muestran, insisto, una mezcla de causas. Antes decíamos que Uruguay era un país ejemplo y ahora resulta que están preocupados. Se decía que Europa ya se habían sacado el problema de encima y ahora les pegó de vuelta. En definitiva, la enseñanza borgiana es que hay que dejar hablar a los datos, pero no demasiado. En algún momento uno tiene que pensar los escenarios alternativos porque es la única forma de evaluar políticas.
—Cuando la cantidad de infectados era baja, el coeficiente de multiplicación era muy alto. Ahora, ese número es bajo, pero la tasa de infectados es muy superior. Entonces, ¿era válido que el gobierno tome ese coeficiente para pasar de una fase a otra de la cuarentena?
—Todos estos coeficientes son distintas formas de mirar lo mismo, lo que pasa es que con algunas es más fácil de ver la cantidad de contagios, de casos, la tasa de duplicación, etc. Tu pregunta pone arriba de la mesa que una realidad compleja no se puede resumir en un coeficiente solo. La complejidad de la dinámica del coronavirus tiene que ser representada de una forma relativamente compleja para que no se distorsione la realidad. Me parece que es tan peligroso reportar nada más que casos a la Funes —el personaje de Borges—: estos son los datos y yo no digo nada, como intentar resumirlos en un número y ver si ese número sube o baja. Una enfermedad como esta es un fenómeno más relativo que absoluto. La discusión que se está manteniendo ahora es si no estamos viendo el comienzo de la tasa de rebote. Si uno mira la curva ve una caída pronunciada, pero si sacás la lupa vas a ver que esa caída se detuvo. En términos técnicos estás mirando otra característica de una función.
—Una derivada.
—Exactamente, estamos mirando la segunda deriva. Siempre les digo a mis alumnos que las situaciones simples demandan estadísticas simples y que las situaciones complejas demandan estadísticas complejas. Eso es inevitable. Lo que ha pasado con la pandemia es que algunas circunstancias las agarrás con un numerito, pero cuando tenés que ver dinámicas complejas como ver si se pega un rebote o analizar si se va a ocupar la capacidad hospitalaria, necesitás estadísticas más sofisticadas. La gente tiene una preferencia innata por las cosas simples y está bien que así sea, pero entonces se pone nerviosa cuando decís que necesitás estadísticas más complejas. “Antes te alcanzaba con estadísticas simples, por qué ahora necesitás estadísticas complejas”. Bueno, no todo puede simplificarse: ¡bienvenido a la ciencia!
Fuente: Infobae
https://www.infobae.com/cultura/2020/12/20/que-debe-aprender-netflix-de-borges/