Se reedita un
revelador libro de Daniel Balderston, uno de los mayores especialistas en el
autor de Ficciones. Analiza sus deudas hacia la obra de R.L. Stevenson.
Osvaldo Aguirre
El 18 de agosto de 1978 Ricardo Piglia anotó en su diario:
“Reunión anoche en lo de Pezzoni. Estuvieron Anita Barrenechea, Pepe Bianco,
Libertella, joven becario USA”. El joven en cuestión era Daniel Balderston y el
tema de su beca se le había pasado por alto a la crítica literaria: la relación
de la obra de Borges con la de Robert Louis Stevenson. La investigación se
convirtió en una tesis, la tesis en el libro El precursor velado: R. L.
Stevenson en la obra de Borges (1985), y el libro, que acaba de ser reeditado
por Eduvim, en la contribución inaugural de Balderston a los estudios
borgeanos.
Tres días antes de aquella reunión Balderston grabó la
primera de tres entrevistas que mantuvo con Borges. “Era cuestión de llamarlo
por teléfono. Estaba entusiasmado porque nadie le había preguntado sobre su
lectura de Stevenson. Me conecté primero con Bianco por iniciativa de Sylvia
Molloy, que le había escrito una carta. Esa noche en casa de Pezzoni conocí a
Ricardo Piglia, con quien después seguí en contacto muy fluido, y a Josefina
Ludmer, y como era una conversación entre amigos yo estaba de espectador”,
recuerda el actual director del Borges Center y de la revista Variaciones
Borges, con sede en la Universidad de Pittsburgh.
Balderston retomó en el libro la figura del precursor,
acuñada por Borges en un célebre ensayo sobre Franz Kafka, y reformuló el
concepto de colaboración literaria para dar cuenta de la apropiación de ideas
de Stevenson –la postulación de la escena memorable como efecto de verdad en el
relato, entre otras– por parte de Borges, “una de las piedras angulares de su
estética”. Comenzó por hacer una lista de las 106 citas de Stevenson que
contenía la obra de Borges publicada hasta el momento.
“Para identificar esas referencias tuve que leer dos veces
la obra completa de Stevenson y su correspondencia”, cuenta Balderston. “Borges
citó textos bastante olvidados. Por ejemplo, en la reseña de una película cita
la frase ‘el turismo es un arte del desencanto’ y eso resultó estar en un libro
de viajes de Stevenson por California, en la época en que esperaba el divorcio
de Fanny Osbourne para casarse con ella, es decir, un texto bastante menor.
Había referencias a ‘Algunos caballeros de ficción’, un ensayo donde Stevenson
defiende la posibilidad de que escritores de clase media describan a personajes
de alcurnia, absolutamente olvidado, de donde Borges saca la frase que recuerda
muchísimas veces sobre que los personajes literarios no son personas sino meras
series de palabras. Y también hay muchas citas invisibles, sin comillas, en la
obra de Borges. Molloy descubrió una cita sin comillas de John Bunyan en
‘Biografía de Tadeo Isidoro Cruz’, es decir que estas asociaciones pueden estar
en los lugares más inesperados”.
–¿Borges lee a Stevenson cuando no formaba parte del canon
de lecturas?
–Cuando lo lee por primera vez, en la infancia, era el
escritor más popular de lengua inglesa. Entre 1895 y la década de 1920 hay
muchísimas ediciones de obras completas de Stevenson, pero después su
reputación decae y se convierte en lectura infantil. Cuando Borges lo menciona
en “La fruición literaria”, en El idioma de los argentinos, en 1928, ya había
pasado de moda. Y cuando en el prólogo a Historia universal de la infamia, en
1935, dice que los textos le deben mucho a Stevenson, Chesterton y a algunas
películas de von Sternberg, muy pocos habrán entendido esa relación, salvo por
la presencia de piratas y malevos. En el libro argumento que había una relación
mucho más profunda, con una idea sobre cómo construir historias.
–¿Por qué esa relación tan profunda pasó desapercibida para
la crítica borgeana?
–Supongo que la mayor parte de los críticos habían leído La
isla del tesoro y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, pero no los
ensayos de Stevenson sobre literatura, y tampoco algunos textos que Borges
celebra, como una novela tardía, The Wrecker, escrita en colaboración con Lloyd
Osbourne sobre el naufragio de un barco en el Pacífico. El manejo del suspenso,
el planteo de un enigma que solo se resuelve centenares de páginas después, le
interesaron como una manera de construir la ficción. Borges decía que The
Wrecker era una de las grandes novelas policiales.
–En general cuando se habla de Borges y la narrativa
policial la referencia inmediata es Poe.
–Sí, pero Borges tenía en el fondo una opinión bastante
negativa del estilo de Poe. De hecho, cuando él y Bioy Casares traducen “La
carta robada” para Los mejores cuentos policiales, lo reducen prácticamente a
la mitad, eliminan descripciones y diálogos, lo que Borges consideraba relleno
y lo que le molestaba en el estilo de Poe. Celebra en cambio las novelas
policiales de Wilkie Collins, la novela inconclusa de Dickens y la de Stevenson
en varios textos y percibe relatos policiales en otras obras de Stevenson por
ejemplo “La puerta y el pino”, de El mayorazgo de Ballantrae, que incluye en
Los mejores cuentos policiales. Es decir, le interesa la manera en que
Stevenson hace su versión del cuento policial, que es bastante diferente de los
modos dominantes en lengua inglesa hacia fines del siglo XIX.
–¿Stevenson fue un precursor velado por el propio Borges?
–Es el único escritor al que menciona en “Borges y yo”.
También lo nombra en el prólogo a La invención de Morel, entre otros textos. Se
jactaba de ser su lector, aunque no estuviera de moda.
–En un pasaje señala que en Borges hay también un lector
ingenuo, que insistentemente recuerda sus lecturas de infancia.
–Me basaba sobre todo en el ensayo de El idioma de los
argentinos, cuando habla del entusiasmo que le producían las primeras lecturas,
“los grandiosos folletines de Stevenson”, dice, y además Julio Verne, Las mil y
una noches, Eduardo Gutiérrez, El estudiante de Salamanca, “los mejores goces
literarios que he practicado”. Las mil y una noches y Stevenson permanecen como
lecturas fundamentales para su imaginación.
–¿Cómo fue que el joven becario se convirtió en un gran
especialista?
–Había quedado atrapado por Borges unos años antes. En mi
último trimestre en Berkeley había seguido dos cursos del gran cervantista Luis
Andrés Murillo y en la primavera de 1974 él dio un curso sobre Cervantes,
Unamuno y Borges, sobre la metaficción, aunque la llamaba de otro modo. Cuando
tuve la oportunidad de trabajar con Sylvia Molloy y James Irby, unos años
después, ya había cierta pasión por Borges, aunque calificaría esa pasión como
el interés de alguien que no sabía demasiado, todavía.
Fuente: Revista Ñ