Corregir a Borges se ha convertido en una tradición calvinista del culto borgiano, con la intención de demostrar, con mayor o menor grado de complicidad, que Borges después de todo era humano.
Por RODRIGO BLANCO CALDERÓN -
Hace poco más de un mes cumplí cuarenta años y hoy acabo de comprar mi primera revista Playboy. La culpa, por supuesto, es de Borges.
Se trata del número de mayo de 1977. Me informa Amazon que tomará unas dos o tres semanas en llegar. De modo que puedo aprovechar ese tiempo para irles contando la historia de esta comedia de enredos cuánticos que comenzó hace apenas unos días, aunque ya parece que hubieran pasado varios años.
La guerra cíclica en Afganistán, con la retirada del ejército de los Estados Unidos, que en algún momento provocará el obligado retorno de dichas tropas, me hizo recordar una frase de Borges que, como suele suceder, anticipaba mucho de lo que estaba y está sucediendo en estos días: “Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio”.
La frase pertenece al cuento “El otro”, incluido en El libro de arena (1975). El relato, como se sabe, narra el encuentro onírico o fantástico entre un Borges anciano, que está sentado en un banco frente al río Charles, en Massachusetts, año 1969, y un Borges muy joven, que está junto a él, aunque su banco se encuentra frente al Ródano, en Ginebra, en el año 1918.
¿Cómo explicar ese insólito encuentro? La historia se despliega como el intento del Borges de la vejez por convencer a su doble de que él es real, mientras que el otro, el joven, está soñando.
Por supuesto, releí el cuento completo y reparé por primera vez en un detalle que me pareció imposible: un error. Una falla que, además, alteraba la resolución de la trama, convirtiendo a uno de los cuentos más célebres de Borges en un texto, precisamente, fallido. Me refiero a la escena que conduce al final, donde Borges le propone a su doble de 19 años un experimento inspirado en una paradoja de Coleridge: “Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor. Se me ocurrió un artificio análogo”.
En lugar de una flor, Borges propone un intercambio de dinero. Le pide al joven una moneda y él, en cambio, le da “uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez”.
—No puede ser –gritó–. Lleva la fecha de 1974.
(Meses después alguien me dijo que los billetes de Banco no llevan fecha).
Aquí hice una pausa y se encendió la primera alarma. Seguí leyendo y, al terminar el cuento, confirmé esa impresión. El relato concluye de esta manera:
Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el recuerdo.
El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.
Abrí una gaveta de mi escritorio y busqué un billete de dólar que tengo por ahí. Lo revisé y sí tenía fecha. Era de la serie de 2013. Puse en Google “billete de dólar 1974” y de inmediato me apareció la imagen que confirmaba que los dólares sí llevan fecha. La conclusión parecía evidente: Borges había hecho recaer la resolución de su cuento en un dato incorrecto. Y no se trataba, como suele suceder en otras de sus historias, de datos deliberadamente falseados sino de una inconsistencia, un error, que dañaba el artefacto literario.
Me sentí como si hubiera pillado a Dios en falta.
De inmediato, puse un tuit:
Acabo de encontrar un dato erróneo en un cuento de Borges que, además, implica una falla argumental. Ya veré si escribo sobre eso, para resetear el universo, o me quedo callado como Tzinacán en su celda.
Lo escribí con humor, burlándome de mi propio fervor por Borges. Las reacciones, en general, fueron entusiastas pero no faltaron aquellas que trataban de hacer un control de daños. Gente que me recordaba que en la literatura todo era posible, que Borges solía insertar errores a propósito, que mejor revisara diversas ediciones para ver si la culpa no era de algún editor distraído. Otros, indignados, me mandaron a callar simplemente.
Estos reclamos, por más banales que fueran, sin embargo tocaban un punto para mí delicado. ¿Qué mérito tiene señalar una inconsistencia en una obra maestra? ¿Cuál es el sentido de subrayar con un artículo una distorsión que supuestamente nadie más ha visto? Lejos de ser como quien señala una verruga desagradable en un rostro que parecía perfecto, se corre el riesgo de convertirse uno mismo en la verruga. Esta lección me la enseñó Guillermo Sucre la única vez que fui a su casa. Fui en compañía de Luis Yslas, ya no recuerdo con qué motivo o excusa. El profe Guillermo (así lo llamábamos) nos estaba hablando de Mariano Picón Salas y, en algún momento, hizo referencia a un profesor de la Universidad Simón Bolívar que había escrito un ensayo para demostrar que Picón Salas se había equivocado en tal o cual referencia.
—Él estaba muy emocionado porque había corregido a Picón Salas –dijo Sucre, con esa ironía susurrante suya, que hundía de inmediato en un escarnio íntimo al objeto de su dardo.
También recordé una acotación que el profe Guillermo hizo, sin ningún énfasis, durante un seminario sobre Borges al que tuve la suerte de asistir en mi último semestre como estudiante de la escuela de Letras. Estábamos leyendo “Las ruinas circulares” y Sucre recitó la frase de Lewis Carroll que sirve de epígrafe, “And if he left off dreaming about you…”, que Borges sitúa en el capítulo VI de Alicia a través del espejo, cuando en realidad se encuentra en el IV. El error persiste en mi edición de los cuentos completos de Borges, publicada por Lumen en 2015 y reimpresa en abril de 2019.
Fue en ese seminario, por cierto, que leímos (que leí por primera vez) “El otro”.
Corregir a Borges se ha convertido en una tradición calvinista del culto borgiano. Por ejemplo, el ensayo “Entrevista imaginaria: siete días con Jorge Luis Borges”, de Francisco Rivera, donde el autor va señalando las numerosas inconsistencias encontradas en las conferencias recogidas en el volumen Siete noches. Cabe mencionar también el estudio de Juan Nuño, La filosofía en Borges, donde se hace una lectura correctiva, pero en el campo de la especulación filosófica. Esfuerzos parecidos se han replicado en áreas como la física cuántica y las matemáticas, con la misma intención de demostrar, con mayor o menor grado de complicidad, que Borges después de todo era humano.
Por fortuna para mí, ya otros lectores habían reparado en el desperfecto del cuento “El otro”. En un breve artículo titulado “Borges y el dólar”, Alberto Rojo, escritor y físico argentino, narra su inquietud al detectar el error en el relato de Borges y la pesquisa que emprende:
Dado que hoy todos los billetes de dólar tienen fecha, para aclarar mi duda de una buena vez decidí contactarme con la American Numismatic Association y conseguir un billete con fecha de 1964. El trámite demoró más de un año. Fui pasando de un coleccionista a otro, hasta que por fin di con el correo electrónico de un tal Dugas Kline y compré el tan buscado billete por PayPal, a un precio bastante exorbitante. En el ínterin encontré una entrevista de Marcos Benatán [sic] en un libro de 1978, donde Borges reconoce que los dólares tienen fecha y agrega que “alguien” le había dicho que no. Pregunté mucho, pero no pude averiguar de quién se trataba. Ahora bien, como puntualiza Julie James en un artículo de 1999, en la primera edición del cuento el billete tiene fecha de 1964, pero en algunas ediciones siguientes aparece fechado en 1974. En la primera edición inglesa de “El otro”, publicada en la revista Playboy en mayo de 1977, el año mencionado es 1964, y la frase “los billetes de banco no llevan fecha” está omitida. ¿Por qué Borges no cambió la frase si sabía que los billetes tienen fecha?.[1]
El artículo, publicado en 2010, fue luego recogido en el libro Borges y la física cuántica. Lo interesante del texto de Rojo, además de las reflexiones sobre las paradojas temporales de los cuentos cuánticos de Borges, es la referencia al ensayo de Julie James, que es un análisis brillante y sugestivo de “El otro” desde la perspectiva que brindan las diversas anomalías del relato.
Billete de dólar de 1974
Como lo indica el título de su trabajo, “1964 or 1974: Which is the other?”, James se enfoca en el enigma del cambio de fecha del billete, que pasa de ser 1964 en la primera edición de El libro de arena, publicado por Emecé en 1975, en Argentina, a 1974 en la segunda edición, publicada por Alianza en España, en 1977. Cambio que, como lo indica James, aparece desde la primera edición en inglés del relato, en el número de mayo de 1977 en la revista Playboy. Sí, esa misma que compré y la cual, según me acaba de informar Amazon, ya ha sido despachada.
El móvil de la pesquisa de Julie James, así como de la de Alberto Rojo y la mía propia y la de tantos otros que han tropezado con la misma piedra, es la sospecha de que el error esconda un sentido oculto.
Esta reacción es, por una parte, un efecto calculado de los textos de Borges. Desde Historia universal de la infamia (1933), donde hizo su calistenia precuentística falseando y tergiversando “ajenas historias”, ya los lectores saben que muchas veces el error es el algoritmo secreto de su narrativa. O ni tan secreto, pues en el célebre comienzo de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges, el narrador y personaje, deja caer una hipótesis que permea como una duda la totalidad de su obra: “Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores –a muy pocos lectores– la adivinación de una realidad atroz o banal”.
Puede que esta frase sea la responsable de que exista esa comunidad presuntuosa de correctores de Borges. Corrigiéndolo, estaríamos más cerca del Maestro.
Por otra parte, esta suspicacia es también una prueba de la inequívoca condición de clásico de Borges. Pues no hay manera de acercarnos a sus páginas sin que consideremos, como dijo el viejo bardo, que en ellas todo es “deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término”.
Es el caso del cuento del que estoy hablando, Julie James cita una entrevista con Marcos Barnatán (que no Benatán) donde Borges reconoce el error: “Creo que alguien me dijo que los billetes de dólar no llevaban año y que por lo tanto el intercambio de pruebas quedaba invalidado, pero ahora usted confirma mi sospecha de que sí tienen fecha”.
El caso parece concluido, pero no así para Julie James, quien, como el Lönnrot de “La muerte y la brújula”, parece encontrar esta hipótesis “posible, pero no interesante”. Veamos su razonamiento:
Therefore, it seems to have been a simple oversight. But is it really so simple? Experienced readers of Borges know that he is a meticulous author and that he would not make such an obvious mistake. Moreover, if this was a mistake, why didn’t the author remove this sentence from later editions?
[Por lo tanto, parece haber sido un simple descuido. Pero, ¿es en realidad tan simple? Los lectores experimentados de Borges saben que es un autor meticuloso y que no hubiera cometido un error tan evidente. Más aún, si esto fue un error, ¿por qué el autor no eliminó la oración de las ediciones posteriores?].
En este punto, el artículo de Rojo complementa al de James. De acuerdo a las fuentes que cita, pareciera que James llega al cuento de Borges, tanto en su versión original como en su traducción al inglés, a través de lo que fueron en realidad sus respectivas segundas ediciones. “El otro” fue publicado primero de forma individual en 1972 (y no en 1971), en una plaquette de una edición privada de Juan O. Viviano y César Pauli, con dos grabados originales de Ana María Moncalvo. La edición constó de 57 ejemplares numerados. En la página de AbeBooks veo que la librería Alberto Casares, de Buenos Aires, tiene un ejemplar a la venta por 2 500 dólares.
En cuanto a su traducción al inglés, James toma la referencia dada por el polémico traductor de Borges a ese idioma, Norman Thomas di Giovanni, quien acota que antes de publicarse en The Book of Sand (1977), el cuento ya había aparecido ese mismo año en la revista Playboy. Sin embargo, da la impresión de que James no leyó esa versión publicada en la revista, donde, según Rojo, la frase de la discordia (“Meses después alguien me dijo que los billetes de Banco no llevan fecha”) sí fue eliminada. Cuando tenga la revista en mis manos podré, al fin, verificar si lo señalado por Rojo es correcto. De ser así, y en vista de que la versión de “The other” incluida en The Book of Sand sí contiene la frase, no sería descabellado suponer que un riguroso editor de mesa de la revista Playboy haya detectado el error y procedido de forma inmediata a eliminarlo.
El problema que plantea la traducción, sin embargo, es secundario con respecto al cuento en su versión en español y sus modificaciones en las sucesivas ediciones. Creo que sería de mucha ayuda poder revisar el texto de esa plaquette y ver si en efecto la frase está allí o no. Di Giovanni, según cita James, habría hecho su traducción a partir de esa primerísima versión. Sin embargo, hasta no comprobarlo, me queda la duda. La respuesta que Borges le da a Marcos Barnatán hace pensar que ese “alguien” le hizo el comentario después de leer el cuento en su primera versión, donde me atrevo a especular que la frase no estaba.
Esta interpretación pareciera querer salvar a como dé lugar a Borges del error, pues en principio este habría sido inducido por “alguien” más. No obstante, me parece plausible que sea así. De hecho, la frase luce como injerto posterior con respecto a la escritura original del cuento. Esta ajenidad se expresa verbalmente, “Meses después alguien me dijo…”, y tipográficamente: es la única oración del relato que está entre paréntesis.
Según esta conjetura, el cuento en su primerísima versión era un cuento redondo. Pudiera ser que incluso la última frase (“El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar”) también haya sido añadida después para hacerla congeniar con la corrección incorrecta, como lo delataría esa acotación “ahora lo entiendo”, demasiado retórica. De modo que la imposibilidad de “la fecha imposible del dólar” radicaría no en el dato errado de que los billetes de banco no tienen fecha, sino en el hecho de que el joven Borges, que cree estar en un parque frente al Ródano en 1918, pueda tener ese papel de otra época en sus manos. El adjetivo “imposible” ya se menciona antes para describir el estupor del muchacho: “Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible y sin embargo cierto lo amilanaba”.
El cambio en la fecha del billete, de 1964 a 1974, me parece que es bien interpretado por James. Poner una fecha imposible para ambos personajes, pues la anécdota, se nos dice en la primera línea, habría sucedido en febrero de 1969, erosiona las certezas del Borges narrador con respecto a su propia realidad.
Estas especulaciones mías puede confirmarlas o desbaratarlas quien tenga acceso a esa plaquette. E, incluso, aun si en la plaquette el error ya apareciera, no podríamos descartar que “alguien” en el círculo cercano del autor haya podido leer el borrador y sugerirle la insidiosa y desafortunada “corrección”. En uno u otro caso, saber eso no aclararía el misterio de por qué, en los años inmediatamente posteriores a la publicación de El libro de arena, cuando ya Borges se había percatado de la falla, no la enmendó. Quizás el error quedaba absorbido en el vasto sistema de correspondencias y conjeturas borgeanas, fortaleciéndolo con una contradicción evidente. Quizás la errada acotación de ese alguien lo puso sobre la pista del verdadero sentido del relato: la necesidad de invalidar la prueba del billete para así acentuar la zozobra infinita del narrador. El trabajo de Julie James apunta en este sentido.
A pesar de lo interesante que es esta lectura, encontré más estimulante un patrón que Julie James identifica en los últimos cuentos de Borges y en el que yo no había reparado: la preocupación por la pérdida de la memoria. En “El otro” es evidente, pues la mitad del enigma recae en el posible olvido del joven Borges de haber soñado un encuentro con su doble anciano. Lo que lleva al muchacho a preguntarle qué tal está su memoria. Y antes de esta conversación directa al respecto, el encuadre del relato nos habla de una conciencia y una memoria alteradas:
Serían la diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde anterior había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.
Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento.
Este pasaje constituye la primera anomalía del relato. El personaje ve el río, su agua gris que arrastra trozos de hielo, y piensa en Heráclito y su famosa metáfora que asimila el tiempo a un río en el que no nos bañamos dos veces. Y sin embargo, inmediatamente después de recuperar esta imagen clásica que habla de la imposibilidad de ser los mismos en dos instantes sucesivos, Borges neutraliza la sabiduría de la metáfora: tiene la impresión de haber vivido ya ese momento. De haberse bañado previamente en esas aguas.
Más que a un estado de fatiga, los neurólogos han descubierto que los episodios de déjà vu se corresponden con episodios epilépticos en el lóbulo temporal del cerebro. Son el gato negro que se repite en la escalera y que Neo detecta en su primera incursión en la Matriz, después de que ha sido rescatado por Morpheus.
“Normalmente, un déjà vu es una falla técnica en la Matriz. Sucede cuando han cambiado algo”, le explica Trinity.
En el mundo virtual de la Matriz, la falla o déjà vu marca la presencia de lo sobrenatural. El Arquitecto como un dios punitivo y letal, que ha diseñado hasta el último milímetro de esa gran prisión o laberinto que es “el desierto de lo real”. Lo sobrenatural se manifiesta, entonces, para detectar y eliminar la aparición cíclica de la anomalía humana.
En el caso de “El otro”, Borges es al mismo tiempo Borges y lo borgiano. El rebelde y el sistema. Es Neo y es el Arquitecto. Desde este punto de vista, podemos imaginar que “El otro” narra el intento de Borges, hacia el final de su vida, de zafarse del mundo creado por sus propias ficciones haciendo uso de su miedo mayor: la desmemoria. Extrañamente, sus más devotos lectores, o “los más experimentados”, como diría Julie James, cumplen la función de centinelas. Como avatares del agente Smith, salen en busca de los errores para disolverlos en las encrucijadas lógicas de su obra. “Espejos”, “laberintos”, “universos paralelos”, “paradojas temporales” son los comandos activados para anular los intentos de rebeldía de Borges (lo humano) contra lo borgiano (lo sobrehumano, lo fantástico, lo inexplicable, lo perfecto).
El poema “Borges y yo”, perteneciente al libro El hacedor, da buena fe de sus intentos de fuga.
Como suele suceder en estas comedias de enredos, Borges ha tenido poca responsabilidad en su endiosamiento. No solo supo renegar de hasta tres de sus libros de juventud, sino que no tuvo empachos en sus últimos años de corregir, cambiar y reescribir muchas de sus páginas. A medida que se expandía su fama y su influencia, que se sumaban los viajes, el reconocimiento y los premios, Borges se defendía sin pausa de ese malentendido, de esa incomprensión que es la gloria. De ello dan testimonio todas las entrevistas donde desdeña una y otra vez, con cortesía y humor, los motes de genio o maestro.
La concepción de Valéry de que la historia de la literatura era la de un mismo Espíritu que debía prescindir de los nombres propios, la sostuvo Borges desde su primer libro, Fervor de Buenos Aires, donde ya atribuía al azar que él fuera el autor y no el lector de esas páginas, hasta el último proyecto en el que participó. Se trató de una colección de “cien clásicos imprescindibles” publicada por Hyspamérica en 1985, cuya selección estuvo a cargo de Borges, quien solo llegó escribir sesenta y cuatro prólogos antes de morir en 1986. Estos prólogos fueron reunidos en 1988 bajo el título Biblioteca personal. Uno de los libros de esa colección fue Lo trágico cotidiano. El piloto ciego. Palabras y sangre de Giovanni Papini.
En el respectivo prólogo a esta obra de Papini, Borges dice:
Yo tendría diez años cuando leí, en una mala traducción española, Lo trágico cotidiano y El piloto ciego. Otras lecturas los borraron. Sin sospecharlo, obré del modo más sagaz. El olvido bien puede ser una forma profunda de la memoria. Hacia 1969, compuse en Cambridge la historia fantástica “El otro”. Atónito y agradecido, compruebo ahora que esa historia repite el argumento de “Dos imágenes en un estanque”, fábula que incluye este libro.
Este párrafo, que anuda los dos olvidos del joven Borges, tanto en la realidad como en la ficción, debería bastar para invalidar por adelantado (por innecesaria) la prueba de la plaquette original del cuento.
Solo me queda esperar, con la fruición imposible de un adolescente de cuarenta años, a que llegue mi revista Playboy.
Notas:
[1] Debo agradecer a Luis Yslas tanto la referencia del ensayo de Francisco Rivera como la del artículo de Alberto Rojo.
Fuente: Rialta
https://rialta.org/borges-y-el-otro-una-comedia-de-enredos/