Funes no podía pensar
El martes 30 de marzo de 2010, el Departamento de Física de la Facultad de Ciencias
Exactas y Naturales de la Universidad
Nacional de Buenos A organizó un encuentro sobre “Borges y la
memoria”, en el que participaron María Kodama, Rodrigo Quian Quiroga, Mariano
Sigman y, como moderador, Diego Golombek. El genial escritor se anticipó a los
estudios de las neurociencias.
Por Susana Gallardo
Borges no sólo convirtió a la memoria en tema central de su
obra sino que además pudo advertir, con gran lucidez, que una memoria excesiva
interfiere con el pensar. En efecto, Borges se dio cuenta de que, para pensar,
es necesario abstraer, es decir, olvidar los detalles. A esa conclusión
llegaron también los científicos, pero por otros caminos. Esa coincidencia
entre Borges y la ciencia fue el disparador del encuentro “Borges y la
memoria”, llevado a cabo en el Aula Magna del Pabellón I, donde participaron
María Kodama, el físico Rodrigo Quian Quiroga, junto con Mariano Sigman y Diego
Golombek.
María Kodama, viuda del escritor y directora de la Fundación Internacional
Jorge Luis Borges, se centró en las obras del escritor donde la memoria es tema
central.
La memoria y el insomnio
“Hay sobre todo dos cuentos en los que está explícitamente
planteado el enigma de la memoria”, señaló Kodama. Se refería a Funes el
memorioso y La memoria de Shakespeare. Para Borges, la memoria era algo
abrumador, y la memoria de Funes era una metáfora del insomnio. Si el sueño
opera como un depurador de recuerdos, al no dormir, éstos no pueden eliminarse.
“Él padeció insomnio durante muchos años. Para alguien que
ve, el insomnio resulta insoportable. Pero es mucho peor si el que lo padece es
ciego, y se encuentra expuesto a una doble oscuridad, la de la ceguera y la de
la noche”, afirmó Kodama.
En Funes el memorioso, publicado en 1944, Borges relata la
historia de Ireneo Funes, un gaucho del Uruguay que había quedado tullido luego
de un accidente con un caballo. Con soberbia, Funes consideraba benéfico el
golpe que lo había fulminado, porque le permitía recordar todo. Pero, debido a
ello, era incapaz de ideas generales.
Kodama vinculó esa historia con un hecho autobiográfico de
Borges: él sufrió un accidente al subir las escaleras de la casa de una amiga;
una ventana abierta le causó una herida superficial en la cabeza que lo puso al
borde la muerte por una septicemia. “Funes, después de la caída, sufre una
especie de iluminación que le otorga esa memoria prodigiosa. A Borges, el
accidente le otorga el don de ser un espléndido narrador”, sentenció.
Continuó hallando similitudes. Al igual que Funes, Borges
tenía una notable facilidad para el aprendizaje de idiomas. También tenía
dificultades para dormir. Posiblemente, como Funes, al no poder abstraerse del
mundo, sus noches de insomnio lo llevaron a imaginar, a sentir casi como
propia, esa terrible experiencia de una memoria monstruosa.
La memoria y la identidad
El protagonista de La memoria de Shakespeare es un
especialista en Shakespeare y un día conoce a un hombre que le ofrece la
memoria del bardo. Él la acepta, pero poco a poco esos recuerdos van invadiendo
los suyos, y pueblan sus sueños con imágenes desconocidas e indeseadas, “los
palacios y cavernas de la memoria”. Finalmente, el narrador decide librarse de
esa memoria perturbadora.
En esos dos relatos, la memoria es oprobiosa. Para Funes,
esa memoria es la ausencia de conceptos, la imposibilidad de razonar. Para el
erudito de Shakespeare, es su desintegración en la memoria del otro, la pérdida
de su identidad.
Kodama hurgó luego en sus recuerdos en busca de Borges.
“Desde comienzos de los 60 mi
memoria guarda el emocionado testimonio del nacimiento y desarrollo de su
creación literaria. Lo recuerdo cerrando los ojos como si la barrera de su
ceguera, que lo aislaba de toda distracción que no fuera su pensamiento, no
fuera suficiente, y necesitara apretar los párpados para que ni siquiera el
pensamiento de tener los ojos abiertos pudiera distraerlo. Así, sumergido en
esa doble oscuridad, permitía que la luz interior, la musa o el espíritu, fuese
dando forma a lo que sería un cuento o un poema. Cuando su mano se alzaba y
marcaba las sílabas en el aire, yo, desde mi silencio, sabía que comenzaría a
dictarme un poema”.
La memoria y la abstracción
Por su parte, el doctor Rodrigo Quian Quiroga, profesor
visitante del Departamento de Física, y profesor y jefe de Bioingeniería en la Universidad de
Leicester (Reino Unido), se refirió a la memoria desde el punto de vista
científico.
“Pasé aquí muchas horas de mi vida –comenzó, estudié física
en esta Facultad, y cursé en esta aula al menos tres materias. Pero sólo me
vienen a la memoria tres cosas: un examen parcial; una clase de álgebra con un
profesor que hablaba de la criba de Eratóstenes; y, por último, un momento en
una clase de álgebra lineal, que daba Adrián Paenza”.
Lo importante es que esos recuerdos quedaron en forma
conceptual, abstracta. “No recuerdo detalles. No recuerdo cómo estaba vestido
Paenza, y del otro profesor, ni me acuerdo el nombre, sé que era un tipo muy
gracioso”, dijo.
A continuación, se refirió a Funes el memorioso, que
recordaba “las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril
de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las
vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez”. Pero Borges
se había percatado de que una memoria infinita trae problemas. Funes “no era
muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”.
Si recordamos todo, no podemos razonar. Pero ¿qué había
leído Borges para saber tanto sobre la memoria? Parte de sus influencias las
describe él mismo: una enciclopedia de Plinio el Viejo, donde se mencionan
casos de memoria extraordinaria. “Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por
su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que
administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio”.
Son casos muy lejanos, y tal vez no sean reales. Sin
embargo, hay un caso científico, estudiado durante treinta años por Alexander
Luria, neuropsicólogo y médico ruso. Se trata del paciente Solomon
Shereshevskii, que poseía una extraordinaria capacidad para recordar.
Luria lo trató en el Instituto de Psicología de Moscú, y le
realizó innumerables pruebas. Le mostraba largas listas de números, palabras,
ecuaciones. Solomon siempre los repetía sin errores. Un día le mostró una tabla
con números consecutivos. Él la memorizó, y la repitió sin error, pero no se
dio cuenta de que eran números consecutivos. Así, el científico ruso concluyó
que la enorme memoria de su paciente limitaba su capacidad de pensar. He ahí el
paralelo con Borges, que había dicho que Funes no podía pensar.
Luria dio a conocer la historia de su paciente en 1968,
mientras que Borges había publicado el cuento en 1944. No pudo conocer al
paciente de Luria, pero sí conocía a William James, que en 1890, en su obra El
principio de la psicología, afirmaba que, si recordáramos todo, estaríamos tan
discapacitados como si no recordáramos nada. Es decir, para poder recordar, es
necesario poder olvidar.
Percepción y atención
Quian Quiroga realizó algunos experimentos con el público
para dar evidencia de que la atención guía nuestra percepción. Mostró dos
imágenes casi idénticas, en forma consecutiva; la segunda presentaba un cambio
respecto de la primera. Pero muy pocas personas lograron percibir el cambio, a
pesar de que las imágenes fueron mostradas varias veces. La causa es que no
procesamos toda la información que entra por los ojos.
Luego mostró un video donde dos grupos de estudiantes se
pasaban una pelota de básquet. Unos tenían remera blanca, y otros, negra. El
público debía contar los pases de los estudiantes con remera blanca. Era
complicado porque los jóvenes se movían todo el tiempo, y se cruzaban con los
de remera negra.
No todos los asistentes contaron el mismo número de pases.
Pero todos coincidieron en no percatarse de la presencia en escena de un
gorila. El mecanismo de atención, que estaba concentrado en los estudiantes de
remera blanca, impidió ver al gorila negro.
El hipocampo
Otra clave para la memoria la aportó el paciente HM. Fue
estudiado por más de cien científicos, durante unos 50 años. Luego de un
accidente en su infancia, había empezado a padecer crisis epilépticas cada vez
más intensas, que no podían ser controladas con medicación.
En 1953, como se sabía que el hipocampo se relaciona con la
epilepsia, HM (que tenía 27 años) fue sometido a una cirugía experimental, en
la que le fue removido el hipocampo. La epilepsia se redujo, pero hubo una
consecuencia no prevista: no podía formar nuevos recuerdos.
“Hoy día se sigue operando el hipocampo, pero se saca uno
solo, nunca los dos”, dijo Quian Quiroga. Para saber cuál de los dos se puede
quitar, los pacientes son sometidos a estudios mediante electrodos colocados en
el cerebro. “Esto nos permite tener registros intracraneales, y ver la
actividad de las neuronas en el cerebro de seres humanos”, destacó.
Dado que el hipocampo tiene conexión con un área de la
corteza cerebral que procesa estímulos visuales, el investigador, mediante un
experimento, se propuso comprobar si las neuronas del hipocampo respondían a
imágenes que los pacientes podían ver en un monitor. Se trataba de fotos de
personajes populares del espectáculo, el deporte o la política.
Cada paciente respondía a las imágenes de una figura en
particular, pero no a las otras. Por ejemplo, un paciente no respondía ante el
rostro de Brad Pitt o de Ginóbili, pero sí respondía a las fotos de Maradona, o
de la actriz Jennifer Aniston.
Los investigadores confirmaron que la respuesta no se
vinculaba con la percepción de un color determinado o con una foto o expresión
en particular. Mostraban fotos muy diversas de una figura, y el resultado
siempre era el mismo. Lo mismo sucedía si la imagen estaba distorsionada, o si
era una caricatura.
También probaron con el sonido del nombre de la figura, o
con la imagen gráfica de ese nombre y, en todos los casos, las neuronas
respondieron. La conclusión es que esas neuronas tienen una representación
abstracta de la figura en cuestión, así pueden responder no sólo a su foto,
sino también a una caricatura, o a su nombre tanto en representación fónica
como gráfica.
“Esas neuronas del hipocampo no hacen reconocimiento visual
ni auditivo, y no guardan memoria, que se almacena en la corteza cerebral. El
hipocampo es crucial para generar nuevas memorias, para convertir lo que
percibimos en nuevas memorias. Esas neuronas hacen el puente entre la
percepción y la formación de memorias”, sostuvo Quian Quiroga.
Entonces esas neuronas no responden a una imagen, sino al
concepto. Es así porque, para formar memorias de largo plazo, tendemos a perder
detalles, a conceptualizar, a abstraer.
“Borges lo describió de manera genial cuando dice de Funes:
‘No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico ‘perro’ abarcara tantos
individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el
perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el
perro de las tres y cuarto (visto de frente)’.”
Lo que le falta a Funes es la memoria del hipocampo. Borges
dice: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el
abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.
Fuente: El Cable Nro. 743
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales - Universidad de
Buenos Aires - Argentina