jueves, 12 de diciembre de 2013

El enigma de Shakespeare



Geovani Galeas

Dicen, pero Jorge Luis Borges sabe más, que la política bien puede ser una de las formas de la irrelevancia o del ocio intelectual.

Pero, igual, inevitablemente la política nos convoca y nos exalta, nos une y nos separa. Y aún con todo eso, debemos dejar espacio en nuestras vidas para otras pasiones que quizá en rigor no sean ni más ni menos irrelevantes u ociosas. La literatura, por ejemplo, esa magia de las palabras cuyas combinaciones pueden producir desde bellísimos sonidos hasta revelaciones asombrosas.

Eso, elevada música verbal y fugaces iluminaciones de las profundidades del alma humana puede uno encontrar en las páginas de Shakespeare, cuyo significado último ha sido siempre un misterio. Y esto último vale lo mismo tanto para los eruditos como para nosotros los simples lectores de la llanura.

Precisamente por eso habrá advertido Jorge Luis Borges, alguna vez, que sobre Shakespeare la crítica no puede más que emitir elogios aterrorizados. Solo que Borges, al escribir esa sentencia, no sabía que sería él mismo quien despejaría el vasto enigma de Shakespeare, al menos en una entrañable clave metafórica y según la sensibilidad de unos de los shakespearólogos contemporáneos más eminentes, Jan Kott.

En uno de sus libros, Teatro de la esencia, Kott relata un incidente ocurrido en 1976 en el hotel Hilton de Washington, durante la segunda convención mundial de especialistas en Shakespeare. En esa ocasión, el invitado de honor que dictaría entre los sabios la conferencia central del evento sería Borges.

“La shakespearología no solo se alimenta de Shakespeare sino que también de sí misma”, anota Kott, y agrega que solo en Estados Unidos hay más de dos mil doctorados sobre el dramaturgo, más de mil en el resto del mundo, y cada año hay cerca de trescientas nuevas tesis de doctorado sobre Shakespeare: “Una nueva cada día del año. Excluyendo los días de las celebraciones judía y cristianas, los sábados y los domingos”.

En fin, durante los cinco días que duró el evento, según cuenta Kott, los académicos discutieron sobre Shakespeare de manera intensa, apasionada y simultánea, “desde el análisis textual tradicional hasta las últimas novedades hermenéuticas, el Shakespeare existencialista y el Shakespeare marxista, el Shakespeare que era progresista y que no era progresista”.

Finalmente, el día de la clausura, llegó el momento estelar: la conferencia de Jorge Luis Borges. El anciano escritor ciego subió con paso vacilante al estrado, guiado por dos acompañantes que lo situaron frente al micrófono. De manera espontánea todos los asistentes, que colmaban por entero el salón, se pusieron de pie y lo ovacionaron durante largos minutos.

Famosamente tartamudo y de voz queda, Borges comenzó su conferencia pero solo se escuchaba un vago murmullo en los altavoces, Y dice Kott: “De esa monótona vibración uno solo podía distinguir con grandes trabajos una sola palabra que iba y regresaba como el reiterado lamento de un barco lejano hundiéndose en el mar: Shakespeare, Shakespeare, Shakespeare... solo esa palabra una y otra vez”.

El micrófono estaba muy arriba, y pese a que Borges habló más de una hora, nadie subió a corregirlo: “Nadie se levantó ni salió de esa sala en el transcurso de esa hora en que solo se escuchaba esa palabra: Shakespeare, Shakespeare, Shakespeare...”. Cuando Borges terminó, todos volvieron a ponerse de pie y la ovación se prolongó emotivamente.

La conferencia de Borges se titulaba El enigma de Shakespeare. Kott concluye así el relato: “Como el orador de Las sillas, de Ionesco, Borges fue convocado para resolver el enigma. Y como aquel orador, que solo podía emitir sonidos incomprensibles de su garganta, Borges resolvió el enigma: Shakespeare, Shakespeare, Shakespeare...”. ¿Qué más podía decirse?

Fuente : La Prensa Gráfica  – El Salvador
10 de Diciembre de 2013


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