sábado, 2 de agosto de 2014

Borges y los Kenningar de la poesía de Islandia



Escena de la mitología vikinga

¿Qué es Poesía? Cuántas veces se ha definido como sinónimo de magia, misterio, encantamiento. Si Pitágoras estableció el par de opuestos limitado-ilimitado; y el mismo Anaximandro, otro de los llamados filósofos presocráticos, enseña que el apeiron (lo indefinido, lo ilimitado) es principio (arkhé), causa, fin e indefinible esencia, bien podríamos afirmar que si lo limitado y racional es lo prosaico, su opuesto, lo poético, sería lo maravilloso, lo admirable, el milagro por tanto, el mundo de la imaginación que sostiene y da sentido a lo que llamamos “realidad”, lo prosaico y cotidiano. 

La sabiduría tolteca de Castaneda llama tonal a lo prosaico y nahual a lo poético y mágico. La poesía nos arrancaría de un mundo estático, sin sentido, donde todo tiene un valor relativo, más o menos gris; y nos llevaría, en la magia de sus versos donde todo en la naturaleza está entrelazado; a un reino en que la metáfora, la alegoría –y no sólo ellas, sino todas las llamadas figuras del lenguaje y el pensamiento- son reales y tienen vida propia. Un mundo en que cada acontecimiento en la naturaleza es símbolo de una verdad inefable. La poesía es “creación” (poiesis), cristalización alquímica de verdades que imperiosamente quieren expresarse y el poeta es el medium de esta voluntad que hace nacer desde el misterio estas flores de la vida interna que son los poemas. En la poesía las asociaciones de imágenes, de símbolos y de palabras evocan siempre en su musicalidad, ritmo y significado como un rocío del cielo, un alma escondida que llega así hasta nuestra razón.

El escritor argentino Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges incluye un artículo en su Historia de la Eternidad dedicado a las kenningar o “menciones enigmáticas de la poesía de Islandia. Cundieron hacia el año 100: tiempo en que los thulir o rapsodas repetidores anónimos fueron desposeídos por los escaldos, poetas de intención personal.” Borges explica que se trata de perífrasis metafóricas, asociaciones de imágenes donde, por ejemplo, la “tempestad de las espadas” nombra a la batalla y la “pradera de la gaviota” al mar. La mayor parte de ellas es tan artificiosa que pierde a veces su encanto, sobre todo al traducirlas a lenguas como el español o el portugués. Pero es necesario reconocer –y admirar- la belleza de las imágenes y profundidad de significados en algunas de ellas. No son muy diferentes –sigo a Borges- a las perífrasis que abundan en la “literatura arcaica” ya sea en la Ilíada o en el Beowulf. Destaquemos algunas de estas “flores retóricas” que agitan vivamente nuestra imaginación:

La nave vikinga es llamada “halcón de la ribera” o “caballo que corre por los arrecifes”, o “el lobo de las mareas”

Los escudos son “la luna de los piratas” y sus lanzas “serpientes”. La “Voluntad de los Hierros” es la “Voluntad de los Dioses”.

Un pueblo tan guerrero como el que concibió estas metáforas considera la batalla como “la asamblea y la tempestad de las espadas”, el “vuelo y la canción de las lanzas”, la “fiesta de los vikingos”, la “lluvia de los escudos rojos”. Y también como “el encuentro de las fuentes” porque es en la batalla, enfrentando la muerte y saliendo del miedo que nos aprisiona como volvemos a “las fuentes”, a la raíz de nosotros mismos, al mundo mágico y misterioso en que los dioses gestan al mundo, éste que el filósofo Heráclito llamó “de la armonía de los opuestos”, la “tensión entre el arco y la cuerda” el silencio y tensión interior en que nace todo aquello que es válido y creativo, poético, por tanto. Lo prosaico es por el contrario, la repetición ineficaz, la falta de conciencia, el miedo e inercia, que se manifiestan como “paz y comodidad a cualquier precio”.

La batalla es también llamada “fiesta de las águilas” por el misterioso vínculo entre el valor y la voluntad, que rigen la batalla; y el águila, eterno símbolo del espíritu universal. El Águila simboliza el poder del espíritu sobre la materia, poder que la ordena y dignifica y que los romanos llamaron “imperium”, mando o fuerza que da y mantiene la unidad del conjunto y que podemos asociarlo tanto a la voluntad como a la ley. Ya en textos medievales, por ejemplo en las hagiografías del 800 d. C., Dios es la “alegría de los guerreros” y en la Balada de Brunnanburth, del 900, la batalla es el “crujido de las banderas” y el “encuentro de los hombres”.

Estos kenningar llaman a la cabeza “castillo” del cuerpo, aunque quizás la palabra más exacta sea fortaleza en las alturas; tal y como Platón la llama también “la Acrópolis del cuerpo humano”, pues es ahí donde se toman las decisiones y se dan las directrices de acción.

La espada es el “dragón”, el “pez de la batalla” el “remo de la sangre”, la “vara de la ira”, “el lobo de las heridas” y el “hielo de la pelea”, asociaciones sugerentes y muy vivaces todas ellas. Kenningar de gran semejanza a las de Beowulf, donde se llama a la espada “la luz de la batalla” y el “compañero de la pelea”.

El pecho es la “casa del aliento” y “la nave del corazón”, el viento es el “hermano del fuego” y el “lobo de los cordajes”, imagen de gran belleza.
Analicemos los significados simbólicos y aún esotéricos de algunas de ellas:

La plata es llamada “el rocío de la balanza”, y recordemos la relación que la filosofía hermética establecía entre la plata, la luna, la balanza y el discernimiento. La luna es llamada la hija de Saturno y rige el equilibrio entre lo material y lo espiritual, así como en la astronomía ptolemaica la órbita lunar era el umbral, la balanza que separaba los orbes celestes de los cuatro elementos (tierra, aire agua y fuego), el llamado mundo sublunar donde los seres nacen, viven, mueren y se corrompen. Para la alquimia la plata es formada en las entrañas de la tierra debida a los invisibles efluvios de la luna.

La lengua es “la espada de la boca”, por su capacidad de inspirar, guiar y también destruir, imagen poética usada también por Shakespeare y un hecho comprobado de psicología humana. Pero también es “el remo de la boca” pues del mismo modo que los remos permiten que la nave avance en medio de las aguas, la lengua, metonimia de la “voz humana” permite, según la sabiduría hermética egipcia, “crear” y “avanzar” en lo invisible, y conducir la nave de nuestra existencia en medio de las aguas de la vida.

El rey es “el señor de los anillos” porque une lealtades simbolizadas en la magia de estos mismos anillos: que por no tener principio ni fin representan la esencia de las cosas. El anillo, en la antigüedad era símbolo de poder (de poder, más que de estatus), del don de gobierno, y el rey era, por tanto, “el señor de los anillos”. Es con este sentido que se le llama, también, “el distribuidor de riquezas” o, más genuinamente kshatriya, el que “distribuye espadas”.

Uno de los más bellos kenningar, de los más imbuidos en la magia y el misterio, es el que llama al Sol, “el herrero de las canciones”. Pues el Sol es la “fragua” donde surge, impetuosamente, toda la “música de la naturaleza”. Y si entendemos -como un buen poeta haría- las “canciones” como los “arquetipos” que rigen el Anima Mundi; es, según Platón el Sol Inteligible, Alma del Sol o Logos quien las da vida y las forja. El Alma del Sol es la Idea del Bien, fuente y raíz de todas las demás Ideas divinas. Del mismo modo Apolo (el “sin polos”, la Unidad) es el que conduce a las Musas (Apolo Musageta), y es por tanto, la clave de la armonía de nuestro Cosmos. El Sol es también quien rige el movimiento de los planetas, que en el ritmo de sus circunvoluciones “cantan” lo que la filosofía pitagórica llamó “música de las esferas”.

También en la India védica, el dios Vishvakarman es el “herrero o carpintero divino” que forja las armas mágicas de los Dioses, el Logos que da su Alma y Esplendor al Sol y a toda la Naturaleza, el Yo Universal (Atman) con el que se identifica el yogui en sus místicas meditaciones, la Gran Víctima que da vida y música a la naturaleza con su sacrificio. Y, por tanto, “el herrero de las canciones”.

José Carlos Fernández

Fuente : José Carlos Fernández.com


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