Conferencia del escritor chileno Omar Pérez Santiago en la
Biblioteca Nacional de Chile. Es autor de los libros La Novia de Borges,
Allende, el retorno y Nefilim en Alhué, entre otros
El Evangelio según San Borges
Omar Pérez Santiago,
Junio 2006.
Me levanto muy temprano y voy al encuentro con Jorge Luis
Borges.
Participo de una reunión de trabajo de la OMS en Ginebra.
Pero esta mañana de invierno salgo del Hotel Cornavin decidido a encontrarme
con Jorge Luis Borges, el maestro.
La nieve le otorga una azulina claridad a esta ciudad, a
esta hermosa ciudad. Cruzo el río Ródano y me introduzco en la ciudad vieja por
Rue de la Sinagoga. Ingreso al Cimetière des Rois, el panteón de Ginebra. El
cementerio es austero, a estos muertos les ofende el lujo y la apariencia. En
la entrada hay una capilla y en la muralla, un mapa. Camino a la zona D y llego
a la tumba 735. La piedra recubierta de hielo dice: Jorge Luis Borges. Debajo
de un relieve de unos guerreros vikingos la frase “…and ne forhtedon nà” —”…no
tener miedo”—, y, más abajo: (1899-1986).
No sé que hacer.
Doy una vuelta alrededor de la piedra. Allí se lee la frase
de la Völsunga Saga: “Hann tekur sverðið Gram og leggur í meðal þeirra bert”
—”Él tomó su espada, Gram, y colocó el metal desnudo entre los dos”.
Hay un grabado de una nave vikinga, y bajo ésta una tercera
inscripción: “De Ulrica a Javier Otálora”.
De pronto, siento un aliento.
En este mismo cementerio, unos pasos más allá, están los restos
de Juan Calvino. Me surge una intuición. Borges fue un calvinista. Su estética
es calvinista.
¿Y su fe, cuál era la fe de Borges?
Borges llegó por primera vez a Ginebra el 24 de abril de
1914 y la ciudad tenía 130 mil habitantes. Hasta el 6 de junio de 1918 vivió
aquí con sus padres, su hermana y su abuela materna —en la Vieille cité, en la
actual Ferdinand Doler número 9, cerca de la iglesia ortodoxa rusa.
Entonces Borges tenía 15 años, la edad única de formación
intelectual y de una fe. Borges no era feliz. “Yo era entonces un joven
desdichado”.
Su padre lo envió a ver una puta en la calle Dufour. No pudo
realizar el acto. Era joven y no era feliz. Su hermana Norah ha recordado que
Borges estaba muy triste y volvía por las noches llorando a casa. Esta desdicha
la convertiría Borges con el tiempo en una pose literaria:
“He cometido el
peor de los pecados
que un hombre
puede cometer. No he sido
feliz” (El
remordimiento).
El joven desdichado hace el bachillerato en el College
Calvin, un liceo inaugurado en 1559 por Juan Calvino. Borges entra a la clase
del profesor H. de Ziegler, el segundo año lo hace con de Patois y el tercer
año con Juvet. Son cuarenta alumnos, más de la mitad eran extranjeros. Varios
de sus compañeros y amigos eran judíos.
¿Qué se podría haber estudiado allí en el College Calvin?
Conjeturo: una fe.
Borges, el bilingüe, se hace multilingüe. Lee allí lo que
muchos jóvenes aún hoy leen como primeras lecturas: los simbolistas franceses
(Verlaine, Rimbau, Mallarme), la poesía de Walt Whitman (en una traducción
alemana en un anuario expresionista) y la filosofía de Schopenhauer. Borges no
puede sustraerse a la influencia de la revolución rusa del 17 y escribe sus
poemas Los salmos rojos (“La trinchera que avanza / es en la estepa / un barco
al abordaje / con gallardetes de hurras”).
Borges leyó la Biblia en la traducción de Lutero, que
“contribuye a la belleza” y aprendió de Calvino su gusto por la sencillez.
Obviamente, qué duda cabe, Borges aprendió en el liceo a
parafrasear como su actual vecino, Calvino: corto, irónico, cortés, elusivo. El
decoro de los calvinistas. Puntillistas. Calvino se dirigía a la gente culta.
Su estilo de escritura es clásico. Razona sobre los sistemas, utiliza la
lógica. Calvino amaba el retraimiento. Era breve.
Qué duda cabe, ¿verdad? Borges se educa en el recato de los
calvinistas. Austeros. Les ofende el lujo y la apariencia. Calvino había roto
con los santos, las devociones y las supersticiones. Calzaba bien con Borges,
con su pudor, su sentido del ridículo y su dignidad.
Juan Calvino buscó encontrarse a sí mismo: “Casi toda la
suma de nuestra sabiduría, que de veras se debe tener por verdadera y sólida
sabiduría, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre
debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo” (Religión
Cristiana, Libro Primero).
Borges creyó lo mismo: “Le doy vueltas a una idea: la idea
de que, a pesar de que la vida de un hombre se componga de miles y miles de
momentos y días, esos muchos instantes y esos muchos días pueden ser reducidos
a uno: el momento en que un hombre averigua quién es, cuando se ve cara a cara
consigo mismo” (Credo de poeta, Arte Poética).
Extraer de sí mismo a sí mismo. Un nacimiento interior. Una
proyección de Dios. O del Espíritu. O del destino (que tal vez es lo mismo,
diría el mismo Borges). La palabra —ha dicho el poeta— viene dada. Uno descubre
su voz natural, su ritmo. Uno, finalmente, transmite un sueño. Sus historias
deberían ser leídas como se leen las historias bíblicas, “como las fábulas de
Teseo o Ahuasero”, al fin, como un evangelio no canónico.
Esta es la conclusión, que recibo esta mañana fría frente a
su tumba: Borges era gnóstico, creía en el proceso intuitivo de conocerse a sí
mismo. Los gnósticos —se había olvidado esto— son cristianos eruditos y
carismáticos. En la época paleocristiana —entre los siglos I al IV— había tres
corrientes del cristianismo, la cetrino-paulina, la judeocristiana y la
gnóstica.
Los “evangelios gnósticos” —el Evangelio de Tomás, el
Evangelio de Felipe, el Apocrifón de Juan, el Evangelio de la Verdad, el
Evangelio de los Egipcios, el Evangelio de Judas, el libro secreto de Jaime, el
Apocalipsis de Pablo, la Carta de Pedro a Felipe y el Apocalipsis de Pedro—
habían permanecido ignorados.
Existen muchos antecedentes en la obra de Borges de su
relación con el gnosticismo. Y quizás una parte de esa influencia haya estado
en Ginebra, donde había una fuerte corriente gnóstica y que, quizás por la
influencia anarquista de su padre, haya tenido acceso.
En 1944 se publicó Ficciones de Borges. El libro incluía
ocho cuentos ya reunidos antes en El jardín de senderos que se bifurcan (1941)
y agregaba otros seis nuevos, bajo el encabezamiento Artificios.
En el cuento La forma de la espada, el protagonista narra la
historia de una traición como si él fuera la víctima y no el traidor. En El
tema del traidor y la muerte, el primero se convierte en el segundo, en una
trueque de roles. En el cuento Tres versiones de Judas, el sueco Nils Runeberg,
interpreta la naturaleza del sacrificio de Cristo. Su tercera conclusión es que
Dios no se encarnó en Jesús cuando asumió la condición humana, sino que Dios
totalmente se hizo hombre en Judas.
Años después, en 1975, Borges publica El libro de arena. Y
su cuento La secta de los Treinta puede leerse como un adjunto de Tres
versiones de Judas. Aquí habla sobre la voluntariedad del sacrificio de Jesús y
de Judas. En la tragedia de la Cruz sólo hubo dos voluntarios: el Redentor y
Judas.
Por otro lado y del mismo modo a Borges le preocupa la
belleza. Calvino admiraba a los celtas por razones políticas, religiosas y
estéticas. Borges aprendió de Calvino que las traducciones literales tenían
exotismo, y por eso, belleza. Borges afirma que las bellas traducciones
literales surgen con las traducciones de la Biblia. Principalmente, cita Borges
a la Biblia inglesa, la Biblia de su abuela protestante, donde él aprendió a
leer.
Calvino admiraba a la literatura gaélica por la calidad
estética de la traducción de la Biblia.
La literatura gaélica era un orden de los celtas. Viene del
alfabeto ogham y tiene base rúnica.
La literatura gaélica está asociada a la religión culta y a
la lectura de la Biblia.
Así Borges llegó a la idea germana: unos hombres sometidos a
la lealtad, al valor y a una varonil sumisión al destino. Por esa vía, Borges
se topó con la literatura escandinava, las runas y las sagas islandesas. Una
runa era una manifestación divina. 46 años después, Borges, junto a la bella
María Esther Vázquez, completaría su viaje cuando publica Literaturas
germánicas medievales, y escribiría su popular sentencia: “De las literaturas
germánicas medievales la más compleja y rica es incomparablemente la
escandinava”.
Cuando su mujer, María Kodama, en sus últimos días aquí en
Ginebra, le preguntó si le llamaba a un sacerdote, Borges contestó que le
trajera dos: un católico y un protestante.
Antes de morir el poeta rezó el Padre Nuestro.
En Ginebra, el día 14 de junio de 1986, oficiaron los ritos
funerarios de un gnóstico, un sacerdote católico, Pierre Jacquet y un pastor
protestante, Edouard de Montmollin, que aclaró la importancia de la fe
metodista de la abuela de Borges. El pastor leyó el primer capítulo del
evangelio según San Juan. Leyó, como si fueran textos sagrados, como si fueran
textos del Evangelio según Borges, la parábola El palacio y el poema Los
conjurados, un homenaje a Ginebra, un homenaje a la tolerancia:
“Se trata de
hombres de diversas estirpes, que profesan
diversas
religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la
extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto
olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades”.
En el funeral de Borges María Kodama estaba vestida de
blanco, y las rosas, también blancas, sobre el féretro. Ese día de junio, en la
Catedral de Saint Pierre, una iglesia gótica donde Calvino proclamó su fe
cismática, fue velado el poeta. Desde la catedral por una sola callejuela en
bajada se llega, por la rue de la Sinagoga, al Cimetière des Rois.
Este es el Panteón de Ginebra.
Aquí está Calvino.
Aquí está Borges.
Y aquí estoy yo, humildemente, en esta ciudad fría, fría y
bella y de luz azulina, para rendir respeto al maestro.
Fuente : Radio del Mar
- Chile