domingo, 26 de noviembre de 2017

Atesora recuerdos del Borges más sencillo




Por Juan Carlos Diez

Por el gran ventanal desde donde se ve una estatua de lo que fue el Hotel La Delicia, Coca se asoma a sus recuerdos. Por sus lozanos 87 años se suceden los paisajes de Adrogué cuando era un pueblo de quintas y calmas noches estivales. Por esas calles caminaba un hombre de mirada perdida que amaba este lugar y sus eucaliptos, tanto como los libros y los poemas que escribía con caligrafía minúscula. Ese hombre era Borges.

María Magdalena Carmen Pilar Pagés, “Coca” para todos y abuela de los actores Dolores y Tomás Fonzi, conoció al escritor cuando ella era una adolescente de catorce años. Y mantuvo con él una amistad que duró toda la vida. “Leonor Acevedo, la madre de Borges, era íntima amiga de mi mamá, Dolores Isern, concertista de piano. Ellos vivían todo el verano en el Hotel La Delicia, así lo llamábamos todos, antes de comprar el chalet de ladrillos rojos y tejas coloradas. Cuando caminábamos siempre me decía: '¡Este Adrogué que quiero tanto!'. Si lo habré acompañado a pasear por acá...”, sonríe.

El Hotel La Delicia, que abarcaba una manzana, fue luego la quinta La Rosalinda de la calle Macías y el chalet aún se conserva en Diagonal Brown 301. “Así es mi recuerdo de Adrogué: las quintas, los coches en la plaza, las largas verjas, lo fácil que era perderse. Mis padres salían a caminar de noche y se perdían, lo que era fácil dado el trazado irregular de las calles, calles que convergen y divergen en el silencio del pueblo. Todas las quintas oscuras, dormidas y luego, quizá, en alguna esquina, el rasguido de una guitarra”, relataba Borges. En cuentos como “La forma de la espada”, “La muerte yla brújula” y en “25 de agosto de 1983”, el escritor evocaba el lugar. Lo mismo ocurre con segmentos de “El jardín de los senderos que se bifurcan”, de su libro “Ficciones”.  Y en 1977 publicó su libro “Adrogué” con ilustraciones de su hermana Norah.  

Coca, elegante y de voz profunda, tiene en su casa de frente a la Municipalidad, una gran biblioteca en tres paredes. “Desayuno con mis amados libros. A Borges me gustaba leerlo aunque le confieso que me costaba entenderlo. A veces me daba a leer dos páginas. Yo era muy amiga de Norah, que era bonita y encantadora y hablaba muy suave. Un día me llevó a su atelier y me dijo: ‘Elegí el cuadro que quieras’. Y me lo regaló en prueba de nuestra amistad. Es el cuadro que usted ve ahí, arriba del piano”.

–¿Cómo era Borges?

–Era muy sencillo, ameno. Nunca hacía alarde. Nos decía que tenía que viajar a distintos lugares del mundo para recibir un premio, pero naturalmente. A veces parecía ausente: era porque no escuchaba bien. Era apegado a su madre.

–Su amistad con ellos perduró.

-Siempre. El ya de grande venía a veranear a acá con Leonor. Yo también los iba avisitar a su departamento de la calle Maipú, en Capital. Me acuerdo de una vez que me hizo elegirle una corbata para que le combinara con el traje. Era un hombre llano, aunque había que despabilarse bastante para seguirlo. Mi marido, Enrique Cárrega, que era juez, lo llamaba siempre a su amigo, el escritor Enrique Peltzer, cuando Borges venía a almorzar a mi casa de Adrogué.

–¿Y cómo era Leonor, su madre?

–Era un encanto, en todo sentido. Mi madre era la única amiga a la que ella recibía cuando estaba enferma. Los Borges eran una familia más de las que veraneaban en Las Delicias, hasta que nos hicimos amigos.

A Coca le gusta caminar por el barrio y tomar el te todas las tardes con sus cuatro amigas en la confitería Lola. “En cualquier parte del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptus, estoy en Adrogué”, escribió Borges. Coca vuelve a sus recuerdos al ver las fotos del escritor con el que caminaba por estas calles. Y en su sonrisa se adivina el perfume de aquel pueblo de quintas donde era fácil perderse.

Fuente : Clarin



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