domingo, 5 de abril de 2020

FREUD, BORGES Y EL SECRETO




 Carme García Gomila

En este artículo, como ya se apunta en el título, se hablará del Secreto. Recomiendo a quienes no hayan leído el relato de Borges (1992) La Secta del Fénix o habiéndolo leído desconozcan el enigma que contiene, que tienen la opción de leerlo o releerlo ahora mismo disfrutando de la intriga y el desconcierto que produce el encuentro con este texto, ya que advierto que a partir del siguiente párrafo desvelaré la clave que permite una segunda lectura más interesante, rica y divertida del relato, pues a fin de cuentas todos ustedes, como yo misma, somos Hombres del Secreto. Pueden encontrarlo en 

En el prólogo de Artificios (1944), donde está recogido el relato del que tratamos, Borges declara: “En la alegoría del Fénix me impuse el problema de sugerir un hecho común -el Secreto- de una manera vacilante y gradual que resultara, al fin, inequívoca; no sé hasta dónde la fortuna me ha acompañado.” Realmente es tal el talento en ocultar el Secreto que esa manera que él llamaba inequívoca resultó equívoca o al menos esquiva para todos, aunque quizá la poca fortuna que le acompañó para que fuera inequívoca constituye, a mi parecer, uno de los valores del relato, al dotarlo de un enigma que crea cierta inquietud y despierta la curiosidad. En mi caso, en la primera lectura me pasó casi desapercibido el cuento entre las soberbias propuestas de los otros relatos contenidos en Artificios y por la voracidad lectora de la juventud, y atribuí a mi ignorancia no saber desvelar entre las pistas propuestas la clave para dar sentido al texto. Muchos años después, mi profesor de taller literario, Gustavo Crespo, argentino como Borges, me hizo partícipe de la clave para entender, y desde luego para disfrutar de nuevo, La Secta del Fénix. Pero no me pregunté cómo era que él la sabía, cómo era que estaba en el Secreto. Sencillamente le creí y con la relectura del texto vi que encajaba perfectamente con el enigma que se proponía el autor. Sin más dilación, desvelo la clave: el Secreto a que alude Borges no es ni más ni menos que la sexualidad humana.

Hace poco, tuve la ocasión de asistir a una excelente clase magistral de Mariela Michelena, en la que divulgaba con gran claridad, amenidad y pedagogía su trabajo publicado en el libro Saber y no saber. Curiosidad Sexual Infantil (2006), cuya lectura recomiendo no sólo a aquellos que nos dedicamos al noble arte de reparar la salud mental, sino a todos aquellos a quienes les interesa la vida humana.  Pues bien, en el descanso de la conferencia hablé con ella, y le comenté que me había hecho pensar en el relato de Borges La Secta del Fénix. A lo cual respondió entusiasmada: “¡hablo de él en el libro!”. Y así, al leerlo me enteré de que la manera inequívoca a la que aludía Borges no era inequívoca, sino totalmente hermética, ya que no se había podido dilucidar el Secreto a partir del texto. Dice Michelena: “Los estudiosos de la obra de Borges se preguntaron durante años sobre la misteriosa Secta del Fénix y su Secreto. Proliferaron diferentes versiones. La más difundida supone que La Secta del Fénix es una metáfora de la ‘literatura misma que a pesar de los muchos pronósticos sobre su muerte, se niega a desaparecer’ (De Costa, 1999). Sin embargo, un periodista curioso y deseoso de descubrir la verdad de El Secreto, se atrevió a preguntar directamente a Borges en qué consistía el rito de la secta y éste le respondió, al oído, que se trataba de ‘lo que el marido sabe, gracias al acto de engendrar’”. Es cierto que Borges había dado en el texto alguna pista para dilucidarlo: “Los materiales son el corcho, la cera o la goma arábiga”, en clara referencia a antiguos métodos anticonceptivos, pero ello debió pasar desapercibido a los estudiosos que quizá como los niños querían a la vez saber y no saber.

Vamos a suponer que un hombre de tan vasta cultura como Borges conocía la obra de Freud. Vamos a suponer que de forma consciente o inconsciente tomara como punto de partida algunos de los conocimientos psicoanalíticos para inspirarse en la escritura del relato que nos ocupa. Pero también podemos suponer que por ser un Hombre del Secreto podía saber de qué iba la cosa. Pero cuando acaba el relato concluyendo con la frase: “Alguien no ha vacilado en afirmar que ya es instintivo”. ¿Se refería con ese “alguien” quizá a Freud? A mí me gusta pensar que sí, aunque también pudiera ser que no, y que la imaginación juguetona de Borges junto con su erudición inmensa le hubieran permitido un acercamiento tan acertado al tema de la sexualidad humana. Lo que sí sabemos es que Freud no pudo leer a Borges, pero me gusta imaginar que, juntos, hubieran pasado buenos ratos hablando del Secreto. Pero, ¿y Freud? Su actitud frente a la sexualidad humana fue totalmente contraria a la de Borges. Freud no quiso ser sugerente, vacilante y gradual, ni usar alegorías ni subterfugios; por contra, se dedicó al estudio de la sexualidad humana y a su divulgación, con prudencia y valentía a la vez, intentando que el Secreto dejara de serlo, en tiempos donde precisamente esta tarea no era fácil. Esa es sencillamente la diferencia entre este literato y este científico.

En los Tres ensayos de teoría sexual (Freud, 1905), sobre todo en el segundo, cuando habla de la sexualidad infantil podemos entrever el origen del Secreto. Cada uno descubre a través de las sensaciones en el propio cuerpo la sexualidad y cada uno la inventa en su mente, es decir da significado a esta experiencia y la guarda como un secreto. Más adelante, a pesar de, o gracias a la amnesia infantil, los conocimientos que pueda adquirir con posterioridad el sujeto sobre el tema, el secreto descubrimiento a la vez que invento de cada uno, matizará o determinará la expresión de su sexualidad adulta. Borges dice, “… se transmite de generación en generación, pero el uso no quiere que las madres lo enseñen a los hijos, ni tampoco los sacerdotes; la iniciación en el misterio es tarea de los individuos más bajos. Un esclavo, un leproso o un pordiosero hacen de mistagogos. También un niño puede instruir a otro niño”. Aquí bien pudiera decirse que Borges conocía los descubrimientos de Freud sobre sexualidad infantil.  Freud, en su Prólogo a la cuarta edición de Los tres ensayos de teoría sexual nos dice: “Si los hombres supieran aprender de la observación directa de los niños, estos tres ensayos podrían no haberse escrito”. Dice Freud más adelante en el mismo prólogo: “…una parte del contenido de este trabajo, a saber, su insistencia en la importancia de la vida sexual para todas las actividades humanas y su intento de ampliar el concepto de sexualidad, constituyó desde siempre el motivo más fuerte de resistencia al psicoanálisis.” Lo curioso es el acierto de Borges sobre la transmisión del Secreto, ya que a pesar de que tanto Freud como pionero, y muchos otros científicos después siguen divulgando seriamente detalles cada vez más finos del Secreto, la enseñanza y divulgación sigue en manos de niños, esclavos, leprosos o pordioseros. Al decir de Borges, “es tarea de los individuos más bajos”. La divulgación del Secreto no admite expertos. Me explicaré. En mi opinión, a pesar de los esfuerzos en llevar a las aulas la formación sentimental y sexual, a pesar de la mayor confianza en las familias en hablar del tema, hoy internet con sus redes sociales y sus webs y las televisiones con sus supuestos programas de divulgación y entretenimiento son los auténticos mistagogos de la educación emocional y sexual de las nuevas generaciones.  ¿No será que esas formas vulgares conectan mejor con los descubrimientos de los pequeños perversos polimorfos de los que nos hablaba Freud? Pienso que sí. Freud hablaría hoy de las mismas resistencias al psicoanálisis. Michelena lo describe bien ya en el título de su libro: saber y no saber. Y no podemos negar que las formas más vulgares, casi obscenas de formación son más adecuadas para confirmar las teorías sexuales infantiles, para poder permanecer en las propias fantasías sexuales de cada uno, en la propia invención. La diferencia fundamental entre otras épocas de la historia y la actual es, a mi parecer, que esta situación crea una paradoja. Con la divulgación masiva, casi diría que obligatoria de temas sexuales, parece que ha desaparecido la sensación de secreto, incluso la necesidad de privacidad, pero en realidad sencillamente se ha banalizado, por no decir que se ha profanado perdiendo la sensación de misterio y ocultando, de tanto hablar de él, la posibilidad de explorar de verdad la complejidad de la sexualidad humana y establecer un diálogo con los propios sentimientos. Ahora parece que ya todo se sabe y que además lo sabe todo el mundo, y que debe proclamarse la práctica del Secreto, siendo esta proclamación un nuevo dogma que oculta en vez de mostrar.

Freud pensaba que la liberación de la intensa represión sexual de la era victoriana contribuiría a una mejora en la salud mental de los individuos. Pero el ser humano es complejo y esquivo, y ahora nos hemos ido al otro extremo. La sexualidad ha pasado de estar prohibida a ser casi obligatoria, lo que genera otro tipo de malestares que a menudo contemplamos en nuestras consultas. Y si bien antes era el lascivo o el concupiscente el que estaba mal visto, ahora lo es el cauto, austero o selectivo en cuanto a la calidad de la práctica del Rito el que se ve ridiculizado o criticado. ¿Y cómo puede ser de otra manera? Borges y Freud lo dicen: la sexualidad humana está mechada de amor y de odio, de generosidad y violencia y de esto no nos libramos. Cambian las formas pero la esencia permanece. Y quizá así debe ser, pues sin el placer que proporciona la práctica del Rito la especie se habría extinguido y una de las cosas más placenteras que hay es sentirse partícipe de un Secreto y a la vez sentirse inventor del mismo, hasta el punto de negar que ya había sido inventado antes de nuestro nacimiento, hasta el punto de negar incluso que este nacimiento es precisamente una prueba irrefutable de que la invención del Secreto nos precedió. Por ello, larga vida a La Secta del Fénix, que con sus múltiples formas y maneras asegura nuestra permanencia en la Tierra.


Referencias bibliográficas

Borges, J.L. (1944), La Secta del Fénix, en Artificios, Obras completas,  II, Barcelona, Círculo de Lectores, 1992, pp. 114-116.

Freud, S. (1905), Tres ensayos de teoría sexual, en Obras completas, VII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1996.

Michelena, M. (2006), Saber y no saber. Curiosidad Sexual Infantil, Madrid, Editorial Síntesis.


Carme García Gomila
Médico. Psicoanalista SEP-IPA


Fuente: Temas de Psicoanálisis



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