sábado, 16 de julio de 2022

Cuando Borges conoció a Jünger


             Fotografía: cortesía Ricardo Bada

 Ricardo Bada

Octubre 5, 2021

 

En esta pequeña crónica literaria, el autor recuerda la tarde en la que atestiguó el encuentro entre dos de los escritores más originales del siglo XX: Ernst Jünger y Jorge Luis Borges.

 

Bonn → Colonia

 

En 1982, al menos en Alemania, se sabía que el Nobel de Literatura de ese año iba a ser otorgado a un latinoamericano. Así es que Octavio Paz y Mario Vargas Llosa acudieron invitados a Berlín, al gran Festival Horizontes, en calidad de estrellas. Y meses más tarde, a través del Ministerio de Asuntos Exteriores, todavía en Bonn, sería invitado Borges.

 

Tuve conocimiento de ello gracias a una llamada del área de Protocolo de dicho Ministerio a mi redacción en la Radio Deutsche Welle. La dama que me llamó tuvo a bien explicarme que al preguntársele a Borges si tenía algún interés especial, para planificarlo en el cronograma del viaje, Borges —como un personaje de los cuentos de la hermanos Grimm— expresó dos deseos, que fueron, según la dama: “Conocer en persona a Ernst Jünger y ver la casa natal de Heine”. “Palparla, mejor”, aduje. “Perdón, ¿cómo dice?”, preguntó algo alarmada mi interlocutora. “Digo que querrá palparla, olerla, porque verla no podrá”, respondí, y añadí more diplomático, antes de que la dama se desmayase: “Como usted debe saber, Borges es ciego”. A eso siguió un “¡Oh!” que me lo dejó en claro: en el área Protocolo del Auswärtiges Amt no sabían que Borges era ciego.

 

Pero aquella valerosa dama se repuso en cuestión de millonésimas de segundo. Me explicó el motivo de su llamada, y era que habían pensado en un intérprete especial para ese encuentro de Jünger con Borges, y que las varias instancias consultadas apuntaban todas a mi nombre. Era un tentación casi mayor que la habitante del piso de arriba en The Seven Year Itch, pero argüí en voz alta —mientras lo iba pensando— que el intérprete que acompañaría a Borges durante el resto del viaje se sentiría herido en su amor propio y preterido sin remisión. En consecuencia solicité que le consultaran. Algo mohina, la dama protocolar me dio las gracias y colgó. Y en efecto, a pesar de su amistad conmigo (éramos amigos desde hacía algún tiempo), a Ernesto Garzón, el intérprete contratado para la visita de Borges, no le parecía bien que tan luego se le diese de lado en ese encuentro, ya intuido como el momento estelar del cronograma.

 

Para no dar su brazo a torcer, y con alguna cola de paja (mala conciencia, en el argot ríoplatense), el área Protocolo me propuso a través de la misma dama que asistiese de todos modos al encuentro, para documentar como periodista un acontecimiento intelectual de tanta importancia. Argüí entonces, abogado del diablo contra mis propios deseos, que Jünger no soportaba a los periodistas, que apenas había concedido media docena de entrevistas en toda su larga vida. Pero los alemanes son tenaces, llamaron a Jünger y le expusieron la situación. Jünger respondió que si Borges no veía inconveniente, él tampoco. Por dicha para mí, Borges se mostró de acuerdo con que un periodista estuviese presente en ese encuentro. En menos de una hora, el área Protocolo consiguió desatar el nudo gordiano. Lo que no sé es a costa de cuántos sonrojos de la dama y sus adláteres

 

Stuttgart: en el hotel

 

El 27 de octubre de ese año 1982, un miércoles, salí de Heidelberg con Víctor Canicio, camino de Stuttgart. Yo había programado previamente una cita con Borges en su hotel. María Kodama nos metía prisa porque estaban no menos de tres colegas alemanes esperando para entrevistar también al autor de Historia universal de la infamia. Al final, desesperada, María Kodama nos tuvo que echar. Borges estaba de lo más entretenido hablando español, recitando a Antonio Machado y calificando de estúpidos a los militares argentinos, y Canicio le divertía todavía más inventando frases de Borges. Recién cuando sintió que por fin teníamos que dejar el puesto a los colegas alemanes, nos pidió que fuésemos al comedor y le encargásemos ya un plato de arroz cocido. No pasó ni un cuarto de hora y allá llegó, había despachado por la vía rápida a la prensa alemana. Uno de mis colegas debía ser muy tímido, me dice Borges, no me preguntó nada. Y volvió a recitar a Machado, un verso que le encantaba: “y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”. Tras el almuerzo, Borges, Kodama y el intérprete, Garzón, partieron los primeros en dirección a Wilflingen, donde residía Jünger. Nosotros les seguimos una hora más tarde.

 

Wilflingen: la casa del guardabosques

 

Desde 1959 Jünger vivía en la que fuera casa del guardabosques mayor de los Von Stauffenberg, familia unida de modo indisoluble al fallido atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944. Una casa de dos pisos y con amplia mansarda, trece ventanas grandes en la fachada principal (siete en el primer piso, seis en la planta baja) y una entrada con doble escalera de acceso. Salió a recibirnos su segunda esposa, la Dra. Liselotte Jünger, y nos hizo pasar al despacho de su marido, sonriente y toda una anfitriona, aunque se notaba a la legua que los periodistas eran una especie rara entre esas cuatro paredes. “¡Ah, llegó la prensa!”, fue su saludo.

 

Al poco nos invitó a entrar en el gran salón, con sus paredes cubiertas de armarios atestados de libros primorosamente encuadernados, sillones de cuero, alfombra espesa. La acogida de Jünger no puede ser más cordial ni más caballerosa: se sabe sometido al ritual de un encuentro de este calibre, y contento de que sea en un círculo tan reducido. Garzón me asegura que casi no ha tenido que mediar en el diálogo entre los dos grandes hombres, que se han entendido a su manera. La conversación fluye sin trabas pese al magnetofón conectado, pese a la discreta pero incesante actividad fotográfica de Kodama y Canicio.

 

Le pregunto a Jünger qué conoce de la literatura latinoamericana, y me dice: “Noto que no puedo responder a su pregunta. He tenido poco tiempo para ocuparme de la moderna literatura en español, lo que no es una excepción porque en general no conozco nada de la literatura moderna. Lamento no haber aprendido español porque entonces hubiera leído a Cervantes, Quevedo y Borges en el original. Pero sí que he hecho alguna excepción por lo que se refiere a la literatura en lengua española, y específicamente la latinoamericana, por ejemplo la del señor Boryés [sic]. Para mí es una alegría muy especial y un gran honor recibirlo como huésped en Wilflingen. Además una rareza, rarísima, un gran creador no se nos aparece así como así. Por ello le he saludado muy efusivamente y hemos tenido una charla muy agradable, algo políglota. Hemos hablado español, alemán, francés, inglés [Borges apunta: “inglés antiguo”]… inglés antiguo, sí, pero creo que nos hemos entendido muy bien. Le repito que conozco muy poco de la literatura moderna, incluyendo la alemana, mi límite llega hasta 1898, es el año de la muerte de Nietzsche [Nota bene: Nietzsche murió en 1900], y después sólo he hecho excepciones con algunos solitarios”.

 

Un personaje de una de sus novelas me lleva a preguntarle por Neruda. “Puesto que me pregunta por Neruda, tuve un momento especial para ocuparme de él. Debido a mi interés por la zoología me referí al cóndor en mi libro Eumeswil. En él aparece un dictador al que llamé Il Condore, un tipo cruel, y entonces quise saber cómo se comportaban los cóndores en la realidad, en los Andes (por desgracia parece que se extinguen también allí). Y por ahí llegué a Neruda, que se ocupó del cóndor como ejemplo o como tema, por lo cual puedo decir que conozco y estimo a Neruda”.

 

“Una de sus sutiles cacerías”, le digo, aludiendo al título de uno de sus mejores libros. Y él: “Sí, bueno, pero piense que el cóndor es un animal grande, y me enteré de que se suele alimentar de los restos de las ballenas que el océano arroja a las playas, y para mí el Estado moderno también es un Leviatán, y cuando se queda sin aire llega una gente muy desagradable, los cóndores, para devorarlo”.

 

Días atrás había encontrado por casualidad, en la correspondencia de Joseph Roth, una frase en la que Roth se refiere a Jünger en una carta a Klaus Mann. Tuve la precaución de anotarla y ahora se la leo a Jünger: “Se equivoca si cree que Jünger tiene alguna influencia en Alemania; con independencia de todo lo que desde mi punto de vista pudiera decirse de él, es alguien tan honrado, tan humano, que la gente siente en Alemania una profunda desconfianza frente a ese hombre”.

 

Jünger comenta visiblemente satisfecho: “No conocía esa cita, pero es sumamente halagüeña. Me acuerdo de haberme visto con Roth una vez en una cena que dio el escritor rumano Valeriu Marcu, y después salimos a pasear por la Ku’Damm [en Berlín] y Roth me habló durante media hora muy melancólicamente acerca de las cosas que veía que se avecinaban, entonces yo no lo veía de un modo tan trágico, pero por desgracia se confirmó todo lo que él pensaba, y de una manera mucho más espantosa todavía. Que Roth y yo teníamos que tener opiniones políticas distintas es algo evidente, pero ¿por qué no se debería conversar con gente de opiniones políticas distintas? Él, al menos, si pienso en la cita que acaba de leerme, pensaba en eso como yo”.

 

Ahora, Jünger tiene el noble gesto de pedirme que no le haga más preguntas, estando como está ahí Borges, sin duda más interesante para mí, como español. Al enterarse de que ya llevamos casi cuatro horas conversadas con Borges, esa misma mañana, nos invita a conocer sus colecciones de coleópteros. De techo a suelo, bandejas empotradas que atesoran mil y un arcoiris, Borges, que casi no distingue más allá de la frontera de los amarillos, aspira el aire, impresionado de manera muy perceptible: “¡Qué linda casa, che, huele a madera y a libros!” Poco después, al filo de la despedida, Jünger nos cuenta que dentro de unos días saldrán de viaje a Venecia: “Para hacer acopio de verdes”, dice.

 

Casi no le he quitado la vista de encima en todo el tiempo. Borges tiene 83 años y él 87, pero empiezo a entender la trampa semántica que encierra su apellido, Jünger, que en alemán es un comparativo y significa “más joven”.

 

On the road

 

La noche de la Alta Suabia nos acoge a la salida de la casa… Junto con la policía, en un cruce de calles dentro del propio Wilflingen. Por aquí cerca hay una Academia de Policía, y a los novatos les enseñan el trato con los automovilistas sencillamente sacándolos a la carretera, y como además el auto de Canicio lleva chapa de Heidelberg —sospechosa en grado sumo para los uniformados alemanes— con más razón nos detienen.

 

[Hay un cuento de Heinrich Böll titulado “Viajas demasiado a Heidelberg”, cuyo protagonista no obtiene el puesto a que tiene derecho por sus exámenes . . . Pero las autoridades desconfían de él por lo que queda dicho en el título].

 

El oficial monitor se acerca a nuestro coche, Canicio baja la ventanilla y el oficial salmodia de manera pedagógica toda la cantinela para mayor ilustración de los alumnos que tiene alrededor; quiere ver el carnet de conducir, el certificado de la matrícula, el DNI, la póliza del seguro, la tarjeta verde, la factura de la compra del auto, la intemerata . . . Canicio le deja soltar el rollo y le  responde cortésmente con una pregunta que lo deja sin habla: “¿Desea verlo todo en algún orden determinado?”

 

A fuer de exhaustivo no debería olvidar un dato anecdótico y otro histórico. El anecdótico: En 1962 publicó Jünger una de sus tan memorables obras de observación entomológica, sobre das spanische Mondhorn, que la notación zoológica conoce como “copris hispanus” y el pueblo llano por el nombre de “torito”, el apodo que Jünger le dedica cariñosamente a su esposa en sus diarios. Y el dato histórico: En 1982 un latinoamericano sí que ganó el Nobel de Literatura, pero no fue Borges, ni Octavio Paz, ni Vargas Llosa.

 

 

Ricardo Bada

Escritor y periodista, residente en Alemania desde 1963. Editor en ese país de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Cela, y autor de Don Enrique, la única antología integral en castellano de la obra de Heinrich Böll.

 

Fuente: Nexos

https://cultura.nexos.com.mx/cuando-borges-conocio-a-junger/

 

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