lunes, 21 de noviembre de 2022

La universalidad de Borges llega hasta China

El autor de esta nota recuerda los diálogos que mantuvo con el creador de El Aleph, luego reunidos en libros

12 de noviembre de 2022

 

Osvaldo Ferrari

 

“Cuando yo escribo algo es porque he recibido algo”, dice Borges. “No se puede dar si no se ha recibido”. Fue durante nuestro primer diálogo por Radio Municipal, en 1984, dentro de un largo ciclo de conversaciones que se extendió hasta octubre de 1985, menos de un año antes de la muerte del escritor en Ginebra. Le comenté que esa concepción de la creación literaria respondía a una idea mística y respondió afirmativamente.

 

En la charla, Borges fluía sin cesar. Su mente oscilaba entre múltiples posibilidades del tema que tocábamos (literatura, religión, política, actualidad) con asociaciones inmediatas y variaciones inesperadas. En una conferencia, él había hecho una diferencia entre el hombre talentoso y el hombre de genio: el talento requiere el constante trabajo de la persona para dar forma, a lo largo del tiempo, a su obra; pero el hombre de genio no necesita hacer nada, dijo, porque “recibe” directamente. En una ampliación del tema durante uno de nuestros diálogos, expresó: “Creo en la inspiración. Es decir, creo que todo escritor es un amanuense. Un amanuense no se sabe de quién o de qué. Podemos pensar, como pensaban los hebreos, en el espíritu; o en la musa, como pensaban los griegos, o en ‘la gran memoria’ en la que creía el poeta irlandés William Butler Yeats”.

 

Entre los primeros diálogos que mantuvimos se encuentra “La identidad de los argentinos”. Me había llamado la atención una afirmación suya respecto de los argentinos. “Somos lo que queramos y lo que podamos ser”, había dicho alguna vez. Frente a eso, expresé que en ese caso, la nuestra sería una identidad en pleno desarrollo. “Sí, efectivamente”, respondió. “Creo que el hecho de ser europeos en el destierro es una ventaja”. Agregó después otras ideas: “Podemos heredar, heredamos de hecho todo el Occidente”; “recibimos esa vasta herencia y debemos tratar de proseguirla a nuestro modo”. Esta idea coincidía con su criterio en cuanto a que debemos intentar realizar el ideal griego de llegar a ser “ciudadanos del mundo”. Hoy reconocemos que él mismo encarnó esa identidad cultural, y a tal extremo que la cultura argentina adquiere, en su dimensión borgeana, alcance universal.

 

Al compenetrarme de la mirada de Borges en los distintos temas que le iba proponiendo –yo debía elegir secretamente el tema que trataríamos, y recién enunciarlo una vez que se encendiera el micrófono, para que la charla fuera más espontánea– aprecié su visión literaria, su inteligencia literaria de las cosas y los hechos, al punto de revelarse, como lo he definido antes, el arquetipo del pensador literario. También su interpretación del tiempo que encarna en los hombres, su idea de que estamos hechos de tiempo, que nuestra sustancia es el tiempo; su idea sobre la naturaleza onírica de la vida; y sus personajes, en los que ser es ser soñado, de acuerdo con los principios filosóficos del idealismo, idea que tiene su máxima expresión en su cuento “Las ruinas circulares”.

 

Su concepción de la ética como disciplina primordial, por encima de la moral que proponen las distintas religiones, nos habla de un pensamiento que aborda la realidad de una manera distinta a la de la filosofía, la ciencia o los dogmas. Esa fascinante aproximación literaria a cada asunto, cuya originalidad fue celebrada internacionalmente, era la que ejercía su mente; y ahora vemos que la misma fue incorporada por filósofos y científicos, que relacionan aspectos de su obra –en la que el arte de la conjetura alcanza a rozar las distintas disciplinas– tanto con la física cuántica como con las matemáticas, por ejemplo. Su visionaria mente previó la existencia de una Wikipedia, y lo mismo podría decirse de internet. Esto demuestra que Borges ha sido, desde la literatura, un auténtico fenómeno cultural.

 

Al proponerle el tema de la fe o de la falta de fe como opción personal, dijo: “Yo creo tener fe, esencialmente. Es decir, tengo fe en la ética y tengo fe en la imaginación, aún en mi imaginación. Pero tengo sobre todo fe en la imaginación de los otros, en los que me han enseñado a imaginar”. Nuestros diálogos registraron sucesivamente a aquellos “que le enseñaron a imaginar”. Entre ellos, Virgilio, de quien sostuvo que trabajaba cada línea como un artesano, idea que relacionaba con la paciente escritura de Gustave Flaubert. También habló de Kipling, cuyos cuentos definió como “breves y casi secretas obras maestras”; y de la gran obra de Dante, que proponía, dijo, “una lectura infinita”. Luego expresó su profundo afecto por aquellos autores con los que se identificó personalmente y a los que frecuentó a lo largo de su vida, respecto de los cuales decía haber incorporado hasta su forma de pensar: “A veces pienso con George Bernard Shaw, a veces pienso con Chesterton, a veces pienso con Schopenhauer”, dijo. Es decir, su fe en la literatura y en la cultura asumía una forma de creencia casi religiosa.

 

Al recordarle a Borges que en una conversación anterior él había llegado a la conclusión de que el arte y la literatura deberían tratar de librarse del tiempo, dijo: “Sí, sería un eufemismo para tratar de decir que tendrían que tratar de ser eternos”. Yo le comenté que eso es lo que recomienda Rilke al poeta: escribir como si fuera eterno. Y agregué que de alguna manera creía ver en él esa actitud. Borges, increíblemente, respondió: “Es que quizá seamos eternos. Todo es posible”. Y siguió: “Hay algo en nosotros que está más allá de las vicisitudes de nuestras historias”. Y luego: “Hay algo en mí eterno, que es ajeno a mis circunstancias, a mi nombre y a mis aventuras o desventuras. Creo que eso lo hemos sentido todos, y creo que es un sentimiento verdadero: el de una raíz secreta que uno lleva, y que está más allá de los hechos sucesivos del vivir”. Dije que en ese caso sí habría una posibilidad de eternidad, aunque no seamos conscientes de ella. Borges respondió: “Y esa posibilidad no sería futura, estaría siempre en nosotros. Es decir, ser sería ser eterno”. La eternidad sería contemporánea, alcancé a decir. “Sería contemporánea, sí, y además abarcaría el pasado y el porvenir”.

 

Así concluyó Borges uno de nuestros diálogos (llamado “El tiempo”), que luego, completos, se publicarían en tres libros (Diálogos, Diálogos II y Diálogos inéditos) traducidos a múltiples idiomas, incluido el mandarín. Otra prueba, por si hacía falta, de la universalidad de Borges.

 

Fuente: La Nación

https://www.lanacion.com.ar/ideas/la-universalidad-de-borges-llega-hasta-china-nid12112022/


 

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