miércoles, 2 de noviembre de 2011
Borges en Teotihuacán.
En diciembre de 1973, cuando el escritor argentino visito México, pidió que lo llevaran a conocer las pirámides de Teotihuacán
CIUDAD DE MÉXICO, 14 de junio.- Jorge Luis Borges habló ayer con lucidez y franqueza de su futuro como escritor: “Todo lo que haga en adelante, todo lo que escriba, será inferior. Siento que voy declinando”.
El escritor argentino, de 74 años, caminaba por la empedrada y polvosa Calzada de los Muertos, en Teotihuacán, cuando la idea de la muerte cruzó por su mente.
“Creo que ya di lo mejor –confesó–. Ahora tengo impaciencia por la muerte”.
No le teme. Teme más al dolor.
Borges habló con serenidad. Aceptó sin amargura que escribió, ya quizá sus mejores páginas. Y esta parte de la conversación fue, la única en la que no quiso hablar de sí mismo.
En la víspera de su regreso a la Argentina, Borges quiso conocer a Teotihuacán.
“Quiero sentirme inmerso en esta gran cultura, que no puedo ver, pero sí tocar y sentir”, dijo. Y después, de caminar y subir escalinatas, expresó con una sonrisa que iluminó su rostro:
“Éste es un lugar ideal para una muerte espectacular”.
Borges ha desarrollado en México un tren de actividades que lo tiene agotado. Se ha distraído, y eso lo ha ayudado a atenuar la preocupación por la enfermedad de su madre, pero cree que con una semana más aquí se despediría de este mundo.
Ayer permaneció cuatro horas en Teotihuacán. Caminó bajo el sol apoyado en su inseparable bastón café hasta que su piel blanco, transparente, empezaba a atezarse.
Su impresión de Teotihuacán fue de grandeza y tristeza. “Esto debe haber sido un imperio inmenso”, dijo. “Pero da tristeza que una cultura así haya florecido y luego haya sido derrotada y que ahora sólo queden reliquias que gustan mucho a los turistas”.
“Los teotihuacanos –supuso– deben haber deseado que todo esto fuese destruido y arrasado”.
Frente a las pirámides, Borges, con la cabeza siempre alta, fijó sus ojos claros, ya sin luz, en la del Sol. “Distingo una silueta enorme”, observó “por el tono del cielo”.
Borges iba pulcramente vestido. Un traje azul oscuro, corbata amarillla con figuras azules y una camisa blanca impecable.
Conversó siempre, pero no aceptó interrogantes. “Me gusta charlar porque la conversación es muy importante en la vida. Por eso vivo en una gran ciudad, donde hay amigos con los cuales se puede conversar”.
A Borges no hay que interrumpirle. Su plática es permanente aun cuando, a ratos, sus labios se endurecen y las palabras, pensadas con una claridad impresionante, sean exteriorizadas con dificultad.
Cuando llegó a la pirámide del Sol –eran las 13:15–Borges pidió a su secretaria Claudine que lo acercara a la estructura de piedra, para tocarla. Y cuando lo hubo hecho, comento:
“Estas manos que ya son polvo seudotocaron la pirámide”.
Luego se dispuso a caminar. Pidió que le amarrasen bien los zapatos y, apoyado en su bastón y en los brazos de su secretaria o su chofer, fue de un lado a otro.
Al observar su cegera, el temblor de sus pies y de sus manos, le preguntamos: ¿No cree que la naturaleza es injusta con algunos hombres?”
—“Y también con algunas mujeres. Hizo vivir a mi abuela por 110 años, cuando ya tenía la cabeza perdida”–, expresó.
Cuando terminó su caminata, Borges fue invitado a un almuerzo en el restaurante de las pirámides. Allí siguió una conversación que el escritor llevó de un tema a otro.
“Yo no escribo para nadie”, afirma Jorge Luis Borges
“Cada Libro que Publico, una carta a los amigos”. No tiene Para qué
Permanecer más en México. Perspectivas de la literatura Latinoamericana
Jorge Luis Borges se ha ido: “Yo no escribo para nadie. No escribo ni para muchos ni para pocos. Quizá, como decía Stevenson, cada libro que publico es una carta para los amigos. Pero mejor es no pensar en eso”.
Se frota las manos. Han preparado su equipaje desde el día anterior. Dice: “Cuando yo escribo, trato de pensar en cierto tema. Y olvidarme de todo –de mi mismo–, Y, sobre todo olvidarme de mis opiniones”.
Se despide de México. Su estancia ha sido breve. “No se para que permanecer más tiempo”, expresa. “Si yo no veo”. Y luego, con amargura: “Me llevaron a las piramides de Teotihucán. Si yo no veo. Las toqué”.
Y continua:
“A mí se me ocurre una inverción cualquiera. Que puede ser en verso, o que puede dar un verso, o que puede dar una pieza en prosa. Entonces dejo que todo eso vaya viviendo su propia vida. Como los sueños, en los cuales uno no intervine
–salvo que intervenga, si saberlo, y de un modo subconciente–.
“Ahora –prosigue–, en cuanto al éxito de mis libros, jamás he pensado en eso. Con los literatos de ahora no sé. Dudan del éxito o del fracaso de un libro y me quedo ligeramente asombrado. En cuanto al número de ejemplares que se venden, bueno, eso es cuestión de los libreros, eso es cuestión de los editores. Esa estadística la dejo a cargo de otros”.
–¿No podría ocurrir –inquirimos– que muchas de las campañas publicitarias se convirtieran en un fraude al promover a escritores sin ningún mérito literario?
Generalmente ocurre lo contrario. Si un escritor, es un escritor, no le importa si el libro tiene éxito o no. Si yo fuera Robinson Crusoe. Y estuviera en una isla desierta, y tuviera vista, y tuviera medios de escribir, y tuviera la seguridad o casi la seguridad de que nadie iba a leer lo que yo escribo, escribiría por una necesidad íntima.
–Se afirma que sus libros están destinados a ser leídos por una élite intelectual, ¿Es cierto eso?
–Bueno, eso puede ser, me parece muy probable. Sin embargo, yo escribo un libro de milongas. La milonga es una música popular de los orilleros de Buenos Aires, de Montevideo, muy anterior al tango. Y muy alegre. A diferencia del tango no se queja nunca, es una música varonil, es una música en la que no hay un ¡ay! Y he tenido el placer de pasar por una taberna, por un lugar así, y oír que alguien estaba tocando la guitarra y estaba cantando una de ellas.
Fuente : Excélsior - Mexico
Raúl Torres Barrón - Arturo Melgoza P
10 de diciembre de 1973.
http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&id_nota=744634
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No es un espejo que duplica a los hombres, pero sí una sombra que perturbaría al escritor.
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