Joyce y Borges: puntos en contacto
Por Jorge Mackey
“Sea lo que fuere, yo he de estimar y amar el divino ingenio de este caballero, tomando de él lo que entendiere con humildad, y admirando con veneración lo que no alcanzare a entender” (1)
Con esa frase Jorge Luis Borges se refirió al escritor James Joyce, para luego declararse “el primer aventurero hispánico que arribó al Ulises” y traducir tímidamente la última página de aquella novela (2).
Cuando el argentino inició aquella temeraria acción era apenas un joven de 26 años pero que ya contaba con una cultura extraordinaria, y una natural fascinación por las palabras.
El 16 de junio se celebra globalmente el Bloomsday, el evento anual que recuerda a Leopold Bloom, personaje principal del Ulises, cuya trama transcurre durante un día entero en las calles de una mítica Dublín de comienzos de siglo XX.
Borges no fue ajeno a aquella novela irlandesa, tanto que viajó a Irlanda para celebrar el Bloomsday en 1982, centenario del nacimiento de Joyce.
Comencemos en 1925 cuando el Ulises cayó en sus manos. Después de desbrozarlo, Borges escribió con palabras asaltadas de poesía: “…los irlandeses siempre fueron agitadores famosos de la literatura inglesa. Menos sensibles al decoro verbal, menos propensos a embotar su mirada en la lisura de la luna y a descifrar en llanto suelto la fugacidad de los ríos…Joyce ejerce dignamente esa costumbre de osadía”.
Y comentando el Ulises señaló con similar inspiración: “En sus páginas bulle con alboroto de picadero la realidad total… la dualidad de la existencia está en él…donde hay zaguanes y palabras; y naipes y escrituras eléctricas en la limpidez de las noches”. Y agregó: “la conjetura, la sospecha, el pensamiento caprichoso, el recuerdo, lo haraganamente pensado y lo ejecutado con eficacia, gozan de iguales privilegios en él y la perspectiva es la ausencia”.
A falta de editor europeo, la novela en cuestión comenzó a aparecer por entregas en los Estados Unidos en 1918 hasta ser prohibida en 1920 debido a su presunta procacidad, burlas a la religión y temas polémicos para el mundo editorial de la época: descripciones detalladas de las funciones intestinales, el adulterio y la zona de los burdeles de Dublín. Finalmente consiguió publicarse completa en París en 1922 con enorme suceso convirtiendo a Joyce en una celebridad.
Tres años más tarde, en ocasión de la crítica del libro, Borges comparó a su autor nada menos que con Shakeaspeare: “Si éste puso en la vuelta de un reloj de arena las proezas de los años, Joyce invierte el procedimiento y despliega la única jornada de su héroe sobre muchas jornadas de lector… Joyce es millonario de vocablos y estilos…su pluma ejerce todas las figuras retóricas… es audaz como una proa y universal como la rosa de los vientos” (op.cit.).
Tal fue el impacto de esta obra sobre nuestro insigne escritor, que con su genio característico y su impronta se propuso convertir a Buenos Aires en una ciudad mitológica tal como Joyce había logrado con Dublín.
Lo elogió explícitamente en el año 1939 (3): “…es sin duda uno de los primeros escritores de nuestro tiempo. Verbalmente es quizá, el primero”. Posteriormente escribió un poema en su honor, Invocación a Joyce, donde desliza: “…Inventamos la falta de puntuación / la omisión de mayúsculas / las estrofas en forma de paloma…” (4).
Pasaron muchos años y un Borges sereno, ya célebre y sin vista viajó a Dublín en 1982 para celebrar el mismo Bloomsday que conmemoramos hoy.
Aquel año era para nuestro país una fecha desgraciada: en esos días Argentina capitulaba ante Gran Bretaña por la guerra de Malvinas. Borges y María Kodama fueron invitados –entre otros notables- por el comité organizador del Bloomsday, alojándose en el Shelbourne, encantador hotel del siglo XIX, enfrente del St. Stephen´s Green (el parque central de la ciudad).
Kodama evoca con nostalgia a los irlandeses que los abrazaban solidarios por los resultados del conflicto bélico.
El Dr. Hillery, entonces presidente de Irlanda, dio la bienvenida en el castillo de Dublín a los invitados célebres entre los que se contaba un escritor venido de muy lejos, Jorge Luis Borges, que se apoyaba firmemente en un vigoroso bastón,.
“Quizá mi viaje a Irlanda no sea sino un sueño”, mencionó como un susurro, convencido de que realidad y ficción se entrecruzan continuamente, tal como dejara sentado en un reportaje concedido a Seamus Heaney (5), años más tarde Premio Nobel de Literatura.
Nuestro escritor participó entusiasmado de una serie de encuentros literarios. Con su verborragia característica dialogó con escritores y poetas –Anthony Burgess, Margarite Duras, Samuel Beckett, Salman Sushdie; caminó con José María Valverde, traductor del Ulises al español.
Con Kodama pasaron por la Torre Martelo, donde Joyce vivió un tiempo corto antes de su auto exilio, y que justamente resultara fuente de inspiración para desarrollar el primer capítulo de su novela (“…Subió otra vez el parapeto y miró allá, toda la bahía de Dublín…”).
Para la ocasión se había organizado una jornada maratónica de treinta horas continuas de lectura del Ulises, a cargo de la radio estatal irlandesa (RTE).
Con sus colegas, Borges fue al pub O´Donaghue, famoso por su música celta en vivo (6). Allí sentado acompañó los compases con los dedos de su mano izquierda, alabó las excelencias de la cerveza negra que bajaba deliciosamente por su garganta, y continuó animadamente sus conversaciones sobre literatura irlandesa: Swift, Shaw, Berkeley.
En los días siguientes Jorge Luis se dio tiempo para caminar por el parque de St.Stephen, se sentó en uno de sus cómodos bancos y suspiró ante los últimos efluvios de la primavera.
Desde aquel memorable Bloomsday del 82, el evento tomó un impulso inusitado que se mantiene hasta el día de hoy, no solo en Dublín sino en otras ciudades tan lejanas como nuestra querida Buenos Aires.
Notas:
(1) Parafraseó –declarándolo- el elogio de Lope de Vega a Góngora.
(2) Proa, tomo 6, enero de 1925.
(3) En “El último libro de Joyce”, publicado en El Hogar de junio de 1939.
(4) Invocación a Joyce. J.L. Borges en Elogio de la sombra.
(5) Conversaciones con J.L.Borges, Seamus Heaney y Richard Kearney. Cuadernos Hispanoamericanos, junio 1997.
(6) La otra Odisea de Dublín, El País, 4/7/82, por María Lozano.
Fuente : The Southern Cross
Jorge Mackey
junio 22, 2011
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viernes, 7 de septiembre de 2012
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