Tema del traidor y del héroe
Sur nº112-029
El manuscrito encontrado en los depósitos de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, presenta un final alternativo de “Tema del traidor y del héroe”, que más tarde aparecerá, con variantes, como el final definitivo de este cuento en la edición de Ficciones (1944).
El folio se encontraba en el interior de un ejemplar del nº
112 de la revista Sur, correspondiente a febrero de 1944.
En ese número de Sur apareció por primera vez este famoso
relato. A partir de esta edición, Borges corrige el texto y adjunta la esquela
donde ensaya el nuevo final que será incluido en el libro.
Este hallazgo forma parte del trabajo sobre fondos propios y
de otras instituciones públicas llevado adelante por el Programa de
investigación y búsqueda de fondos borgeanos de la Biblioteca Nacional,
continuando la tarea que diera como resultado la colección Jorge Luis Borges y
el catálogo que la describe, publicado bajo el título Borges, libros y lecturas
(2010).
La hipótesis de trabajo que permitió este descubrimiento
propone que Borges utilizaba sus escritos originalmente aparecidos en
publicaciones periódicas como soporte textual de nuevas correcciones destinadas
a la publicación de libros.
El ejemplar de Sur que contiene este manuscrito y otras
variantes textuales forma parte de un corpus mayor que incluye, hasta ahora,
seis números de esta colección que fueron intervenidos por el autor.
Sur nº112-112
Sur nº112-112
Los párrafos que se leen más arriba fueron escritos por Germán Álvarez y Laura Rosato, bibliotecarios de la Biblioteca Nacional que desde hace mucho tiempo se hallan dedicados a la tarea de seguir los vestigios que dejó Borges en los libros por él leídos, y esparcidos por distintos espacios de la Biblioteca, donde anotaciones, subrayados párrafos señalados con especial atención, son integrados luego al cuerpo de su obra. De alguna manera, forjaba una erudición inexacta, una erudición falsaria pero eficaz, quizás una erudición vista por su reverso de gracia inconexa y autodestructiva. Lo que está más allá de la erudición y habla de ella por encima, forjando nuevamente sus espacios en blanco, sus olvidos, sus perezas. Es conocido el argumento de “Tema del traidor y del héroe”. Es también un sobreargumento, en el que lo que habría que explicar está relegado por la afirmación de que “faltan pormenores, rectificaciones”. Un argumento que se ensaya como andamio previo a lo que alguien alguna vez escribirá, pero en verdad, el recurso consiste precisamente en ese engaño. La referencia de la justificación en las “tardes inútiles”, la vacilación en cuanto en qué mundo social y en qué fecha ubicarlo, la mención de la fecha en que escribe como el momento culminante de una “vislumbre”, como si una intuición superior lo llevara a una estructura vacía en la que sin embargo, en el centro se halla la perplejidad del lector. Lo que se indica que se debería escribir en un futuro plan de escritura, cuando cese el vislumbre y se imponga el “contenido” del cuento, nunca ocurrirá.
El cuento es ese hueco de lo ya escrito. El relato está
concebido como una maraña de voces que se van pasando una inspiración o un
secreto. Primero es Borges que indica una fuente de inspiración en Leibniz y
Chesterton, pero para dejar que se perciba que la escritura es una acción
presuntamente inútil, solo que lo dice de otra manera, se lo adjudica a las
tardes. Esta “inutilidad” es la que urde argumentos circulares, enigmas basados
en teorías repetitivas o refutadoras del tiempo. Lo cierto es que Borges luego
deja su palabra a Ryan, el investigador de la rara coincidencia de algunos
párrafos del Julio César de Shakespeare con la crónica que sigue los pasos del
héroe Kilpatrick, antes de ser muerto de un “anhelado balazo” en un teatro de
Dublín. Ryan introduce otro personaje, Nolan, el principal colaborador de
Kilpatrick, quien descubre que éste, el mismo jefe del movimiento insurgente,
es el traidor. Puesto que era un héroe para el pueblo irlandés, su condena de
muerte –firmada por él mismo– establece que va a morir sentenciado por su
traición sin que quede afectada su condición de héroe. Se le prepara un guión
teatral en el que antes de su ajusticiamiento debe pronunciar frases heroicas y
de lucha, y precisamente éste es el descubrimiento de Ryan, el investigador, un
remoto descendiente de Kilpatrick, quien descubre la trama. Kilpatrick había
jugado su papel con tanto entusiasmo, que además de las frases de Shakespeare,
pronuncia otras “de su cosecha”. Muere “entre dos efusiones de brusca sangre”
–un detalle refinado, una sangre por cada costado de su personalidad–, y
diciendo “algunas palabras previstas”. Allí termina la primera versión del
cuento publicada en Sur, en 1944. Su edición definitiva contiene el agregado
que realiza Borges. Agregado que cualquiera podía cotejar consultando la
revista Sur. Lo que se agrega corrige levemente lo anterior. Como los pasajes
de Shakespeare son “los menos dramáticos”, Ryan sospecha que fueron
intercalados para que un lector futuro diera con la verdad. Ryan sospecha que
él es ese lector y que debe silenciar el descubrimiento. Decide en cambio
publicar un libro que engrosara el cultivo de la fama del héroe. Esa acción de
“intercalar” nos interesa, pues el manuscrito de Borges encontrado entre los
pliegues de la revista Sur, entre las páginas de la primera versión del cuento,
versión original con muchas tachaduras del agregado final, reitera el tema del
hallazgo por cuenta del “lector futuro”. Borges siempre se interesó por
“manuscritos hallados” en el interior de distintos libros. Ahora, al encontrarse
este pedazo de papel, no varía el final del cuento que ya conocemos, sino que
se mueve una pequeña pieza del universo. Ese final es encontrado por un
investigador borgeano, y escenifica nuevamente el drama de ese personaje dual y
complementario, Fergus Kilpatrick, haciendo de la vida real una continuidad que
intenta “inútilmente” exceder lo escrito. No sabemos porque Kilpatrick hizo lo
que hizo, su conciencia es inexplicable desde el punto de vista de una
psicología o una teoría de conciencia, pero no inexplicable desde una tesis de
la ilusoria continuidad de lector. El “hallazgo” dice al mismo tiempo que el
traidor y el héroe quisieron ser un “yo vital”, saliéndose del libreto
shakesperiano. Y ese “anhelo” es apenas una débil señal en el tiempo, que en este
momento, si la situamos en el mes de agosto del 2013, se ha puesto nuevamente
en circulación, como si hubiera estado a la espera en esos suplementos que como
señaladores del destino, Borges dejaba esparcidos en el refugio impenetrable de
libros y revistas. Pero esta pieza encontrada revela una cuestión de fondo
respecto a si se deben dar a conocer estos hallazgos. El investigador no hace
como Ryan. Es un lector de nuestro tiempo, obligado por su profesión de tal.
Decide dar a conocer el manuscrito casualmente encontrado.
Horacio González
Fuente : Biblioteca Nacional Argentina
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