La minúscula esfera que contiene a todo el universo, fantástica creación del escritor argentino Jorge Luis Borges en el cuento El Aleph, inspiró una mágica muestra que el artista inglés Anthony McCall instaló en Buenos Aires.
Una rara y misteriosa mancomunión está plasmada entre una
célebre ficción de la mayor gloria de las letras argentinas y la creatividad de
un artista especializado en experimentos cinematográficos que explora las
cualidades escultóricas de los rayos luminosos.
"Me impresionó el momento en que el personaje (de la
ficción borgeana) entra al sótano y ve la luz, y a través del destello,
descubre el universo", comenta McCall, nacido en 1946 en St. Pau'ls Cray,
al sudeste de la capital británica.
McCall, que integró los movimientos de vanguardia en Nueva
York y Londres en las décadas de los 60 y 70, explica que en su inspiración
estuvo "el trabajo con la luz, y la luz es también descubrir el
cine".
Casi como un homenaje al cuento y al travieso espíritu del
escritor, el británico se sienta en el piso de la sala de exposición del Faena
Arts Center, en medio de la profunda oscuridad de la ambientación, igual que el
protagonista se acuesta a ciegas en el suelo para poder maravillarse con la
epifanía de El Aleph.
Desde allí el narrador literario afirma: "Vi el
populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una
plateada telaraña en el centro de una negra pirámide (...) vi todos los espejos
del planeta y ninguno me reflejó".
McCall, desde el piso, como corresponde para crear un
verdadero clima borgeano, dice que a él le interesó "la poética del cuento
más que la resonancia o la interpretación".
A pocos metros de donde está reclinado, reluce el tenue haz
de luz de uno de los cuatro gigantescos conos que integran la instalación en
una sala de negras paredes del tamaño de un estadio de básquetbol.
Entrar en los conos es sumergirse en la aventura de sentir
que los rayos lumínicos forman una velada cortina que cambia de forma y de
lugar a medida que uno se mueve dentro, mientras que al mirar hacia arriba
resplandece el pequeño foco que los proyecta.
Un humo blanco todo lo envuelve, con un efecto onírico,
irreal. "Es el público el que le da sentido a la obra, que está entre la
escultura, el cine y el dibujo", relata McCall, cuyo trabajo fue curado
por el artista alemán Alfons Hug, compatriota de Mischa Kuball, que completa la
muestra en otra sala.
La instalación de Kuball, nacido en 1959 en Düsseldorf,
consiste en tres bolas de disco que giran, en un efecto que evoca la esfera
iridiscente que representa "el punto que contiene todos los puntos del
universo".
La metafísica y el alma borgeana reviven en esta muestra con
la oscuridad rigurosa del salón que alude indirectamente a su ceguera, a los
tenebrosos laberintos que lo obsesionaron, a los espejos y a la delgada línea
que separa la realidad de la ficción, e incluso se mezclan con un narrador del
cuento que es el mismo Borges.
Al margen de la exhibición están otros aspectos de El Aleph
(publicado en 1945), como el amor imposible del narrador por una mujer ya
muerta o la rivalidad con otro escritor de su época y descubridor de la esfera
mágica, al que ironiza sin sutilezas y hasta con crueldad.
Borges, motivo de estudio y admiración en todo el mundo,
murió en Ginebra a los 86 años en 1986, fue Premio Cervantes de literatura en
1980. Su legado late en cada nuevo lector que lo descubre o en cada artista que
lo toma como musa.
Fuente : Diario ADN-Bogota
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