domingo, 23 de noviembre de 2014

Carriego, Borges y Gardel: tres artistas de las "orillas" de Buenos Aires




Alejandro Michelena
  
Resulta fácil vincular al escritor argentino Jorge Luís Borges con su compatriota, el poeta Evaristo Carriego, quien le cantó a la sencilla vida suburbana de Buenos Aires y preludió tantas letras de tango. Esto es así, no sólo porque el autor de Fervor de Buenos Aires publicara en 1930 un libro titulado significativamente Evaristo Carriego, sino por todas las pistas que ha dejado sobre la relación del autor de La canción del barrio con su familia, y acerca del conocimiento personal que tuvieron, efectivo aunque lejano por la diferencia generacional.

Si bien Evaristo Carriego había nacido en la provincia de Entre Ríos, desde los cuatro años habitó en Palermo, zona tradicional porteña que era –en la segunda mitad del siglo XIX– una imprecisa frontera entre la ciudad que comenzaba su crecimiento y las áreas rurales. A través de su vida fue un testigo privilegiado de las transformaciones de esa barriada de las orillas, cuyas tristezas y melancolías supo plasmar en sus versos melancólicos. Carriego fue el cronista más cabal de los tipos humanos de ese "margen" donde se mezclaba gente recién llegada del campo con inmigrantes que acababan de bajar de los barcos. En tal crisol se fueron templando en definitiva los habitantes de Buenos Aires. Pero Carriego, poeta al fin, no se limitó a la mera crónica; hizo mucho más: creó las bases del mito del suburbio.

Jorge Luis Borges convivió, como la cosa más natural, con ese entorno social palermitano, donde los duelos criollos eran cosa de todas las noches. Por cierto que el mundo de ese niño sensible tenía un centro de atracción mucho más potente: la biblioteca familiar, los mundos extraordinarios que se abrían más allá de las páginas de los libros. Pero las circunstancias de ese "borde" de la ciudad donde habitaba, ubicado entre lo rural y lo urbano, no le fueron indiferentes, y así lo prueba el espíritu de sus primeros libros.

En ese marco, la figura algo inclinada y siempre vestida de negro de Carriego llegando hasta su casa, fue para él una imagen familiar. Tuvo el privilegio de frecuentar a quien había dado voz y vida artística a ese suburbio, y a personajes como la costurerita que dio el mal paso, el ciego inconsolable, los cuchilleros legendarios, las callecitas y su misterio. Carriego era el auténtico poeta, el recreador prodigioso de ese universo que al mismo tiempo fascinaba y le resultaba tan lejano al pequeño Jorge Luis.

A la luz de esa experiencia de juventud, no resulta caprichosa la ubicación intelectual que hará más adelante de Evaristo Carriego –en el libro ya mencionado– colocándolo como precursor de su propio camino en la literatura. Los que desconfían de tal postura, los que la consideran –apenas– un mero accionar táctico para desmarcarse de las estéticas vigentes en ese momento, en particular de los rescoldos del modernismo, quizá no llegaron a entender el proyecto estético del primer Borges, el de Luna de enfrente y Fervor de Buenos Aires.

Esto lo supo ver muy bien la crítica Beatriz Sarlo en su libro sobre Borges, donde hace un agudo análisis de los diversos significantes del término "orilla" con relación al autor de El hombre de la esquina rosada.

GARDEL SE ACERCA A LA MESA DEL SUBURBIO

Hay que ubicar también a Carlos Gardel en esa metafórica mesa del suburbio. El Mago vivió su niñez y adolescencia en la zona del Mercado del Abasto, inmerso en ese mundo que Carriego estaba recreando en la poesía, el mismo que más tarde Borges transmutaría en la más válida mitología fundacional de Buenos Aires y en arquetipo universal.

Si bien los textos de Carriego no se prestaron directamente para ser cantados, muchos tangos de la primera época del dúo Gardel-Razzano guardan su aire inconfundible. Aunque en realidad, en el repertorio gardeliano hay apenas dos tangos que nombran a Evaristo Carriego: "Quién tuviera dieciocho años", y "Trovas".

Y a Borges con Gardel, ¿es posible relacionarlos? Sus infancias transcurrieron en zonas orilleras, aunque en clases sociales diferentes. El primero fue espectador precoz del mundo que supo retratar tan bien Carriego, pero no participante, salvo –años más tarde– en la dimensión del arte.

Se ha afirmado que a Borges no le gustaba el tango, y sí, mucho, la milonga. Y esto es verdad. Pero con una precisión: apreciaba algunos tangos, todos de la guardia vieja, como "La Morocha", "La Tablada", "El Choclo", "El Marne". A Borges le gustaba oír a los buenos guitarreros con su rasgueo de aires de milonga. Y Gardel se apoyó ampliamente en la guitarra como acompañamiento en los primeros tramos de su trayectoria. Entonces: el sonar de la guitarra criolla, tan especial, triste y alegre a un tiempo, simple y complejo, siempre bordeando honduras sin caer en ellas, es un elemento artístico que hermana al cantor y al escritor.

Pero Borges, al igual que antes lo había hecho Carriego, rechazó la impronta melodramática que adquirieran las letras de tango desde el comienzo, desde la propia "Mi noche triste", de Pascual Contursi, que inauguró el ciclo del tango cantado. Hombre de gustos austeros en materia musical, iba a seguir prefiriendo la milonga al tango, y la primera etapa del ritmo ciudadano a lo que vino después. En su libro Evaristo Carriego escribió lo siguiente al respecto: "El tango está en el tiempo, en los desaires y contrariedades del tiempo; el chacaneo aparente de la milonga ya es eternidad."

Ha habido opiniones nada positivas de Borges relacionadas con Gardel. Sin embargo, en entrevista que le hizo Antonio Carrizo para la televisión argentina en 1981, llegó a aceptar que Gardel "sigue cantando en la memoria de los hombres"; y ante el desconcierto de Carrizo frente a esa respuesta –convencido el periodista del rechazo que el autor de Ficciones tenía por el gran cantor– Borges se preocupó de aclararle que sí, que se trataba de un elogio. Dijo después: "Más allá de mi opinión personal, el hecho que Gardel siga cantando en la memoria de los hombres no es poca cosa. ¿Cuántos lo han logrado de esa manera, y a tantos años de la muerte?"

Pero lo más asombroso es otra frase borgeana en relación con el Morocho del Abasto, que suena inusualmente entusiasta: "Era tan perfecto que a menudo dejaba deslizar algún error para no parecer extraordinario". Esta opinión borgeana apareció en el libro Borges: de la A a la Z, de Ediciones Siruela. Fue corroborada como auténtica por el gran amigo del autor, Adolfo Bioy Casares, en diálogo con el escritor uruguayo Enrique Estrázulas.

UNA HISTORIA DE"ORILLEROS"

Y volviendo al lúcido análisis de la relación de Jorge Luis Borges con las "orillas" que ha hecho Beatriz Sarlo: tal reflexión tiene más de un significante. Las "orillas" de Buenos Aires, aquel Palermo en el cual el escritor transcurrió sus primeros años. Pero además el microcosmos recreado en sus primeros libros, marginal –en las "orillas"– como temática, sólo abordada antes justamente por Evaristo Carriego. Pero también, y en toda su obra, Borges seguirá siendo un "orillero": en lo estilístico y formal, amalgamando géneros literarios; en lo temático, abordando temas no usuales en la literatura argentina; en lo conceptual, alimentándose de fuentes intelectuales no previsibles, y estableciendo su propio canon de fervores literarios en las "orillas" de la tradición más prestigiosa de la cultura occidental.

Carriego, desde muy pequeño, se impregnó de los aires suburbanos. Y habitó en las orillas palermitanas hasta su muerte. Como poeta, es un romántico tardío con ingredientes de realismo coloquial, muy poco vinculable con su estricta generación –la del 900– deslumbrada por el modernismo que Rubén Darío estaba diseminando por todo el continente. La agudeza de sus retratos de personajes, de sus cuadros de costumbres, de sus fragmentos líricos de vidas, está bastante lejos de lo característico entonces en la poesía argentina. Y el asunto de sus poemas era algo novedoso, como reciente era entonces el fenómeno de esos barrios nuevos que comenzaban a desarrollarse en el tejido urbano.

Fue Evaristo Carriego un orillero cabal. Porque vivió en ese barrio de las orillas de Buenos Aires llamado Palermo, y porque se preocupó de conocer y frecuentar a verdaderos personajes de la orilla –cuchilleros notorios– que formaban parte de ese mundo que tanto lo atraía y que iba a reflejar en su obra. Porque escribió desde las "orillas": estilísticas y temáticas, a contrapelo tanto de lo establecido como de lo renovador de su época.

Y si observamos ahora a Carlos Gardel, a la luz de esta reflexión, comprobamos que en su condición existencial y arquetípica es un verdadero prototipo del suburbio. Su propio origen, polémico para muchos, brumoso para otros tantos, está marcando un destino nada convencional, marginal, de la "orilla" existencial. Pero a diferencia de Borges y Carriego –por razones sociales, contempladores más que participantes del espectáculo del suburbio– el joven Carlitos fue un protagonista activo de esa vida orillera.

El artista cachorro fue haciendo su educación sentimental en medio del clima humano del Mercado del Abasto. Fue uno más en esa multitud variopinta que hormigueaba en torno a la inmensa usina alimenticia de la gran ciudad. Pero gracias a su genio –a través del cultivado arte de una voz prodigiosa– llevaría por el mundo el imaginario y los sueños de todos esos habitantes de las orillas con los que conviviera, y a los que nunca olvidó por otra parte.

Pero también en cuanto artista, se da en Gardel –como lo acabamos de ver en Borges y Carriego– esa vocación por los márgenes, por las "orillas" estilísticas, por la originalidad que es en definitiva una forma de soledad. Gardel inauguró el tango-canción, su voz colmó toda una época, y fue tan elocuente y tan perfecta que también cerró –con su muerte– un ciclo insuperado. Los cantores que vinieron después, valiosos y estimables muchos, no pudieron medirse con esa voz sin parangón naciendo una y otra vez de los viejos discos. Surgiendo, con idéntica vitalidad, de los CD y DVD actuales.

Fuente : La Jornada Semanal

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