sábado, 28 de abril de 2018

La utopía de Borges



 
Roberto Alifano

Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real.
Jorge Luis Borges

El humanismo renacentista inglés pobló de prodigiosos relatos la literatura de Europa. Tomás Moro, predecesor de William Shakespeare —a quien inspiró La tempestad—, teólogo y escritor, defensor de la Iglesia de Roma y condenado luego al cadalso por Enrique VIII, publicó su inmortal Libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, donde concibe una comunidad ficticia con ideales filosóficos y políticos muy diferentes a los de los pueblos contemporáneos de su época. Esta creación literaria es presentada en su obra mediante el relato que realiza un explorador, llamado Rafael Hythloday, al regresar a la sociedad medieval europea.

Utopía es una comunidad pacífica, que establece la propiedad común de los bienes, en contraste con el sistema de propiedad privada y la relación conflictiva entre las sociedades europeas contemporáneas a Moro. Esas paradojales quimeras sirvieron a Borges como fuente de inspiración para la escritura de su magistral relato “Utopía de un hombre que está cansado”, del libro El informe de Brodie. Como Kafka en la postergación infinita de la llegada al castillo, que cada vez está más lejano a medida que se acerca; para nuestro poeta, cuando los caminos no quieren llegar a ninguna parte, se convierten en laberintos. La temporalidad se vuelve entonces monstruosa y el espacio, homogéneo hasta el tedio. Y es allí donde la identidad se transforma en un cansancio, en una forma insufrible de la realidad, en el menos fatigoso que imposible sueño de la Utopía.

Borges asume y comparte esa presunción irónica del lugar que no existe, de la vida en ninguna parte que se dio alguna vez en la isla de la Utopía y que luego se reitera en los textos de la Nueva Atlántida de Sir Francis Bacon y en La ciudad del sol de Tommaso Campanella. En esas geografías futuras, posibles y perfectas, la convivencia de los seres humanos se transforma en algo grato, vivible desde todo punto de vista, aunque esa felicidad se vuelve con el devenir inapelable del tiempo en definitivamente melancólica, o aburrida.

Como en las utopías clásicas, Borges relata un viaje, aunque no describe sus huellas. No hay naufragio ni descubrimiento, como en el remoto sitio de Tomás Moro, pero sí un desplazamiento, el abandono de una realidad y el encuentro no ya con un insólito país, sino con el mundo futuro. Las confusas palabras usadas por un narrador en primera persona son la voz de un hombre que camina (o cree caminar) en medio de la pánica llanura interminable, que va creciendo y agrandándose, según el verso del poeta uruguayo Emilio Oribe, que repite despacio. Quien se desplaza por esa ficción se llama Eudoro Acevedo, un profesor de letras inglesas y americanas y escritor de cuentos fantásticos.

El terreno es desparejo y empieza a caer la lluvia cuando ve la luz de una casa donde habita el hombre del porvenir, un hombre tan alto que casi da miedo al protagonista; ese “alguien” misterioso, que ni siquiera recordará su nombre. Para dialogar ensayan diversos idiomas, pero no se entienden. Cuando “alguien” habla lo hace en latín. Eudoro junta entonces sus ya lejanas memorias de bachiller y se prepara para el diálogo. “Por la ropa —dice el anfitrión— veo que llegas de otro siglo”. Lo invita a comer en una pequeña cocina donde todo es de metal. “Alguien” tiene ya 400 años y acaso se dispone al suicidio. Antes, quema todas sus pertenencias (muebles y enseres labrados por él mismo) y entrega a Eudoro una tela en blanco, que conservará en su escritorio de la calle México, pintada con “materiales hoy dispersos en el planeta”. Mientras comen, el diálogo se extiende morosamente, “alguien” critica la pobreza y califica al dinero como “una forma de la vulgaridad”.

Como en las novelas de H. G. Wells, asistimos en esta utopía a una pérdida de la personalidad. Las reglas dictadas se han internalizado y se considera a los campos de concentración como un paraíso terrenal, porque ya no tienen contradicciones. El humor negro de Borges reubica a Hitler como un filántropo que inventó la cámara letal (crematorio), lugar donde se suministra el suicidio.

Fernando Pessoa concibe que “la muerte es una liberación porque morir es no necesitar al otro (...). Por eso ennoblece la muerte, viste de galas desconocidas al pobre cuerpo absurdo, que sin la energía de la vida es una mera caja vacía”. Para Borges el hombre del porvenir ni tiene miedo ni necesita de los otros para ese acto solitario que es morir. Pero no es menos cierto que probablemente la vida está en otra parte y la utopía añora vivir esa promesa de un mundo mejor. O, como ha dicho Italo Calvino, a pesar de que la utopía ha sido la más pesada piedra de nuestros empeños de Sísifo, “también es el ala constante que planea en nuestro firmamento”.

Estas nuevas refutaciones del tiempo y del individuo, del cosmos y de la existencia, encierran por cierto la parábola de la angustia del hombre de nuestros días con todos los alcances de los medios de comunicación, pero más desolado que nunca. La desilusión de que incluso en esa imagen del porvenir no es posible concebir un mundo feliz, que cada vez se aleja más de Utopía, ese remoto lugar que no existe.

El protagonista Eudoro Acevedo analiza y condena la realidad contemporánea en la que está inmerso, señalando algunos síntomas del malestar de la sociedad nuestra época. Su proposición sobre la posible imagen de un porvenir coincide con la esperanza propuesta por el filósofo libertario Ernst Bloch; pero, afirmándose en el mismo tono satírico de Moro, revela que se trata de una ilusión donde el tiempo infinito no es suficiente para cambiar el rostro severo de los seres humanos, codiciosos e incorregibles.

En esa llanura de los días de la historia ni siquiera se agita el azar ni la promesa de un mundo mejor, tampoco el amor que se menciona como la sustancia de un relato sin principio ni final, donde el tiempo se vuelve monstruoso y el espacio es una planicie que abre el telón de la uniformidad, de la pérdida de la historia y de toda forma de identidad. En estas sombras de la existencia “alguien” se dispone a morir y nadie acompañará su marcha infinita. Además, lo espantoso de los proyectos utópicos hace que los hombres queden reducidos a las funciones que desempeñan bajo el poder absoluto y determinante del Estado. Por eso el cansancio es doble, tanto para el que oye como para quien está narrando, y habita al mismo tiempo en el mundo actual.

El profesor de letras inglesas y americanas está cansado de los políticos y de la corrupción que representa el poder e interroga a “alguien”:

    —¿Qué sucedió con los gobiernos?

    —Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen...

Ambos personajes se revelan decepcionados por cualquier forma de gobierno, por la división entre naciones y por la gente ingenua que creía que las mercaderías eran buenas porque a través de la publicidad lo aseguraban sus fabricantes, inescrupulosos estafadores que sólo buscaban el inmoral beneficio propio. En el porvenir, la materia incoherente de los seres humanos luce su cansancio. Es una sociedad de habitantes aislados. El aburrimiento ha llegado a la dimensión individual e histórica. El lenguaje es un sistema de citas, lo que supone que la abundancia de información ha saturado la capacidad de la comunicación humana y “ha vaciado de vitalidad el lenguaje, que, como tal, ha muerto, pues ya no es un sistema de símbolos compartidos ni una tradición histórica”; pese a que “alguien” sabe que no puede evadirse de “un aquí y de un ahora”.

Pero si la literatura es una forma privada de la utopía y con Bloch, una utopía se consuma en la resistencia a la muerte, ¿cuál es la utopía de Borges, o de Eudoro Acevedo? ¿Es sólo una distopía de la inmortalidad, del horror de ser inmortal y su cansancio, del horror de la monotonía y su rutina? ¿Es posible pensar otro destino?

“Alguien”, ya camino a la muerte, prisionero de su gran relato, se precipita hacia Utopía, pero Eudoro Acevedo, que es Borges, regresa. En ese cruce está la esperanza, el pensamiento utópico que reclama la literatura como diálogo y lugar de acogida. Así, en ese sueño dirigido por el narrador, la utopía no tiene territorio y siempre vivirá en una página en blanco. Esa advertencia resiste a la muerte. Eudoro Acevedo o Borges regresan a su mundo real para escribir esa página en blanco, del color de la tela que trae del futuro, “pintada con los materiales hoy dispersos en el planeta”, acaso tan dispersos como la vida misma.


Fuente: Letralia


sábado, 21 de abril de 2018

Siempre Borges




Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, Suiza, 1986) sustenta no sólo la poesía, el ensayo y la narrativa contemporánea. No hay prosa —ni la más realista, ni la más imaginaria— sin Borges. El escritor argentino se ha constituido en la geometría que inspira toda forma: por su sabiduría inagotable, por su lucidez deslumbrante, por su reescritura que va de Homero a Cervantes, Shakespeare, Joseph Conrad, O’Henry, Walt Whitman y Balzac, de ahí a T. S. Eliot.

Pero Borges no se limita a sus erudiciones, sino que ahí están sus erudiciones inventadas, falsas, deliciosas, firmes, que son las más fascinantes de leer. Borges, como creador de una cultura otra no tiene igual. “Leer a Borges me hizo ver las posibilidades enormes de la lengua española”, decía Carlos Fuentes. ¿Borges, el más anglófilo de los escritores en español? Pues sí, ese era Borges en su inmensa cultura y en su dispersa y unitaria obra. La forja de una personalidad. Borges como la imaginación que crea un universo. Cultivador de variados géneros —poesía, ensayo, cuento, traducción— que a menudo fusionó deliberadamente, para recrear su propio universo literario. De hecho, Borges ha sido en su madurez un imparable conversador que articulaba como nadie los fragmentos más inesperados y contradictorios de nuestra tradición cultural. Hace legibles y de sencilla comprensión las nebulosas abstracciones que han empedrado la historia moderna y empobrecido el ilustrado. Las ideas es cierto nacen de las ideas, pero se realizan en el tiempo, en encrucijadas siempre versátiles. Un par de versos de su poema El reloj de arena nos resume con máxima concisión el sentido del tiempo en la vida de Borges:

El tiempo, ya que al tiempo y al destino

Se parecen los dos: la imponderable

Sombra diurna y el curso irrevocable

Del agua que prosigue su camino.

 Está bien, pero el tiempo en los desiertos

Otra substancia halló, suave y pesada,

Que parece haber sido imaginada

Para medir el/ tiempo de los muertos.


Éstas serían, pues, las dos obsesiones de su poesía: el tiempo y la imaginación; es decir, el ansia de ver y el deseo de imaginar lo que no ve. Una imaginación que se va transformando siempre, en la búsqueda del instante, de la revelación, de la contemplación.

En sus ficciones Borges recorre el conocimiento humano, en ellas está casi ausente la condición humana de carne y hueso; su mundo narrativo proviene de su biblioteca personal, de su lectura de los libros, y a ese mundo libresco e intelectual —y es aquí donde reside en su capacidad para sugerir, implicaciones metafísicas—, lo equilibran los argumentos construidos, simétricos y especulares, así como una prosa de aparente desnuda. El mundo de Borges no fue muy coherente, o al menos su visión del mundo no es tan unitaria como en la mayoría de los poetas de su generación. Las incitaciones a que obedece, como ocurre en su crítica, son múltiples, y en lo formal pasa de la poesía más estrictamente tradicional a la de signo más experimental, y lo hace sin solución de continuidad. Su sentido autocrítico es tan personal que muchas veces me resulta imprevisto. Los temas y motivos de sus textos son recurrentes y obsesivos: el tiempo, los espejos, los libros imaginarios, los laberintos o la búsqueda del nombre de los nombres. La obra de Borges se estructura como un acontecimiento circular y casi infinito. Pocas veces sentirá el lector la ficción de seguir tan desde adentro la aventura expresiva y creadora. Lo fantástico se vincula con una alegoría mental, mediante una imaginación razonada muy cercana a lo metafísico. Ficciones (1944), El Aleph (1949) y El Hacedor (1960), son tres libros magistrales, en los cuales Borges demuestra su poderosa capacidad creadora, logró ficciones extraordinarios. Gracias a esto se alzan narraciones de una belleza poética única y desbordante. Aventuremos que, al menos, la maestría tendría que ir pareja de la osadía. Un reto difícil, sí, pero para Jorge Luis Borges nada lo fue. ¿No es la imaginación una ciencia adivinatoria? ¿Qué más cabe esperar de un genial fabulador? Leer y releer a Borges es detenerse a escuchar el diálogo de la poesía con la imaginación, una escritura que no continúa la huella del pasado, sino que busca lo que sus grandes maestros buscaron: la brillantez del pensamiento. Éste es siempre Borges.


Fuente: Siempre  -  México

Un thriller literario que evoca a Jorge Luis Borges


La segunda obra de la "trilogía de Toronto", de Mercedes Fernández, será presentada este miércoles. La anterior, Grietas en el paraíso, obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores.

La mencionada obra era la primera entrega de la denominada "trilogía de Toronto", cuya segunda parte, La marca, se presentará este miércoles a las 20 en el Salón de los Pasos Perdidos de la Legislatura de Mendoza y el 1 de mayo lo hará también en la Feria del Libro de Buenos Aires. La próxima y última entrega se llamará Muerte en North Park.

La autora habla en esta nota de las singularidades de La marca y por qué considera que este trabajo es un "thriller literario".

–¿Cómo se vincula "La marca" con el resto de la "trilogía de Toronto"?

–Es una trilogía porque lo que la enhebra son los escenarios (Toronto y Mendoza) y los personajes que realizan la investigación: la periodista mendocina y el detective canadiense. En este caso, este libro yo digo que es un "thriller literario" porque ellos van a estar envueltos en una situación donde un hombre entra en coma y pierde la memoria. Cuando despierta no recuerda quién es y sólo puede hablar con textos literarios.

–Es complejo armar diálogos a través de los textos de otros...

–Por eso hay toda una bibliografía detrás, muy grande, con todas las citas correspondientes.

–Y todas tus lecturas. Me parece que acá se han juntado la escritora y la lectora...

–Por supuesto, y por eso ha sido un gusto. Un escritor es lo que lee y esa es la marca, lo que ha leído. 

De allí "la marca" que va a tener este hombre. En el medio hay una serie de extrañas muertes y sobrevuela la figura de Jorge Luis Borges, con El Golem, porque el asesino va dejando versos de esta obra. Mi novela tenía como subtítulo La novela de Borges, que al final no lo dejé, porque la pareja protagónica va persiguiendo una novela de él, secreta, porque recordemos que Borges no escribió ninguna, porque descreía del género. Esta novela secreta es cabalística, de metafísica, simbólica.

–¿Cada una de las novelas de la trilogía conserva su independencia en cuanto a lo argumental?

–Sí, son independientes, pero la última comienza con la frase con la que termina la primera novela: 

"Alguien en algún lugar levantó un teléfono y dio una orden". Así comienza Muerte en North Park, que cerraría la trilogía.

–¿Planeaste la trilogía completa?

-No. En Grietas en el paraíso me gustó la manera en que se movían los personajes y La marca surgió cuando leí que un hombre había perdido la memoria, eso fue en Toronto. No sabía quién era a raíz de un golpe que había sufrido y a partir de eso me interesó trabajar con el tema de la memoria y Borges, porque él es la memoria, el ejercicio de la memoria. A este hombre de mi novela se le despierta lo que se llama "memoria límbica", ese lugar donde él atesora todos los textos que ha leído y ni sabe cuándo los ha leído. El va a ser uno de los sospechosos de las muertes, en una trama policial y literaria.

–¿Antes de escribir, esquematizás la novela?

–La trilogía se armó sola, pero cada novela la trabajo independientemente. Primero hago un resumen de la obra, una síntesis y a partir de allí luego aparece la estructura. La marca se escribió cronológicamente, tal como fue planteada, pero después tuve que hacer, al mismo tiempo la investigación de los textos. Estos son bastante largos y llevan un número entre paréntesis que luego remite a la cita. No los quise poner directamente como citas para no romper el ritmo de la novela, la tensión.

–¿Qué podemos decir de este hombre que no recuerda nada, excepto estos textos?

–Lo único que sabe de sí mismo es que se llama Alex Zimmerman. Lo llamé así porque Alex comienza con la letra A y Zimmerman con la Z, y entre la A y la Z están contenidas todas las letras que conforman las palabras. Todo esto está explicado a lo largo de la novela.

–¿Cómo definís "La marca"?

–Creo que es una obra que tiene bastante tensión, suspense, pero para mí ha sido una fiesta escribirla, por el recorrido que he hecho por los libros que me gustan a mí.

–Además de Borges, ¿qué otros autores aparecen?

–James Joyce, Hermann Hesse, Jean Paul Sartre. También hay citas de la ópera La flauta mágica o de Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. También hay textos de Rainer Maria Rilke, Charles Baudelaire, Julio Cortázar, Hermes Trismegisto, Umberto Eco, Clarissa Pinkola Estés, John Keats, Ezra Pound, Walt Whitman... Me he dado el gusto de correr un poco por la literatura. 

También hay muchos latinismos, porque este personaje habla con otro en latín, aunque no sabe dónde aprendió a hablarlo.

–Supongo que "La marca" va a generar muchas expectativas, sobre todo por lo bien que le fue a "Grietas en el paraíso"...

–Esta novela me da un poco de miedo, porque a lo mejor es algo compleja, porque la lectura va a exigir la lectura de otros autores.

–También puede verse como un puente para los lectores, para que vayan a buscar los libros de esos otros autores...

–Creo que sí, eso mismo me comentaron mis lectores objetivos, que se fueron a buscar esos otros textos. Además los incluyo en itálica y entre comillas, para que no quede como que yo he usado las frases de otros, para que sea claro que se trata de textos de otros autores.

Fuente: Diario UNO  -  Mendoza

As conversas perdidas de Jorge Luis Borges





 Quatro conferências feitas pelo escritor argentino em Buenos Aires, sobre o tango, há mais de meio século, e das quais se pensava não haver registo, apareceram numas cassetes. A tradução portuguesa é agora publicada.

JOSÉ RIÇO DIREITINHO

Em 2012, o escritor basco Bernardo Atxaga publicou na revista Erlea (editada pela Real Academia da Língua Basca) um artigo sobre a história das gravações de umas conversas públicas, acerca do tango e das suas origens, tidas pelo argentino Jorge Luis Borges, em 1965, num apartamento em Buenos Aires. As cassetes estavam na posse de Atxaga havia dez anos, mas muito poucos sabiam da sua existência. Tinham-lhe sido dadas, num embrulho, por um outro basco, Manuel Goikoetxea, que havia algum tempo as recebera, trazidas de Buenos Aires e em agradecimento pela amizade, de um galego que emigrara para a Argentina em criança e que se tornara produtor musical, Manuel Román Rivas.

Bernardo Atxaga digitalizou o material e guardou-o. Anos mais tarde, confirmou a autenticidade dessas conversas quando o biógrafo Edwin Williamson, autor de Borges: Una vida (2007), escreveu sobre elas depois de ter encontrado no jornal argentino La Nación – na página 6 da edição de 30 de Setembro de 1965 – uma notícia com o título Sobre temas do tango falará Jorge Luis Borges, e em que nela se anuncia “um ciclo de conferências que será apresentado todas as segundas-feiras de Outubro, às 19, no primeiro andar, apartamento 1, da rua General Hornos, 82”, e nas quais falará sobre as “Origens e as vicissitudes do tango”, “O Río de la Plata nos princípios do século”, entre outros temas relacionados.


Dois anos depois de ter publicado o artigo na revista basca, Atxaga enviou as cassetes ao seu amigo e escritor galego César Antonio Molina, na altura director da Casa del Lector, em Madrid, dizendo-lhe que lhes desse a publicidade que entendesse. Molina, amigo de longa data de María Kodama (viúva de Borges), ligou-lhe de imediato e contou-lhe do ‘achado’, ao que ela respondeu que desconhecia as gravações e as conferências; o escritor galego enviou para Buenos Aires uma cópia, e semanas depois a viúva de Jorge Luis Borges confirmou que o material gravado era autêntico. Foi em Novembro de 2013 que os três (Molina, Kodama e Atxaga) reuniram a imprensa para falarem sobre o assunto. Acerca do trajecto feito pelas gravações durante quase meio século, disse César Antonio Molina: “todo este périplo representa simbolicamente o que é a nossa comunidade ibero-americana: um galego grava um argentino; o galego entrega a gravação a um basco e o basco volta a entregá-la a outro galego para que, por fim, o documento de um argentino, um dos grandes mestres da literatura de todos os séculos, veja a luz.”

Fuente: Ípsilon

jueves, 19 de abril de 2018

Cómo mezclar a Borges con Eros Ramazzotti



Alejandro Lingenti

La última palabra del último cuento que escribió Borges es Bach: "Di al fin con la única solución para poblar la espera: la estricta y vasta música: Bach". El cuento es "La memoria de Shakespeare", y es la historia de un especialista en Shakespeare a quien un colega le ofrece la posibilidad de donarle los recuerdos del ser humano Shakespeare, que pasan de una persona a otra desde la muerte del dramaturgo. Como todo escritor que resiste el paso de los años, Borges fue un profeta: en este cuento anticipó el concernismo a lo Black Mirror, ese género que imagina un futuro factible; ya hay experimentos de inserción de memoria. En el cuento, el especialista acepta la donación, pero tener los recuerdos de Shakespeare no le suma mucho; la memoria de Shakespeare es tan común como la de cualquier ser humano. Lo único que lo maravilla es cómo ese hombre común llamado William Shakespeare transformó su experiencia ordinaria de vida en "música verbal".

La música del lenguaje, el aspecto sonoro de ese maravilloso invento que nos hace humanos, siempre fascinó a Borges. En "El idioma analítico de John Wilkins", un ensayito sobre la arbitrariedad y la insuficiencia de las palabras, Borges cita un párrafo del inglés Gilbert Keith Chesterton: "El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal...?Cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo".

Ruidos arbitrarios para representar el misterio: eso es, ni más ni menos, el lenguaje. Uno se da cuenta de ello cuando escucha hablar a un extranjero cuya lengua le resulta exótica: no entiende nada, son ruidos sin significado. Irónicamente, Borges representa esta situación en "El inmortal": su protagonista se hace amigo de un troglodita analfabeto e inmortal que resulta ser Homero, quien con el paso de los siglos se había olvidado no solo de su condición de poeta, sino del lenguaje mismo; cuando el narrador pronuncia el nombre de Argos, el perro de Ulises, el sonido del nombre le devuelve la memoria al autor de La Odisea.

Otra de las composiciones narrativas de Borges lleva el título de la obra más larga de Brahms, "Deutsches Requiem". En ella, un nazi condenado a muerte dice: "Dos pasiones, ahora casi olvidadas, me permitieron afrontar con valor y aun con felicidad muchos años infaustos: la música y la metafísica".

A lo largo de su vida, Borges fue perdiendo el sentido de la vista, y eso sin duda influyó en algunas de las observaciones que sembró acá y allá. En "El milagro secreto", ironizó sobre Flaubert y sobre todos aquellos que se obsesionan con el aspecto gráfico, escrito, de las palabras. El secreto de la literatura, parece decir Borges, es escuchar. Y eso fue lo que hizo en sus últimos años. Fue, de algún modo, el primer usuario de audiolibros: distintas personas le leían cuentos y poemas, y él a su vez dictaba los suyos. Esta restricción fortísima que le impuso la vida lo obligó a simplificar al máximo su estilo. Aunque la mayoría de los especialistas prefieren los cuentos más abigarrados de los años 40, cuando todavía veía, muchas de sus composiciones tardías y ciegas (" El otro" o "El libro de arena") son piezas preciosamente sencillas de un hombre que, además, parece haberse reconciliado con la vida en su vejez y en su ceguera.


* Escribo esto mientras veo en YouTube, una y otra vez, un video de una canción que cantaron a dúo Tina Turner y Eros Ramazzotti en Munich, en 1998: "Las cosas de la vida". Me gusta ese juego primal de seducción en el escenario, gruñidos y chillidos en dos idiomas distintos, disparidad etaria y étnica, melodía tosca y pegadiza, distorsión de guitarra ya sin pretensiones revolucionarias, baile sutil y gestos de todo el amor mashupeado posible: un gran número pop olvidado por las nuevas olas. Uno es capaz de disfrutar de los placeres intelectuales y de consumos culturales vergonzantes: de la música verbal y de la música berreta. "Juntás dos cosas que no se habían juntado antes y el mundo cambia", dice el escritor inglés Julian Barnes.



Fuente: Brando  -  La Nación  -  17 de abril de 2018 

Fuente Video: You Tube