jueves, 5 de julio de 2018

Las librerías de Borges: el laberinto de un lector único


 Un 24 de agosto de 1899 nació Jorge Luis Borges. En conmemoración al gran escritor argentino, se declaró esta fecha como "Día del Lector". Un repaso por las góndolas repletas de libros nacionales y extranjeros que recorría a mediados del siglo XX con el entusiasmo y la voracidad lectora que tanto lo caracterizaron

Por Gonzalo León

Hace poco se reeditó Borges, libros y lecturas (Ediciones Biblioteca Nacional), la exhaustiva investigación que llevaron a cabo durante varios años Laura Rosato y Germán Álvarez, y que dejó al descubierto los setecientos títulos que el autor del Aleph anotó o simplemente dedicó, entregando de este modo una valiosa colección que ahora se encuentra catalogada en la Sala del Tesoro de la institución que preside el escritor Alberto Manguel. Borges fue director de la Biblioteca Nacional desde 1955 hasta 1973 y durante su gestión, mientras su ceguera fue aumentando, su reconocimiento nacional y mundial lo hizo en igual medida. En 1961 recibió junto a Samuel Beckett lo que en esos años iba a ser el Premio Nobel alternativo de Literatura, el Formentor, que entregaban los editores. En esa década también se le tradujo al francés y fue leído con rigurosidad por intelectuales y escritores franceses; del otro lado del Océano Atlántico los académicos estadounidenses ya venían haciendo lo suyo. Como precisan Álvarez y Rosato, por esos años Borges era mejor leído por esas tradiciones que por la argentina. Y en la década siguiente no le fue mucho mejor, ya que le llegó la fama. De este modo, como observa Laura Rosato, se saltó una etapa, la de ser leído. Una etapa que aún no se completa. Es estudiado, sobre todo por la academia, y también explicado e interpretado, pero le faltan buenos lectores. Y aunque en 1971 un empleado de la Biblioteca lo acusó de "sustraer libros" de ahí, esta investigación —propiciada durante la dirección de Horacio González— vino a demostrar lo contrario: era Borges quien compraba libros para la Biblioteca.

Un destacado lector políglota

Si algo hay que salta a la vista en estas anotaciones es que estamos ante un lector que, como dijo Ricardo Piglia, cambió la manera de leer no solamente en Argentina. Esta colección de títulos es singular y, para los que conocen su obra, no es extraño encontrar una mayoría de libros en inglés, alemán y francés, y muy pocos en castellano, de ellos unas cuantas traducciones. Tampoco se trata de títulos contemporáneos ni libros únicamente de ficción, hay de filosofía, budismo y de todos sus intereses: desde los escritores Stephen Crane, Joseph Conrad, James Boswell, Dante Alighieri y John Donne, hasta filósofos como Schopenhauer. Esta colección viene a completar los mil quinientos libros que, según el testimonio de Félix della Paolera que lo visitó durante cuarenta años, estaban entre su dormitorio y su living. Es decir que pese a ser un gran lector conservaba una acotada biblioteca. La ceguera y el hecho de trabajar casi veinte años en la Biblioteca pudieron haber influido en eso.

Pero si bien no era fetichista, los investigadores Rosato y Álvarez revelan que eso "no se contrapone con el modo hedónico en la elección de ejemplares". Borges prefería las ediciones antiguas o primeras ediciones en idioma original, tipografía gótica, estudios, traducciones o introducciones realizadas por intelectuales de renombre, de ahí por ejemplo que tuviera ediciones comentadas de La Divina Comedia y en italiano, por supuesto. Hay algo notable en estas anotaciones y es que en general están hechas en el idioma en que las leyó. Pese a que desde 1955 su médico le había prohibido la lectura, fue su madre, Leonor Acevedo, quien la ejerció para él. "Por eso las notas manuscritas por Borges en los libros de este catálogo", escriben los autores, "cesan abruptamente en el año de 1954", y más tarde con puño tembloroso las continúa la madre.

Además de la peripecia de haber encontrado estos libros y haber establecido la biblioteca de Borges, dentro y fuera de su casa, esta investigación señala los lugares donde fue adquiriendo los ejemplares, que básicamente estaban también en un circuito acotado, entre su casa y la misma Biblioteca. Un circuito que ya no existe y en el que estaban librerías como Mackern's, fundada en 1849 por los hermanos de ese apellido, que primero estuvo en San Martín 66 y luego en Sarmiento 525; Mitchell's Book Store, fundada por Edward Mitchell en 1907, hasta la que acudían personalidades como Joaquín V. González, Julio A. Roca y Enrique Larreta, y que quedaba en Cangallo (hoy Perón) 570; la librería Goethe, la única que subsiste en la actualidad, en Avenida Corrientes 360; Barna, ubicada en Maipú 441; Beutelspacher, en Sarmiento 815; Messerer, en Cangallo 338; Herder, en Carlos Pellegrini 1179; Viau y Cía., tradicional librería ubicada en Florida 530, dedicada a ediciones de lujo y libros de arte, "que fue uno de los primeros sellos editoriales de Borges"; la de Eusebio Rodríguez, que para la época de Borges se había trasladado a Galerías Pacífico; Verbum, ubicada frente a la antigua sede de Filosofía y Letras de calle Viamonte 411, donde se reunía la intelectualidad antiperonista cercana a Borges y donde funcionaba el sello Brújula de Eduardo Stilman; y Pigmalión, en Corrientes 515, en la que trabajó un joven Alberto Manguel, actual director de la Biblioteca Nacional.

Caminando entre libreros

Manguel escribió parte de su experiencia en Pigmalión en los libros Una historia de la lectura y Con Borges. En ellos relata cómo era la actitud de Borges como comprador y cómo fue que de la librería un día terminó siendo uno de sus lectores en el departamento de la calle Maipú. Manguel en 1964 era un adolescente, por lo que leerle a Borges lo impresionó bastante. Hoy recuerda su experiencia como vendedor de la siguiente manera: "Borges venía a Pigmalión acompañado de su madre. Era la época en la que estaba estudiando anglosajón, así que venía a pedirnos manuales y diccionarios de esa lengua. También se detenía ante las estanterías, y pasaba la mano derecha sobre los lomos y a veces sacaba un libro y preguntaba: '¿Esto es la correspondencia de Stevenson?' o '¿Éste es el Portrait of a Lady de James?'. Rara vez se equivocaba. Yo no sé si su piel recordaba la superficie específica de los libros que había leído, era como uno de esos faquires hindúes que ven por medio de las yemas de los dedos. Era milagroso".

Cincuenta años después, Alberto Manguel encuentra que su experiencia como librero en Pigmalión no sólo propició su trato con Borges, sino que además hizo que de una manera imprevista fuera parte de este trabajo de investigación que deja al descubierto su biblioteca y el modo de leer que tenía. Para él, es imposible saber si le vendió uno de estos ejemplares, pero "me siento un poco como uno de esos extras anónimos cuyas caras aparecen entre las grandes multitudes de películas célebres. En el admirable libro de Álvarez y Rosato estoy quizás presente sólo en ese sentido: que tal vez fui yo quien, adolescente, le habré vendido a Borges alguno de esos libros que luego fueron anotados. Algunas veces, recorriendo las librerías de viejos de Buenos Aires, encuentro en un libro la etiqueta azul con el nombre de Pigmalión pegada en la página de guarda y me pregunto si ese ejemplar no habrá pasado por mis manos".

Al circuito de librerías que habituaba Borges habría que agregar La Ciudad, de propiedad de Luis Alfonso, inaugurada en 1969, y que frecuentó a diario en los locales de la Galería del Este. De aquella librería Borges escribió una carta que los hijos del librero atesoran, y que dice: "No olvidaré su alegría discreta y su gran generosidad. No me dejaba comprar un libro, me los regalaba diciendo: obsequio de La Ciudad, para que así el don fuera impersonal. Era harto menos un librero que un bibliófilo". Sin embargo, una de las últimas fotos de Borges en Argentina, unos días antes de irse a Suiza en noviembre de 1985, corresponde a la librería Casares, que en ese entonces quedaba en Arenales 1723 (hoy está en Suipacha 521), propiedad de Alberto Casares; ahí precisamente aparece saliendo del brazo de su dueño.

Más allá del Río de la Plata

El trabajo que hicieron Rosato y Álvarez sobre las librerías se explica porque, como dice este último, "nosotros teníamos que individualizar los ejemplares de Borges, esos ejemplares tenían cierta característica dentro del fondo de un millón de libros de la Biblioteca Nacional, y eso era que estaba comprado en librerías. La etiqueta de cada una de ellas indicaba que podía haber pertenecido a Borges. Dentro de esas librerías en inglés las principales eran Mitchell's y Pigmalión; luego en alemán estaban Goethe y Beutelspacher; Verbum proveyó más libros en francés aunque también algunos en inglés". No fue fácil identificar los libros que Borges donó a la Biblioteca, pero esas simples etiquetas daban un indicio.



Por otro parte, el rico mundo de librerías en otras lenguas, al que Borges tuvo acceso ya no existe más, y eso, según Laura Rosato, "es el gran diferencial del que hablamos siempre: el acceso a otras literaturas a través de otros idiomas". Y desde luego también el aprendizaje de idiomas le abrió la puerta a estas literaturas. Germán Álvarez recuerda que el alemán que le enseñaron tempranamente en Suiza le dio la "llave a textos raros de encontrar en el Río de la Plata y que no todos manejaban, como leer a Schopenhauer o a Kant en su idioma original", a lo que se le sumó toda la literatura orientalista que llegó a ella a través de los mismos alemanes. De este modo, y gracias a las virtudes de Borges pero también a la oferta libresca de la Buenos Aires de esos años, hicieron que Borges fuera mucho más allá del lector promedio del Río de la Plata. A ambos investigadores les llama la atención que hoy, habiendo más lectores que puedan acceder a textos en inglés, francés y alemán, este circuito de librerías ya no esté. "El libro digital está muy pauteado por el mercado", agrega Rosato, "entonces me parece que la idea de los libros y las librerías era más democrática, porque llegaba más variedad, ahora la oferta está más controlada. Hay un tipo de literatura y te encontrás al final con menos oferta que antes".

El hecho de que Manguel hubiera sido librero de Borges y esté hoy como director de la Biblioteca Nacional no es algo que puedan pasar por alto. "Es cerrar todo un ciclo", dice Álvarez. En esta reedición tuvieron la oportunidad de enmendar y acrecentar "lo que uno puede llevarle al lector, que es el dossier de imágenes que ahora se le hizo justicia con el tipo de material y la ambición crítico-genética que nosotros tuvimos. Antes las reproducciones de las notas eran muy pobres, cosa que se había criticado en ciertos ambientes, y con razón". Pero además de lo material hay un aspecto simbólico, y es que "un lector de Borges como Manguel, que probablemente tuvo entre sus manos uno de estos libros que hoy conforman esta colección, que lo visitó y que le leyó en esa sala que queremos iniciar este Centro Borges, la verdad es que opera como un cierre con broche de oro". Rosato aclara que la nota donde se hace referencia a Una historia de la lectura de Manguel ya estaba en la anterior edición, porque "cuando uno trata de reconstruir cómo lee alguien busca todos los que leyeron con ese alguien y Manguel era un lugar obligado".

Si bien en la introducción el espacio dedicado a las librerías es breve, resultó importantísimo para que la investigación avanzara. Si la mayoría de las librerías no hubieran cerrado quizá Rosato y Álvarez hubieran avanzado más rápido. Y si otros escritores se hubieran dedicado en esos años al digno oficio de librero también, como fue el caso de Luis Gusmán, que pese a haberlo tratado (hay una antigua foto de Borges, Germán García y él que lo atestigua), no le tocó atenderlo como librero. Más allá de esto la oferta y la variedad de librerías que había hasta hace unos años permitieron no sólo la construcción de la biblioteca de Borges, sino la construcción de un lector privilegiado.


El carro de compras de Borges

– Edición inglesa del volumen cuatro de la correspondencia de Robert Louis Stevenson la compró en Mitchell's Book Store.
– Edición inglesa de "Hamlet", de Shakespeare, comprado en Mitchell's y anotó en la cara exterior de la contratapa lo siguiente: "Amleth, || Amlodi, || last || Skjöl- || dunga Saga. || Saxo, || libros || III y IV".
– Edición inglesa de "Kalevala: the land of the heroes", de Franz Kafka, en Mackern's.
– "Human Knowledge: Its Scope and Limits, de Bertrand Russell, en Pigmalión.
– "India e Buddhismo antico, de Giuseppe de Lorenzo, en librería Sarmiento (Libertad 1214).
– "Die Abenteuer der Sylvesternacht, de E.T.A. Hoffmann, en Beutelspacher.
– "Die Morgenlandfahrt", de Hermann Hesse, en Barna.
– La edición inglesa de "Gargantúa y Pantagruel", de Rabelais, en Viau & Cía.
– Edición inglesa de "Los cantos", de Ezra Pound, en Pigmalión.
– Edición inglesa de los ensayos de Plutarco, en librería Norteamericana (Corrientes 455).
– Edición inglesa de los ensayos de Montaigne, en Mitchell's.
– "Steps: Stories, Talks, Essays, Poems, Studies in History", de Robert Graves, en Pigmalión.

Fuente: Infobae


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