"Usted debe de ser muy famoso". La afirmación
cruzó el aire y se instaló en la cara de César Luis Menotti transmutada en
gesto de sorpresa. Que sí, que no, que tal vez, que en una de esas por ser
campeón del mundo… El Flaco balbuceó una posible respuesta y antes de que
pudiera ensayarla, Jorge Luis Borges remató la faena: "Porque mi empleada
me pidió un autógrafo suyo".
Corría septiembre de 1978, el entrenador de la Selección
Argentina, que venía de ganar el Mundial, estaba cumpliendo el sueño de conocer
a uno de sus admirados personajes, y esa desopilante presentación fue el
puntapié inicial de una entrevista que el propio Menotti le hizo a Borges para
una revista literaria.
La charla no volvió a ahondar en cuestiones futbolísticas,
pero esa primera reacción del escritor desnudó la incredulidad que le generaba
ese fenómeno que jamás se empeñó demasiado en comprender, pero al que siempre
criticó con obstinada crudeza.
"El fútbol es popular porque la estupidez es popular
–decía–. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son
especialmente hermosos".
A Borges le molestaban las representaciones masivas y no era
demasiado adepto a ningún deporte, aunque el chauvinismo de cotillón era el
rasgo que, entendía, vaciaba de legitimidad cada partido: "El fútbol
despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos
tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que
va a ver un deporte, pero no es así. La idea de que haya uno que gane y que el
otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía,
de poder, que me parece horrible".
Tampoco las hinchadas quedaban a resguardo de su disgusto:
"El fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice 'qué linda
tarde pasé, qué lindo partido vi aunque haya perdido mi equipo'. No lo dice
porquelo único que interesa es el resultado final. La gente no disfruta del
juego".
En la víspera de la Copa del Mundo de 1978 hizo algunas
declaraciones que luego le costarían caro: "Mientras dure el campeonato
iré a cualquier parte donde no se hable de fútbol. El Mundial será una
calamidad que por suerte pasará".
Los detractores del torneo, que basaban su rechazo en que
estaba organizado por un gobierno de facto, con todas las implicancias que eso
conllevaba en la época, se hicieron eco de sus palabras para afirmar que hasta
Borges, abiertamente conservador y antiperonista, cuestionaba el accionar
militar. Y los defensores del gobierno mostraban aquellas famosas fotos en las
que el escritor estrecha la mano del dictador chileno Augusto Pinochet y de
Jorge Rafael Videla. Durante mucho tiempo, Borges quedó en el medio de esa
guerra sin cuartel por la ambigüedad de sus dichos.
Mucho más sutil que en sus declaraciones fue en su accionar.
Como muestra de repudio al Mundial organizó, el día del debut de Argentina
contra Hungría y a la misma hora del comienzo del partido, una conferencia
sobre la inmortalidad, una de sus obsesiones. La cancha se llenó, pero su
biblioteca también.
"Jamás he visto un partido en mi vida –aclaró en una
oportunidad-. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del tedio,
y además porque la gente que asiste a esos partidos no va por el juego en sí
mismo, como deporte, sino exclusivamente para ver ganar a su equipo".
No obstante, en otra entrevista con el diario La Razón contó
una pintoresca historia sobre el partido –o, mejor dicho, medio partido– que
presenció: "A la cancha fui una vez, y fue suficiente. Me bastó para
siempre. Fuimos con Enrique Amorim (novelista y director uruguayo). Jugaban
Uruguay y Argentina. Bueno, entramos a la cancha, Amorim tampoco se interesaba
por el fútbol y como yo tampoco tenía la menor idea, nos sentamos; empezó el
partido y nosotros hablamos de otra cosa, seguramente de literatura. Luego
pensábamos que se había terminado, nos levantamos y nos fuimos. Cuando
estábamos saliendo alguien me dijo que no, que no había terminado todo el
partido, sino el primer tiempo, pero nosotros igual nos fuimos. Ya en la calle
yo le dije a Amorim: 'Bueno, le voy a hacer una confidencia. Yo esperaba que
ganara Uruguay para quedar bien con usted, para que usted se sintiera feliz'. Y
Amorim me dijo: 'Bueno, yo esperaba que ganara Argentina para quedar, también,
bien con usted'. De manera que nunca nos enteramos del resultado de aquello, y
los dos nos revelamos como excelentes caballeros. La amistad y el respeto que
ambos nos profesábamos estaba por encima de esa pobre circunstancia que era un
partido de fútbol".
“Jamás he visto un partido en mi vida –aclaró en una
oportunidad-. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del
tedio”, decía Jorge Luis Borges “Jamás he visto un partido en mi vida –aclaró
en una oportunidad-. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del
tedio”, decía Jorge Luis Borges
Borges, que inicio su obra literaria traduciendo a los
británicos James Joyce, Oscar Wilde y G. K. Chesterton, incluyó a Inglaterra en
la volteada: "Qué raro que nunca se les haya echado en cara a los
ingleses, injustamente odiados, haber llenado el mundo de juegos estúpidos,
deportes puramente físicos como el fútbol, que es uno de sus mayores
crímenes".
Sin embargo, como todos los Borges caben en Borges, junto a
su amigo Adolfo Bioy Casares escribió un cuento, titulado Esse est percipi, en
el que el fútbol es protagonista junto a toda su parafernalia. El texto tiene
como personaje principal a un tal Honorio Bustos Domecq, que no es otro que el
escritor ficticio que ambos inventaron para darle personalidad a la fusión de
sus plumas. La elección del nombre no es azarosa: Bustos era el apellido del
bisabuelo materno de Borges, y Domecq el de la abuela paterna de Bioy.
En el cuento, Bustos Domecq es informado por un dirigente de
una alarmante realidad: "El último partido de fútbol –le dice– se jugó en
esta Capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol,
al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de
un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman".
Después de un par de aclaraciones, Bustos Domecq pregunta con temor:
"¿Debo deducir que el score se digita?". Ahí le comunican que no hay
score, ni partidos, ni estadios. Que todo lo que pasa y vale precisamente vale
y pasa porque sale en la televisión y en la radio. Que la conquista espacial es
una coproducción yanqui-soviética y que en el mundo nunca sucede nada que no
esté prestidigitado.
Esse est percipi, ser es ser percibido, es una crítica a la
mediatización de la realidad, y a la legitimación de las acciones cotidianas
solo a través de la mirada de un tercero. En esto, Borges también fue un
visionario como cuando en El Aleph, cincuenta años antes de la aparición de
internet, se animó a pensar un rudimentario punto ciego desde el que era
posible ver, al mismo tiempo y desde una única posición, cualquier rincón del
universo.
Bioy Casares fue, también, uno de los pocos que intentó
acercarlo al deporte desde la práctica, cuando él, eximio jugador de tenis, se
ofreció a enseñarle a Borges los secretos de su revés, aunque la respuesta fue
terminantemente negativa. Lo que sí cultivó como ejercicio fue el ajedrez, que
jugó esporádicamente pero por el que se dejó seducir. "Es uno de los
grandes medios que tenemos para salvar la cultura –decía–. El ajedrez es como
el latín, el estudio de las humanidades, la lectura de los clásicos, las leyes
de la versificación y la ética. El ajedrez es hoy reemplazado por el fútbol, el
boxeo o el tenis, que son juegos insensatos, no de intelectuales".
En el ajedrez mezcla otra de sus obsesiones, la religión,
que él abordó desde su posición de agnóstico inclaudicable. En 1960 escribió un
poema, titulado Ajedrez, cuyos últimos versos rezan: "Dios mueve al
jugador, y éste, la pieza. ¿Qué Dios, detrás de Dios la trama empieza el polvo
y tiempo y sueño y agonías?".
En los metros finales de su vida, ya sumido en la profunda
ceguera, Borges se radicalizó en sus convicciones, y siguió siendo crítico del
deporte en general y del fútbol en particular.
Borges y María Kodama, el escritor pasó sus últimos días en
Ginebra, Suiza, donde murió el 14 de junio de 1986 Borges y María Kodama, el
escritor pasó sus últimos días en Ginebra, Suiza, donde murió el 14 de junio de
1986
Pasó sus últimos días en Ginebra, Suiza, y falleció el 14 de
junio de 1986, en plena disputa del Mundial de México. En sus últimas
entrevistas, fastidioso tal vez por la consulta recurrente por su condición de
argentino, dejó entrever que no sabía quién era Maradona. Ocho días después de
su muerte, el 22 de junio, Diego le dio forma a su obra cumbre, el Gol del
Siglo contra Inglaterra en el Estadio Azteca, uno de los hechos futbolísticos
de los que más se escribió en cualquier parte del planeta. Esa paradoja borgeana
terminó de darle forma a la díscola relación del escritor con el fútbol, y
también fue cuna para el surgimiento de algunas "teorías
conspirativas" entre sus seguidores.
"Sobre la tormentosa relación entre Borges y el fútbol
–asegura una de estas teorías–, una especie de mito urbano señala, sin más, que
el fútbol dejó ciego a Borges. En una supuesta biografía no autorizada de
Borges, escrita por un supuesto amigo del escritor, se afirma que en algún
momento de 1930 Borges y otros intelectuales decidieron jugar un partido de
fútbol, deporte por el que Borges, según esta historia, era un apasionado. En
la insólita alineación también estaban Adolfo Bioy Casares, Roberto Arlt,
Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, Xul Solar y Julio Cortázar. Bueno, hasta el
seudónimo de Borges, Bustos Domecq, estaba jugando. Y entonces, sucedió algo
que cambiaría la vida de Borges. En un tiro de esquina Borges saltó para
rematar con la cabeza, pero perdió el equilibrio al ser empujado y antes de
caer al suelo su frente se topó con la rodilla de un jugador contrario. Borges
cayó al césped, fulminado y minutos después, ya en el hospital, un neurólogo
daba el terrible diagnóstico: se le habían desprendido ambas retinas, producto
del golpe, y con el tiempo quedaría ciego. Por ello no le quedó otra opción que
aprender a escribir".
Claramente la historia tiene mucho de homenaje borgeano y
poco de realidad, aunque bien podría haber sucedido en ese mundo de Ficciones
plagado de laberintos, espejos y cuchilleros que dirimen su destino a suerte y
verdad en duelos caballerescos.
Borges no se habría sorprendido, o al menos no tanto como en
aquella entrevista con Menotti, que duró unos cuantos minutos y que tuvo un
final tan memorable como el comienzo. "Qué raro, ¿no? –dijo el escritor.
Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo".
(Esta nota del periodista Matías Rodríguez fue publicada en
la edición de junio de 2016 de la revista El Gráfico)
Fuente: msn deportes.com