Biblioteca Nacional Mariano Moreno
Con la participación de Magdalena Cámpora, Laura Rosato y Germán Álvarez.
Fuente: You Tube
https://www.youtube.com/results?search_query=jorge+luis+borges&sp=EgIIAg%253D%253D
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Tomás Eloy Martínez
3 de octubre de 2009
Hace dos mil años, y aun algunos siglos después, la religión era una pasión absorbente y avasalladora. Estaba en juego algo mucho más trascendental que la supremacía de los apóstoles depositarios de la doctrina, que habían escuchado las enseñanzas del Maestro después de la Resurrección, cuando Jesús ya se había desprendido de su cuerpo mortal y su alma estaba en relación directa con Dios.
Para las primeras pequeñas comunidades cristianas eran intolerables las desviaciones heréticas que se expandían entonces velozmente en el territorio de Palestina y las tierras adyacentes. Simonianos, ebionitas y nazarenos no tardaron en ser aplastados. El fuego de la piedad era aplacado por rencillas incesantes. Aunque la memoria de la pasión y muerte de Cristo era el lazo que unía a todos los fieles, había pasado menos de un siglo desde la crucifixión y las disputas no tenían fin.
Se discutía sobre el perdón de los pecados, sobre la virginidad de María, sobre la salvación o la perdición del alma inmortal y sobre el significado oculto de las palabras de Jesús, que, en definitiva, eran revelaciones de Dios. La autoridad de las profecías de la Biblia hebrea disiparon muchas de las dudas. Miles de cristianos iban a la guerra y sucumbían para imponer la idea de que Jesús era una encarnación humana de Dios y para negar o afirmar que Dios era uno y trino. En cada soldado había un teólogo. Cada capitán defendía un dogma que se declaraba el único verdadero y consideraba que las otras creencias eran blasfemias o herejías que debían ser castigadas con la muerte.
En el siglo II, la cristiandad distaba de ser unánime. Se dividía en facciones enemigas, cada una de las cuales apoyaba sus creencias en cinco o más evangelios. Todos ellos se presentaban como los únicos intérpretes fieles de las enseñanzas de Jesús. Las luchas implacables se prolongaron durante siglos. A fines de la cuarta centuria, un grupo al que se conoció después como los protoortodoxos impuso una voz única. Si bien se aceptó que sólo cuatro evangelios formarían el cuerpo central de la doctrina, durante muchos años más esos textos fueron sometidos a supresiones y correcciones para eliminar anacronismos y contradicciones.
Los evangelios canónicos fueron escritos entre 65 y cien años después de la crucifixión. Se supone que el primero fue el de Marcos, y que Mateo y Lucas completaron los suyos hacia esa época. Los cuatro cuentan, con pocas variantes, las mismas historias sobre la vida, las enseñanzas y la pasión de Jesús. En los cuatro, la figura de Judas, el apóstol traidor, es estigmatizada cada vez con más énfasis. Juan, el último de los cuatro, no puede ocultar la cólera que le produce el delator. Lo describe aferrado a la bolsa del dinero, marchándose furtivamente de la Cena hacia su castigo infernal.
Fuera del canon quedaron los relatos de evangelistas como Santiago, Bartolomé, Felipe, Tomás y Pedro. Se los consideraba apócrifos, palabra que en los primeros tiempos de la Iglesia significaba secretos u ocultos. Todos coincidían en señalar que, sin la traición de Judas Iscariote, sin los latigazos, sin la corona de espinas y la muerte en la cruz, la Redención no habría sido posible. Con esos actos se cumplían las Escrituras, en las que también se anticipa que el traidor va a recibir treinta monedas de plata.
La sombra satánica de Judas se arraigó a tal punto en la imaginación de la cristiandad que la iconografía medieval y la renacentista lo representan con la mirada huidiza, apartándose de la mesa de la Ultima Cena, separado de los otros apóstoles y aferrando la bolsa con el pago ignominioso por su crimen. En el último canto de la Commedia , Dante lo describe desgarrado por los dientes de Satanás en el círculo más hondo del infierno y, para artistas como Caravaggio y Leonardo, la fealdad de su cara y la hipocresía de su expresión fueron un reflejo de las tinieblas de su alma.
Como todos los educados en la cultura de la Iglesia de Roma, recuerdo haber leído con incrédulo asombro las Tres versiones de Judas, que Borges publicó en 1944. Es uno de los cuentos de su libro Ficciones . Allí Borges atribuye al teólogo escandinavo Nils Runeberg el descubrimiento de un Judas distinto del de los cuatro evangelios. Runeberg observa que el beso de Judas para marcar a su Maestro es un acto superfluo, por no decir inútil. No había por qué identificar a un Rabbi que predicaba con frecuencia en la sinagoga y obraba milagros ante millares de hombres. Pero, como bien señala Borges, "suponer un error en las Escrituras es intolerable". La traición de Judas, por lo tanto, dista de ser casual, y debe leerse como uno de los actos más misteriosos en la economía de la Redención.
Judas es el único de los apóstoles que intuye la divinidad de Jesús. Se rebajó a cometer la peor de las infamias sólo para que el Verbo se hiciera carne en la cruz y salvara a la humanidad. Para un joven de veinte años, los que yo tenía entonces, era una audacia, casi un escándalo, leer que el Supremo Mal se transformaba, por un malabarismo de la inteligencia, en un camino necesario para el Supremo Bien. Comenté ese estupor con algunos predicadores de mi provincia. Todos ellos coincidieron en que la tesis de Borges, creada con las armas de la razón, debía mantenerse en extremo secreto. Si por azar salía a la luz, era preciso refutarla de inmediato con las armas de la fe.
En 1978, un grupo de campesinos que buscaba tesoros enterrados en las cuevas del Egipto Medio descubrió algo mucho más valioso que el oro. Eran los libros del que más tarde sería conocido como Códice Tchacos, compuestos por un grupo de cristianos gnósticos que valoraban el conocimiento como camino esencial para llegar a Dios. Restaurar esos textos, poner un orden mínimo en el complejo rompecabezas, exigió una década de paciencia. Los papiros, resecos por la falta de cuidado, eran una parva de fragmentos minúsculos, ennegrecidos, casi ilegibles. Entre esos desechos estaba el Evangelio de Judas. Después de que National Geographic lanzó una primera edición en inglés, fue traducido a todas las lenguas occidentales.
Que el Evangelio de Judas haya sobrevivido a tantas negligencias y saqueos de los mercaderes es un prodigio. Más asombroso aún es que coincida casi letra por letra con las especulaciones de Borges.
¿Cómo pudo el autor de Ficciones adelantarse cuatro décadas a las revelaciones de un relato que, en 1944, no sólo era desconocido, sino que a la vez no estaba en la imaginación de nadie? ¿Cómo, además, fue capaz de hilar tan fino en la vislumbre de un problema teológico extremadamente complejo? Una respuesta posible es que Borges, lector atento como ninguno, pudo haber conocido, en la edición de Cambridge, los volúmenes de Adversus haereses , una minuciosa refutación de todas las herejías escrita por el obispo Ireneo de Lyon, quien, por supuesto, menciona el texto de Judas.
Según los gnósticos, que recibían su inspiración del apóstol infiel, el problema fundamental de la vida humana no es el pecado, sino la ignorancia. El único camino válido para llegar a Dios es el del conocimiento, no el de la fe, que es propia de los hombres simples y primitivos.
En el Evangelio de Judas, el apóstol se acerca a Jesús, quien lo instruye en el Gran Secreto. El Maestro no es un simple mortal. Procede de un mundo superior, situado más allá de toda comprensión. El cuerpo de Jesús no tiene una apariencia única, sino que adopta distintas formas, a voluntad. Para regresar al mundo perfecto del Espíritu, Jesús debe morir. Judas hará lo necesario para ayudar a Jesús en su tránsito a la eternidad. Al conocer el Secreto, Judas es el único discípulo que sabe. Está unido al Maestro no por las simplicidades de la fe sino por la firmeza del conocimiento. Dios es un infinito tan sublime que ninguna palabra puede describirlo. Hasta la palabra Dios es insuficiente e inadecuada para designar la Deidad.
Desde el siglo IV, el nombre de Judas quedó ligado a "judío" y "judaísmo". Se lo presentaba como el judío malvado que, con su beso traidor, había desatado los tormentos del Gólgota. Su paso fugaz por el Nuevo Testamento enciende las llamas de un antisemitismo que se prolongará por más de mil novecientos años. Susan Gubar, profesora de la Universidad de Indiana y autora de una excelente biografía de Judas, cree que la imagen del apóstol traidor y codicioso, repetida incansablemente durante centurias, fue el antecedente que permitió a los nazis justificar el exterminio de los judíos, a tal punto que, según Gubar, Judas fue para ellos "la musa del Holocausto".
Borges no aprueba ni justifica las herejías, aunque su relato, al enumerar las blasfemias, las reproduce sin censuras. Con clarividencia, advierte que sobre Judas convergen antiguas maldiciones divinas y se lamenta porque esas maldiciones, que deberían haber servido para glorificar la Redención, oscurecieron la santidad de su sentido.
Fuente: La Nación
https://www.lanacion.com.ar/opinion/borges-y-judas-nid1181718/
Por Erick F. Salas-Acuña
Escuela de Idiomas y Ciencias Sociales
16 de Noviembre 2021
¿Puede la literatura servir como un recurso para la divulgación de la ciencia? ¿Puede la ciencia contribuir a fomentar el gusto por la literatura? Estas son las preguntas que intenta responder este breve aporte, en el cual se plantea una reflexión desde las intersecciones entre la literatura y la ciencia a partir de la obra de Jorge Luis Borges.
Tradicionalmente, hablar de estos términos implica intentar conciliar dos alternativas en apariencia antagónicas. Se piensa, por ejemplo, que mientras el escritor construye mundos ficticios a partir de su sensibilidad e imaginación, el científico, por su parte, se encarga de descifrar el mundo real mediante el uso de la razón y la evidencia científica.
Esta oposición, que es sobre la que se establece el denominado debate de las dos culturas, es decir entre las disciplinas que conforman las humanidades y las ciencias naturales, continúa siendo el principal obstáculo para el diálogo entre estos saberes, aun cuando la historia está llena de ejemplos en los que la literatura y la ciencia se intersecan, conviven y se inspiran mutuamente.
Desde Frankenstein de Mary Shelly, Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, y Un mundo feliz de Aldous Huxley, pasando por las obras de Julio Verne y Ray Bradbury, hasta llegar a algunos de los relatos más representativos de la obra de autores latinoamericanos como el argentino Jorge Luis Borges y novelas como En busca de Klingsor del escritor mexicano Jorge Volpi, lo cierto es que la relación entre estos campos ha sido permanente y, a veces, complementaria.
No solo se trata de que la ciencia haya influido en la literatura, sino también de que esta ha contribuido al desarrollo de la ciencia, anticipando incluso en muchas ocasiones avances en esta materia. Científicos como Herbert G. Wells, Arthur C. Clarke, Isaac Asimov y Carl Sagan, por ejemplo, encontraron en la literatura una posibilidad para explorar los límites de la ciencia de su época, al tiempo que reconocían su potencial como recurso para la divulgación de este conocimiento. Otros, como en el caso de los científicos y escritores Ernesto Sábato y Nicanor Parra, lograron producir obras literarias de tal valor que han pasado a la historia como dos de los grandes exponentes de las letras latinoamericanas.
De esta manera, la evidencia parece mostrar que, más que una oposición, tanto la literatura como la ciencia, constituyen dos métodos, si bien con procedimientos distintos, de explorar y comprender el mundo. Como señala Rojo (2020): “la ciencia y la ficción suelen superponerse, al punto de presentar ciertos anticipos literarios como profecías científicas. Lo cierto es que la misma imaginación que crea el arte, la literatura y las religiones crea la ciencia.” (p. 65) Y, en este mismo sentido, añade: “las grandes obras literarias no son sino miradas profundas sobre la realidad y los grandes avances científicos redefinen los límites de la imaginación. Y en este entrejuego creativo se complementan y se encuentran.” (p. 9)
Jorge Luis Borges, el escritor más citado por los científicos, ofrece una gran oportunidad para utilizar la literatura como un pretexto, valga la expresión, para hablar de ciencia y viceversa. Su caso corresponde al de un escritor que, sin ser científico, logró crear ficciones a partir de ideas provenientes de la matemática y la física moderna, que en algunos casos anticiparon planteamientos que serían desarrollados posteriormente en teorías como las de la mecánica cuántica, por ejemplo.
Pero, ¿cuánto sabía Borges sobre ciencia? Sus lecturas del filósofo lógico, matemático y escritor británico Bertrand Russell, así como del matemático alemán Georg Cantor, lo hicieron interesarse por las paradojas lógicas y los infinitos matemáticos (Martínez, 2006). Sobre física, como él mismo afirmaba, sabía casi nada. Sin embargo, Borges era un ávido lector, interesado en múltiples temas y de una gran imaginación e inteligencia, como consta en toda su obra. Eso lo llevó a plantear textos híbridos, cargados de referencias y juegos intertextuales que convocan a literatos, filósofos y científicos por igual. Sus textos han sido abordados desde múltiples perspectivas, siendo una de las más recientes el interés por las lecciones sobre matemática y física presentes en algunos de sus textos más representativos.
En su libro Borges y la matemática (2006), por ejemplo, el matemático y escritor argentino Guillermo Martínez, aborda en detalle la presencia de este tema en numerosos relatos y ensayos. En su análisis encuentra grandes lecciones sobre lógica, probabilidad, estadística y teoría combinatoria, así como otras más pequeñas sobre geometría, cuarta dimensión y lenguaje matemático en general.
El tema destaca en relatos como “El Aleph” (El Aleph, 1949), “La Biblioteca de Babel” (Ficciones, 1944), “La muerte y la brújula” (Ficciones, 1944), “El disco” (El libro de arena, 1975), “Argumentum Ornithologicum” (El hacedor, 1960); y en ensayos como “Avatares de la tortuga” (Discusión, 1932), “La perpetua carrera de Aquiles y la Tortuga” (Discusión, 1932), “El idioma analítico de John Wilkins” (Otras inquisiciones, 1952), “La doctrina de los ciclos” (Historia de la eternidad, 1936), “La esfera de Pascal” (Otras inquisiciones, 1952), solo por mencionar algunos de los más importantes.
Martínez también enlista poco más de 180 citas que hacen referencia a ideas o conceptos matemáticos, y que se relacionan con algunas de las obsesiones borgeanas que asoman en toda su obra como el tiempo, el infinito, el universo, Dios, el lenguaje, entre otras.[1]
Por su parte, el músico y físico argentino Alberto Rojo es conocido por su abordaje de la obra de Borges desde su vinculación con la física cuántica. Son múltiples sus aportes sobre el tema, siendo el más importante el libro Borges y la física cuántica, publicado originalmente en 2013. En este centra su atención en relatos tales como “El jardín de los senderos que se bifurcan” (Ficciones, 1944), “El otro” (El libro de arena, 1975), “El milagro secreto” (Ficciones, 1944), “El Aleph” (El Aleph, 1949), entre otros. Rojo enfatiza el hecho de que Borges haya logrado anticipar la teoría de los universos paralelos que se multiplican de la mecánica cuántica, tomando en cuenta que el primer trabajo sobre el tema no fue conocido hasta 1957, momento en el que Huge Evertt III publica su tesis de doctorado Relative State Formulation on Quantum Mechanics.
En “El jardín de los senderos que se bifurcan”, Borges “propone un laberinto temporal en el que, cada vez que uno se enfrenta con varias alternativas, en vez de optar por una y eliminar otras, opta -simultáneamente- por todas. Crea así diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan.” (Rojo, 2020, p. 13) La teoría de la mecánica cuántica describe el comportamiento del mundo microscópico, en el cual las partículas pueden estar en varios lugares a la vez y solo existen como probabilidad de pasar a un estado definido mediante la detección. Junto a la relatividad, es una de las teorías más revolucionarias del siglo XX, y fue Borges quien, desde la literatura, primero imaginó los esbozos de este hecho científico.
Además de este tema, completan el texto de Rojo una serie de aportes relacionados con la relatividad, el viaje en el tiempo y la teletransportación, por mencionar solo algunos, mediante los cuales el autor logra comunicar de manera sencilla, pero sin perder profundidad, algunos de los planteamientos más importantes de la física moderna.
Por último, el aporte más reciente le corresponde al libro Borges, big data y yo (2020), del argentino Walter Sosa Escudero, especialista en economía y estadística. Su trabajo demuestra que la obra de Borges no agota sus posibilidades de diálogo con otras disciplinas. En este caso, es la estadística moderna, también conocida como big data (ciencia de datos), la que sirve como puerta de entrada para abordar desde la literatura algunas de las particularidades de esta revolución de datos masivos y algoritmos. Relatos como “Funes el memorioso” (Ficciones, 1944), “Emma Zunz” (El Aleph, 1949), “El rigor de la ciencia” (El hacedor, 1960) y ensayos como “El idioma analítico de John Wilkins” (Otras inquisiciones, 1952) dan pie para ejemplificar conceptos estadísticos como muestra, promedio, probabilidad, correlación, etc., así como para comprender el funcionamiento de algunos de los algoritmos involucrados en el aprendizaje y la traducción automática.
Al igual que en los trabajos anteriores, el texto de Sosa Escudero logra una aproximación desde un nuevo marco interpretativo que enriquece el universo borgeano sin descuidar su valor estético, contribuyendo así a un aporte más que promueve tanto la divulgación de temas científicos como la lectura de su obra.
En un contexto como el costarricense, en el que existe un desinterés más o menos generalizado hacia la lectura, y en donde una gran parte de la ciudadanía muestra poco conocimiento sobre ciencia, la lectura de obra de Jorge Luis Borges puede convertirse en una experiencia para potenciar el aprendizaje y la actitud de los estudiantes en torno a ambos saberes. Recientemente, por ejemplo, el Octavo Informe de la Educación (2021), en su capítulo sobre la competencia lectora, ha advertido acerca del problema que enfrenta el sistema educativo costarricense debido a los bajos rendimientos en esta materia. Esta situación pone en riesgo la permanencia de muchos estudiantes, sobre todo de aquellos en condiciones de mayor vulnerabilidad.
El informe reafirma cómo la lectura constituye un factor determinante para el buen desempeño en otras materias, y cómo, frente a los bajos resultados obtenidos en las pruebas PISA y la afectación curricular producto de la huelga de docentes de 2019 y la pandemia por COVID-19, se deben realizar mayores esfuerzos para fortalecer esta competencia.
Por su parte, la encuesta sobre la Percepción social de la ciencia y la tecnología en Costa Rica (2020), muestra cómo los costarricenses no solo tienen un conocimiento superficial sobre ciencia, sino que además manifiestan un distanciamiento respecto a esta en su vida cotidiana. Dicen estar anuentes a recibir información y reconocen la importancia del desarrollo científico para el país, pero señalan la falta de presencia mediática sobre estos temas. Como consecuencia, la ciudadanía costarricense se muestra desinformada y vulnerable a opiniones subjetivas, fácilmente influenciables y poco basadas en la evidencia científica.
Si bien pudieran parecer dos problemas distintos, lo cierto es que si algo es claro en el Octavo Informe de la Educación (2021) es en que la competencia lectora ejerce un efecto determinante en el aprendizaje de las matemáticas y las ciencias. Es decir, no se trata de campos opuestos, sino complementarios. De ahí que procurar esfuerzos que promuevan actitudes más favorables hacia estas materias resulte necesario para contribuir al mejoramiento de la calidad de la educación en el país.
La obra Jorge Luis Borges, en este sentido, constituye una oportunidad para promover un acercamiento entre estas dos manifestaciones que son inherentes a la naturaleza humana, y con ello demostrar que, así como la literatura puede ser una forma de conocimiento, la ciencia también puede ser una experiencia estética.
Referencias:
Martínez, G. (2006). Borges y la matemática. Seix Barral.
Ministerio de Ciencia, Tecnología y Comunicaciones (MICITT). (2020). Percepción social de la ciencia y la tecnología en Costa Rica, 2020. MICITT.
Programa Estado de la Nación (2021). Octavo Estado de la Educación 2021. Capítulo 3. Fortalecimiento de la competencia lectora: un desafío impostergable para mejorar los aprendizajes de los estudiantes en los próximos años. CONARE-PEN.
Rojo, A. (2020). Borges y la física cuántica. 2ª ed. 1ª reimpr. Siglo Veintiuno Editores.
Sosa Escudero, W. (2020). Borges, big data y yo. Siglo Veintiuno Editores.
[1] Pare ver la lista de temas relacionados con la matemática en la obra de Jorge Luis Borges se puede consultar la página web de Guillermo Martínez en la dirección http://guillermomartinezweb.blogspot.com/2001/01/temas-de-matematica-en-la-obra-de-borges.html
Las opiniones aquí vertidas no representan la posición de la Oficina de Comunicación y Mercadeo y/o el Tecnológico de Costa Rica (TEC).
Fuente: Oficina de Comunicación y Mercadeo y/o el Tecnológico de Costa Rica (TEC).
https://www.tec.ac.cr/hoyeneltec/2021/11/16/jorge-luis-borges-literatura-ciencia
Una enfermedad congénita condicionó su visión. Los rastros de la transición en el cuento “El sur”.
Maxi Kronenberg
Como toda genialidad que consagra a un artista inigualable, Jorge Luis Borges (1899-1986) ofrece numerosos registros autobiográficos en varios de sus cuentos y poesías que integran su obra literaria. El cuento El Sur (1953), considerado el más sublime de todos según la crítica especializada, esconde innumerables misterios que el propio escritor argentino intenta develar.
El más impactante de todos es el principio de su ceguera, que recién será confirmada dos años más adelante, en 1955. Y como si fuera una contradicción de su destino, ese mismo año el célebre escritor, ensayista y poeta argentino fue designado director de la Biblioteca Nacional tras el golpe militar liderado por el general Eduardo Lonardi que derrocó a Juan Domingo Perón.
Borges tenía 56 años. Y como José Mármol y Paul-François Groussac, asumió la dirección de la Biblioteca Nacional completamente ciego.
El Sur es un cuento que combina la fantasía con el realismo. Primero fue publicado en 1953 en el diario La Nación y luego en la reedición de Ficciones (1956), una de sus obras maestras.
De acuerdo a la mirada del escritor, periodista y editor Santiago Llach, tras superar el trauma de un accidente doméstico, esta brillantez literaria de Borges que anuncia la pérdida de su visión marcó el punto de inflexión en la vida de uno de los escritores más influyentes de la literatura hispanoamericana y universal del siglo XX.
Acaso, El Sur es el último relato que ha escrito de puño y letra, en el que se despide de su vista, antes de perderla por completo y comenzar a “escribir” de otra manera.
“El Sur es el último cuento que escribe en lo que llamo ‘raid creativo’, entre 1938 y 1953. Es el período en el que Borges escribe sus dos grandes libros de cuentos: Ficciones (1944) y El Aleph (1949), señala Llach, también docente literario.
El destino de un hombre
La historia transcurre en febrero de 1939. Juan Dahlmann, su personaje central, es un bibliotecario argentino de ascendencia alemana que se dirige en tren hacia la estancia que su familia posee en La Pampa para descansar durante un fin de semana después de haber sufrido un accidente casero.
Antes de emprender esta aventura, se había golpeado la cabeza con la batiente de una ventana que estaba abierta que le ocasionó una septicemia: pasó ocho días con un estado febril atroz seguido por una intervención quirúrgica en un sanatorio porteño que lo había dejado al borde de la muerte.
Dahlmann confunde si realmente está en el Sur o si aún permanece internado en el hospital en estado delicado. Y en esta narración borgeana, el personaje alucina si se ha recuperado o si efectivamente ha podido viajar al lugar que lo transporta hacia un pasado de felicidad y añoranza.
El guardia del tren le avisa que tiene que bajarse antes de llegar a la estación. El hombre camina unas 12 cuadras hasta llegar a un almacén pero al caer la noche decide cenar en ese lugar. Allí había tres gauchos en otra mesa: uno de ellos estaba ebrio y lo invita a pelear afuera de la pulpería.
Alguien le coloca un arma blanca para que Dahlmann pudiera defenderse. El final queda abierto: el protagonista hubiese preferido morir en una pelea a cuchillo contra el compadrito en lugar de hacerlo en el sanatorio donde estaba internado.
La ceguera
La historia menciona sutilmente la ceguera, el color amarillo, (su color favorito, una de las pocas tonalidades que podía reconocer antes de perder la visión), acompañada por la enumeración poética del verbo “ver”.
Para Borges -o Dalhmann-, viajar hacia el Sur significa el reencuentro con sus años de juventud o un regreso hacia la nostalgia que conecta su pasado como poeta visual: “Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas, infinitamente mirando pasar los trenes; vio jinetes en los terrosos caminos; vio zanjas y lagunas y hacienda; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura”, escribe Borges.
“El Sur es la culminación de ese período de fertilidad que él encuentra en su mediana edad en el que sintetiza varios aspectos de su obra: uno es el doblez entre el realismo y el fantástico, otra es la disputa entre el hombre de armas y el hombre de letras o entre la civilización y barbarie. También hay una lectura de la literatura argentina y de la historia argentina. Según mi hipótesis, tomó el cuento Casa Tomada, de Cortázar. Lo hizo muy claramente y después ocultó la pista”, analiza Llach.
El punto central de este fascinante relato que revela el misterio de la ceguera de Borges se produce cuando Dalhmann se dirige en tren rumbo a la estancia. El hombre vacila entre leer un libro durante el viaje o contemplar el esplendor del paisaje pampeano a través de los últimos destellos que arroja su mirada, como si fuera un presagio de lo que vendrá más adelante para que esas imágenes queden grabadas en su retina.
Toda una representación de la literatura borgeana de lo que significa el incipiente adiós de su vista.
“A través de la ventana observa el paisaje y al mismo tiempo intenta leer Las mil y una noches y no logra hacerlo porque se distrae del paisaje. Ahí veo a un Borges que está proyectando su propia condición en relación a la visión y a sus propios problemas con la ceguera, se está imaginando que pronto dejará de ver. Una vez más, recurre a su paradójica gran capacidad como poeta visual, como poeta de imagen que fácilmente se puede relacionar su vida”, destaca Llach.
“La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir”, cuenta el autor en uno de los pasajes de El Sur.
Un mal familiar
Borges padeció una enfermedad congénita heredada de su familia paterna: su abuela Frances Haslam y su padre Jorge Guillermo, un abogado y profesor de psicología de origen portugués nacido en Entre Ríos que conservaba el hábito de leer y también se había quedado ciego.
A pesar de esta discapacidad, consultó a prestigiosos oftalmólogos de la época pero ninguno pudo formular un diagnóstico certero ni tampoco modificar su desenlace. Sabía que su destino estaba predestinado a la pérdida de la visión desde su nacimiento y esperaba tener una muerte “ciega, sonriente y valerosa”, como la tuvieron sus antepasados que murieron ciegos.
Así lo reflejó en una conferencia que en 1977 brindó sobre su ceguera: “Es dramático el caso de aquellos que pierden bruscamente la vista: se trata de una fulminación, de un eclipse; pero en el caso mío, ese lento crepúsculo empezó (esa lenta pérdida de la vista) cuando empecé a ver. Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró más de medio siglo”.
El momento del accidente. Imagen del film "El Sur", de 1992, dirigido por Carlos Saura y basado en el cuento de Borges. Actúa en el rol de Dahlmann Oscar Martínez.
El momento del accidente. Imagen del film "El Sur", de 1992, dirigido por Carlos Saura y basado en el cuento de Borges. Actúa en el rol de Dahlmann Oscar Martínez.
Muchos escritores suelen narrar sus cuentos o poesías haciendo uso de determinados matices de su vida privada ya sea en forma manifiesta o apelan a la sutileza para que su mensaje quede encriptado bajo la libre interpretación del lector.
Borges utilizó este recurso en varias de sus piezas literarias como una sutil manera de expresar sus emociones o trastornos personales a lo largo de sus años.
¿Por qué Borges escribía sobre sí mismo?
“Es una gran pregunta en la literatura. Aquí hay una parte narcisista en la literatura en la cual todo texto en algún punto parte de una subjetividad y tiene que ver con esa subjetividad, muchas veces con el elemento autobiográfico”, explica Llach, y agrega: también hay otra parte que tiene que ver con la observación y otra potencia humana que tiene que ver con observar a los otros”.
Además de El Sur, Borges imprime la huella de su ceguera en varias obras como en el Poema de los dones (1957), Elogio de la sombra (1969), Un ciego (1975) y en el cuento El otro, que consiste en un supuesto reencuentro entre el Borges ya ciego y anciano, con el Borges de la infancia. Esta breve narración forma parte de El libro de la arena, una colección de cuentos y relatos publicado en 1975.
Otras historias en un mismo cuento
Precisamente, en El Sur queda en evidencia que Juan Dahlmann posee numerosas características similares a las del eximio autor: un bibliotecario que tiene un linaje alemán y un linaje criollo como Borges, que tenía un linaje criollo y un lenguaje inglés.
“Al principio hace una descripción y, como en muchos de sus cuentos, hay una autodescripción. Juega con su propia persona y mezcla a sus personajes con rasgos propios y de los otros. Ese hombre va al campo igual que en el caso de El evangelio según Marcos (1970), donde hay un bibliotecario, un estudiante, un intelectual que va al campo a hacerse hombre. Me parece que hay una representación muy clara de este Borges”, afirma Llach.
Es que El Sur es un relato que incluye innumerables historias a la vez y refleja la mirada de Borges en varios pasajes del texto. “Es un cuento realista que, según mi hipótesis, tiene una connotación política. Es un cuento local en La Pampa argentina, es un cuento fantástico, un cuento sobre un lector. Otra lectura posible es que Dahlmann no puede leer Las mil y una noches. Primero, ansioso, se golpea la frente y se lastima con la batiente de la ventana, después en el tren se distrae con los paisajes y, más tarde, cuando los gauchos le están haciendo bullying se va diluyendo pero nunca puede terminar de leerlo. Es la historia de un lector inconcluso”, señala Llach.
El momento del accidente. Imagen del film "El Sur", de 1992, dirigido por Carlos Saura y basado en el cuento de Borges. Actúa en el rol de Dahlmann Oscar Martínez.
El momento del accidente. Imagen del film "El Sur", de 1992, dirigido por Carlos Saura y basado en el cuento de Borges. Actúa en el rol de Dahlmann Oscar Martínez.
Borges desglosa más pistas sobre su pasado que van más allá de su trastorno de la visión y aparecen en el mismo relato: “Uno es el accidente que sufrió en 1938 con la batiente de una puerta, idéntico al accidente que tuvo Dahlmann con la ventana, y lo representa. El otro es que, cuando era chico, los compañeros le habían hecho bullying en el colegio y entonces el padre le había puesto un cuchillo en la mano para defenderse. Para él fue muy traumático. De algún modo, en El Sur está elaborando ese trauma y el accidente que le pasó en 1938, año en que también murió su padre. Me parece que la figura paterna está por detrás del cuento”.
Aquel accidente que sufrió en 1938 lo había marcado. El 24 de diciembre, el día de Nochebuena, se había golpeado la cabeza contra la batiente de una puerta que le produjo una septicemia que casi lo condujo a la muerte.
Borges no sabía si podía volver a leer y escribir. Su madre Leonor Acevedo Suárez, una mujer culta, se ofreció leerle Más allá del planeta silencioso, la novela de ciencia ficción de Clive Stapes Lewis, autor de Crónicas de Narnia, para comprobar si se había vuelto loco.
Al finalizar el cuento se largó a llorar. Tenía casi 40 años, y comprobó que su salud mental no había sufrido ningún daño. “Por eso, en 1939 escribió el cuento Pierre Menard, autor de El Quijote, para probar que todavía podía escribir un cuento. Lo logró y entró en su etapa más productiva”, subraya Llach.
En El Sur, Borges retoma la historia del accidente que había sufrido en 1938. “Me parece que se estaba preguntando de nuevo si iba a poder escribir. Lo maravilloso es que, de algún modo, prevé la posibilidad de otro tipo de literatura, la literatura dictada: si bien muchas veces la crítica la ha desdeñado, toda la última parte de la producción borgeana también es extraordinaria: lo hace dictando. Ahí Borges se convierte en Homero, el poeta ciego”, sentencia Llach.
Pese a la cantidad de historias diseminadas en el mismo texto, la pérdida de la visión es el rasgo más sutil de todos en el cuento. Según Llach, “esa maravilla que siente el personaje ante la visión de La Pampa y ese éxtasis habla de un Borges que está pensando en perder la vista”.
Por eso, El Sur es un cuento en el que el célebre escritor argentino exhibe todo su potencial creativo. “Es como una despedida de su etapa creativa, y no sólo se está despidiendo de la visión sino que se está preguntando si va a poder escribir”.
Peronismo y “ocupas”
Según el creador del “Mundial de la Escritura”, Borges se inspira en Casa tomada, el primer cuento de Cortázar, publicado en 1946 en la revista Los Anales de Buenos Aires. El escritor de Bestiario combina ficción y realidad para contar la historia de dos hermanos criollos que sienten que unos ocupas le habían usurpado la casa. Finalmente, deciden abandonarla.
Borges adopta la trama con El Sur durante el segundo mandato de Perón, aplica la fantasía de que Dalhmann podría haber llegado a la estancia pero ofrece otra pista. “Dice la casa a la que llega era roja y después era rosada y el casco de la estancia también lo era. Para mí, el guarda del tren y los gauchos le tendieron una trampa cuando en realidad le habían tomaron la estancia. Por eso, sus cuentos sobre la propiedad rural y en ese sentido muy solapadamente El Sur es un cuento sobre el peronismo en 1953, en un momento en que el país estaba caldeado con la segunda presidencia de Perón”, advierte Llach.
El quid de la cuestión es el temor a la expropiación de propiedades, una idea que flotaba en el aire en el segundo mandato peronista. Es decir, Borges cuenta al principio que “había una casa larga rosada que alguna vez fue carmesí” y más adelante sugiere que el almacén “alguna vez había sido punzó, pero los años habían mitigado para bien ese color violento”.
¿Acaso, no estará hablando de la misma propiedad y que la casa de Dalhmann había sido tomada por los peones de la estancia? “Es sutil, representa este conflicto entre los gauchos y el intelectual urbano asociado a todo el linaje de los intelectuales unitarios o cosmopolitas”, afirma Llach.
Después de El Sur, pasaron 17 años hasta que Borges publicó nuevamente: fue El informe de Brodie en 1970, cuando en esa época solía dictar sus cuentos.
Borges convivió con la ceguera durante 29 años, desde 1955 hasta 14 de junio de 1986 cuando falleció en Ginebra (Suiza) a los 86 años. Aunque El Sur significó la despedida de su vista, su discapacidad no le impidió abandonar la lectura ni tampoco su carrera.
Fuente: Clarin Cultura
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