El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona abre una fascinante exposición en la estela del mito del Minotauro
Cabeza de Apolo, moneda del 190-100 antes de Cristo que se halla en el British Museum de Londres.- THE TRUSTEES OF THE BRITISH MUSEUM
"Un laberinto es un lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida", dice la Real Academia. El modelo original comporta un arquitecto para construirlo (Dédalo), un monstruo al que encerrar (el Minotauro), un héroe para penetrar en él (Teseo) y una ayudante que lo descifre (Ariadna y su hilo de oro).
Pero un laberinto es también un paradigma, una manera de percibir la realidad, de entender el mundo. Jorge Luis Borges, por ejemplo, consideraba que el mundo tenía que ser un laberinto, porque en caso contrario no existiría más que el caos. El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y Bancaja han cooproducido la exposición Por Laberintos, que abre hoy en la capital catalana y que viajará a Valencia el año que viene, y la que, por supuesto, rinden homenaje a Borges.
Comisariada por Ramón Espelt y el arquitecto Oscar Tusquets, con la colaboración del científico Jorge Wagensberg, la exposición recorre, por un lado la historia de los laberintos que ha habido. Desde petroglifos que se pierden en el origen de los tiempos hasta las impactantes construcciones contemporáneas, separando sus dos grandes variantes: los unicursales, aquellos que tienen un único camino de entrada y salida, y los multicursales —inventados por Giovanni Fontana en 1420—, en los que hay recorridos alternativos, callejones sin salida y posibilidad de elección.
Paralelamente, la muestra explora el mundo como laberinto. Los mitos, las culturas, las artes, la literatura, el cine o la contemplación de las circunvoluciones cerebrales como nuestro laberinto interior. Integra también la visión de artistas contemporáneos y recoge obras tan sorprendentes como la serie de dibujos realizados por el dramaturgo Friedrich Dürrenmatt sobre el mito del Minotauro.
La muestra es, en sí misma, varios laberintos. En lo alto del edificio, sobre el gran patio del CCCB se ha instalado un tinglado que dibuja sobre el suelo el primer entramado, un laberinto móvil que varía según las horas del día y la inclinación del sol. El visitante está sobre aviso: ¿quiere entrar? "Un laberinto implica una decisión", explica Espelt, "se entra o no se entra; se juega o no se juega. El contexto y la simbología hay que llevarlos dentro. Cada laberinto tiene un ritmo y es como una danza".
Dentro le esperan mosaicos romanos, laberintos de catedrales góticas, laberintos como memoriales, facsímiles de manuscritos medievales, todo tipo de libros del XVI al XIX, videos, esculturas y cantidad de material contemporáneo, como la colección de la revista Caerdroia dedicada exclusivamente a los laberintos, que muestra como este mito sigue vivo en la psique colectiva.
Entre todo este material hay piezas especiales. Difíciles de conseguir han sido las dos monedas griegas del siglo II antes de Cristo con Apolo y Minos o Zeus en el verso y sendos laberintos, el primero circular y segundo rectangular al dorso. Magnífico, también, el bajorrelieve del siglo XVII de Compiègne, que representa la caída de Ícaro con el fondo del laberinto de Knosos, y sorprendente el fragmento de una policromía de la iglesia románica de Santa María de Tahüll en el que se descubre otro laberinto.
La exposición diseñada por Espelt y Tusquets no solo es de las que produce intenso cosquilleo neuronal al visitante, invitándole, casi forzándole, a establecer conexiones transversales, sino que también busca su implicación. Cuando la muestra entra en los laberintos multicursales, las paredes se transforman en setos vegetales y el recorrido, consecuentemente, se bifurca ofreciendo varias opciones. Y al igual de lo que sucede cuando uno entra en un laberinto, que tras recorrerlo busca con ansia la luz de la salida, la muestra reserva para el final su aspecto más luminoso y divertido.
Una sala ofrece la posibilidad de seleccionar cualquiera de los más conocidos laberintos en la pantalla de un ordenador y recorrerlos con el dedo; una operación que se reproduce en una gran pantalla a la vista de todos. Como broche final, sobre una gran pantalla tres proyectores reproducen en paralelo las innumerables escenas que el cine ha filmado en un laberinto.
Fuente : El Pais - J. M. MARTÍ FONT - Barcelona - 28/07/2010
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