jueves, 22 de julio de 2010
Synecdoche, New York, el primer film como director del aclamado Charlie Kaufman
Tras el accidente, la intrascendente caída de la grupa de su caballo, Ireneo Funes perdió para siempre la capacidad de capitular con el olvido. Un percance minúsculo y tan ordinario, un recurso tan simple como un golpe en la cabeza, lograba, desde toda su nimiedad, expandir las posibilidades de este personaje, de tal manera, que su sola figuración --la idea de una memoria humana inabarcable-- amplió de un modo casi extravagante ese territorio que Borges se empecinaba en transitar. El territorio que se extiende entre las fronteras del conocimiento humano y el infinito.
Cuenta Borges en esta ficción fechada en 1942 que Funes "no sólo recordaba cada hoja de cada árbol, de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado". En su cuantioso, inagotable reservorio de recuerdos podía encontrar en detalle las formas de ciertas nubes australes de un día cualquiera en abril de 1880. Podía además comprar esas mismas nubes "con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho".
La ilimitada capacidad de recordar de Funes y ese misterioso golpe transfigurador forman, seguramente, parte de la simbología del infinito detrás del nuevo film del extraordinario guionista y flamante director Charlie Kaufman. En Synecdoche, New York, que se estrenó el fin de semana en Nueva York y Los Ángeles, Kaufman narra la historia del director de teatro Caden Cotard (Philip Seymour Hoffman) y su ambición de trascendencia, su interminable serie de fracasos emocionales, su decadencia física y finalmente su muerte. Claro que en las más de dos horas de película, esta ambiciosa sinécdoque se propone hablar de mucho pero mucho más.
"Pensé esta película para que la dirigiese Spike Jonze pero cuando la terminé él estaba en otro proyecto así que me pareció justo tratar de darle forma", cuenta Kaufman en una entrevista que publicó hace algunos días el New York Times. El ex guionista de Adaptation, Being John Malkovich (ambas dirigidas por Jonze), Eternal Sunshine of the Spotless Mind y Human Nature (con dirección de Michael Gondry) se decidió entonces a encarar su guión original desde detrás de cámara. Y quizás sea justo señalar a Synecdoche, New York como el film que mejor expresa las ansiedades, dudas y frustraciones de este experto de la trama que acaba de cumplir 50 años.
La historia de Cotard es una muñeca rusa que comienza a desmantelarse a partir que, una mañana entre tantas, el director recibe un fuerte golpe en la cabeza resultado de un mínimo percance hogareño. El golpe es apenas la antesala en una espiral de decadencia física y emocional. Cotard será abandonado por su mujer (Catherine Keener) y su hija para terminar zambulléndose de lleno en una crisis existencial de proporciones dantescas. En medio del remolino, cuando ya todo parece perdido, la vida del director retoma el rumbo. Cotard gana una beca "para genios" y se decide a encarar el proyecto más ambicioso y significativo de su vida: una obra de teatro que sea "absolutamente verdadera".
Claro, "cómo lograr que la representación se convierta en lo real? La obra de teatro de Cotard, el emplazamiento de varios miles de actores dentro de un gigantesco edificio en Brooklyn, que imita casi al detalle y por completo a la ciudad de New York, deberá adquirir entonces vida propia. Gracias a un alucinante y descontrolado juego de espejos, ya casi hacia el final del film, encontraremos un tercero y un cuarto y hasta un quinto reflejo concéntrico de la ciudad, palpitando en paralelo desde las entrañas del anterior.
En el juego de dobles y triples de Synecdoche, New York hay, sin embargo, mucho más que puro artificio. Phillip Seymour Hoffman logra una fragilidad exuberante, extrema y cautivante en su intento desmesurado por crear un mundo adentro del mundo. La búsqueda de la realidad en la ficción, esta empresa claramente destinada al fracaso, es en manos del actor neoyorquino tan introspectiva y descomunal como enternecedora.
"Creo que esta obra de teatro habla de lo real, de las relaciones, de la muerte sí, de la muerte", aventura Cotard ya casi al final de su vida, cuando lo descomunal de la empresa parece haberlo superado. Pero aunque se impone como el sentido primario, la búsqueda de lo real en la copia, en la réplica y la memoria, es seguramente apenas una de las posibles metástasis temáticas y de sentido en una sinécdoque rica y ambiciosa, que se deshilacha y se agota apacible y lánguidamente, quizás como la vida misma.
Terra Magazine - Pablo Calvi – 30 de Octubre de 2008
Nueva York, Estados Unidos
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