lunes, 20 de diciembre de 2010
Borges pelea por cosas importantes
ESTRAFALARIO, INSOLITO Y ESTUPIDO IDIOMA DEL FUTBOL
“Escribí El Zahir partiendo de la palabra “inolvidable”. Porque a mí me interesan mucho las palabras, como bien puede haberse dado cuenta…”
Jorge Luis Borges (1899-1986)
Tarjetas de dudoso gusto, cajas, moños rojos y verdes, ambiente de euforia, gente que pasa a saludar. Los fines de años son así, caóticos y previsibles. Cansan. Sin embargo, cuando me avisaron que un tal Borges me esperaba en la recepción, suspendí todo y bajé, por si era él. Y era, nomás. Traje negro, chaleco y el pelo cano, algo despeinado. Jugaba con la empuñadura de su bastón cuando escuchó mi voz.
—Asch, ¿no? Me gusta su nombre. Tiene algo de sangre judía como yo y es corto, rotundo, de héroe. ¿Nunca se lo dije?
—Sí, cuando lo conocí, hace mil años. Casi me desmayo cuando usted me invitó a desayunar a su departamento de la calle Maipú. Era mi primera nota, tenía 18, estaba muerto de miedo ¡y encima fui a pedirle una composición tema “La vaca” escrita en el Primario! Fue inolvidable.
“Solo una cosa no hay. Es el olvido”, susurró citando su Everness. Le conté que el día de su entierro, en Plainpalais, esperé a quedarme solo frente a su tumba para arrojar la última flor. Sonrió, antes de recurrir a su humor ácido. “¡Qué gesto tan amable! Debí haberle agradecido entonces, pero como usted comprenderá, me resultó imposible”.
—¿Y qué hace por acá? ¿Sueña? ¿Viaja en el tiempo como en El otro?
—De todo un poco. La inmortalidad no es tan atroz, Asch. Recuerde que, en El otro estaba yo en 1969, en Cambridge, sentado frente al río Charles junto a un muchacho que, sin embargo, vivía en Ginebra y que también resultó ser Borges, pero en 1918.
—Un cuento genial, Borges. ¿Y ahora? ¿Qué hace en 2010? ¡No me diga que tiene Facebook!
—Sé de libros de arena, pero nada sobre Facebooks. Quiero escribir un artículo. Fui a Crítica, no encontré a Botana. ¡Ni siquiera estaba Lanata! Entonces lo llamé a usted y me contestaron: “El señor Asch acaba de salir”. Notable. ¡Acaba de salir! Por favor. ¿Acaso es usted un enorme reptil que atraviesa la puerta reptando con lentitud exasperante? El señor salió. ¡Salió…!
—Le advierto, maestro, que ahora me dedico a algo que usted detesta…
—¡Fútbol! Un métier ridículo pero con dialecto propio. Eso sí me resulta atractivo. ¿Podría ayudarme con algunas cosas?
—Usted dirá...
—He notado que los footballers y sus críticos jamás se refieren al saber. Por el contrario, apelan a la “conciencia”. ¿Por qué? Dicen, por ejemplo: “Somos conscientes” de esto, o de aquello. ¿Cree que en ellos priva más el fenómeno psíquico o una ética?
—Emm… No, Borges, la verdad es que…
—Lo mismo sucede con las ideas. No las hay. Prefieren el “concepto”, en tanto unidad cognitiva de significado. “¡Flor de concepto tiraste!”, se elogian. O repiten, admirados: “¡Qué concepto metió el Flaco!”, Tirar, meter. Todo es muy muscular, ¿no cree?
—Y…
—La “cosa” es otro punto. No la cosa-en-sí kantiana, ni tampoco la cosa subordinada al hecho de Wittegenstein. Pero sí “la cosa” como objetivo único, recurrente, indefinido. “Hicimos bien las cosas”. “Son cosas del fútbol”, “Queremos pelear cosas importantes”.
—Qué cosa, ¿no? Je.
—¿Y “los referentes”? Significado, significante. La lingüística no les es ajena. Lo mismo cuando la emprenden contra la negatividad dialéctica. Jamás un footballer responde “no”. Plantean la incertidumbre. Si la pregunta es: “¿Es usted un desastre?” La respuesta será: “No sé si soy un desastre…”. Y así, siempre.
—Bueno, esteee…
—También me admira su interés por la poética. Todos sueñan. Sueñan con copas, goles, pases. ¡El fútbol es sueño! Mire: “¡Quedan todas finales!”, se excitan en instancias decisivas. Coincido. Antes de escribir, en mi cabeza tengo el inicio y el final de la historia. O varios finales, como ellos. El de La intrusa, por ejemplo, me lo dictó mi madre. ¿Lo sabía?
—Sí, por supuesto. ¿Y los periodistas? No nos va a dejar afuera, ¿no?
—Bueno, he advertido cierto abuso de la despersonalización. En la radio nadie dice nada sin antes pronunciar con pompa y misterio: “Alguien me dijo…”. Es muy curioso. ¿Y el retórico y redundante “yo digo que”? ¡Qué manera de hablar tan snob! Asch: ¡el fútbol es fascinante!
Traté de explicarle, con delicadeza, que el apelativo “fiera” no es ninguna alegoría sobre El oro de los tigres, ni que la obsesiva repetición de la figura “hoy por hoy” simboliza un juego de espejos capaz de desafiar la infinitud del tiempo.
Cuando nos deteníamos en la amplísima acepción del concepto “gloria”, me preguntó la hora. Debía irse. Bioy lo esperaba en el Lawn Tennis, así que lo acompañé hasta la calle. Nos dimos la mano y, antes de ayudarlo a subir al taxi, le recordé que ya no habrá partidos hasta 2011. “Mejor”, susurró antes de cerrar la puerta.
¿Mejor? ¿Cómo mejor? ¡Tomatelás, pecho frío! ¡Inglés! A nadie le gusta perder a nada ni quiere dar ventajas, muchachos, así que lo mejor es que nos cuidemos de estos vendehumo sin códigos ni vestuario que al final te la complican.
Y, sí. ¡Al final sos puro verso, Borges!
Gente como vos le hace mucho mal al fútbol argentino.
Perfil : 18.12.2010
Hugo Asch
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